El Frente Amplio uruguayo (FA) enfrenta desafíos inmediatos que exceden la desembocadura electoral del año próximo, necesariamente reñida, como viene sucediendo en las últimas tres ediciones. No es exiguo el mérito de haber logrado trazar una clara frontera política entre progresismo genuino y derecha contumaz. Ni despreciables los borrones que, con el paso del tiempo, […]
El Frente Amplio uruguayo (FA) enfrenta desafíos inmediatos que exceden la desembocadura electoral del año próximo, necesariamente reñida, como viene sucediendo en las últimas tres ediciones. No es exiguo el mérito de haber logrado trazar una clara frontera política entre progresismo genuino y derecha contumaz. Ni despreciables los borrones que, con el paso del tiempo, exhibe la línea divisoria. Aquellos que el politólogo Oscar Bottinelli caracterizó como desencanto en la edición de Caras y Caretas del 14/9. Si bien las difuminaciones no son exclusivas del frentismo ya que tardíamente algunos dirigentes y sectores de los partidos tradicionales descubren que no hay espacio alguno para otra perspectiva que el rancio restauracionismo neoliberal, es el FA quien sufre la anemia militante. Porque no es -sólo- una opción electoral, una fuerza política de seducción de electores, sino de cotidianos actores sociales y civiles, compleja y dificultosamente organizados, una casona laberíntica con diversas puertas carentes de cerradura por las que transitan de adentro hacia afuera y en sentido inverso, miles de encarnaciones humanas de convicciones en estado de crónica dubitación.
En el próximo Congreso frentista de inicios de diciembre no se definirán exclusivamente las precandidaturas presidenciales, sino los detalles programáticos sobre los que se erigirá la estrategia del próximo gobierno, quienquiera resulte candidato en las internas abiertas y simultáneas, constitucionalmente estatuidas. Será ocasión de que vuelva a ostentar -no exclusivamente ante sus opositores sino ante el mundo- una metodología de elaboración colectiva precursora y digna de admiración. Treinta y tres comisiones temáticas, que además de expertos integraron militantes de a pie, convergieron en un borrador que, impreso en tabloide, recuerda las más voluminosas ediciones dominicales del diarismo del siglo pasado. Más de un millar de congresales, reunidos en un estadio cubierto, someterán cada línea de texto a una vivisección sin las actitudes meramente contemplativas que Rembrandt destaca para los discípulos en su óleo «lección de anatomía».
No obstante, las pasiones que reverberarán en las estructuras del recinto congresal, no se transmitirán necesariamente de manera mecánica a la sociedad. Ni siquiera al conjunto de la militancia frenteamplista o de los movimientos sociales y de la sociedad civil. Recuperar el optimismo crítico, las convicciones sobre el rol colectivamente relevante de la política, aún desatados sus nudos tecnicistas y formales o las disputas narcisistas que desborden el dique del pudor, no resulta una consecuencia inevitable de metodologías de producción colectiva de buenos programas.
Todo un apartado del grueso borrador está dedicado al estímulo y concreción de la participación ciudadana, aunque en términos más intencionales que propositivos, donde el problema de la apatía política de cada vez más vastos sectores sociales, recorre tácitamente las páginas del capítulo específico. Creo que el pasaje de lo implícito a lo explícito, la visibilización del síntoma, permitiría atacar el nudo gordiano de la atonía creciente, además del envejecimiento militante paulatino sin mayor recambio generacional. Tal vez para ganar la próxima elección baste orientar la mirada hacia la catástrofe de los dos vecinos de frontera y más allá también, a excepción de Bolivia. Pero sospecho que para neutralizar la centrifugación militante y el desánimo, no bastan las conquistas económicas y sociales si no se perciben producto de la participación concreta de los beneficiarios de sus logros. Para participar de algo es indispensable sentirse implicado y relevante.
El borrador de bases programáticas sólo menciona en un par de oportunidades la necesidad de un debate en torno a la reforma constitucional, a pesar de haber elaborado en el anterior congreso Rodney Arismendi, un documento específico sobre esta iniciativa. Considero que es la propia institucionalidad vigente la que aherroja al FA entre los barrotes de la democracia representativa, la que lejos de inducir a la participación, la desalienta. Las tentativas carentes de institutos concretos de intervención ciudadana, producen frustración y pasividad en la sociedad civil. No se trata de cuestionar o impugnar moral o cívicamente a las masas o a la militancia descontenta, sino de comprender que allí donde la desilusión pretenda ser compensada con voluntarismo vacío de imaginación institucional que garantice la intervención en las decisiones que afectan a los participantes, el vacío será inevitablemente rellenado con lo realmente existente que es precisamente aquello que desencanta.
Si la dinámica, organización y funcionamiento de los partidos políticos prefiguran el tipo de Estado que se proponen construir, o más específicamente de régimen de gobierno y si el desencanto se advierte en ciertas proporciones de la ciudadanía politizada, el diseño institucional no resulta exclusivo de un programa de gobierno sino simultáneamente de la práctica de sus autores. Quizás la introducción de esta hipótesis contribuya a problematizar la conclusión de Bottinelli en el reportaje ya aludido: el FA tiene problemas consigo mismo. El próximo congreso será una ocasión para exhibirlos y mensurarlos.
De lo contrario, consumará la política del avestruz.
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