El pasado miércoles 12 de octubre, los Terroristas de Estado en situación de retiro nucleados en el Círculo y el Centro Militar, emitieron un comunicado conjunto quejándose de lo mal que los están tratando «algunos medios de comunicación». Si, aunque cueste creerlo, esta sarta de rapiñeros, secuestradores, violadores, torturadores, asesinos, apropiadores de niños y ladrones […]
El pasado miércoles 12 de octubre, los Terroristas de Estado en situación de retiro nucleados en el Círculo y el Centro Militar, emitieron un comunicado conjunto quejándose de lo mal que los están tratando «algunos medios de comunicación». Si, aunque cueste creerlo, esta sarta de rapiñeros, secuestradores, violadores, torturadores, asesinos, apropiadores de niños y ladrones de cadáveres; no salen a la luz pública a pedir perdón por sus crímenes sino a denunciar una»coordinada campaña de desprestigio contra las Fuerzas Armadas», destinada «a predisponer a la opinión pública» en su contra.
Quienes vaciaron las arcas del Estado y de muchos particulares, quienes multiplicaron por diez la deuda externa del país y arruinaron la vida de miles de personas, ya sea sometiéndolas a tratos inhumanos, robándoles los hijos, asesinándolas, obligándolas al exilio, o sumiéndolas en la miseria; ahora se quejan de que el manejo público de las consecuencias que eventualmente podrían tener esos actos no se hace con «la necesaria reserva y ponderación», y dicen que el gobierno del Presidente Vazquez no tiene en consideración «el desprestigio y el daño moral que ello supone para sus integrantes».
¿De cual prestigio y de cual moral están hablando? Las Fuerzas Armadas uruguayas hace mucho tiempo que se encargaron ellas mismas de perder ambas cosas. En todo caso, para recuperar ese prestigio y esa moral, la tarea a emprender sería la de expulsar de sus filas y hacer pagar por sus crímenes y sus latrocinios a todos los que fueron arte y parte de esa impudicia. ¿Es que se puede mantener el prestigio y el honor luego de ordenar que toda la tropa de un cuartel viole analmente a una detenida estaqueada en la plaza de armas? ¿Luego de asesinar a un detenido dejándolo desangrar tras haberlo castrado como a un animal? ¿Luego de haberle robado el hijo a Sarita Méndez y ocultar su paradero durante más de 20 años? ¿Se puede mantener el prestigio y el honor en el mismo momento en el que continúan mintiendo, ocultando el paradero de María Claudia García de Gelman?
Estos hipócritas llorones tienen incluso la desvergüenza de afirmar que «el silencio que desde 1985 se han auto impuesto las Fuerzas Armadas», es «una contribución a la necesaria pacificación nacional»… ¿Realmente pretenden que creamos eso? ¡Si es precisamente «el silencio que desde 1985 se han auto impuesto las Fuerzas Armadas» lo que impide que se pueda dar vuelta esta página de nuestra historia que tanto les molesta! ¡Son ellos, los que mediante ese pacto de silencio mafioso estimulan a quienes -como yo- «día a día renuevan sus ataques contra las Fuerzas Armadas» (contra éstas Fuerzas Armadas, porque son las mismas de la Dictadura)! Son precisamente ellos (y sus cómplices civiles) los que con su silencio nos obligan a seguir escribiendo artículos como éste.
Los irredentos Terroristas de Estado hablan de su disposición a «realizar las aclaraciones necesarias cada vez que se pretenda en forma mal intencionada, distorsionar la realidad». Pues bien: para empezar aclaren qué hicieron con los cuerpos de los detenidos desaparecidos que fusilaron o asesinaron mediante tortura. Aclaren los motivos del viaje de dos oficiales a París días antes del asesinato del coronel Trabal. Aclaren qué hicieron con Ayala y Castagneto. Aclaren donde están los millones de dólares destinados a la construcción de la represa de Palmar y el Mausoleo al General Artigas. Aclaren por qué Anatole y Julien aparecieron en Santiago de Chile. Cuenten de las timbas clandestinas en el Círculo Militar, cuenten de los «shows» de torturas que hacían luego de sus «chupipandas»…
No, en su comunicado, estos clubes de viejas lloronas sólo se preocupan por «aclarar» la muerte de los cuatro soldados «asesinados alevosamente por elementos sediciosos» el 18 de mayo de 1972, y se quejan de que el Presidente Vázquez haya «autorizado» el acto con el cual el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) recuerda todos los años a sus caídos en la toma de la ciudad de Pando, el 8 de octubre de 1969 (en forma maliciosa, olvidan adrede que también los presidentes Sanguinetti, Lacalle y Batlle «autorizaron» siempre ese acto).
Por si fuera poco, los que en su enfrentamiento con el MLN no solo se pasaron la Convención de Ginebra por salva sea la parte, sino que además desataron una sádica furia animal sobre la población civil desarmada; tienen el descaro de afirmar que comparten en su esencia «la exaltación» de «la defensa de los derechos humanos», pero la rechazan por «injusta e inmoral»: «cuando es utilizada en forma unilateral y para ocultar sentimientos de encono y revanchismo omitiendo citar el origen de todos los males que se cuestionan». Si, están sugiriendo que el origen de todos los males fue la aparición de la guerrilla y no la aplicación de un modelo económico rapaz y expropiatorio.
¿Será posible que todavía no se hayan dado cuenta de que ellos fueron simplemente un instrumento que utilizó el gran capital multinacional para aplicar sus políticas económicas neoliberales en toda la región, y que fueron descartados cuando ya no los necesitaron más? ¿Será posible que todavía no se hayan dado cuenta de que el surgimiento de la lucha armada en nuestro país no obedeció a una «orden de Moscú» sino que fue una de las respuestas a la situación de injusticia social rampante por aquellos años?
Finalmente, estos indignos anuncian que «sin que nos anime ningún espíritu de confrontación, pero en salvaguarda de la memoria histórica del pasado reciente, nuestras instituciones utilizarán sus respectivas publicaciones para contrarrestar las versiones destinadas a confundir sobre los hechos que lamentablemente vivió nuestro país». Está muy bien. Opinen tranquilos, digan lo que quieran ya que no dicen lo que deben. No tengan miedo, que nadie los va a torturar ni a violar por eso, como les sucedió a los jóvenes comunistas que -por repartir volantes- cayeron en las manos de uno de sus socios, el coronel Jorge Silveira, en 1975.