I. Georgia. Crónica desde Tbilisi Georgia mantiene abiertos multiples frentes Desde la desaparición del antiguo espacio soviético, Georgia, como otras nuevas repúblicas, ha experimentado importantes transformaciones, aunque no todas han tenido un reflejo positivo para la mayoría de la población. Las estatuas de Lenin han sido sustituidas por las de San Jorge, como en la […]
Desde la desaparición del antiguo espacio soviético, Georgia, como otras nuevas repúblicas, ha experimentado importantes transformaciones, aunque no todas han tenido un reflejo positivo para la mayoría de la población.
Las estatuas de Lenin han sido sustituidas por las de San Jorge, como en la céntrica plaza de la Libertad en Tbilisi; las banderas de la Unión Europea ondean en numerosos edificios, como muestra de su deseo de adhesión al proyecto europeo y de rechazo hacia Moscú; los coches de lujo circulan por las calles del país en un número nada desdeñables; la crisis industrial que siguió a la desaparición de la URSS no ha sido solventada; la corrupción se ha instalado en numerosas esferas sociales; y los edificios en ruinas y sin acabar de construir surgen con asiduidad, al tiempo que se aprecian síntomas evidentes de especulación urbanística.
Esa visión de casas o edificios abandonados obedece a varios motivos. Los efectos del auge y caída de algunos políticos y cargos gubernamentales, cuya situación económica ha cambiado radicalmente, hasta tal punto que no han podido seguir con las construcciones, en algunos casos de lujo, que pretendían llevar a cabo; el abandono de los edificios cooperativos de los koljós y de las fábricas del período anterior; o las disputas entre diversos personajes, que algunos califican cercanos ala mafia local, mientras que otros los definen como multimillonarios, como el que acontece en torno al hotel que domina la capital de Tbilisi y al que se accede en funicular. Este proyecto permanece parado por las disputas entre los propietarios del hotel y los del teleférico.
El poder de la Iglesia georgiana ha recobrado protagonismo y fuerza, mientras que el rechazo hacia «lo ruso» sigue inmerso en numerosos sectores de la población. El escenario político sigue representado por el pulso que mantienen el actual presidente, Mikheil Saakashvili y la oposición, que acusa al primero de «ocupar ilegítimamente el puesto».
La llamada «revolución rosa» que en 2003 logro un giro de la política georgiana, situándola en la esfera de los planes de Washington, parece que no ha dado los frutos que esperaban algunos de sus promotores, de ahí el enfrentamiento entre las élites políticas del país.
Estos últimos días la actividad política ha mostrado cómo los frentes que mantiene abiertos Georgia siguen latentes. Así, por ejemplo, en un solo día, el pasado diecinueve de marzo, mientras Saakashvili era recibido en la Casa Blanca por su homónimo George Bush, los partidos opositores se manifestaban frente a la embajada estadounidense de Tbilisi para solicitar que el mandatario norteamericano no recibiera al presidente georgiano. Un día antes, el propio Saakashvili había anunciado que las elecciones parlamentarias se podrían celebrar el próximo 21 de mayo, y Moscú por su parte anunciaba el establecimiento de los vuelos, suspendidos desde 2006.
Las protestas en la entrada del Parlamento, con un campamento donde la oposición continúa su huelga de hambre, buscan también erosionar el régimen del actual presidente y de sus aliados políticos. Algunos georgianos nos comentaban que al fuerza de los primeros días parece ir desapareciendo y que la duración de la protesta puede durar, aunque su apoyo estaría en claro retroceso.
Uno de los aspectos centrales que estos días asomaban en Georgia se podía percibir en torno ala declaración de independencia de Kosovo y las diferentes reacciones que ello ha generado en el escenario internacional, y con numerosas ramificaciones en el caso georgiano. Si la situación de Ossetia del Sur y de Abjasia se pueden considerar como una realidad independiente de facto, incluso los mapas elaborados por el gobierno de Tbilisi recoge esos territorios con una nota especial, delimitando sus fronteras y señalando que en estos momentos» no están bajo control del gobierno», acontecimientos como el señalado vuelve a situar en el centro del debate político el complejo entramado étnico y social de la región.
