Todas las comparaciones son odiosas, pero son necesarias y constituyen un método legítimo de análisis sociológico e histórico que ayuda a comprender situaciones que parecen confusas. En este caso el método comparativo funciona por las razones que expondremos. Noriega y Ortega reclaman un pasado que ya no representan Ambos regímenes tuvieron una fase previa que […]
Todas las comparaciones son odiosas, pero son necesarias y constituyen un método legítimo de análisis sociológico e histórico que ayuda a comprender situaciones que parecen confusas. En este caso el método comparativo funciona por las razones que expondremos.
Noriega y Ortega reclaman un pasado que ya no representan
Ambos regímenes tuvieron una fase previa que se puede denominar «progresista», «populista» o «Estado de beneficio». En el caso de Noriega, éste fue precedido por el régimen de Omar Torrijos, el cual, pese a innegables casos de represión puntuales, se basó en el reconocimiento de importantes derechos sociales y económicos, y en la reivindicación antiimperialista de la soberanía sobre el Canal de Panamá, lo que le granjeó apoyo popular, el cual Noriega intento usar a su favor presentándose como el sucesor de Torrijos.
Daniel Ortega viene del vientre del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que en los años 60 y 70 luchó contra la dictadura de Anastasio Somoza. Fue uno de los 9 comandantes que dirigió el triunfo de la Revolución de 1979. Fue el presidente del gobierno revolucionario durante una década en que, pese al acoso militar y económico de Estados Unidos, hubo grandes avances democráticos, así como en derechos sociales y económicos. Retronó al poder hace 10 años, en otras condiciones y precedido de pactos con sus ex enemigos (COSEP, Arnoldo Alemán, Iglesia católica) para hacer un gobierno capitalista, pero con programas sociales que le granjearon respaldo electoral indudable.
Noriega y Ortega se proclaman representantes de una fase populista anterior, pero que ya no representan, porque su crisis se inicia con la aplicación de Planes Neoliberales dictados por el FMI y el Banco Mundial.
La crisis de los dos regímenes empieza con la aplicación de planes neoliberales
En el caso panameño, suele pasarse por alto que la crisis del régimen norieguista empezó cuando el general pactó con la embajada de Estados Unidos la imposición mediante el fraude electoral del gobierno de Nicolás Ardito Barletta, quien pretendió imponer un plan neoliberal que incluía privatizaciones, despidos, congelación salarial, etc. Ahí, en octubre de 2014, inició una ola de huelgas como nunca antes en la historia panameña, que derribó a Barletta y marcó a Noriega, hasta la invasión norteamericana de 1989.
Ortega lleva dramáticamente al final sus veleidades «progresistas», a mediados de este año, cuando intenta imponer un duro plan de reformas al sistema de jubilaciones y pensiones (que incluía un recorte del 5% de las mismas) asesorado por el Fondo Monetario Internacional. Pero lo peor que hizo Ortega no fue este amague neoliberal a un pueblo ya deprimido por la miseria, sino que, cuando las marchas de jubilados y estudiantes universitarios salieron a las calles, como era de esperarse, su gobierno reprimió duramente, ordenando tirar a matar contra los jóvenes. Pudo utilizar otras herramientas que le acercaran a esa juventud rebelde que estaba en desacuerdo con las medidas neoliberales de su gobierno, como suspender la medida e iniciar un diálogo. Pero decidió actuar como un dictador.
En la memoria histórica de los pueblos ambos son dictadores sanguinarios
«Por sus obras los conoceréis», dice un proverbio bíblico (San Mateo 7, 16), la cual recomienda distinguir los verdaderos de los falsos profetas por lo que hacen. En este caso, tanto Noriega como Ortega evidentemente son falsos profetas que pretenden arroparse con un pasado revolucionario que dejaron de representar y porque se convirtieron en instrumentos de las políticas neoliberales dictadas desde el imperialismo norteamericano vía FMI.
Ese es un hecho, son agentes del neoliberalismo contra sus pueblos, es decir, agentes de los intereses del gran capital imperialista, y por ello merecen el repudio de sus pueblos.
«Por sus obras los conoceréis», pero no se quedaron en planes económicos, sino que para tratar de imponer esos planes han desatado una furia represiva contra sus pueblos que, con toda legitimidad han salido a las calles a defender sus derechos.
Noriega reprimió y se de le atribuyen algunas decenas de muertos en la larga crisis política que fue desde 1984 a 1989: varios caídos en las manifestaciones, militares que se rebelaron, el propio Hugo Spadafora cuya cabeza no aparece, y la corresponsabilidad en la invasión de 1989, cuyos centenares de muertos son culpa principal de Estados Unidos, pero en la que el general no tuvo el valor de organizar la defensa nacional y pelear en ella, optando por la cobarde entrega. En la memoria colectiva, Noriega aparece como un dictador.
