El Proyecto de Ley de Defensa de la Salud Reproductiva atiende muchos aspectos que hacen importantísima su aprobación. Pero contiene uno -el de la discordia- que propone la despenalización del aborto. El primer problema es el anuncio presidencial, que viene siendo repetido desde la campaña electoral hasta el día de hoy: de ser aprobada, será […]
El Proyecto de Ley de Defensa de la Salud Reproductiva atiende muchos aspectos que hacen importantísima su aprobación. Pero contiene uno -el de la discordia- que propone la despenalización del aborto.
El primer problema es el anuncio presidencial, que viene siendo repetido desde la campaña electoral hasta el día de hoy: de ser aprobada, será vetada.
El segundo problema son las condiciones en que estarán los parlamentarios a la hora de la votación… con semejante coacción sobre sus cabezas.
Pero empecemos por aclarar que todos los ciudadanos deben entender el idioma del país en que viven, y no sólo las mujeres: «legalizar el aborto» no significa «obligar a abortar».
Antes, ahora y siempre, entre las mujeres que pueden costear su alto costo, aborta la que quiere, y las otras no. Lo sabe todo el que quiera saberlo, esté a favor o esté en contra. Y el que diga que lo ignora, es «peor sordo que el que no quiere oír».
Una ley obligatoria, es tan inútil como una prohibitiva: sólo es necesario infringirla… como se hace diariamente con cualquier ley, de las que no están reglamentadas en cuanto a la penalización de quien la contravenga.
Distinto sería si los infractores estuvieran condenados a la tortura o la muerte, pero eso no existe. Y no existe únicamente porque los derechos humanos de algunos son respetables, y los de otros no lo son.
Por lo tanto, así como no hay ninguna ley que obligue a una mujer a someterse a un aborto, sería lógico que tampoco hubiera una que le prohíba que lo haga. Sería sensato, en cambio, disponer su legalización. Legalizar el aborto significa -simplemente- terminar con el aborto clandestino.
Pero el problema no es únicamente idiomático y legal. Los que se posicionan en contra del aborto y arengan en público sobre su inmoralidad argumentando que es lo mismo que cometer un asesinato, sinceramente me resultan tremendamente hipócritas. La mayoría de ellos ha pagado más de uno, pero eso -supuestamente- no trasciende… ¡sólo se comenta en las peluquerías de mujeres!
Un sacerdote prohíbe a sus fieles ¡prohíbe…!, ¿qué tal?, tanto a abortar como a estar en favor de legalizar el acto. No entiendo cómo es que mide con una vara distinta cada «pecado». Jamás los escuché prohibir un acto de corrupción, más bien que eso está dentro de las reglas del juego: con que el corrupto se arrepienta -o diga que lo hace- ya queda limpito y pronto para otra.
Tal parece que es más moral y más humano traer inocentes al mundo para dejarlos abandonados en un basurero o para mandarlos a pedir o a robar a las calles, ¿verdad?
Porque son ésas las mujeres que se beneficiarían con el aborto legal: las que no pueden pagar una cirugía decente, las que no pueden pasar el día entero en el Pereyra Rossell haciendo cola para que les den anticonceptivos (cuando hay), las que no se arriesgan a ponerse un DIU porque no podrán asistir a los controles y el riesgo es enorme, las que no consiguen que su compañero use un preservativo…
A las otras les importa un pito porque cuando lo necesitan lo tienen, al precio que sea y con todas las garantías… de las cuales la reserva es una de las más costosas.
Dice el eminente y reconocido sexólogo Dr. Boero: «El aborto es para las ricas, las pobres no tienen con qué pagarlo». Y cualquiera sabe que tiene razón.
Las importantes clínicas que lo practican nunca van a ser allanadas ni escrachadas en TV como se hace con las aborteras de barrio, simplemente porque la clientela que las frecuenta es de un nivel muy distinto. ¡Lindo embrollo se armaría si detuvieran a la hija o la señora de un senador por estar en la sala de espera de esos lujosos sanatorios VIP!
Si hablamos de derechos, cada mujer es tan dueña de su cuerpo como el hombre del suyo, pero como el varón no se embaraza, en este caso es en ella en quien hay que pensar.
El aborto es la forma de solucionar un problema mayor: no se llega a un embarazo no deseado por gusto sino por descuido, por ignorancia tal vez, y otras veces por causas peores…
¿Cuántos niños están padeciendo hambre y frío y cuántos más habrá el año que viene, y el otro? ¿Cuánto sufrimiento se podría haber evitado? ¿Le importa a alguien? No.
Vivimos en una sociedad hipócrita que quiere tapar con lecciones de absurda moralidad, realidades que rompen los ojos.