Rusia ha movido ficha con rapidez, anunciando el fin «oficial» de unas sanciones económicas a Abjasia , que en la práctica nunca fueron reales, y por su parte, Georgia ha amenazado con responder «adecuadamente» a esos planes rusos. No obstante, parece evidente que en estos momentos a ningunos de esos actores les interesa una situación desestabilizadora en la región, que podría traer consigo importantes amenazas para ambos gobiernos.
En ese sentido, algunos analistas locales nos indicaron la «colaboración ruso-georgiana para estabilizar la zona de la garganta del Pankisi», cuando las tropas georgianas contaron con el apoyo de Moscú para expulsar de allí a las fuerzas rebeldes de algunas repúblicas del norte del Cáucaso. Por eso las fuentes trusas han mostrado al mismo tiempo su postura de no reconocer todavía la independencia de Abjasia, tal vez preocupado por las amenazas vertidas por algunos líderes de movimientos armados abjasios, como la Legión Blanca, que estarían dispuestos a relanzar sus ataques contra las tropas rusas y poner en una difícil situación la celebración incluso de los Juegos Olímpicos de Invierno en la vecina ciudad de Sochi.
Tampoco parece que Georgia reciba mucho más allá de bunas palabras desde Occidente, y los deseos de los dirigentes del país para ser aceptados en el club de la OTAN podría haber recibido un revés tras la supuesta negativa de Alemania, Francia, Italia, Grecia o Noruega de conceder un estatus especial tanto a Georgia como a Ucrania en la próxima cumbre de la organización militar en Bucarest.
Tanto desde Occidente como desde Moscú se intenta utilizar la posición privilegiada de Georgia en beneficio propia, al mismo tiempo que se usa como forma de presionarse mutuamente, sin importarles mucho ni las demandas ni la situación de la población georgiana. Y para llevar a cabo esas estrategias cuentan con la colaboración de las principales élites locales, interesadas en mantener sus privilegios, sin olvidar tampoco las tramas oscuras que han venido tejiendo sus redes en torno a los círculos de poder más importantes del país.
Finalmente también permanece sin solucionar el delicado tema de los miles de refugiados que se han distribuido por el país a raíz de los diferentes enfrentamientos que han sacudido la región en los últimos años. Muchos de los refugiados que huyeron de Abjasia fueron ubicados en diferentes hoteles de Tbilisi, uno de ellos, el Iveria está siendo reformado tras haber lo vaciado de refugiados, a los que se lees ofrece una nueva ubicación en otros lugares. Pero lo cierto es que el drama de esa realidad tampoco parece que pueda atajarse a medio plazo.
La privilegiada situación geoestratégica puede ser un factor favorable para Georgia, pero los intereses extranjeros en ocasiones pueden desequilibrar esa balanza. Con conflictos étnicos en su seno, con un sistema político cada día más enfrentado, con múltiples carencias estatales y sobre todo con las manos de los actores internacionales prestas a cualquier tipo de maniobra interesada, la realidad de Georgia se nos muestra con todos sus frentes abiertos.
II. Armenia. Crónica desde Yerevan Las aguas bajan revueltas en Armenia
Armenia es una de las tres antiguas repúblicas soviéticas del sur del Cáucaso, y cuya ubicación geoestratégica ha contribuido al paso de diferentes imperios, aunque siempre han mantenido una importante lucha por preservar su independencia e identidad como pueblo. Dos de los pilares más importantes en ese ámbito lo encontramos en el importante peso que siempre ha desempeñado la religión en el país, siendo Armenia el primer pueblo en adoptar el cristianismo como religión oficial (la Iglesia Apostólica Armenia es su plasmación), y en la importancia de la lengua (el alfabeto armenio surge en el año 405 y se ha convertido en el vehículo central «para poder preservar y consolidar la identidad Armenia».
