En julio último la perspectiva militante (desde el punto de vista participativo, inclusivo y movilizado) y aún electoral del Frente Amplio uruguayo (FA) era verdaderamente sombría. Parecía haberse incubado largamente, al menos en buena parte de su dirigencia, el oxímoron de una «candidatura natural» sustentada sobre la endeble -y no menos oportunista- razón del «porque […]
En julio último la perspectiva militante (desde el punto de vista participativo, inclusivo y movilizado) y aún electoral del Frente Amplio uruguayo (FA) era verdaderamente sombría. Parecía haberse incubado largamente, al menos en buena parte de su dirigencia, el oxímoron de una «candidatura natural» sustentada sobre la endeble -y no menos oportunista- razón del «porque se gana». Aun superando la incertidumbre de su materialización fáctica, quedaba velada, entre otras cosas, la indispensable inversión gramatical del término que obliga a inquirir «por qué se gana»(ría) que a la vez lleva al interrogante de con quiénes se gana(ría). Dediqué por entonces dos artículos a la preocupación por aquella tendencia que parecía ineluctable («Multicandidaturas y narcisismos» el 14/07 y «Perfiles de un perfil presidencial antinatural» el 21/07 cuyas ideas centrales contribuyen a fundamentar estas líneas). Concluía en ellos que aún si se imponía una candidatura naturalizada y excluyente -que no dejaba de lamentar- debía ser votada y apoyada inexcusable y disciplinadamente por varias razones. Desde una intransigente posición de principios de honrar la unidad histórica de la izquierda uruguaya verificada desde el ´71, hasta de oportunidad ante la amenaza de recuperación de la derecha y el riesgo nada improbable de comprometer las mayorías parlamentarias, realimentando de este modo el desencanto. En el sistema electoral uruguayo no está previsto el corte de boleta como en Argentina. Sin poder mensurar la magnitud proporcional concreta, me permití explicitar que varios militantes de heterogénea inserción en el FA, me confiaban que «a Vázquez no lo votarían», expresión fácilmente hallable a vez en las proteicas y también inmensurables redes sociales. Pretendía con aquella conclusión desalentar esa suerte de veto ejercido hacia un frenteamplista en particular que en varios casos estaba fundamentado prioritaria y paradojalmente al modo revanchista, por haber apelado a ese instituto monárquico y autoritario como el del veto en el ejercicio presidencial, entre otros motivos críticos relevantes.
La intranquilidad o el evidente malestar de algunos sectores -que además de recoger hacía propios- no puede depositarse en quien resulte como única opción naturalizada en este caso presidencial, sino en la misma narrativa ideológica naturalizadora, que tácitamente el propio ex presidente Vázquez consintió. No se trata de objetar sujetos (que en sentido lacaniano siempre se encuentran sujetados por las estructuras) sino la arquitectura política e ideológica que imprime la naturalización y en consecuencia produce ese tipo particular de liderazgo caudillista e indiscutible, tan opuesto a la tradición e ideales frentistas. Porque resulta solidario con la desmovilización y consecuente separación entre dirigentes y dirigidos, entre decisores vitalicios y pasivos ejecutantes eternizados de las decisiones, que a la vez los afectan. Considero que para poder apoyar entusiasta y comprometidamente cualquier iniciativa, y mucho más si se trata de una opción política, resulta indispensable poder participar en la toma de decisiones, cualquiera fuera el carácter concreto de -y el acuerdo o desacuerdo que se tenga con- lo decidido. De lo contrario, ¿cómo se explicaría por ejemplo el dinamismo que mantienen y en ocasiones incrementan los movimientos sociales (incluyendo aquí a los sindicatos) nutridos por miles de frenteamplistas, por oposición a la declinación de las instancias participativas políticas de base, como los comités en el caso del FA? Si la política dejó de enamorar y de conquistar parte del ocio como proyecto de realización cívica y subjetiva, no es al amor al que hay que problematizar sino a los modos en los que ésta se presenta y seduce. La declinación de los comités de base también ha erosionado la independencia dentro del FA, que fue un motor de pluralismo y diversidad. Los grupos y partidos constitutivos, en ausencia o depresión de los comités, ofrecen al menos un cierto ámbito de participación, según los casos, aunque mucho más ceñido a los objetivos partidarios.
La precandidatura de la actual senadora Constanza Moreira constituye, entre otras novedades oxigenantes, una posibilidad cierta de suturar el potencial desgarro al que conducía la «naturalización», aunque no podamos cuantificar las proporciones. Toda intervención militante en una interna es a la vez un compromiso con el colectivo una vez superada esa instancia de confrontación. Invita a quienes se sientan interpelados por alguna de las opciones en disputa a involucrarse y participar asumiendo a la vez que las reglas de juego suponen el respeto y acompañamiento posterior a la decisión mayoritaria cualquiera sea el resultado. Pero más importante aún es el hecho de otorgar una oportunidad de reencuentro militante de ciertas bases heterogéneas -aún indeterminables en magnitud- con la participación política, dejando necesariamente un sedimento organizativo unitariamente plural. O en otros términos, es también una oportunidad de reorganización política de una proporción militante desencantada de la política o eventualmente exilada en los movimientos sociales.
