
El capitalismo ya no solo explota y oprime a nuestros padres y madres; su violencia estructural ha traspasado las fronteras de los centros productivos y de trabajo, infiltrándose como una nube de gas en las salas de clase y a la vida de muchas y muchos de nosotros, golpeando duramente a la juventud popular: sin futuro, sin esperanza, condenados a una vida de pobres. Esa es la verdadera violencia, la que emana del sistema y que desde luego se manifiesta en las aulas, pero como una tragedia, y no como su origen.