Uno de los episodios que más ha marcado la historia de este pueblo tuvo lugar a principios del siglo veinte, lo que se ha venido a conocer como «el genocidio armenio», cuando el imperio otomano llevó a cabo un plan que acabo con la vida de cientos de miles de armenios. Posteriormente, Armenia ha conocido la materialización de tres repúblicas, entre 1918 y 1920, surge la República Independiente de Armenia, que durante 1920 y 1991 se llamará República Socialista Soviética de Armenia, para ser a partir de esta fecha y hasta la actualidad, el estado independiente de la República de Armenia.
Si la diversidad étnica no tiene la importancia de sus dos repúblicas vecinas (Georgia y Azerbaiyán), Armenia ha estado sumida en diferentes crisis desde la desaparición de la URSS. Por un lado, la debacle económica que siguió tras ese acontecimiento todavía no ha sido superada. Aunque algunos datos apuntan a un acierta recuperación, todavía es posible ver los restos de numerosas industrias abandonadas por todo el país. El posterior conflicto armado con Azerbaiyán en torno a Nagorno Karavagh y la inestabilidad política tampoco han ayudado a emerger al país caucásico.
La ultima escalada de la tensión se produjo el pasado uno de marzo, que algunos definen como «sábado sangriento», cuando las manifestaciones opositoras fueron reprimidas por las fuerzas policiales y varios manifestantes murieron, al tiempo que decenas acabaron detenidos. Acto seguido el nuevo presidente electo, Serge Sargsain, declaró el estado de emergencia.
Esa situación tocaba a su fin el pasado día 20, y el viernes 21 la oposición quiso aprovecharlo para manifestarse en recuerdo de los fallecidos y en demanda de libertad para los detenidos. La convocatoria era una cadena humana silenciosa que debería unir la plaza de la Libertad (donde fallecieron la mayoría de los manifestantes) y la calle Italia, donde se ubican edificios oficiales y de la judicatura, y atravesando las principales calles céntricas de la capital, Yerevan.
Horas antes, pudimos observar que la presencia policial, formando importantes barreras, se colocaban en los puntos de reunión anunciados. Las fuerzas opositoras nos comentaron su intención de realizar una ofrenda floral y colocar velas en memoria de los muertos. Sin embargo, sus deseos iniciales fueron frustrados por la intervención policial. Por medio de mensajes y de palabra, los opositores de desplazaron a una calle donde pudieron concentrase en fila y en silencio, portando carteles y velas, mientras eran grabados uno a uno por la policía , mientras que al mismo tiempo proseguía el acoso policial y los impedimentos para concentrase. El sábado 22 se volvió a repetir el intento, pero la intervención policial, algo más dura, volvió a reprimir cualquier intento de concentración.
Algunos represe4ntantes gubernamentales reconocían que «la declaración del estado de emergencia, y los recientes acontecimientos, reflejan que la situación de Armenia no es de normalidad». A su vez, apelaban a un dialogo entre las autoridades y las fuerzas opositoras para poder desbloquear la situación, algo que era apoyado de forma pública por el defensor del pueblo armenio.
La oposición reconocía oficiosamente que la asistencia a las protestas había descendido por el miedo y la represión, pero que buena parte de la población está muy enojada con la actitud del futuro presidente, Sargsian. Al mismo tiempo esas mismas fuentes nos indicaban el enfado ante la actitud de la jerarquía eclesiástica, que apoyando a Sargsain parecía acusar a los propios manifestantes de lo acontecido.
Y en este escenario debemos detenernos en la posición de las potencias extranjeras. Estados Unidos, que mantiene la mayor embajada de la región en Yerevan, amenaza por boca de la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, con romper determinados acuerdos económicos, mientras que Rusia sigue mirando a Armenia como un potencial aliado, clave para frenar el ascenso de otros actores extranjeros en la región.
La diáspora Armenia, con importantes lobbys en el estado francés (donde lograron la promulgación de una ley en torno al genocidio armenio) o en Estados Unidos (donde cuentan con importantes apoyos y condicionan en cierta medida la candidatura de Obama o Clinton), es una de las principales fuentes de recursos para el país (carece de las riquezas naturales de Azerbaiyán o de la privilegiada posición geoestratégica de Georgia), también estaría presionando para dar una solución al actual conflicto político que divide a la población armenia.
