A la hora de hacer un balance del FSM de Belém do Pará, nos viene a la mente la imagen de los brazos entrelazados y en alto de cinco presidentes latinoamericanos (Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chávez, Lula da Silva, Fernando Lugo) y, a la vez, el triste recuerdo de los burócratas de las ONGs, […]
A la hora de hacer un balance del FSM de Belém do Pará, nos viene a la mente la imagen de los brazos entrelazados y en alto de cinco presidentes latinoamericanos (Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chávez, Lula da Silva, Fernando Lugo) y, a la vez, el triste recuerdo de los burócratas de las ONGs, «cabildeando» en el Hotel Hilton, en su intento por reapoderarse del Foro.
El Foro Social Mundial no nació como un fin en sí mismo, sino como un instrumento, una herramienta de lucha para la construcción de lo que se llamó «otro mundo posible», para hacer frente al hegemonismo neoliberal, al pensamiento único, al cacareado fin de la historia.
Hay quienes aún hoy creen que el fin del FSM es el intercambio de experiencias: éstos deben haber quedado satisfechos del encuentro. Pero quienes llegaron a Belém do Pará angustiados con la necesidad de respuestas urgentes a los grandes problemas que enfrenta el mundo, quizá quedaron frustrados. Queda ese sentimiento subcutáneo de estancamiento, de que el actual formato del Foro está agotado.
Queda esa sensación de que si de aquí en adelante, el FSM no quiere diluirse en la intrascendencia o el mero turismo social, debe cambiar de formato y dejar la dirección en manos de los movimientos sociales.
El recuerdo de los cinco presidentes -algunos de ellos participantes como ciudadanos de anteriores ediciones-, es la prueba de gobiernos que en diferentes niveles aplican políticas que identificaron al FSM desde su nacimiento, como las de inclusión social, la reglamentación al capital financiero, las campañas por la alfabetización.
Y que hoy se traducen, como políticas de estado, en el Banco del Sur, en el Alba, en la solidaridad energética y el gasoducto regional, en el Consejo Sudamericano de Seguridad, en las Facultades de Medicina para pobres, en Unasur: en el SUCRE, en la moneda única regional, en la construcción del posneoliberalismo en América Latina, definiría Emir Sader.
Fernando Lugo decía que muchos le advertían que hay que tener paciencia, a lo que él respondía que en América Latina, después de tanto tiempo de sufrimiento y de injusticias, lo que se debe tener es impaciencia, «porque estamos impacientes de edificar por fin la América Latina que queremos».
Evo dejó en claro que en el Foro estaban sus profesores. «En los Foros, yo he aprendido y he comprendido. Si hemos llegado a Presidente es, en parte, gracias al Foro Social Mundial, porque de aquí sacamos ideas, establecimos contactos y redes», Y agregó: para cambiar la sociedad, cada uno de nosotros tiene que empezar a cambiar, empezando por sí mismo. Si cada uno de nosotros cambia, toda la sociedad habrá cambiado.
Correa dijo que es el momento de oponer al neoliberalismo, el Socialismo del Siglo XXI. Y definió de qué se trata; de una serie de compromisos que, impulsados por los movimientos sociales, deben asumir los gobiernos progresistas: intervención del Estado en la economía, planificación, supremacía del trabajo humano sobre el capital ; priorizar el valor de uso sobre el valor de cambio, la deuda ecológica; la equidad de género y para los pueblos originarios, asumir la autocrítica y la convicción de que no hay recetas.
Se debe partir de la convicción de que el Socialismo del Siglo XXI no es único, ni estático: ya no se puede creer en dogmas ni en fundamentalismos, con el único fin de un mayor bienestar para los más pobres del planeta, con una nueva concepción del desarrollo. Los gobiernos progresistas deben ahondar más algunas de sus iniciativas y avanzar en la integración, que significa más garantía para nuestros procesos de cambio y de progreso.
