En los últimos tiempos parece que hay una idea que nadie discute, que a todos cautiva y detrás de la cual habría más de tres millones de aspiraciones: Uruguay debe y puede ser un país desarrollado y primermundista. Esa idea aparecía entre líneas en aquel pasado slogan frenteamplista «Un gobierno honrado, un país de primera«. […]
En los últimos tiempos parece que hay una idea que nadie discute, que a todos cautiva y detrás de la cual habría más de tres millones de aspiraciones: Uruguay debe y puede ser un país desarrollado y primermundista.
Esa idea aparecía entre líneas en aquel pasado slogan frenteamplista «Un gobierno honrado, un país de primera«. Lo dijo en su condición de ministro de economía Álvaro García («Uruguay puede ser un país desarrollado, y si nosotros no nos metemos esa idea en la cabeza no lo vamos a lograr»)1. Sendic hijo, a su manera, nos sugiere lo mismo cuando le llama a su «think tank» Propuesta Uruguay 2030, quizá haciendo referencia al año al que lleguemos plenamente a la «sociedad del consumo de masas», último estadio de las etapas del desarrollo del que hablaba Walt Whitman Rostow. El propio José Mujica también es optimista y nos dice por ejemlpo que Uruguay «No será un país desarrollado sino desarrolla su interior»2. Para la vieja derecha, hacer de nuestra patria un capitalismo completo, siempre fue su mayor aspiración.
Son muchas las voces que nos auguran un futuro entre Suecia y Finlandia. Recorrer pacientemente, de forma ordenada y sin sobresaltos, el camino que aún nos resta para ser un país desarrollado, parece ser el gran desafío por delante que requiere el consenso de todos los uruguayos y la formulación de políticas de Estado de largo plazo. Todos en un mismo barco, en «la larga marcha» hacía la utopía de las clases dominantes periféricas: un capitalismo escandinavo. ¿Qué burguesía no querría un capitalismo donde lo más cercano a un conflicto social ocurre cuando tu perro hace caca en la vereda del vecino?
Norbert Lechner decía que «crear un orden es una forma de crear continuidad«. Siguiendo ese pensamiento podemos decir también que crear continuidad es una necesidad para la manutención de un orden. En ese sentido, la idea de que vamos rumbo a ser un país desarrollado funciona como un metarrelato. La perspectiva del desarrollo nos coloca por delante una utopía que permite montar un escenario de movimiento colectivo y de continuidad que organiza y le otorga sentido y unidad al cauce social en clave histórica. No se trata de un montaje premeditado, es más bien la necesaria épica que construyen los sujetos dominantes detrás de su proyecto histórico. Es un recurso del discurso, una narrativa que se legitima con la presencia del rumbo a lo trascendente, en este caso, el alcance de una «sociedad desarrollada», objeto ampliamente legitimado en la matriz de opinión global y local.
En el metarrelato del desarrollo no hay clases sociales en contradicción, ni tampoco hay relaciones centro-perifería entre países. Es posible resolver la cuestión social con políticas de estado sin tocar los intereses de las clases dominantes y se puede acabar con las relaciones de dependencia de los países periféricos respecto a los países centrales sin cuestionar el orden geopolítico ni afectar los intereses de éstos últimos.
Así como todos podemos ser Steve Jobs, todas las naciones pueden ser Noruega. La pespectiva del desarrollo es a los países lo que es a los individuos la idea de la movilidad social ascendente. La posibilidad está, el desafío es nuestro. De nosotros depende el triunfo, y más importante aún, de nosotros depende el fracaso también. No ascendimos socialmente porque no nos levantamos a las cinco de la mañana a estudiar computación o no tuvimos una actitud Cero Falta. Si aún estamos en el subdesarrollo fue porque no hemos aseguramos el clima necesario para la inversión extranjera o no nos va bien en las pruebas PISA.
El papel que otrora cumplían conceptos como civilización, progreso o modernización, hoy lo cumple la idea de desarrollo y en menor grado la de crecimiento. La perspectiva del desarrollo oficia como fuerza disciplinadora en al medida que acaba operando como un legitimador del proyecto capitalista periférico. La no menos abstracta y difusa noción del manejo «ordenado y responsable» de la macroeconomía permite la mediación entre el metarrelato y la política concreta. El terreno de lo posible en materia de política económica está bien delimitado en nombre del manejo «serio» de la macroeconomía; y, en un nivel más específico, la inflación opera como los signos vitales, las pulsaciones se aceleran cuando el IPC (Índice de Precios al Consumo) se acerca al umbral de la temible barrera de los dos dígitos.
No se trata de menospreciar la importancia del crecimiento, la macroeconomía o la inflación, sino de visualizar cómo estos elementos, amparados en el metarrelato del desarrollo y oficiando como mediaciones, operan en el discurso dominante para el mantenimiento del orden político de clase en el Uruguay contemporáneo.
Decir que la perspectiva del desarrollo, entendida ésta como la promesa de que seremos un capitalismo desarrollado al estilo europeo o norteamericano, más que una aspiración seria no pasa de una suerte de trampa ideológica, de ninguna manera debe interpretarse como una crítica al crecimiento o el desarrollo tecnológico en sí. Por el contrario, es preciso el desarrollo de las fuerzas productivas, incluso en mayor medida y bajo otra orientación que lo que podría hacerlo nuestro precario capitalismo periférico uruguayo. No estamos contraponiendo aquí la noción de desarrollo a una especie de arcaismo ecológico; no se trata de negar la modernidad sino de dar la disputa por su sentido.
Mas allá de los humos de haberse creído durante un tiempo el mito de la «Suiza de América», ¿cuáles son las bases históricas reales para pretender ser un capitalismo escandinavo? Del mismo modo que no todos los barrios de Montevideo pueden ser cómo Carrasco (¿de dónde serían las mucamas y los jardineros de estos nuevos Carrascos?), el capitalismo global tampoco tiene espacio para muchos más EUAs.
Al margen de las limitaciones estructurales que tiene el capitalismo a nivel mundial para permitir a su periferia niveles de vida mínimamente aceptables, el propio relato local de la perspectiva del desarrollo comienza a hacer agua cuando las condiciones del proceso de acumulación se enlentecen en Uruguay y en la región. ¿Cómo seguir conciliando un relato que nos convoca a alcanzar el fin de la historia convirtiéndonos en un capitalismo desarrollado con una realidad que ya comienza a mostrar en el horizonte las señales del ajuste económico (reducción de salarios y baja del gasto público)?
Al fin y al cabo no importan las bases reales de la utopía capitalista en la periferia, de hecho no existen. A los efectos de la manutención del orden político lo importante es la consolidación de un metarrelato que nos contagie la esperanza de estar rumbo a la tierra prometida del capitalismo primermundista. Mientras que en los hechos, el único desarrollo que estamos realmente vivenciando, sea, como bien lo definió André Gunder Frank hace ya más de cincuenta años, el «desarrollo del subdesarrollo«.
Notas:
1 http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_79187_1.html
2 http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_232940_1.html
Fuente: http://www.zur.org.uy/content/desarrollo-del-subdesarrollo
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