Si uno piensa en Australia en concepto de inmigración, rápidamente tendrá la sensación de estar hablando de un país multicultural, un país de acogida de inmigrantes. Al fin y al cabo, a excepción de reducidos grupos de aborígenes, occidentalizados hoy en su mayoría, el país continente, su población, se ha ido formando por medio de […]
Si uno piensa en Australia en concepto de inmigración, rápidamente tendrá la sensación de estar hablando de un país multicultural, un país de acogida de inmigrantes. Al fin y al cabo, a excepción de reducidos grupos de aborígenes, occidentalizados hoy en su mayoría, el país continente, su población, se ha ido formando por medio de sucesivas oleadas de inmigrantes y una política sostenida de aceptación de los mismos.
Australia es, junto con Nueva Zelanda, Canadá e Israel, uno de los cuatro Estados que sigue promoviendo hoy en día la llegada de nueva población extranjera. Sin embargo, esta circunstancia, derivada de la necesidad continua de mano de obra, no ha evitado a su vez otra de las percepciones que cualquiera puede tener sobre Australia: la de la existencia de una mayoría de población preeminentemente blanca y anglosajona.
Es necesario hacer un pequeño repaso a la historia de Australia para entender ambas percepciones. Pese a que existe una cierta controversia con relación a qué país descubrió para occidente las costas australianas, lo cierto es que fue Inglaterra quien envió, acuciada por la superpoblación penal y la pérdida de las colonias americanas, los primeros barcos cargados con colonos en 1787. Los inmigrantes anglosajones han seguido llegando en gran número hasta nuestros días. De esta manera, valiéndose de su preponderancia, en 1901, con la creación de la Mancomunidad de Estados Australianos y el auge de la fiebre del oro, fueron estos mismos inmigrantes, de alguna manera independientes ya de la metrópoli, los que decidieron institucionalizar una política que venía aplicándose desde 1888: el cierre de fronteras a otro de los grupos predominantes en el proceso de población del país, los asiáticos.
Australia… «blanca»
Surge así la doctrina legislativa que ha sido denominada popularmente como «Australia blanca», una doctrina que ha marcado la política migratoria del país hasta 1973. Esta política de exclusión de la inmigración asiática, que por ende restringe también la entrada de todos aquellos que no tengan la piel clara, tiene, como decía, una motivación de tipo económica y racial. Durante la fiebre del oro, los todavía súbditos británicos verán como una amenaza el aumento de asiáticos, principalmente chinos, a tierras coloniales. Surge así el mito de la «amenaza del norte». Ante una competencia que consideran feroz y ante la paulatina bajada de sus soldadas por exceso de mano de obra, van a determinar que la diferencia de raza es suficiente argumento para frenar este tipo de inmigración. Este proceso vendrá aparejado a la percepción, arrastrada desde siglos atrás, de la superioridad de la raza blanca y la necesidad de mantenerla sin «contaminaciones».
Pero si el inicio de una política eminentemente racista estuvo determinada por cuestiones ante todo económicas, también será la economía lo que termine con dichos hábitos. Y es que la creciente pujanza de las economías asiáticas va a obligar a Australia, un país importador de materias primas y exportador de productos elaborados, a congraciar su política migratoria con su necesidad de colaborar con los países vecinos. 1973 marcará no solo el final de la política de la «Australia Blanca», sino también el inicio de un nuevo modo de entender la inmigración, de un nuevo modo de tratar a los recién llegados.
El hecho de que la mayoría de los inmigrantes llegados a Australia hasta los años 70 hubiesen provenido de países como Italia, Reino Unido o Grecia, entre otros, había facilitado enormemente los procesos de adaptación de estas personas a la cultura anglosajona predominante en el país. Bajo esta perspectiva, el Estado apenas se había preocupado por implementar políticas de inclusión. Se daba por hecha una pronta asimilación derivada de las similitudes culturales y lingüísticas y se promocionaba la inmigración por medio del llamado «pasaje asistido» (abono del pasaje desde el país de procedencia hasta Australia). Sin embargo, los sucesivos gobiernos laboristas, que rompen con el mito de la «amenaza del norte», van a verse obligados a establecer cauces de entendimiento con culturas que nada tiene que ver con la anglosajona.
