La reciente muerte del «querido líder» norcoreano, Kim Jong Il, suscitó inevitablemente debates no sólo sobre el futuro de Corea del Norte, sino también sobre el futuro del régimen mismo. Antes de morir, el jefe máximo de la única dinastía comunista en el mundo dejó como el «gran sucesor» a su cuarto hijo, Kim Jong […]
La reciente muerte del «querido líder» norcoreano, Kim Jong Il, suscitó inevitablemente debates no sólo sobre el futuro de Corea del Norte, sino también sobre el futuro del régimen mismo. Antes de morir, el jefe máximo de la única dinastía comunista en el mundo dejó como el «gran sucesor» a su cuarto hijo, Kim Jong Un.
Para algunos, se trata solamente de otro capítulo de la prolongada desaparición de Corea del Norte, una reliquia de la Guerra Fría y una nación destinada a la historia. En cambio, para otros, las visiones del colapso no pertenecen al pasado, sino más bien son profecías del presente, expresadas en las inciertas aptitudes de Kim Jong Un y en la ruinosa economía norcoreana. Pero estos «colapsistas» que miran tanto hacia el pasado como hacia el presente están de acuerdo en una cuestión: que Corea del Norte no tiene futuro.
Hace tiempo que la persistente supervivencia de Corea del Norte desconcierta a muchos comentaristas políticos, para quienes predecir su futuro se convirtió en un juego de azar. Ante la ausencia de hechos concretos, los rumores de vez en cuando se hicieron realidad, y los «desconocimientos conocidos» se volvieron «conocimientos conocidos» que culminaron en pronósticos frecuentemente sensacionalistas.
Mientras que la información confiable sobre Corea del Norte es, hay que admitirlo, poco abundante, sin embargo no es inexistente.
Luego de la aprobación de un proyecto de transición hereditaria del poder, Corea del Norte vuelve nuevamente a ser una nación indómita. Por ejemplo, sabemos que la reciente redistribución del poder entre la elite norcoreana y los títulos con los que adornaron a Kim Jong Un -como comandante supremo y secretario general del Partido de los Trabajadores- se utilizaron para consolidar su control sobre el cuarto ejército más grande del mundo y sobre el poderoso partido político de Corea del Norte.
Además, cuando en Año Nuevo el gobierno de Corea del Norte le pidió a la nación que defendiera «con sus vidas mismas el Comité Central del Partido encabezado por el querido y respetado camarada Kim Jong Un», no se trató solamente de pura palabrería, sino que fue respaldado por varios lanzamientos de misiles de corto alcance justo unos días después.
Si se reúnen las pruebas disponibles sobre Corea del Norte, poco a poco empieza a afirmarse el pensamiento «anticolapsista», al contrario de los análisis apocalípticos.
En efecto son cuatro los factores importantes que nos sugieren que el mundo exterior -y no así Corea del Norte-, tendrá que repensar las políticas de compromiso, si es que verdaderamente anhelamos construir una relación sostenible.
UNA HISTORIA DE SUPERVIVENCIA
Las predicciones erróneas sobre el colapso norcoreano se han vuelto una especie de pasatiempo para muchos politólogos y analistas políticos. El más famoso de todos, Nicholas Eberstadt, ahora uno de los principales asesores de la Oficina Nacional de Investigaciones sobre Asia, publicó en 1999 un libro muy leído titulado El final de Corea del Norte, que fue alabado por figuras como Paul Wolfowitz y el entonces presidente del Comité de Política de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Christopher Cox.
Eberstadt, como muchos otros comentaristas de la época, retrató un Estado en decadencia económica terminal. Su análisis pasaba por alto los lazos históricos, ideológicos y políticos que mantenían unida la nación y, en cambio, presentaba un obstinado enfoque político económico «occidental-centrista». Desafortunadamente, esa imagen tambaleante de Corea del Norte desapareció durante la administración George W. Bush, cuya adopción de una política exterior destinada a aislar a Corea del Norte con el objetivo de acelerar su colapso fracasó espectacularmente en 2006 con la exitosa prueba nuclear de Pyongyang.
Luego de observar la supervivencia de Corea del Norte, tras del colapso de la Unión Soviética, más una hambruna que mató a un millón de personas y las reducciones de la asistencia y el aislamiento de casi toda la comunidad internacional, los «anticolapsistas» fueron sumando adeptos a su pedido de un mayor compromiso para dejar atrás el aislamiento de Corea del Norte.
Pero si bien los compromisos multilaterales -como las negociaciones de las seis partes- lograron cierto progreso en términos diplomáticos, el bilateralismo ha resultado ser más atrayente para Pyongyang. Los proyectos conjuntos, como la ahora difunta «Política Sunshine» con Corea del Sur y la Región Industrial de Kaesong, demostraron las ventajas políticas que los compromisos con menos condicionamientos pueden ofrecerle a la diplomacia. Al mismo tiempo, Corea del Norte y sus ciudadanos pudieron disfrutar de las bonanzas del mundo exterior.
LA POSICIÓN DE COREA DEL SUR
Desde que el conservador Gran Partido Nacional (rebautizado hace poco como Partido Saenuri) llegó al poder en 2008, la política exterior de Corea del Sur intentó deliberadamente tomar distancia de la relación más liberal que había construido el anterior gobierno surcoreano con Pyongyang. Los proyectos conciliatorios intercoreanos, como la ya mencionada «Política Sunshine», viraron hacia una línea más dura de alternativas con un compromiso limitado y mayores lazos con Washington.
