La situación actual del campo popular no reboza de felicidad como probablemente se dio durante al menos una década atrás. Aunque convengamos que la realidad de los movimientos sociales no se caracteriza por la estabilidad sino más bien por una lucha constante. Los bloques políticos de derecha e izquierda se han mantenido generalmente en las […]
La situación actual del campo popular no reboza de felicidad como probablemente se dio durante al menos una década atrás. Aunque convengamos que la realidad de los movimientos sociales no se caracteriza por la estabilidad sino más bien por una lucha constante.
Los bloques políticos de derecha e izquierda se han mantenido generalmente en las mismas posiciones que se han erigido históricamente. No ha habido surgimientos disruptivos en la arena política como Podemos en España, surgido del Movimiento de Los Indignados; o como el Ejército Zapatista de Liberación Naciona (EZLN) en México en 1994.
Sin embargo la situación de los movimientos sociales es mucho más convulsa y dramática que la de los partidos políticos en general. La derecha partidaria ha avanzado en estos años, tratando de recuperar el caudal histórico de votos que ha tenido, yendo a conculcar los derechos conquistados tanto laborales como sociales y atacando a lo que se denomina «La agenda de derechos».
La derecha social opera sobre lo que no puede actuar explícitamente la derecha política. Con grupos de voluntarios, ONGs financiadas desde el exterior y «tanques pensantes» (think tanks) para trazar las líneas de pensamiento y acción, sus tentáculos se empiezan a entrelazar en el continente.
Mutando hacia el mismo objetivo
En Uruguay asistimos a la crispación de la derecha. En parte, porque ha perdido las últimas tres elecciones nacionales y en parte porque no saben cómo derrotar al Frente Amplio. La derecha tradicional, en su afán de recuperar el prestigio que tuvo antaño, apela a un cambio de estética en lo visual y en lo discursivo. Apela a un tono conciliador («por la positiva» y «tendiendo puentes» del «blanco» Lacalle Pou) para maquillar las verdaderas intenciones de fondo que pretenden y se apropian de algunas banderas de la izquierda para captar algún desprevenido.
Sólo una gran coalición podría darles el gobierno. Pero levanta sospechas entre propios y ajenos. «Las familias ideológicas», como las bautizó el ex presidente «colorado» Julio Sanguinetti, el Partido Colorado y el Partido Nacional no siempre pueden compartir la misma mesa.
En el plano autóctono han surgido nuevos actores de la derecha. Tanto de la social como de la política.
Money for nothing
Uno es Edgardo Novick, un outsider de la política, empresario. Viene a copar con sus millones los medios de comunicación, y la vía pública con cartelería. Porta el discurso de la gestión y el management como solución a las deficiencias del Estado, el que debe de ser administrado como una empresa, sostiene. Se posiciona como la no-política y reniega de tener ideología. Aunque dicho sea de paso, no hay mayor definición política que la explicitación de ser de la «no-política».
Ha sabido captar dirigentes tanto del Partido Nacional como del Colorado, obteniendo el segundo lugar en las últimas elecciones municipales de Montevideo, atrayendo incautos y desencantados con el sistema político en general, Novick se posiciona cuarto en el panorama nacional de cara a las elecciones de 2019.
Otro, el movimiento «Un solo Uruguay» donde aglutina distintos sectores del agro, tanto pequeños como medianos y grandes productores, que sacudió de la modorra estival uruguaya (¿o los medios nos sacudieron?) con cadenas nacionales camufladas. Se pudieron escuchar, leer y ver sus proclamas al unísono. El argumento de los medios fue la masividad que representó este acto.1 Pero sabemos que las marchas por la educación, la marcha del silencio, entre otras, multiplican con creces las de «Un solo Uruguay», pero no salen en cadena nacional.
El movimiento, también conocido como los autoconvocados, aglutina y dice representar a los pequeños y medianos productores, pero las medidas que plantean sólo hablan de la realidad de los grandes productores y terratenientes, donde las propuestas para mejorar las condiciones del trabajador rural brillan por su ausencia.
Su futuro es incierto pero lo que está claro es el apoyo que han tenido de los medios privados de comunicación y de los grandes sectores concentrados del país.
De todas partes vienen
Otro de los actores que apareció en escena hace ya un tiempo es el movimiento antiderechos «A mis hijos no los tocan», relacionado con el «Con mis hijos no te metas» del Perú, que fue fundado en 2016 por Christian Rosas, con inspiración en el movimiento estadounidense de la década del 1970: «Save our children».
Este movimiento se posicionó en contra la despenalización aborto, la guía de educación sexual en las escuelas, el matrimonio igualitario, entre otros temas. En la última marcha pro ley del aborto, del 8 de marzo (la más masiva de las últimas décadas en la historia de Uruguay), se presentaron a provocar con carteles que decían, por ejemplo, «femenina si, feminista no.»
Este grupo tiene estrechos vínculos con la Iglesia evangélica Misión Vida del Pastor Márquez, dicho por el propio Christian Rosas (2). Márquez es el suegro de Álvaro Dastugue, parlamentario del Partido Nacional y referente del sector que lidera la senadora Verónica Alonso, quien se encuentra involucrada en el escándalo de los hogares Beráca, sobre los que se presume que los internos de allí trabajaron en la campaña de la senadora.
A esto se agrega el posible vínculo económico entre la Iglesia Misión Vida y la financiación de su campaña política (3), y por ello es investigada por la comisión de financiamiento de los partidos políticos de la Cámara.
Por último, ha surgido un nuevo grupo partidario de retirados militares que está en busca de un partido tradicional que los cobije de cara a las próximas elecciones (4). Paradójicamente este partido se denomina «Unidos Podemos», exactamente igual a la unión entre los partidos españoles de Podemos e Izquierda Unida.
La derecha continental vive y lucha. Ahora tenemos las iglesias evangélicas obrando en Uruguay y siguiendo fielmente los santos sacramentos de los documentos de Santa Fe (5). Ya pudimos apreciar el poder que ejercen en Brasil, los valores que representan y lo que están dispuestos a hacer. Así que el que piense que no existe la lucha de clases que tire la primera piedra.
Notas:
2 https://ladiaria.com.uy/articu
4 https://www.elpais.com.uy/inf
5 https://www.ecured.cu/Document
Nicolás Centurión. Estudiante de Licenciatura en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
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