El «Terrorismo islámico» se ha convertido en el recurso cómodo aunque pobre y estéril a mano de los analistas políticamente correctos para «explicar» los conflictos que suceden en buena parte del mundo, y por supuesto en los atentados de Mombai. El asesinato de varios judíos en un templo, justificaría esta teoría, si no fuera porque […]
El «Terrorismo islámico» se ha convertido en el recurso cómodo aunque pobre y estéril a mano de los analistas políticamente correctos para «explicar» los conflictos que suceden en buena parte del mundo, y por supuesto en los atentados de Mombai. El asesinato de varios judíos en un templo, justificaría esta teoría, si no fuera porque se ha omitido un dato: no se trataba de Eliyahoo, la gran sinagoga oficial judía, sino de un humilde local perteneciente a los ortodoxos Chabad -Lubavitch que se oponen al Estado israelí, por ilegítimo. Corriente nacida en Rusia, su líder Mendel Pewzner recibió la medalla de oro en octubre del 2003 a manos de Putin mientras se impedía la entrada a Rusia de Pinkhas Goldchmidt, gran rabino de este país tras su visita a Israel. ¿Un inocente despiste informativo?
Otro elemento a resaltar ha sido la gran repercusión que han tenido esos ataques en los medios de comunicación occidentales, y bautizarlos como «el 11s indio», y eso cuando los atentados perpetrados en los trenes y estaciones de la misma urbe que dejaron cerca de 200 muertos y casi mil heridos, y además tuvieron lugar un día 11, de julio de 2006, pasaron casi desapercibidos. Si el 11s de Nueva York provocó la ocupación de Afganistán, ¿puede que el «11S indio» dé luz verde a un consenso internacional para legitimar la intervención militar de la OTAN en Pakistán, que ya está en curso? Hace algún tiempo que la suerte de ese País de los Cándidos (así significa su nombre), ha cambiado en el nuevo diseño estratégico de Washington, para caer espiritosamente en desgracia.
Más allá de quién haya sido el autor de los dichos actos terroristas, será Islamabad quien pague sus temibles consecuencias, mientras la rentable bandera de la «guerra contra el terrorismo» seguirá siendo izada por Washington y aliados en provecho de sus agendas estratégicas.
En ese complejo guión son tres los principales actores -EEUU, Pakistán e India-, y un escenario: Afganistán.
La Casa Blanca, tras el fracaso de su «Plan A» en Afganistán, que consistía en crear un gobierno central afín y fuerte, capaz de establecer la seguridad en lo que iba a ser nuevo bastión del Occidente en las fronteras de China, Rusia e Irán, lanza el «plan B» que propone desmembrar a Afganistán y Pakistán, y convertir a la India en su nuevo aliado. Todo empezó cuando la coalición de militares y civiles fanáticos religiosos y corruptos que dirigen la peculiar República Islámica pretoriana de Pakistán, vio cómo EEUU incumplía su promesa de gratificarle por su lucha contra el terrorismo, no haciéndole partícipe en el negocio de gas de Asia central e impidiéndole permitirle el acceso a inmenso mercado de las repúblicas ex soviéticas. Aunque la guinda fue la visita de Bush en el verano del 2006 a Nueva Delhi. Pakistán ya había sido sustituido por su gran enemiga, la India, país que abandonaba su política No Alineada, y a cambio de defender la estrategia norteamericana en la zona -sobre todo con respecto a Irán-recibía la grata noticia de que no sólo sus armas nucleares fabricadas fuera del Protocolo de No Proliferación de Armas Nucleares se volvían «legales» pro arte de magia, sino que podrá almacenar uranio enriquecido, a pesar de lo dictado por el propio Bush tres años antes.
Y fue así cómo los generales cándidos encabezados por Musharraf, que guardaban en la retina la suerte de los ex aliados de Washington – Saddam Husein y los Taliban afganos-, decidieron elaborar su propia agenda y acercarse a los rivales del imperio. Con Irán firmaron un megacontrato para la construcción de un gasoducto llamado «Paz», y con China un acuerdo para levantar seis centrales nucleares. La reacción de la Casa Blanca fue rotunda: el influyente ex secretario de Estado, Richard Armitage, le amenazó con bombardear su país y devolverlo a ‘la edad de piedra’, y por si alguien pensaba en el «tránsfuguismo», el 13 de mayo envió a Anne Patterson, experta en lucha contra las fuerzas antinorteamericanas en Latinoamérica, como nueva embajadora en Islam Abad. El asesinato de Benazir Bhutto, la única líder de carácter nacional, la posterior destitución del rebelde Musharraf, un gobierno central sin autoridad y control sobre los territorios federales, que además no goza precisamente del apoyo del cerca del 70% de sus gentes que vive con menos de un euro al día, podrán acabar con el mapa actual de este país.
Es significativo que el informe del Consejo de Inteligencia Nacional estadounidense en 2005 previera un destino igual al de Yugoslavia para Pakistán.
A la vista de que los Taliban afganos ya están negociando con EEUU para gobernar el sur del país a cambio de abandonar el resto, los generales pakistaníes se han puesto mano a obra y coordinan las redes de activistas contra la coalición occidental en las provincias de Wazirestán sur y norte, y de paso han engendrado una nueva criatura talibaniana llamada «los hijos de la Patria». La iniciativa del presidente Zardari, muy próximo a los intereses de Washington, de clausurar el departamento político de ISI, organización que emplea a unos 55.000 hombres que en su mayoría pertenecen, como los Taliban, a la etnia pashtun, asó como su intento de mejorar las relaciones con Afganistán y la India, en un contexto de incertidumbre, ha unificado a los nacionalistas civiles y militares, religiosos o laicos para defender la integridad y soberanía del país a su manera: atentar contra la embajada india en Kabul, el 7 de julio, o eliminar a Hamid Karzai, presidente afgano el pasado mes de abril.
Mientras tanto, se asoma parte del diseño de las nuevas fronteras de la zona: La creación de Pastunistán y el Gran Baluchistan. El primero integraría a los 43 millones de gentes de esta etnia repartidas entre Afganistán y Pakistán, y el segundo a partir de provincias con el mismo nombre en Irán, Afganistán y Pakistán, que en éste comprende el 45% de su territorio, y la mayor parte de los campos de gas y petróleo que posee la nación.
Resistencia hay y habrá. El jefe militar de Pakistán, Ashfaq Kayani, en un gesto de advertencia el 3 de septiembre mandó abrir fuego a los helicópteros de EE UU que invadieron el cielo de su país y mataron a decenas de civiles.
En el 60 aniversario de sus independencias, mientras India emerge, Pakistán será sacrificado por Washington ¿para ganar en Afganistán? ¡Qué monumental estupidez!