Sin embargo, la seguridad es un concepto relacional, y la administración de Lee Myung-bak (actual presidente de Corea del Sur) comprendió que no podía desvincularse de Pyongyang para volverse más segura, aunque esa intuición llegó demasiado tarde para los ciudadanos de Corea del Sur. En la campaña para las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales de 2012, son varios los partidos que prometen un mayor compromiso con Corea del Norte.
Por su parte, el fracaso de los intentos de Corea del Norte por negociar con la actual administración surcoreana durante los últimos cuatro años indica que la nación del norte está dispuesta a esperar un nuevo gobierno más liberal en Corea del Sur para fines de 2012. Puede ser una apuesta, pero los partidos «progresistas» de Corea del Sur han ganado muchísimo terreno en los últimos tiempos (como lo demuestra el éxito de Park Won-soon en las elecciones municipales de Seúl), y han estado históricamente mucho más dispuestos a ofrecer concesiones a Pyongyang con menos condicionamientos, con lo cual se espera un gran movimiento en las relaciones intercoreanas en 2013.
EL PODER CRECIENTE DE CHINA
En Estados Unidos, Corea del Sur y Japón se piensa que Corea del Norte dependerá cada vez en mayor medida de China. Responsable de casi el 80 por ciento de las importaciones de Corea del Norte -a pesar de una sanción de la ONU que prohíbe la exportación de bienes de lujo a Pyongyang-, China juega un papel dominante para sostener y apoyar a su vecino oriental. En lugar de asirse a nociones de hermandad ideológica o histórica compartida, los objetivos de China son mucho más prácticos.
Geopolíticamente, las singularidades de Corea del Norte han conseguido proteger a China de manera notable ante los excesos del capitalismo surcoreano y las fuerzas militares norteamericanas. El hecho de funcionar como una barrera física desde el este frente a la competición militar, ideológica y económica hizo que Pyongyang fuera visto con buenos ojos desde Pekín, lo cual no significa, sin embargo, que China controle o justifique las relaciones internacionales norcoreanas, más bien todo lo contrario.
Pero mientras el poderío chino aumente regional y globalmente, Estados Unidos tendrá paulatinamente menor poder de voto en el Nordeste Asiático, una cuestión que Washington trató de rectificar recientemente -aunque un poco tarde- con la reorientación de su política en torno a Asia del Pacífico. Sin embargo, es probable que los intereses de China en la península coreana le garanticen a Corea del Norte el apoyo que necesita para sobrevivir, y las recientes promesas de asistencia alimentaria por parte de Pekín, más su papel como principal mercado exportador, le confieren una influencia insuperable sobre Pyongyang.
EL PUNTO MÁS DÉBIL
Mientras la gobernabilidad inepta, la mala administración económica y el inestable programa nuclear son sólo algunas de las grietas de la armadura norcoreana, la hambruna es frecuentemente señalada como su defecto fatal.
A pesar de que Estados Unidos declaró que la ayuda humanitaria está separada de su agenda política exterior, Washington -junto con muchos otros gobiernos- restringió históricamente su ayuda a Corea del Norte durante las diatribas y la beligerancia de Pyongyang. Pero, ¿acaso esa política estratégica ha debilitado el liderazgo norcoreano o socavado su imagen ante los ojos de su pueblo?
Hay razones para pensar que la hambruna, no importa cuán severa sea, no llevará al colapso de un régimen. Por supuesto, este razonamiento no puede aplicarse a los Estados más débiles, como Somalia, pero Corea del Norte no es ningún Estado débil. Con su formidable aparato de seguridad interno, su gran poderío militar, y una arraigada y poderosa estructura política, el régimen mantiene el total monopolio del poder. En caso de que el pueblo hambriento reúna sus energías para coordinar un derrocamiento, esa tarea sería casi imposible de lograr. En cambio, como sucedió en la China de Mao, donde entre 1958 y 1962 la hambruna dejó un saldo de 45 millones de muertos, la historia sirve como un recordatorio escalofriante de que el hambre puede conferirles más poder -y no quitárselo- a quienes lo ostentan.
Estos cuatro puntos analizados, ¿sugieren que los nuevos líderes de Corea del Norte no estarán dispuestos a negociar? Ciertamente no. Está claro que Corea del Norte tiene mucho interés en retornar a la mesa internacional de negociaciones, pero de una manera que le convenga. Si estamos de acuerdo en que negociar con Corea del Norte es una apuesta más segura que dejarla sin obstáculos para desarrollar sus ambiciones nucleares a voluntad, se deberá seleccionar puntos de negociación cuidadosamente. No hay duda de que solicitar el desmantelamiento generalizado del programa de armas nucleares de Pyongyang es desperdiciar tiempo muy valioso y paciencia, recursos que hoy escasean muchísimo. En cambio, se debería fomentar incentivos positivos -como operaciones económicas conjuntas-, ya que esas políticas son las que les abrieron el camino a los mayores logros diplomáticos que se han conseguido. Tomar una postura de principios en torno a Corea del Norte puede tener diferentes matices y posturas, pero está claro que si no seguimos un nuevo camino de compromiso, los logros seguirán siendo tan escasos como el hasta ahora limitado vínculo de Corea del Norte con el resto del mundo occidental.
Fuente: http://www.revistadebate.com.
Traducción: Ignacio Mackinze