La idea de un nuevo paradigma de carácter biológico conduce a la cooperación, antithesis de la ley de la competencia que elevara Charles Darwin al rango de ‘universal’. La competencia ha de ceder su lugar a la cooperación para situarse en el carácter de supletoria de ésta. Y permitir que la cooperación adopte un conjunto de principios—como la fraternidad, la participación, la solidaridad, la empatía, la generosidad, entre otros— que existen en la actualidad, pero no son dominantes sino se encuentran desplazados por la adicción competitiva. Es posible para la generación de las ‘autoridades’ que, bajo esa nueva visión del mundo, puedan adoptarse sistemas tales como el de la prelación y el sorteo. Y a la vez, el ejercicio sin trabas tanto de los referéndums como de los plebiscitos. Una democracia que no es a secas sino se identifica con tan sólo una sola palabra: ‘directa’.