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Tras el asesinato del líder independentista de Puerto Rico, Filiberto Ojeda, por el FBI

Cuando se asesina a una leyenda

Fuentes: Red Eco Alternativa

El 25 de setiembre agentes del FBI asesinaron al líder independentista y dirigente del Movimiento Macheteros de Puerto Rico Filiberto Ojeda Rios. La autopsia confirmó que recibió un solo impacto de bala, no mortal, y que el FBI dejó que se desangrara hasta morir

Comienza el día en Hormigueros, Puerto Rico, y Filiberto Ojeda Ríos amanece por demás ansioso. Lleva cerca de una semana esperando que sea 23 de septiembre para celebrar, como lo hicieran otros desde hace 137 años, un evento muy especial: El Grito de Lares.


Elma Beatriz, su esposa, decide colarle un poco de café, convencida de que así a su amor se le enciende el alma. Sabe que él, aunque no pueda salirse del cerco que la clandestinidad le demarcó desde hace 15 años, hoy va a aparecer. No será físicamente como en alguna que otra ocasión anterior, pero estará allí junto a todos sus compañeros de lucha.
Mientras tanto, Filiberto piensa en lo que ha releído durante estos últimos días para redactar el mensaje que dentro de un rato se emitirá al aire. Enciende el radio, gira el dial, e inesperadamente se oye a sí mismo en la trompeta de la Sonora Ponceña que ahora toca una bella canción. Piensa que hoy, será un día de casualidades.

Se pone cómodo, acerca un sillón y en un par de vaivenes, queda sumergido en la historia de su propia vida. La picardía le asoma en su arrugada frente y no la quiere dejar escapar.

Inclina su cabeza, se ajusta los lentes e inmediatamente piensa en los Gritos de Lares y Yara: otra casi coincidencia, esta vez histórica, entre dos localidades pertenecientes a sendas naciones; pero que hoy como ayer, defienden su soberanía a pesar de las diferentes realidades que viven. Masculla que ya es hora de que en Puerto Rico se extirpe el coloniaje.
Se repite a sí mismo que de volver a nacer, elegiría la vida que ha forjado, defendiendo la causa independentista puertorriqueña de la misma forma en que lo ha hecho hasta ahora.

No se perdería por nada del mundo la fundación del Movimiento Independentista Revolucionario Armado (MIRA), con el que tiempo atrás, le asestara tantos golpes al imperialismo yanqui.

Se siente mejor que Robin Hood, cuando recuerda haberle robado importantes sumas de dinero a las transnacionales para subvencionar la lucha armada que dirigiera al frente del Ejército Popular Boricua, Macheteros. Que total, como dice el dicho: «ladrón que le roba a un ladrón, tiene cien años de perdón»; pero que la independencia de Puerto Rico, sólo se puede pagar otorgándola.

Ya huele a café, se siente en la brisa breve que corre y aromatiza toda la casa. Elma Beatriz, que sabe que hoy es un día muy especial, no ha querido dejar pasar la oportunidad de festejar con un Alto Grande, que ya mismo trae en dos pequeñas tazas. A Filiberto se le hace agua la boca y, entre el cosquilleo indetenible en la barriga que le produce verse disfrazado de Rey Mago, repartiendo un botín en medio de una barriada pobre, sorbe su primer trago.
Le regocija ver su vida signada de tanta pasión revolucionaria e independentista. Sabe que no ha sido inútil toda su entrega. No obstante, le estruja el pecho reconocer que en su tierra -más allá de la opresión yanqui- lo que más daño ha hecho, es la desunión entre sus compatriotas. Pero para mellar eso, él hace rato que viene trabajando.

Don Filiberto, y nosotros, sabemos que él ya resulta totalmente inofensivo para el sistema norteamericano desde el punto de vista físico. Claro está, que eso no le quita lo que en ideario pueda producir alguien con su experiencia y aplomo.
Hace rato que Elma Beatriz es la única que escucha el radio, Filiberto ha vuelto a sus adentros buscando causas. Ya casi va a ser mediodía, y aunque él ha rememorado gran parte de su vida, aún no comienza el evento.

El calor se va adueñando de todos los ambientes y fuera de la casa no se mueve ni una hoja. Sólo el audio de la emisora
retumba entre las paredes como si alrededor no hubiera más nada.

Elma Beatriz anda haciendo quehaceres del hogar. Filiberto sigue allí sentado. Ya se escuchan las estrofas del himno nacional que dan inicio a la actividad en Lares.

Filiberto se empina y pone todos sus sentidos en atención. Le da una leve arritmia, pero sabe que es de emoción. Continúa el acto, conoce que falta poco para su alocución.

De tanto afinar los sentidos, Filiberto ya oye su voz que dice «Don Pedro lo sabía, lo sentía; los quería a todos en Lares. Los sectores victimizados por la propaganda y mecanismos de compra de conciencia, que han sido burlados en su buena fe y llevados a votar por los partidos colonialistas -que defienden que Puerto Rico siga siendo colonia de EE.UU.- son hermanos y se debe reconocer que Lares es también de ellos.» Pero fuera de la casa, otra cosa le resuena. Se asoma por la ventana y sólo ve una calma descomunal, fría, rígida, inerte. Atina a desenfundar su arma, con la clara idea de que el zorro viejo pierde el pelo, pero no las mañas y de que allá afuera pasa algo. Elma Beatriz aparece frente a él, ahora, con cara de desconcierto; aunque adivina lo que va a suceder.

Decididos, ambos se dirigen nuevamente a hacer un paneo por el exterior. Confirman, esta vez, que se encuentran totalmente rodeados por una enorme cantidad de agentes federales. No alcanzan los números para contar tantos enemigos de una sola vez, pero tampoco las balas para un enfrentamiento de igual a igual.

El hostil despliegue, es realmente aparatoso y resuelve efectuar el primer disparo. Filiberto resguarda a Elma Beatriz y devuelve el ataque perpetuado.

Van y vienen los proyectiles de un lado al otro de la casa, atraviesan paredes, muebles y destrozan puertas y ventanas. Él logra darle a uno de esos malditos, aprieta los dientes y dice: «¡bien, coño!»

De mientras, la radio sentenciaba que «los traidores y los vende patrias no tienen lugar en la conmemoración, pero todo aquel que respete el ideal de la independencia debe ser bienvenido a Lares. «

Pero a Filiberto ya no le quedaban municiones, cuando la mirilla de los francotiradores encerraba su silueta. Sólo bastó un «OK» para asegurar este vil acto.

Se derrumbó, pero con una leve sonrisa. Le quedó flotando en la mente la idea de que caer en combate un 23 de septiembre, era una desgracia algo honorable.

Sin embargo, no le dio tiempo a dilucidar si lo que le estaba sucediendo era otra coincidencia más de la jornada o era que a la soberbia gringa no le importa hacerlo mártir un día como hoy. Él no eligió morir en este día; pero sí, al menos, decidió que sería combatiendo.