Chávez recordó que la vida del Foro, hasta ahora, ha coincidido casi exactamente con los dos mandatos del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, «un personaje abominable que debería ser juzgado por un Tribunal Penal Internacional por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad», y señaló que ahora asumió Barack Obama, «que por el momento tiene un grave problema interno con la crisis económica y financiera. Una crisis de la que solo se puede salir por la vía del socialismo».
En 2005, en el Foro en Porto Alegre, Chávez declaró por primera vez el carácter socialista de la revolución bolivariana. «Aquí, un mundo nuevo está naciendo. El que tenga ojos que venga y lo vea (…) la utopía de un mundo mejor, de un nuevo mundo está naciendo aquí. Pero es como un bebé, necesita protección y apoyo».
Lo cierto es que hay un consenso general sobre algunas iniciativas inmediatas como la elevación del salario mínimo, la ampliación de las políticas de protección social, la defensa del servicio y de los bienes públicos, el fin de la independencia de los bancos centrales y la nacionalización de los bancos privados.
Entre los participantes del Foro, situados en la franja del centro a la izquierda, podemos encontrar dos grandes vertientes: los que buscan superar la fase neoliberal recuperando un desarrollo regulado por la acción estatal, y los defensores de una ruptura socialista. Pero, aparentemente, ambos concuerdan que las acciones de corto plazo deben ser anticíclicas, teniendo al Estado como protagonista. El objetivo es contener el desempleo y las consecuencias sociales del desastre.
Entre movimientos, partidos y gobernantes
Sin duda, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), ya con cuarto de siglo de vida y lucha por la democratización de la propiedad en Brasil y varios otros países sudamericanos, cuenta siempre con el odio visceral de la derecha y de los medios de comunicación, no solo de Brasil sino de toda América Latina. La crítica viene de parte de los «políticos», quienes señalan que en los últimos meses la dirigencia del MST ha asumido una «posición sectaria» y «poco constructiva» para la construcción de las fuerzas populares y democráticas.
Las críticas llegaron, sobre todo, desde el mismo Brasil. Unos, por no invitar al Lula da Silva a un acto en el que participaron cuatro presidentes con los movimientos sociales y a donde el mandatario brasileño no fue convidado por no pertenecer su país a la Alternativa Bolivariana (ALBA). Algunos analistas brasileños hablan del malestar del MST para con el gobierno, por la paralización de proyectos de asentamientos para la reforma agraria.
Sin lugar a dudas, Fernando Lugo, Rafael Correa, Evo Morales y Hugo Chávez, contaban con la aquiescencia de Lula para participar del acto, donde Joao Pedro Stedile, el líder del MST no olvidó citar a Argentina y Brasil entre los gobierno progresistas de la región, «integrantes de un movimientos histórico en América Latina de rompimiento con el neoliberalismo en la región».
Stedile, vocero de los movimientos sociales latinoamericanos, fue duro con los presidentes: «Esperamos más de ustedes, queremos los cambios estructurales que necesitan los pueblos, no medicinas para el capital. En las próximas cumbres regionales, inviten a los movimientos (sociales) de sus países», señaló.
Hablar de transformación social y de procesos de cambio está muy bien, pero no deben ser sólo discursos. Hay que hacer cambios estructurales, para que no haya marcha atrás, insitió. Hay que nacionalizar la banca, el Estado debe tomar el control de todos los mecanismos financieros, hay que construir una moneda suramericana, que proponemos que se llame maíz, porque es el símbolo de la soberanía alimentaria histórica de los pueblos originarios.
Hay que hacer una verdadera reforma agraria para garantizar la soberanía alimentaria de nuestros pueblos con una agricultura de nuevo tipo respetuosa del medio ambiente, y no orientada exclusivamente a la exportación.
Ninguno de los presidente parecieron ofenderse, pero sí la prensa de izquierda, que recordó que Chávez enfrentó y derrotó un golpe de Estado, Evo venció a la derecha separatista en un proceso constituyente, Correa realiza una auditoría a su deuda externa y Lugo terminó con 60 años de dictadura stronnista.