Las generaciones más jóvenes que se han sumado a las protestas, y que protagonizaron buena parte de los enfrentamientos del pasado día uno, se muestran desilusionadas con la clase política actual. Ven en ella una sucesión de personalidades que sólo buscan mantener sus privilegios y en ningún caso profundizar en las importantes reformas que demanda el actual sistema armenio para lograr una mejora en la calidad de vida de la mayoría del país.
En los próximos meses el debate político en Armenia puede profundizarse en torno a ese sistema forjado por los líderes políticos del país y al mismo tiempo pondrá a prueba buen aparte de la cultura política del mismo. Queda por ver el desgaste que pagarán tanto Sargsian como la Iglesia armenia por su actitud durante la crisis, así como la capacidad de nuevos movimientos para generar una alternativa real de cambio.
Lo que la mayoría de personas nos manifestaron es que este ciclo no va a suponer el fin de la historia, y que si los acontecimientos de estos días tendrán su impacto en el futuro del país, de momento las aguas que discurren por Armenia continuarán bajando revueltas, y no será un simple efecto del deshielo de sus imponentes cimas montañosas.
III. Nagorno Karavagh. Un conflicto que continúa sin cerrarse
El cementerio de Yerablur en Yerevan, la capital de Armenia, contiene las tumbas de gran parte de los fallecidos durante el conflicto de Nagorno-Karavagh. En días señalados, como la Pascua, son numerosas las familias que se acercan hasta allí para mostrar su dolor por la pérdida de seres queridos. Las imágenes de los muertos en las lápidas, las flores sobre las tumbas y los llantos de madres de avanzada edad se entremezclan con las visitas de los «camaradas de armas» que lograron salir vivos de este reciente conflicto que sacudió las tierras del sur del Cáucaso y que trajo terribles consecuencias para la población de Armenia y Azerbaiyán.
La disputa entre armenios y azerbaijanos por el control de Nagorno- Karavagh puede considerarse como el primer enfrentamiento que sacudió el sur del Cáucaso en las últimas décadas. Hace ahora veinte años, el 20 de febrero de 1988, el soviet local, de mayoría armenia, votó por la separación de Nagorno-Karavagh de la República soviética de Azerbaiyán, y su ingreso en la de Armenia.
Las raíces de este conflicto no obstante se remontan a los años veinte del siglo pasado, cuando se produjo la reorganización soviética de las fronteras en el Cáucaso, que trajo consigo la creación de la Región Autónoma de las Montañas de Karavagh, de mayoría armenia, pero en territorio del estado de Azerbaiyán. En aquellos años, Moscú buscaba un acercamiento a Turquía y de ahí esa maniobra, que chocaba con las demandas de Armenia que buscaba la creación de un estado en base a otras fronteras.
En 1988, la percepción de la población armenia de Nagorno-Karavagh en torno a su marginación política y cultural por parte de Bakú, trajo consigo los primeros movimientos secesionistas que un año más tarde se plasmará con la declaración a favor de la unión de Nagorno-Karavagh con Armenia. Esta medida que podría traer complicaciones al propio gobierno de Yerevan fue cambiada por la proclamación de la independencia para Nagorno-Karavagh. Este paso fue ratificado en un referéndum en 1991, y el año siguiente se declarará la República de las Montañas de Karavagh. A pesar de todo, a día de hoy esta república no ha recibido ningún reconocimiento internacional, ni tan siquiera Armenia se ha atrevido a dar ese paso.
La sucesión de huelgas, manifestaciones, pogromos y deportaciones degeneraron en una guerra a escala total entre Armenia y Azerbaiyán. Miles de personas perdieron la vida, se calculan que pueden ser más de treinta mil, y varios millones fueron desplazados.
El final de la guerra se sitúa en 1994, cuando las fuerzas armenias se hicieron con el control de Nagorno-Karavagh y lograron que el ejército armenio abriera, por medio de la ocupación militar, un corredor dentro de Azerbaiyán para unir Nagorno-Karavagh con Armenia.
