
La última vez que sentí la presencia viva de Jorge, es decir, cuando escuché un instante el ruido de su corazón, fue cuando tomé la cámara que habíamos usado para filmar La Batalla de Chile, en 1996, en una oficina de Santiago. Permanecí un largo momento observando el cuerpo de la cámara y los chasis para guardar la película. Después estuve largo rato tocando el cinturón de la batería, el zoom, los otros lentes, palpando las piezas por separado, pensando que algo de su calor aún estaría allí.