El año de 1979 marca el inicio de cuatro procesos fundamentales: el islamismo, el despegue económico chino, el comienzo del ciclo neoliberal y el punto de partida de Al Qaeda. Fue en esa fecha que la Revolución Islámica triunfó en Irán con Jomeini, desatando un movimiento que habría de transformar la faz del Medio Oriente. […]
El año de 1979 marca el inicio de cuatro procesos fundamentales: el islamismo, el despegue económico chino, el comienzo del ciclo neoliberal y el punto de partida de Al Qaeda. Fue en esa fecha que la Revolución Islámica triunfó en Irán con Jomeini, desatando un movimiento que habría de transformar la faz del Medio Oriente. Fue también el momento en que se inició el proceso de transformación económica en China, bajo Deng Xiaoping, sentándose las bases para su vertiginosa expansión. También constituyó el año de la llegada de Margaret Thatcher al poder, con la consiguiente puesta en marcha del ciclo neoliberal. Fue, finalmente, el año de la invasión a Afganistán. Es decir, el conflicto que propició la formación de una jihad islámica anti soviética en la que 35.000 musulmanes radicales, provenientes de cuarenta países, se coaligaron. Allí quedó sembrada la simiente de Al Qaeda que tanta significación asumiría décadas más tarde.
¿Cuál de esos cuatro episodios puede marcar más profundamente al siglo XXI? El neoliberalismo pareciera haber llegado al final de su ciclo, lo cual hace que a pesar de sus efectos desbastadores no haya terminado siendo más que un fenómeno transitorio. Al Qaeda representa la introducción del terrorismo islámico en el torrente sanguíneo de los asuntos mundiales, algo sin duda altamente preocupante. Sin embargo, se trata de un proceso sobredimensionado en virtud de la paranoia que caracterizó a la Administración Bush.
Así las cosas, el emerger del islamismo y el despegue chino compiten por el primer lugar en cuanto a su significado histórico. En ambos sentidos podría sin duda argumentarse y la selección nunca sería fácil. Sin embargo, lo que hace del fenómeno chino algo especial es que sus posibilidades de sobrepasar económicamente a los Estados Unidos en las próximas tres décadas y de competir con este país por la primacía internacional, durante el siglo XXI, haría del predominio económico occidental un fenómeno fugaz en la historia multimilenaria de la humanidad.
En 1776, Adam Smith refería que China era más rica que toda Europa junta. De su lado Agnus Maddison, reconocido historiador económico de la Universidad de Groningen, señalaba que entre 1600 y comienzos del siglo XIX, el PIB chino representaba entre un cuarto y un tercio del PIB global («Reaching for a renaissance», The Economist, 31 de marzo, 2007). Volviendo la mirada más atrás de esas fechas la riqueza china tampoco tuvo parangón y ciertamente no en Occidente. Así las cosas, el retorno de China tendría connotaciones que obligarían a replantear la auto glorificación de Occidente y del eurocentrismo. Es por ello que lo ocurrido en China en 1979 resulta tan relevante.
Deng Xiaoping:
A partir del año de ese año Deng puso en marcha un proceso de cambio económico sustentado en una nueva lectura del orden internacional. La confluencia de ambas factores hizo que la naturaleza del cambio iniciado trascendiese con mucho a la mera economía. En esencia, los dos pilares centrales de su propuesta serían los de dejar atrás la etapa de «guerra y revolución» y adentrarse en la «apertura económica sin cambio político».
El período de MaoTse-tung estuvo caracterizado por la creencia en la inevitabilidad de la guerra mundial. Ello determinaba un énfasis en políticas económicas adecuadas para sostener una guerra en dos frentes. Es decir, con Estados Unidos de un lado y con la Unión Soviética del otro.
La convicción anterior condujo a la dispersión de recursos y a la costosa localización de factores productivos en espacios montañosos poco proclives para ello. Aparejó, a la vez, la subvaloración de los espacios costeros que históricamente habían sido los epicentros de su economía. A partir de su observación del escenario internacional, Deng concluyó, sin embargo, que la hipótesis de una guerra mundial no lucía probable durante un largo período por venir.