Oficialmente no se ha firmado ningún acuerdo, por lo que técnicamente la declaración del final de la guerra no se ha producido, y lo que se materializó es un alto el fuego auspiciado por Rusia que se mantiene a día de hoy. A pesar de ello, los enfrentamientos y ataques esporádicos se han sucedido en estos años, como el que ocurrió hace unos días y se cobró la vida de doce armenios y cuatro azeríes.
Las recriminaciones mutuas entre los gobiernos de Yerevan y Bakú se han sucedido estos días, con versiones y acusaciones enfrentadas. Desde Azerbaiyán se indica que los dirigentes armenios estarían utilizando estas «provocaciones para distraer la atención ante los graves acontecimientos domésticos de estas semanas». Por su parte desde Armenia se acusa al vecino de intentar utilizar esa situación para debilitar aún más al gobierno de Yerevan.
La comunidad internacional, una vez más, también ah jugado sus propias bazas en defensa de sus intereses militares, económicos o geoestratégicos. Así, Rusia apoyó en us momento a Armenia durante la guerra, lo que probablemente le permitió a ésta hacerse con ese control que ahora mantiene. Las riquezas energéticas de Azerbaiyán y la ubicación de los oleoductos y gaseoductos en la región son parte del jugoso pastel por el que pelean esos actores extranjeros.
En estos momentos, Rusia y Estados Unidos, junto al estado francés siguen sus intentos mediadores, iniciados hace algún tiempo, para buscar una salida estable al conflicto y a la situación generada por éste. En este contexto, el pasado día catorce, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó una resolución impulsada por Azerbaiyán (39 votos a favor, 7 en contra y 100 abstenciones) solicitando la salida inmediata de las tropas armenias de territorio azerí. Los tres estados mediadores votaron en contra de la propuesta «porque esa medida no ayuda al establecimiento de un proceso de paz».
La resolución, además de la salida de las tropas armenias, exigía entre otras cosas, «el respeto a la integridad territorial de Azerbaiyán, el apoyo a la población expulsada para la vuelta a sus hogares, la asistencia intencional para la rehabilitación de los territorios afectados o el rechazo a reconocer la independencia de facto que a día de hoy mantiene Nagorno-Karavagh».
Lo cierto es que el escaso apoyo recabado, el rechazo de importantes actores (el grupo mediador y Armenia entre otros) no augura un futuro halagüeño a la misma. Lo que sí ha acertado esa propuesta es a poner sobre la mesa los temas clave para la resolución definitiva de la situación. El estatus de Nagorno-Karavagh, la presencia de tropas militares armenias en Azerbaiyán, la seguridad de Karavagh, el regreso de los refugiados, y sobre todo el establecimiento de unas condiciones que garanticen una convivencia libres y en paz a las poblaciones armenias y azeríes.
A día de hoy, las autoridades de Nagorno-Karavagh siguen demandando el reconocimiento por parte de la comunidad internacional de su independencia, con el apoyo tácito de Armenia. Azerbaiyán por su parte, insiste que se ha visto privado de importantes zonas de su territorio, dentro de las fronteras que reconocen las leyes internacionales, y que su soberanía sobre las mismas «debe ser reestablecida como una precondición para posteriores discusiones en torno a una posible autonomía para la población armenia que allí habita».
Los acontecimientos en otros lugares del mundo, cuando son unidos a los intereses de terceros actores también suelen tener repercusiones en situaciones como ésta. Por ello no es del todo descartable que esas potencias sigan moviendo sus hilos por encima de las demandas de las poblaciones locales y ello lleve a una agudización de los enfrentamientos y una mayor desestabilización en una zona ya de por sí inmersa en un difícil equilibrio político, social, étnico y económico. Las imágenes de los jóvenes fallecidos en este conflicto y de la destrucción de muchos pueblos en la frontera entre ambos estados son muestras de un sufrimiento y un enfrentamiento que todavía no ha cerrado sus cicatrices.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)