Bajo el capitalismo, los dueños del capital no realizan ninguna rebaja de la jornada laboral hasta que no existen las condiciones materiales para que, resultado del desarrollo del capital constante y fijo (tecnología y materias primas), una disminución de la jornada de trabajo no le ofrezca mayor productividad, y por tanto, mayores ganancias. En otras palabras, el empresariado capitalista no accede a bajar las horas de trabajo hasta que ello no le garantice más utilidades. Y, al parecer, en el caso chileno esas condiciones no existen.