Joao Pedro recordó que todos los mandatarios de América Latina habían estado un mes antes en Costa do Sauípe, na Bahia, en un foro anti-OEA, con Cuba, pero donde no decidieron nada: «Comieron bien, anduvieron por la playa y nosotros nos quedamos con las expectativas de cambios». Y en tono de broma, agregó: «algunos gorditos no fueron a la playa».
Stedile dejó en claro que «las elecciones no resuelven los problemas de la región», ante unos presidentes electos, refrendados y reelectos popularmente, y ante el hecho de que las elecciones directas fueron conquistas de las sociedad latinoamericanas, en especial en la lucha de 1984 en las etapa posdictatorial brasileña. Hay quienes quieren ver en ello una negación a la actividad política y a la práctica partidista, espacios de la «institucionalidad burguesa».
El líder del MST cree que, excepto en Bolivia, donde el pueblo está en las calles, el movimiento de masas está desarticulado. Sostiene que la cooptación de los líderes de esos movimientos por parte de los gobiernos progresistas viene de antes. Hace años que la izquierda -afirma- fue derrotada por el neoliberalismo, y lo que hoy se vive son las consecuencias de ello.
Cuando se le señala que su posición no le atrae simpatías y lo aleja de una parte de la izquierda institucional, responde: «si nosotros tuviéramos como objetivo la popularidad tendríamos que organizar una banda de rock. Ni con la televisión ni con los votos se resuelven los problemas. Nuestro objetivo es resolver problemas y hacer cambios estructurales y eso sólo se logra con la movilización popular.»
Y aquí vendría bien la diferenciación entre movimientos sociales y partidos políticos, aún sin dejar de considerar que hoy por hoy, la izquierda en nuestro continente está liderada por los movimientos sociales, que son los que realmente exigen cambios estructurales en nuestras sociedades.
En la interna política brasileña, el MST vive un fuego cruzado de aislamiento, promovido por los medios comerciales de comunicación y por el capitalismo vernáculo, en medio de la opción del gobierno de Lula por los agronegocios volcados a la exportación, que obviamente favorecen al capital trasnacional.
Quizá sea hora de repensar el tema agrario, porque la expansión del capitalismo en áreas rurales puso en jaque a un tipo de reforma agraria productivista. Hoy el latifundio es agronegocio y no es ya un anacronismo económico y social. Es una modalidad que emplea pocos trabajadores y se somete, en especial en los ingenios de caña de azúcar, a condiciones extremadamente precarias, muchas veces de trabajo esclavo. Y, en el área de los granos, el patentamiento de las semillas genéticamente modificadas (transgénicos) aumenta exponencialmente la productividad extensiva de la tierra.
Las ONGs temen a la política y a los políticos
Obviamente, algunas ONGs y los sempiternos intelectuales europeos reclamaron de la hegemonía latinoamericana y de la presencia de los cinco presidentes, que quizá constituyó el momento más importante de todo el Foro (algunos dicen que de la historia del Foro), pues puso en claro los cambios políticos en nuestra región y también el camino para enfrentar las turbulencias instaladas en el escenario global: la consigna es profundizar la integración de nuestros pueblos.
Los movimientos sociales tienen en claro que es en América Latina donde se realizan los cambios más significativos de la última década, casi todos ellos impulsados por la llegada de dirigentes progresistas al poder político, gracias a la intensa movilización social, lo que permite construir políticas públicas universales. Al grupo que aún controla la organización del FSM no le gusta nada el poder político.
Cuando finalizaba la primera edición del Foro, en 2001 -recordemos que se presentó como un contrapunto al Foro de Davos-, el belga François Houtart alertaba sobre el riesgo de que el FSM se convirtiera en una feria de alternativas, mientras otros destacaban que era un proceso y no un evento.