No comparto las perspectivas que acotan la emergencia de esta precandidatura a un nivel cuasi simbólico como por ejemplo se infiere del artículo de mi amigo Jorge Pasculli en este diario, para quien Constanza «no tiene ninguna posibilidad de ganarle a Tabaré» o que «pierde por paliza» porque involuntariamente abona la ideología naturalizadora y unilineal. No tengo ninguna encuesta sobre la mesa y dificulto que la haya en estos momentos. Sólo me baso en ciertas inferencias deductivas para suponer que esta interna no será como las anteriores. Ni como la del 2004 entre Vázquez y Astori cuando las circunstancias obligaban a reforzar un perfil más carismático y sobre todo cuando el FA vivía su apogeo militante y participativo. Ni como la del 2009 entre Mujica y Astori (mucho más proporcionada) cuando se dirimía la correlación de fuerzas entre las dos grandes referencialidades ideológicas integrantes, la más reformista y la opción de izquierda, aunque esta última no se haya distinguido mayormente en la gestión concreta. La opción de Constanza, si bien reproduce en parte la oposición entre esas referencialidades ideológicas al interior del FA, viene a trazar otra línea divisoria transversal, no contemplada en las precedentes: la de la oposición entre líderes y bases, entre dirigentes y dirigidos. Esta opción atraerá una buena proporción de jóvenes y de mujeres, de independientes, pero fundamentalmente de bases militantes que no se resignan a acompañar la realidad desde una pantalla televisiva, aunque llegue ahora en alta definición. Menos aún luego del obsequio que -por las próximas décadas- le hiciera el Presidente Mujica a los eternos canales privados, hipotecando el futuro de la distribución del mensaje y la consecuente pluralidad. Constanza representará la opción de los constantes, o si se prefiere, de los que Bretch calificaba de imprescindibles. ¿Son muchos? No lo sé, aunque aspiro a que sí. Pero si fueran muy pocos no sólo lo padecería esta alternativa sino toda la izquierda uruguaya y su futuro.
Si apelamos ahora a datos empíricos, la historia electoral uruguaya de este siglo está plagada de síntomas que aún no se han decodificado con precisión y por tanto generan desconcierto. El común denominador está marcado por la sorpresa y la incertidumbre. Por haber perdido casi 3 puntos en la última presidencial obligando a ir a ballotage y logrado mayorías parlamentarias raspando, por haber perdido los dos plebiscitos, intendencias (ganando otra) y por haber motivado una verdadera rebelión electoral de las propias bases en las municipales capitalinas. No es precisamente la disciplina absoluta aquello que caracteriza las conductas electorales uruguayas en general, ni frenteamplistas en particular.
A la vez, ejercitando la autoconciencia crítica, no tengo dudas que mis opiniones -y explícitos deseos- están atravesados por afectos e historias en lo que a esta opción refiere. Tengo un gran respeto intelectual y aprecio personal por Constanza. También, sin resignar mi plena independencia, guardo simpatía por el PVP tanto como por el viejo PST de aquellos orígenes del MPP a fines de los años ´80. He dado algunas charlas en locales de esos partidos hace ya muchos años. Debo añadir que trabé además una entrañable amistad con Hugo Cores conociéndolo muy tardíamente, inclusive después de que prologara la edición uruguaya de uno de mis libros. Desde entonces y hasta su muerte, me era inconcebible pasar por Montevideo sin tener con él esas largas discusiones sobre la situación de la izquierda uruguaya generalmente en el bar de 18 de Julio y Tristán Narvaja, frente a la universidad y en menor proporción cuando Hugo venía a Bs. As.
Hasta dónde esta carga emotiva influye en mis conclusiones es algo que veré con mi analista. Sin embargo, encuentro sólidas razones para apoyar con entusiasmo la opción que se abre. Constanza encarna en mucha mayor medida, buena parte del perfil de 11 puntos que genéricamente intenté esbozar en el artículo que menciono al comienzo. Garantiza laicidad, fidelidad al programa y disciplina sin necesaria obsecuencia o autocensura de su independencia crítica, es mujer y tiene una larga trayectoria en el FA, ha vivido siempre de su salario, integra la clase media uruguaya y prescinde del boato y los gestos suntuosos, posee un sólido nivel intelectual, tiene experiencia legislativa y ejecutiva a nivel universitario, ha participado en luchas reivindicativas diversas y pertenece a la fracción etaria que llamo posfundadora, permitiendo de este modo iniciar el deseado recambio generacional. ¿Con ella no se ganaría? Lo desconozco, pero esa aserción electoralista se arguyó hace 4 años para con Mujica y hoy es el presidente.
El FA tiene la buena costumbre de nombrar sus congresos en homenaje a sus grandes figuras, por oposición a otras tradiciones numerales como la comunista. El próximo congreso llevará el nombre de Hugo Cores en justo reconocimiento de todo el FA a su enorme trayectoria militante e intelectual.
Ejercitando el realismo mágico, si Hugo viviera y asistiera al congreso ¿qué opción cree el lector que el homenajeado apoyaría?
Emilio Cafassi Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.