En lo esencial, el nuevo gobierno instalará desde lo económico una línea de continuidad con la administración saliente del colorado Jorge Batlle, es decir, colaboración con los organismos financieros internacionales e incentivo para el capital privado. Cuando este martes asuma Tabaré Vázquez como nuevo presidente de Uruguay, el tradicional bipartidismo de ese país será un […]
En lo esencial, el nuevo gobierno instalará desde lo económico una línea de continuidad con la administración saliente del colorado Jorge Batlle, es decir, colaboración con los organismos financieros internacionales e incentivo para el capital privado.
Cuando este martes asuma Tabaré Vázquez como nuevo presidente de Uruguay, el tradicional bipartidismo de ese país será un recuerdo del pasado. Pero, este cambio no bastará para alterar en sustancia el curso actual de las cosas.
Es cierto que muchos en la región -la inclusión de desprevenidos analistas de la Argentina es aquí necesaria- han venido alarmándose por la intromisión del gobierno del Frente Amplio, que suele catalogarse como representante de la izquierda política. Pero debe aclararse que esa orientación proviene más bien de un simple equívoco lingüístico que el tiempo, y sin duda la misma acción de gobierno de Vázquez, se encargarán de disipar.
Para empezar, los mismos integrantes de la nueva administración uruguaya admiten que el sesgo ideológico de su gobierno mucho se parecerá al del brasileño Lula da Silva y al de Néstor Kirchner, las dos figuras en las que Tabaré pretende mirarse como si fueran su espejo político.
Las comparaciones, sin embargo, deben detenerse allí: sería trabajoso incluir sin tropiezos a estos modelos dentro de los cánones de la izquierda clásica, aunque todos pongan mucho énfasis en la cuestión social y en la necesidad de aplicar políticas distributivas más novedosas.
En lo esencial, el nuevo gobierno instalará desde lo económico una línea de continuidad con la administración saliente del colorado Jorge Batlle, es decir, colaboración con los organismos financieros internacionales e incentivo para el capital privado. Como en todas las economías regionales, el problema principal será la deuda externa. Pero últimamente Uruguay ha venido canjeando los débitos privados y renegociando la deuda pública de modo que los vencimientos de este año no ahoguen a la gestión que llega. La continuidad también se traducirá en un marcado apoyo a las empresas públicas, lo que reforzará el papel importante que el Estado tiene aún hoy en la vida cotidiana uruguaya.
Las diferencias asomarán en las relaciones exteriores, con un claro acercamiento al Mercosur -bloque mirado con cierto desánimo por Battle- y una mayor distancia de EE.UU. También en la política doméstica ligada al ingreso. Un simple dato mide los desafíos en este rubro: según la Unicef, por cada adulto pobre hay nueve niños que no logran cubrir su cuota de alimentación y servicios básicos. En 1986, la relación era de 2 a 1.
Es casi un lugar común cifrar los temores sobre su gestión en la presencia de los tupamaros en la alianza, cuyo bloque interno fue el más votado en las presidenciales de octubre. Pero no hay que exagerar aquí tampoco: para muchos uruguayos, su ascenso al poder se leía hasta en la borra del café. Lo cierto es que el frenteamplista gobierna Montevideo con eficacia desde hace 15 años. Y su voto comenzó a crecer desde los 60. Resta ahora saber qué harán con ese capital político ganado en buena ley.