Ocho años después, este proceso sigue teniendo cara de evento, de feria de alternativas. Es un fuerte indicio de ello la pelea por definir el lugar y la fecha del próximo Foro. La mayoría de las ONGs e intelectuales europeos quieren que el próximo Foro se haga en 2011, pero los acontecimientos en esos dos años pueden volver políticamente irrelevante un encuentro pautado recién para esa fecha.
Pero el mundo cambió en estos años y ese cambio tiene cara de una crisis que amenaza con el desempleo a millones de personas en los próximos meses. Tiene cara de guerra, en Irak, Gaza, Afganistán y en Colombia. Pese a ello, el Consejo Internacional de Foro Social Mundial propuso que el próximo encuentro sea en dos años.
La decisión de realizar un nuevo Foro Social recién en enero de 2011, es desacertada, fuera de timming, desconociendo lo que se está jugando en el mundo entero, y significa dejarle el campo libre al decadente Foro Económico Mundial de Davos, sin el contrapunto altermundista.
El estado de crisis en el que se encuentra el sistema capitalista exige respuesta continuas y búsqueda permanente de soluciones. Quizá ésta sea la Madre de todas las crisis (parafraseando el Sadam Hussein), protagonizada por el conjunto del sistema.
Hoy subsiste una falencia sistémica cuya calificación pasa por términos como terminal, final, fracaso, declinación imperial, sean Eric Hobsbawm, Giovanni Arrighi o Immanuel Wallerstein quienes califiquen. Para otros es un reordenamiento de la competencia imperialista, en la cual Washington continua teniendo el papel protagónico y sigue barajando los naipes, con ayuda de la Unión Europea , el alicaído Japón, al lado de los neocompetidores como China y la nueva Rusia.
El francés Michel Lowry decía que «el Foro es lo que tenemos», es la gran arena donde entran en debate las ideas, alternativas a la propuesta de hegemonía neoliberal a escala mundial, la posibilidad de visiones multilaterales (y no gubernamentales) que se contrapone al pensamiento (y accionar) único del G-8.
Pero los directivos del Foro propusieron que el próximo encuentro sea en dos años en algún país de África (Sudáfrica o Senegal). Hubo quien propuso que fuera en Estados Unidos: problemático pero tentador, sobre todo por los dictámenes discriminatorios del Departamento de Estado estadounidense, que impediría que los activistas viajaran a ese país. Lo mismo se puede decir de Europa, quizá en grado menor, siempre a merced de policías vejadores de turistas e inmigrantes de países del Sur.
Nadie puede estar en contra de África, pero el malestar nuestro es porque las ONGs -en especial las europeas-, no quieren que se realice en América Latina. Ellos se sienten muy incomodados, y no por primera vez, por el protagonismo de las políticas y de los políticos de nuestra América.
Y el continente africano se presenta atractivo para ese pensamiento eurocéntrico, y como quedó evidente en la edición de Nairobi, es visto como una especie de reserva de mercado, pues las ONGs africanas son financiera, política y umbicalmente dependientes de las europeas. Lamentablemente, pareciera que en el FSM las decisiones están en manos de la gente del Norte, y para nuestro Sur queda el asistencialismo y la caridad.
Por eso no es de extrañar que muchos estén pujando para que en enero del 2010 se realice un Foro Social Latinoamericano, abierto a todo el mundo, para no dejar que Davos se alimente por la ausencia de contravoces. Este mundo tal cual está es imposible, y exige respuestas continuas.
Entre las prioridades de acción, la ecuatoriana Magdelena León, de la Red Latinoamericana de Mujeres Transformando la Economía , habló de una nueva Cumbre de las Américas que consolide una agenda propia de América Latina, una nueva arquitectura para la soberanía económica, energética, estructural y política de la región, y un nuevo protagonismo mundial ante temas polémicos, como las agresiones israelíes en Palestina.
