El panorama de Pakistán las pasadas semanas parece haber complicado todavía más el ya de por sí difícil puzzle del país asiático. Los combates entre el ejército y las tribus en el Sur de Waziristán continúan produciendo víctimas mortales, el futuro primer ministro ha escapado con vida de un atentado, en Karachi se suceden las […]
El panorama de Pakistán las pasadas semanas parece haber complicado todavía más el ya de por sí difícil puzzle del país asiático. Los combates entre el ejército y las tribus en el Sur de Waziristán continúan produciendo víctimas mortales, el futuro primer ministro ha escapado con vida de un atentado, en Karachi se suceden las acciones violentas con varios muertos, en Baluchistán el resurgir de un movimiento independentista que se ha responsabilizado de varios ataques, en Khairpur los enfrentamientos entre las tribus Solangi y Jagirani han producido ocho muertos, finalmente, las conversaciones entre India y Pakistán serían el contrapunto a ese desolador panorama.
A la vista de todo ello no es difícil imaginar la compleja situación que se está viviendo en Pakistán, todo ello unido al ya de por sí difícil encaje que el propio estado pakistaní tiene ante esa realidad. Los acontecimientos de carácter interno se entremezclan con la política exterior del gobierno de Islamabad, y todo ello no hace sino incrementar en buena manera las contradicciones del propio sistema.
La política exterior
El hecho de convertirse en un aliado estratégico de la campaña estadounidense «contra el terror» le permite al general Musharraf mantenerse en el equilibrio del poder, jugando a dos bandas en todo momento. Sin embargo esa postura se está demostrando como un potencial erosionador de la difícil estabilidad del país. Los continuos golpes asestados contra la red de al Qaeda asentada en Pakistán están siendo respondidos por la organización islamista con inusitada prontitud. A cada detención le siguen los atentados, algunos de ellos buscando víctimas muy señaladas, como el propio Musharraf, el general al mando de las operaciones militares en las zonas tribales del sur y norte de Waziristán o el futuro primer ministro, Shaukat Aziz.
Por otro lado, la idea de Arabia Saudí de enviar tropas de países musulmanes a Irak, ha colocado a Pakistán en una difícil tesitura. Su apoyo a la política estadounidense le acarrea importantes protestas entre la población civil, pero además la mayoría del ejército tampoco vería con buenos ojos ese envío. Desde diferentes fuentes, como la inteligencia militar o el servicio secreto (ISI), se están dirigiendo mensajes al presidente advirtiéndole del profundo malestar entre los militares, y eso debería preocuparle, teniendo en cuenta el papel de esta institución a lo largo de la historia.
Finalmente, las conversaciones con su vecina India han supuesto el contrapunto en esta coyuntura. De todas formas, estos primeros pasos no son todavía motivo suficiente para poner fin a tantos años de enfrentamientos, y la utilización interesada de algunos poderes fácticos de ambos estados de la situación podría volver a colocarla en el escenario de provocaciones del pasado.
El escenario interior
Las diferencias étnicas, políticas, religiosas y sociales son en buena medida las protagonistas de los diferentes conflictos que sacuden al país. Si a ello le añadimos el lastre que supone la herencia colonial, con todas sus intervenciones viciadas, que posibilitaron la creación de estados artificiales, tenemos ante nosotros la perspectiva de Pakistán.
En los recientes enfrentamientos tribales entre las tribus Solangi y Jagirani o entre los Kandhra y Maitlo, a las históricas rencillas hay que sumar la actitud pasiva que han mostrado las fuerzas policiales del lugar, lo que ha motivado la intervención de los militares, creando mayor rechazo entre la población. El fracaso del estado, o la utilización interesada por parte de éste de los sistemas tribales como la jirga, erosiona la capacidad de administrar del propio estado, creándose en ocasiones sistemas paralelos.
El caso de Karachi es sin duda alguna uno de los mayores obstáculos para la administración central. Nombrada en 1947 capital de Pakistán por los británicos, las diferentes avalanchas de refugiados (los Mohajirs, urdu hablantes de la India; los bengali hablantes; los pastum afganos…) y el crecimiento incontrolado, han convertido a esta ciudad en el epicentro de buena parte de las tensiones violentas que asolan al país.
A los conflictos étnicos hay que sumar últimamente los enfrentamientos religiosos, entre chiítas y sunitas. Además está la presencia de importantes redes de contrabando y tráfico de armas y drogas, junto a las que han florecido importantes organizaciones mafiosas y violentas. Y detrás de todo ello en muchas ocasiones se sitúa la mano de organismos del mismo estado, como el ISI o los militares, que no dudan en buscar un beneficio en estos enfrentamientos. Así, utilizan a los refugiados afganos para proporcionar armas a grupos armados que operan en India, a las mafias locales para llevar a cabo la hawala (blanqueo de dinero), o impulsan a las madrassas sunitas para impulsar el movimiento taliban afgano.
Baluchistán
La tierra de los Baluchis (Baluchistán) es un gran territorio con una importante situación geoestratégica. La mano colonial de Gran Bretaña separó a este pueblo entre diferentes estados y no garantizó sus derechos reconocidos en el ordenamiento internacional. Divididos entre Pakistán, Irán y Afganistán, y con una importante presencia en Turkmenistán, las demandas de unidad han sido fuertemente reprimidas por los estados mencionados. Además las fuerzas coloniales utilizaron las diferencias tribales para fragmentar la unidad de los baluchis.
Siendo una de las zonas más ricas en recursos naturales del país, su población tiene los índices mas bajos de desarrollo. Las reservas de gas y minerales sirven para llenar las arcas del gobierno central, para desesperación de la población de Baluchistán. Además, la presencia de importantes cuarteles, asentados en tierras comunales, la utilización de Baluchistán a partir de mayo de 1998 como zona de pruebas nucleares, y la llegada de refugiados afganos han incrementado las tensiones.
En los últimos meses las acciones armadas del Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA) han puesto sobre la mesa de nuevo la conflictiva situación de la región. Herederos de la Organización de estudiantes Baluchis y del Frente de Liberación del pueblo Baluchi, ha dirigido sus acciones contra los intereses económicos y militares del gobierno central. La larga historia guerrillera de este pueblo, que ha mantenido diferentes guerras contra los ocupantes (británicos o pakistaníes) es otro impulso para esta nueva organización.
De momento desde Islamabad se está estudiando la posibilidad de entablar conversaciones para frenar ese auge, pero sin descartar la intervención militar como en Waziristán, lo que supondría echar más gasolina al fuego. Otro riesgo es la aparición de redes islamistas que pueden aprovechar la coyuntura en su favor. Los próximos meses pueden ser claves para el futuro del país. A todos estos conflictos hay que añadir los cambios en la cúpula militar en octubre (dos altos cargos se retiran), y a finales de año el propio Musharraf debe decidir entre la presidencia o la jefatura del ejército (sus dos cargos actuales). Los pasos que dé en una u otra dirección van a estar condicionados en buena manera por el desarrollo de los acontecimientos, y de momento, Pakistán tiene demasiados frentes abiertos.