Se da así inicio a una política netamente multicultural, la misma que, con sus variaciones, sus crisis y pese a las críticas internas por su alto coste económico, se ha mantenido hasta nuestros días. A partir de los años 80 la inmigración deja de ser incentivada por el Estado y pasa a ser controlada por el mismo. Como parte de este control se imponen frenos a la entrada, se establecen valoraciones del inmigrante basadas en su cualificación y se incrementa la entrada de refugiados, 660.000 desde 1947 hasta el año 2000. Se crean instituciones para que los nuevos grupos étnicos tengan un contacto directo con la administración y favorecer de esta manera su adaptación por medio la implementación de medidas para cubrir sus necesidades. Es esta época, hasta el inicio de los gobiernos conservadores y la creación del partido racista One Nation, la que ha proporcionado a Australia el halo de país multicultural que ahora tiene.
Sin embargo, este método de acogida, valorado positivamente en todo el mundo y con reflejo en países como Canadá, ha sido duramente criticado por los propios australianos y aún hoy se sigue discutiendo. La llegada al poder del conservador J. Howard en 1996, poniendo fin a los gobiernos laboristas, frena la progresión del sistema. Pero ante todo es, cómo no, la crisis económica de los años 90 la que genera dinámicas que hasta ese momento habían permanecido ocultas. Se acusa al sistema multicultural de cercenar el debate obligando a una cierta corrección política, de fomentar la división al promover las diferencias o de tener un elevado coste económico, pero ante todo, en lo que ya viene siendo el discurso clásico en cuanto a inmigración se refiere, de aumentar la tasa de desempleo y de incentivar la «asianización» de Australia, una «amenaza» en sí misma. En consecuencia, la creación del partido One Nation, con gran aceptación en el Estado de Queensland, es vista como el resultado de cierta nostalgia de la política de la «Australia Blanca».
Como hemos podido ver hasta ahora, la política migratoria de Australia ha estado sujeta básicamente a dos cuestiones: las circunstancias económicas y, ante todo, la imperante necesidad de poblar un país del tamaño de Europa que apenas alcanza los 22 millones de habitantes. El slogan surgido después de la Segunda Guerra Mundial es claro en este sentido: «Populate or perish» (poblarse o morir). Sin embargo, la urgencia de nuevos pobladores no debe confundirse con la falta de orden, con la ausencia de restricciones. La política de inmigración australiana ha descansado sobre tres pilares básicos; el fortalecimiento militar y económico del país, el control de proceso por parte del Estado y, ante todo, el mantenimiento de la hegemonía y la dominación anglosajona. Bajo esta perspectiva, podrá entenderse que las dos inevitables percepciones que cualquiera posee sobre Australia, el predominio de la raza blanca y la multiculturalidad, hayan generado una gran cantidad de contradicciones.
Imagen idílica y realidad
En los últimos años han podido observarse un gran número de acontecimientos que alejan Australia de la idílica imagen de convivencia interracial que de ella se tiene. Como ejemplo ilustrativo y ciertamente sorprendente, resulta obligado detenerse en uno de estos sucesos, el ocurrido en la playa de Cronulla, Sidney. Según las crónicas, en diciembre de 2005, un grupo de jóvenes libaneses que jugaban al fútbol en la playa de Cronulla tuvo un enfrentamiento con un grupo de socorristas después de que les llamaran la atención por la práctica de actividades que impedían otros usos de la playa. Como consecuencia del enfrentamiento, dos de los socorristas resultaron brutalmente golpeados.
A lo largo de la siguiente semana tu-vo lugar un proceso de movilización étnica a través del envío masivo de mensajes a través de teléfonos móviles. La convocatoria iba destinada a jóvenes anglo- australianos para reivindicar su espacio (la playa) en señal de protesta frente a quién se consideró como un invasor (los jóvenes libaneses, supuestamente musulmanes). «Ven a la playa este fin de semana a vengarte. Este domingo, todo aussie en Cronulla a apoyar el día del linchamiento a los libaneses». Los medios de comunicación se hicieron eco rápidamente del llamamiento y mantuvieron la atención sobre el mismo durante toda la semana. En algunas tertulias políticas, además de informar, alentaban a los jóvenes australianos a acudir a la misma.