La cooperación, medio de dominación
En la otra imagen, están las ONGs, entidades cuya naturaleza está fuertemente cuestionada por su ambiguo carácter de no-gubernamentales y por su manejo discrecional de la ayuda al desarrollo de los países del Norte, por el carácter poco transparente de sus funcionarios y funcionamientos, de sus «socios» del Norte y sus socios locales, casi siempre en los sectores derechistas y golpistas.
Actúan en el espacio que definen como «sociedad civil» (¿será lo opuesto a una sociedad militar?), opuesta a los partidos políticos y a los gobiernos, lo que incrementa esa ambigüedad. Las ONGs, cuyos directivos no fueron elegidos por nadie más que sus financistas, quieren ocupar el lugar de los movimientos sociales y hablar por ellos. Esas entidades tuvieron un enorme peso en el comienzo del FSM y hoy aun conforman la mayoría en el secretariado internacional, dejando en clara minoría a los verdaderos grupos representativos de nuestras sociedades, los movimientos sociales.
Si la cooperación puede ser un medio útil para reforzar a los actores sociales del sur, también puede desviarse y convertirse en un medio de dominación. Disyuntiva esencial planteada por el teólogo y activista brasileño Frei Betto.
Para asegurar una cooperación realmente solidaria es esencial «ejercitar la modestia». Las ONG del norte que trabajan en el sur «deben dotarse de los útiles de la pedagogía de la educación de Paulo Freire» enfatizó Frei Betto. Eso implica «ponerse al servicio del otro sin ninguna arrogancia ni colonialismo, comprendiendo las diferencias, entendiendo que nadie es mejor que el otro sino que cada uno tiene una cultura diferente».
Una regla de fuego de toda cooperación, exige promover la autoestima de los actores sociales del Sur, completó el teólogo, quien instó a la cooperación internacional a «actuar en el Sur con la idea de reforzar la solidaridad con las luchas de los movimientos sociales. No queremos recibir dinero para aumentar estructuras sino construir conciencias y relaciones igualitarias. No aceptamos asistencialismo, sino acompañamiento en nuestra propuesta de emancipación», subrayó.
Pero en estos años, la lucha antineoliberal pasó de la defensiva, de la resistencia, a la disputa de la hegemonía y la construcción de alternativas de gobierno. Y, lamentablemente, las ONGs siguieron copando el tren directivo del FSM. En Belém, quizá, la realidad le pasó por encima a la burocracia, con el protagonismo de los movimientos sociales, la reunión de los pueblos indígenas y el Foro Panamazónico, los movimientos campesinos, los sindicatos, los movimientos feministas, negros, de jóvenes, de estudiantes… con la riqueza, diversidad y libertad de los espacios de debates.
Y, por el otro lado, las «marcas» de las ONGs reflejadas en la atomización, fragmentación de temas de debate sin prioridad alguna, dando la sensación que se cumple con el fin de presentar los temas para obtener los financiamientos y la cuota de presencia y poder. Tanto da hablar de la tierra, el agua, la regulación de los capitales, la guerra y la paz, el papel del Estado, como de la democratización de los medios de comunicación.
Lo que se esperaba era que el Foro proveyera de alternativas a tomar frente a la crisis económica global y frente a los diferentes epicentros de la guerra imperial -Palestina, Irak, Afganistán, pero también Colombia- y ante estas problemáticas las ONGs responden con un enorme silencio. Ahí están las llamadas actividades, «autogestionadas», o sea aquellas entidades (en general ONGs del Norte) que tienen recursos pueden planear sus actividades y publicitarlas. Los movimientos sociales van encontrando la dimensión en que pueden hacerlo, para proyectarse definitivamente como los protagonistas de FSM.
Muchos dirigentes hoy se asustan con este otro mundo que está surgiendo, sobre todo en América Latina, impulsado, empujado, por los movimientos sociales. Hoy, el encorsetado grupo de representantes de ONGs enquistado en la dirección del FSM no está a la altura de la construcción de alternativas que se gestan desde los gobiernos latinoamericanos y desde los movimientos sociales, que están pasando de la resistencia a la disputa de la hegemonía.
