
En la capital de Rio Grande do Sul se impuso la mirada menos proteccionista, como en otras grandes urbes de Latinoamérica. Ganaron las leyes del mercado inmobiliario, tan depredador como los que deforestan a diario la Amazonia. La obscena codicia del hombre y la corriente del Niño estimularon la catástrofe medioambiental en el Estado de Brasil limítrofe con Argentina.