Para muchos, el Foro Social Mundial (FSM) perdió repercusión y eficacia, tal vez por adelantarse demasiado a la opinión pública y a procedimientos políticos aún dominantes, pero no a la realidad de este tiempo, que exige soluciones complejas y urgentes. Mantenerse como un «espacio abierto» de debates y articulación para el fortalecimiento de la sociedad […]
Para muchos, el Foro Social Mundial (FSM) perdió repercusión y eficacia, tal vez por adelantarse demasiado a la opinión pública y a procedimientos políticos aún dominantes, pero no a la realidad de este tiempo, que exige soluciones complejas y urgentes.
Mantenerse como un «espacio abierto» de debates y articulación para el fortalecimiento de la sociedad civil, de forma horizontal y sin adoptar resoluciones, rechazando tentaciones de convertirse en un movimiento para influir directamente en el poder marca diferencias con la cultura política vigente y causa tensiones internas en el FSM.
La organización en redes, no jerárquica, con el reconocimiento y el respeto a la diversidad en todas las dimensiones, son parte de la democracia futura que teóricos del Foro se proponen construir a partir de sus propios procesos internos, y poco comprendida por el público e incluso por muchos participantes del propio FSM. El cambio climático aparece como una oportunidad de recuperación del impacto en la opinión pública que el Foro tuvo en sus primeras ediciones, la primera de ellas en 2001 en Porto Alegre, atribuído a la «novedad».
La crisis del clima revitaliza la consigna del FSM, «otro mundo es posible», acentuando el «necesario» que le agregan muchos activistas. El nivel de conocimiento actual del fenómeno indica que la transformación será inevitable, con un sentido positivo si así lo decide la humanidad o catastrófico, si predomina la inercia.
Esto abre mejores posibilidades de desnudar los valores y las estructuras que conducen al mundo a un desastre y de la necesidad de cambiarlos, observó uno de los fundadores del FSM, el brasileño Francisco Whitaker, en un reciente artículo en defensa de un foro abierto, ante propuestas para convertirlo en instrumento de acción.
La cuestión climática y ambiental estará en el centro de la conferencia mundial que el FSM reanudará en 2009, tras sustituirlo este año por manifestaciones descentralizadas del Dia de Acción Global, que se celebraron este sábado.
No por casualidad la Amazonia fue elegida sede del próximo encuentro, más específicamente la septentrional ciudad brasileña de Belém.
Pero las dificultades del Foro derivan, en última instancia, de la enormidad del desafío de articular y movilizar la sociedad civil global por «otro mundo», más seguro y más justo.
El planeta se tornó mas complejo con la diversidad de intereses y culturas que ya no aceptan el sometimiento. Mujeres, negros, indígenas, «locos», gente con «deficiencias», jóvenes, homosexuales, todos reclaman protagonismo e inclusión.
Para las poblaciones aborígenes, los Estados nacionales «no sirven, porque siguen un modelo no indígena, incapaz de entender la diversidad», concluyó Lisio Lili, miembro del pueblo terena y del Comité Intertribal, agregando una nueva complicación, aún poco considerada, al mundo que los activistas del FSM quieren transformar.
Los terenas son un pueblo de unas 20.000 a 30.000 personas, concentradas en el estado de Mato Grosso del Sur, cerca del Pantanal, área de humedales que Brasil comparte con Bolivia. Se los considera prácticamente integrados a la sociedad dominante, pues muchos de sus miembros se han urbanizado o asistido a universidades, pero últimamente reafirmaron su fuerte identidad, incluso recuperando sus tierras ancestrales ocupadas por hacendados.
En las reflexiones de Lili, que fue profesor de enseñanza básica y dirigente local de la Fundación Nacional del Indígena, órgano gubernamental de asistencia, los pueblos originarios deben buscar su «autonomía», que depende de la posesión de la tierra, en relación con un Estado «que no es suyo», los ha perjudicado y cuyas políticas de salud, educación y economía no son adecuadas para ellos.
Del otro lado de la frontera, en Bolivia, ahora presidida por el indígena Evo Morales, representantes de pueblos autóctonos de los países andinos, centroamericanos, Argentina, Brasil y Paraguay, reunidos en La Paz del 15 al 17 de este mes, defendieron en una declaración la construcción de «Estados plurinacionales» para tener voz activa, territorios, derechos, costumbres y economía comunitaria reconocidos.
La reafirmación indígena implica una sublevación contra el Estado nacional que se implantó recurriendo al exterminio en toda América. Será interesante analizar con atención cómo maneja el Estado un indígena en el poder en Bolivia.
En Brasil, de cinco millones estimados en 1500, la población aborigen cayó a algunos cientos de miles, antes de recuperarse desde la pasada década.
Y el Estado practica ahora una cierta ambigüedad, con el reconocimiento constitucional de los derechos indígenas y de políticas asistenciales –distribución de canastas de alimentos, por ejemplo–, combinados con obstáculos permanentes a la recuperación de sus tierras tradicionales.
En Mato Grosso del Sur, los guaraníes kaiowá, afrontan demoras administrativas y judiciales, además del asesinato de sus líderes, al recuperar tierras en la frontera con Paraguay, donde viven muchos de sus «parientes». Militares rechazan el reconocimiento de tierras indígenas en las fronteras, con el alegato de riesgos para la seguridad nacional.
En realidad hubo una «globalización institucional» que obliga todos los pueblos a organizarse en Estados nacionales, cuya imposición está, también, en el origen de la inmensa tragedia africana.
Eso se relaciona con una diversidad que aún no se discute ni en el FSM, pero probablemente aparecerá en la edición del Foro en Belém, ya que la Amazonia cuenta con una gran población indígena.
El mundo siempre ha sido complejo, pero las fuerzas y el pensamiento dominantes podrían imponer una aparente homogeneidad, apartando o aislando a los diferentes, sofocando reclamos, adoptando leyes inflexibles para todos y una enseñanza única.
La diversidad empezó a afirmarse como valor y principio natural hace poco tiempo, con más fuerza desde los años 60, promoviendo variados actores que han transformado el mundo pero, a la vez, fragmentan las sociedades.
Esta situación exige articulaciones y negociaciones que difícilmente prosperen en instituciones jerárquicas. El foro abierto es su espacio.