Bajo tales condiciones era posible posponer, y aún abandonar, la política maoísta de «guerra y revolución», para adentrarse en una etapa de «paz y desarrollo». Según Joshua Cooper Ramo: «Se trató de una de esas grandes intuiciones estratégicas por parte de un líder histórico, un coup d’oeil que sentó las bases para todo lo que habría de venir después» . i
Ello se traduciría, ya en 1985, en una política exterior definida sobre la base de los principios de no agresión, no intervención y coexistencia pacífica con todos los países, al margen de sus sistemas políticos o sociales.
Sin embargo, Deng no sólo asume como prioridad la necesidad de desarrollo económico, sino la exigencia de hacerlo en términos endógenos. Es decir, definiendo estrategias económicas sustentadas en las especificidades políticas, culturales y sociales de China.
Ello implicaba un modelo autóctono, alejado de las terapias de choque características del Consenso de Washington que tanto daño estaban produciendo por doquier. Implicaba, también, un proceso de apertura económica bajo control político. Ello difería radicalmente del experimento de apertura económica y política simultánea que en esos momentos desarrollaba Rusia y que habría de propiciar el colapso de su sistema.
No en balde en 1989 Deng prefirió la represión sangrienta del movimiento estudiantil que reclamaba la democratización política, antes que permitir la pérdida de control político del proceso por parte del partido.
La aparición en escena de Deng se inserta dentro de un contexto que remontaba su origen a 1965. A partir de ese año y hasta 1976 tendrá lugar un enfrentamiento entre dos tendencias definidas al interior del partido comunista chino. De un lado el maoísmo, en tanto expresión de la directriz oficial, y del otro los pragmáticos que postulaban una mayor liberalización económica.
El primero era responsable de políticas caracterizadas por su rigidez, dogmatismo y grandes costos económicos y humanos, tales como la colectivización agraria y el desarrollo de la industria pesada entre 1953 y 1957 y el «Gran Salto Adelante» entre 1958 y 1962. Los segundos propugnaban una mayor flexibilización del aparato productivo, buscando relajar los excesos ideológicos.
A la cabeza del segundo grupo se encontraba precisamente Deng, quien desde 1952 venía ocupando puestos de primera línea en la jerarquía del Estado y del partido. Para hacer frente a esta tendencia toma cuerpo en 1966 la llamada Revolución Cultural, organizada desde el poder con el apoyo de Lin Piao, máxima autoridad del ejército. La misma, institucionaliza el culto al pensamiento de Mao e instituye una sucesión de manifestaciones populares a cargo de los jóvenes guardias rojos, con la finalidad de acallar toda forma de disidencia al máximo líder.
A partir de esa fecha y hasta 1973, en que será rehabilitado, Deng se verá purgado del gobierno y del partido. Gracias al Primer Ministro Zhou Enlai, quien había sido su compañero de estudios en París en los años veinte y su protector de siempre, Deng volverá al centro del poder político. En 1975 será designado Vice Primer Ministro y Vice Presidente del partido.
Un año después en 1976, caerá de nuevo en desgracia tras producirse la muerte de Zhou. Es el momento en que la llamada Banda de los Cuatro, encabezada por la esposa de Mao, Jiang Qing, impondrá una política de izquierda radical. No obstante, la propia muerte de Mao ese mismo año, dejará sin basamento político a la esposa de éste y a sus correligionarios.
Con el encarcelamiento de la llamada Banda de los Cuatro, Deng volverá al poder, transformándose poco tiempo después en la figura fundamental del partido. A partir de allí, la tendencia que desde 1965 venía abogando por el pragmatismo económico se hará con el control de la situación. Pragmatismo económico que, como veíamos, no era sinónimo de apertura política.
Así, en 1979 se inicia el proceso de reforma económica al que antes hacíamos referencia y que transformará a ese año en una de las fechas centrales de la historia contemporánea. A partir de entonces el caso chino vino a constituirse en el más potente testimonio disponible en contra de la «mano invisible» del mercado. A diferencia de Rusia y América Latina que a golpe y porrazo abrieron sus economías y se lanzaron sin malla de protección a las profundidades del Consenso de Washington, China se adentró en un proceso gradual y programado.