Dicha playa tiene una peculiaridad sobre las demás. Sidney, como cualquier ciudad cosmopolitita, como capital del Estado y receptora de gran parte de la inmigración que llega al país, apenas puede evitar que los recién llegados se instalen en los lugares donde conviven con sus compatriotas. De esta forma, los guetos que separan a las diferentes culturas han quedado muy prefijados. La playa de Cronulla se encuentra junto a un barrio preeminentemente anglosajón. Sin embargo, es la única que en aquel momento contaba con una estación de tren que la conectaba con los suburbios del sur. Por este motivo, la playa era compartida por australianos de clase media-alta e inmigrantes de clase baja.
En 2005, tras los atentados del 11-S de 2001 y la invasión de Irak y Afganistán, Australia había variado su habitual comunión con el Reino Unido para sumar a EE UU entre sus más férreos aliados. En consecuencia, el país participaba activamente de ambas invasiones y se había adherido a la política de la seguridad antiterrorista. Como en todo occidente, los musulmanes eran vistos como islamistas radicales y por lo tanto como potenciales terroristas y amenaza. Que los agresores de los socorristas fueran de nacionalidad libanesa, al parecer árabes, vino a unirse a esta islamofobia para provocar que más 5.000 personas acudieran al llamamiento.
En el imaginario colectivo australiano, las playas son vistas como un emblema nacional. Como isla de proporciones continentales, la mayoría de sus habitantes residen en la costa, que se considera un «tesoro» y parte importante en la construcción de Australia como nación. Este hecho, sumado a que la agresión estuviese dirigida a miembros del cuerpo de socorristas, uno de los más valorados en el país, suscitó la sensación de que los inmigrantes estaban poco menos que invadiendo el territorio australiano. Como consecuencia, el día de la concentración en la playa, los ciudadanos de piel aceitunada, fuesen o no libaneses, fueron agredidos y se registraron ataques a los suburbios en los que estos residían. El odio racial había podido entreverse en algunos de los mensajes que circularon de teléfono en teléfono («100 por 100 orgullo aussie», «limpieza étnica» o «zurremos a moros y libas» entre otras cosas).
Sin embargo, este acontecimiento no puede considerarse un hecho aislado. En Australia viven en la actualidad cerca de 400.000 ciudadanos y ciudadanas de origen indio. La mayoría de estas personas entraron al país al finalizar la política de «Australia blanca», y otros muchos son estudiantes llegados con un visado temporal. En enero y febrero de 2010 fueron asesinados dos de estos estudiantes mediante sendas puñaladas. Con su muerte, el número de personas indias fallecidas de manera violenta desde 2004 asciende ya a 40, lo que ha provocado las quejas del gobierno de su país. Lejos de mostrarse conciliador, el ministro de inmigración ha asegurado que dichas quejas son una respuesta «histérica» a los acontecimientos.
¿Multiculturalidad?
Por el contrario, hay quien ve las circunstancias de otra manera. El jefe de policía de Victoria, donde se han registrado más ataques, aconsejó a los inmigrantes indios que «aparentaran ser pobres», mientras que el líder del Partido Socialista Revolucionario de Australia ha afirmado que «la cultura dominante en Australia es racista» y que «los ataques contra indios están motivados por racismo». La política de multiculturalidad que tan buenos resultados prácticos y de imagen ha dado a Australia parece haber entrado en una crisis definitiva. Sin embargo, pese a que es más que probable que se reproduzcan nuevos altercados como el de Cronulla o situaciones como los asesinatos de estudiantes hindúes, Australia tiene una ventaja sobre los demás países receptores. Depende de la inmigración para sobrevivir, por lo que su población no tendrá otra posibilidad que la de adaptarse a los recién llegados.q
Miguel Ángel Morales Solís forma parte del Consejo de Redacción de la Revista Pueblos.
Este artículo ha sido publicado en el nº 44 de la Revista Pueblos, septiembre de 2010.