Ortega, en pocos días de protesta, produjo 30 muertos, principalmente jóvenes estudiantes y de barrios populares, los cuales al cabo de 3 meses de movilización ya superan los 300 muertos y subiendo. Se habla de otros tantos desaparecidos y miles de presos. Usando francotiradores con tiros a la cabeza y al pecho han caído decenas de muchachos. Ortega ha reprimido con la misma violencia que Somoza usó contra el barrio obrero de Monimbó, bastión antidictatorial en 1978 y 2018.
«Por sus obras los conoceréis», falsos profetas que disparan contra civiles desarmados y que luego difaman con apelativos de «terroristas» a los jóvenes que luchan por una causa legítima, igual que hace el imperialismo yanqui cuando quiere invadir un país.
Noriega, igual que Ortega, decía que todo era una conspiración imperialista
Pese a que está claro que la crisis de ambos se inicia con la sumisión de Noriega y Ortega a las políticas neoliberales ordenadas por el sistema imperialista global, los dos, para defenderse, se arropan con falsas banderas «antiimperialistas» para sostenerse en el poder. Por supuesto que el imperialismo yanqui, que «no tiene amigos, sino intereses», juega a varias cartas a la vez, se manejó tanto con Noriega como con su oposición, la ADO-Civilista; y se maneja con Ortega y con los opositores de la derecha nicaragüense.
Un detalle, que no es menor, es que Estados Unidos apoyó a Noriega hasta mucho después del inicio de la crisis de 1984, pues era su mejor carta para la aplicación de sus medidas neoliberales y su necesaria represión. Ese apoyo duró hasta febrero de 1988, cuando se impusieron sanciones económicas y, aún, hasta las elecciones de 1989. Fue luego de mayo del 89 que se empezó a planear la invasión que se produjo en diciembre de ese año.
En el caso de Ortega, es bastante evidente que Estados Unidos no lo ha tratado igual que ha Nicolás Maduro de Venezuela. Respecto al segundo, no se había sentado en la silla y ya se exigía un golpe de estado, con dos oleadas golpistas en 2014 y 2017. En la que la mayoría de los muertos los produjo la oposición golpista y la represión gubernamental fue cautelosa. Con Maduro hay una discusión pendiente sobre sus políticas, pero esa es otra discusión para otro artículo.
La Organización de Estados Americanos, pese a la enorme sangría en Nicaragua, ha sido moderada con Ortega, hasta ahora, exigiéndole: «diálogo» y «elecciones anticipadas» en la fecha que el diálogo apruebe.
Noriega y Ortega, con todo y las contradicciones con el gobierno norteamericano, han sido aliados del imperio en la imposición del modelo económico neoliberal. Y el imperio NO los ha tratado como peligrosos revolucionarios, todo lo contrario.
La izquierda revolucionaria e izquierda acrítica, dos métodos para tratar a Noriega y Ortega
Pese a la hipócrita retórica pseudo antiimperialista del general Noriega, la izquierda revolucionaria panameña, nunca le claudicó ni apoyó, pues por sus actos, por sus hechos, única forma de discernir entre la verdad y la mentira, era evidente que representaba un gobierno capitalista neoliberal, agente del imperio y represor de los derechos democráticos.
La izquierda revolucionaria panameña de entonces (el MLN-29, el PRT y el PST), siempre mantuvimos una postura crítica, combativa e independiente frente al régimen de Noriega, y con los opositores de la ADO-Civilista, incluso en el marco de la invasión yanqui del 89.
Respecto de Ortega, se produce la misma división en la izquierda latinoamericana y mundial. La izquierda revolucionaria comprende la verdadera esencia antipopular de Ortega y su falso antiimperialismo, y no está dispuesta a ensuciarse apoyando el genocidio de la juventud nicaragüense.
Pero, igual que en los 80, hay una izquierda que apoya acríticamente a Ortega y pretende que los miles de jóvenes en las barricadas son «agentes del imperialismo». Una izquierda que pretende que está justificado tirar a matar a la gente porque sale a la calle frente a un gobierno que se autotitula «progre» pero aplica medidas neoliberales igual que la derecha.
Quienes embarran el prestigio de la izquierda apoyando los crímenes de Daniel Ortega y Rosario Murillo, sólo lograrán profundizar la crisis de alternativas frente al sistema capitalista putrefacto que padece la humanidad.
Los revolucionarios nicaragüenses del siglo XXI saldrán de las barricadas de Masaya o Estelí, no de la izquierda envilecida que avala cualquier injusticia y la disfraza de revolucionaria.
En esta lamentable coyuntura, el legado del Che Guevara en la carta de despedida a sus hijos cobra más fuerza: «…y sobre todo sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.»
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