La progresividad del modelo:
El suyo ha sido un camino de etapas progresivas y de ajustes periódicos, en el que políticas transitorias han actuado como puentes para pasar de una etapa a la siguiente. Más aún, a cada paso se han instrumentado políticas sociales destinadas a proteger a los perdedores potenciales.
La gradualidad del proceso quedó evidenciada a través del manejo dado a sus sectores de exportación y de producción doméstica. Los primeros fueron canalizados a través de zonas especiales que fueron expandiéndose progresivamente, de la misma manera en que los segundos vieron reducir paulatinamente los niveles de protección que se les asignaba.
Las inversiones extranjeras directas se adecuaron a políticas industriales que buscaban favorecer a los sectores de exportación, en medio de un proceso programado de apertura. Ello comenzó a través de las llamadas «zonas de desarrollo». Es decir, islas de expansión capitalista. El período 1991-1992 es la clara evidencia de la rapidez en la expansión de éstas. Para 1991 existían 117 «zonas de desarrollo», mientras que para finales de 1992 las mismas habían llegado ya a 8.700.ii
Dichas zonas comenzaron en las provincias costeras de Guandong y Fujian, estratégicamente situadas entre Hong Kong y Taiwán, para irse progresivamente multiplicando y expandiendo hacia el Norte. Dos nuevos grandes ejes se sumarían posteriormente al anterior: el Delta del río Yangtze teniendo a la ciudad de Shanghai como epicentro y la región del Mar Bohai con Beiging y Tianjin como principales núcleos urbanos.
Paralelamente, las tarifas domésticas fueron cayendo poco a poco, en proporción directa a la mayor fortaleza de sus empresas para hacer frente a la competencia extranjera: 55% en 1982, 24% en 1996 y 12% en 2003. Más aún en 2006, y en función de su entrada a la Organización Mundial de Comercio en 2001, sus tarifas cayeron al 6%.iii
Desde luego, la gradualidad del proceso no debe hacernos perder de vista la celeridad extraordinaria de éste. Según señala Joshua Cooper Ramo el modelo contempla dos elementos fundamentales. El primero es aquel que enfatiza el valor de la innovación. El segundo se dirige a promover políticas y actitudes susceptibles de brindar respuesta al caos producido por la innovación.iv
De acuerdo a lo primero, se asume que la única manera de enfrentar los problemas del cambio es acelerando el cambio mismo. La innovación y el énfasis en la tecnología constituyen la fórmula adecuada para que las soluciones producidas por el movimiento puedan generarse con rapidez mayor que los problemas creados por ese mismo movimiento. Así las cosas, más importante que preocuparse por el desempleo que genera la tecnología, es el pensar que esa misma tecnología producirá respuestas frente al desempleo.
De acuerdo a lo segundo, se asume que para enfrentar el caos producido por el movimiento rápido se hace necesario propiciar un conjunto de políticas y actitudes mentales fundamentales. En otras palabras, si bien hay que lanzarse al vacío no pueden dejar de construirse mallas de protección. Las mismas se dirigen en diversas direcciones: políticas de protección social y desarrollo de capital social, defensa del ambiente, lucha contra la corrupción y aptitud de gobernabilidad asentada en la promoción de la capacidad de respuesta individual.
Al conmemorarse este año las tres décadas del año 1979, es pertinente pasearse por el profundo significado histórico del mismo y, en particular, por lo ocurrido en China. A partir de ese momento la relativización del modelo occidental comienza su ciclo ascendente.
i «Brand China», «The Foreign Policy Centre», febrero 2007, p. 28.
ii Toro Hardy, Alfredo, Las Falacias del Libre Comercio, Caracas, Editorial Panapo, 1993.
iii Inter-American Development Bank , The Emergence of China: Opportunities and Challenges for Latin America and the Caribbean , Washington D.C., marzo 2005.
iv «The Beijing Consensus», The Foreign Policy Centre, London, mayo 2004.