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Compañero Presidente

Fuentes: Rebelión

Como todos los uruguayos que vivimos en el exterior, seguí «de cerca» los comicios electorales del 31 de octubre. Como todos ellos, me emocioné viendo esa enorme marea multicolor que inundaba el centro de Montevideo. Voces roncas y aguardentosas, gritos en los que se confundían el júbilo con la rabia contenida durante tantos anos de […]

Como todos los uruguayos que vivimos en el exterior, seguí «de cerca» los comicios electorales del 31 de octubre.

Como todos ellos, me emocioné viendo esa enorme marea multicolor que inundaba el centro de Montevideo.

Voces roncas y aguardentosas, gritos en los que se confundían el júbilo con la rabia contenida durante tantos anos de frustraciones, ritmos lonjeros y en general, el color local de los afectos, que para los que nos fuimos, quedaron congelados en las manos del último adiós.

Esas que desde la ventanilla de un avión vimos achicarse hasta desaparecer detrás de una nube algodonada, se desparramaban ahora vigorosas en los apretados abrazos del reencuentro.

Confieso que volví a sentirme paisano entre mis paisanos, simple caracterización que guarda, sin embargo, un profundo significado. Don Atahualpa Yupanqui solía decir:» paisano es el que lleva el país adentro».

Como muchos compatriotas, tengo una visión crítica de esta coalición que se cobija bajo el lema FA-EP-NM. El temor es que se trate del mismo perro con otro collar.

Sé perfectamente que por ahora defiendo junto a miles de uruguayos de adentro y de afuera, una posición minoritaria dentro de la izquierda uruguaya.

No nos preocupa.

Hace ya muchos anos que aprendimos a desconfiar de la sopa grasienta que se sirve en el plato populista de la mayoría.

Era ésta la que colmaba los estadios de la Argentina durante el Mundial de Fútbol de 1978, mientras a sus espaldas, silenciosamente, una «minoría» de 30000 argentinos que querían un futuro mejor para su pueblo, desaparecía tragada por las mazmorras genocidas. Esto no implica desconocer la importancia del resultado electoral uruguayo, pero si los números y las ideas fueran la misma cosa, no habríamos superado aún la era de la tracción sanguínea.

Creo que sea un deber elemental concederle al nuevo gobierno frenteamplista, una tregua razonable.

Las polémicas ideológicas al igual que las mejores leyes de papel, si no pasan por el embudo de la realidad, no modifican la estupidez de aquellos que las sostienen ni alivian el peso de los que las aguantan. Somos lo que hacemos y no lo que decimos.

La dialéctica del proceso de cambio, pondrá entre la espada y la pared a la clase dirigente frenteamplista, no ya como oposición, sino como fuerza propulsora del mismo.

Veremos entonces si su proa corta las aguas que llevan hacia la dignidad nacional, o lo hace con la sirena y en bajada hacia el pago infame de la deuda externa. En esa opción se juega el futuro del país.

Será ese el mojón a partir del cual en el tablero del ajedrez político se moverán las piezas. A través de él podremos intuir claramente si la «orquesta-pueblo» y su «director-presidente», luego de los idílicos ensayos de la campana electoral, son capaces de mantener la misma pulsación del «tempo» a la hora del concierto.

Estaremos de oreja parada.

Somos escépticos. Preferiríamos equivocarnos.

Si así fuera, nuestro apoyo será sincero y generoso. La necedad, afortunadamente, no forma parte de nuestro patrimonio moral.

La urgencia que reclama la situación indigente de miles de compatriotas, no puede darse el lujo de esfumarse en los meandros de las capillas.

En caso contrario seremos inflexibles, pues se trataría lisa y llanamente de una estafa.

Nosotros, los que estamos desde hace muchos años afuera del país, no sufrimos materialmente los apremios de quienes cayeron en la telaraña de la política económica neoliberal, sin haber tenido ni la posibilidad ni la suerte de zafarle el bulto a la catástrofe.

Ello no significa desconocer que, de otra manera mucho más sutil pero igualmente cruel, esas castas parásitas que hasta ahora han gobernado el Uruguay y que tan bien representan los Sanguinetti, los Lacalle, los Bordaberry y los Batlle con sus interminables árboles genealógicos enraizados en la enorme teta estatal , nos han escamoteado el país, señalándonos la puerta de embarque.

Siempre he tenido una tendencia morbosa que con los añoos se ha ido acentuando.

Cada vez que entro en un restaurante y saboreo un plato sabroso – son famosas en todo el mundo las «trattorias» romanas de Trastevere – no puedo sacarme de encima un cosquilleo que mucho se asemeja al remordimiento.

Me parece injusto levantarme de la mesa, pagar la consumiciòn e irme sin saber, la mayor parte de las veces, quién es el «culpable» de esos manjares que a veces tienen algo de imperecedero.

Lo mismo me ocurre con el vino italiano – ejemplo sublime de uva transformada en poesía – con el «olio extra vergine di oliva» o con el «aceto balsamico di Modena».

Gracias a esta sana curiosidad, he entablado amistades entrañables con algunos de los cocineros y vitivinicultores peninsulares más renombrados a nivel internacional.

Algo parecido me ocurre con mi instrumento.

Hace veintitrés anos que recorro con él los teatros del mundo.

Cada vez que se repite el ritual de las luces que se apagan preludiando el vuelo del primer acorde, viene a mi mente Masaru Kohno, ese genial luthier japonés que parió con sus manos mi guitarra.

A esta altura, el lector impaciente se preguntará: ¿qué tiene que ver el título del artículo con el desarrollo del mismo?

«Vayamos por partes», dijo Jack.

En esos festejos bullangueros aleteaba diminuta y traviesa, la presencia fantasmal de uno de los grandes arquitectos de la victoria frenteamplista. Parte de su obra se reflejaba en las caras aliviadas y sonrientes de miles y miles de jóvenes que suenan con poder vivir en un país más digno y más justo.

Nadie se acordó de esa liviana criatura, pérfida para sus propios correligionarios. Su tarea ciclópea pasó desapercibida.

En algún oscuro rincón de nuestro Uruguay, allí donde no llega la ingratitud, estaba él, espectador al sesgo de una catástrofe que lleva su firma.

Seguramente en cuclillas, con su espalda curva y esos ojitos desorbitados empujándole siempre los lentes.

Pasándose la lengua por los labios con cara de «yo no fui».

En los estrechos callejones de la política, como hombre de negocios gozo siempre de una pésima reputación.

No faltó quien lo asimilara al aparato digestivo, por su innata facilidad para hacer mierda todo lo que tocaba. Es posible que sólo se trate de maledicencia.

Lo que nadie puede poner en duda es su capacidad letal para destruir a su propio partido. Fundió al Partido Colorado, ese monstruo mastodóntico, promiscuo ejemplo de clientelismo caudillista que ya nada tenía en común con el noble progresismo de don José Batlle y Ordóñez! Cada vez que tuvo que sacarlo a pasear, lo vistió siguiendo los consejos del enemigo.

Por todo lo anterior, Jorgito Batlle ocupa en mi fuero íntimo, un lugar de privilegio junto a mis entrañables amigos vitivinicultores y al inconmensurable Masaru Kohno.

Son los ocultos tubos de ensayo en los que hierven deliciosas alquimias.

Es justo y legítimo que el pueblo uruguayo celebre su victoria en las urnas.

Admitamos también que media hoja de esa ventana por la que hoy puede entrar un aire más puro, la abrió-como siempre apuntando con la culata- este inefable personaje de lágrima incontinente.

Piel y hueso. Eso es lo que queda felizmente del Partido Colorado después del malambo que Jorgito le bailó encima.

Toda la izquierda uruguaya tiene con él una deuda de gratitud.

Faltan aún cuatro meses para que Tabaré Vázquez sea efectivamente Presidente de los uruguayos.

Creo que el saliente ha hecho méritos suficientes para que de aquí al 1° de marzo del año próximo, la izquierda uruguaya lo llame como Dios manda: Compañero Presidente!

Ningún colorado sin irse de sus tiendas, le había dado hasta ahora a sus contendientes una mano tan significativa.

Después, al cuartito a llorar. Como siempre y para no perder la costumbre.

Escondido y con el casco bien apretadito, pues El Cejudo ( * ) y su patota si lo agarran, le rompen la cabeza.

( * ) Julio María Sanguinetti

<> Guitarrista uruguayo. Arezzo-Italia, 2-11-04