El Foro de Belém, dejó algunas certezas: el mercado quebró, y basta ya de obedecer a los que fracasaron. No salvemos a los bancos, salvemos a la gente. Lo económico y lo ambiental van de la mano. Soberanía latinoamericana sobre los recursos latinoamericanos. Una moneda común. Un cambio ético. Lo colectivo por sobre lo individual. Tolerancia cero al analfabetismo. Alerta roja ante los nuevos disfraces del capital transnacional, especialmente los vinculados con los monocultivos y las semillas transgénicas. Socialismo del siglo XXI. Políticas de Estado regionales. Cooperación en áreas estratégicas. Formación de cuadros políticos y sociales como reaseguro de un proyecto democrático y popular de largo alcance. Son sólo algunas de las certezas que deja este FSM.
La crisis debe conducir a un escenario global diferente
Sin duda, el fantasma que recorrió el FSM, fue el de la crisis económica, que estuvo presente en decenas de debates y reuniones durante la última semana de enero en la lluviosa y amazónica ciudad brasileña de Belem do Pará. Incluso en los debates de temas aparentemente distintos, como comunicación, ecología o derechos de las minorías, terminaban por referirse al cataclismo económico.
Las preocupaciones de capitalismo eran menos Estado, más mercado, más privatizaciones, apertura comercial y financiera. Ahora, en Davos, el Estado
es tomado como el único agente capaz de rehacer el capitalismo. Todas las crisis apuntaban al hecho de que el problema era el Estado. El discurso de Ronald Reagan en 1981 era que el Estado era el problema. Hoy, es que el Estado es parte de la solución.
Y lo peor es que la conducción de la crisis está en manos de los mismos que la provocaron y que las izquierdas (europeas) no tienen coraje de denunciar todo esto y exigir cambios reales, están paralizadas, señaló el exministro español de Obras, Joseph Borrell.
La idea de que América Latina estaría inmune o menos vulnerable a los efectos de la crisis deja lugar a previsiones más pesimistas. El pronóstico es malo para países de economía poco diversificada (Brasil redujo de 4 a 2% su previsión de crecimiento para 2009), que dependen de la exportación de sus commodities, y que van a tener que sobrellevar el efecto combinado del estrangulamiento del crédito y la caída de los precios de sus materias primas. Las previsiones hablan de 23 millones de desempleados en América Latina, cuatro millones más que en 2007. En el mundo, 230 millones de desempleados, 50,5 millones más que dos años atrás.
El sistema simplemente paró y no consiguieron reiniciarlo, señaló el peruano Oscar Ugarteche, para quien estamos recién en la primera etapa de la crisis.
El encuentro terminó por transformarse en la primera manifestación popular global contra la crisis, según el francés Francois Sábado, quien destacó que la turbulencia actual posee dimensiones económicas, sociales, políticas, energéticas, climáticas y alimentarias. «Una crisis de civilización», que revela una profunda derrota de las políticas neoliberales, resumió.
Sábado evalúa que si la izquierda y las fuerzas populares no logran encontrar un programa mínimo común para actuar, se corre el riesgo de que la disputa por la superación de la crisis quede entre los neoliberales y aquellos que desean reformar el capitalismo.
Los movimientos sociales coinciden en una orientación general sintetizada: los trabajadores no pueden pagar la cuenta de la crisis. Algunas centrales sindicales defienden la tesis que empresas que reciban financiamiento público no pueden cesantear trabajadores, y reclaman la caída de las tasas de interés. Algunos van más allá y exigen la nacionalización del sistema financiero y el control de los flujos de capital, como iniciativas de corto plazo, tópicos complementarios entre sí.
Aún es difícil saber cuál será la dirección que tomarán las disputas políticas por la solución de la crisis. Todo dependerá de la lucha política, de la conciencia popular y de la correlación de fuerzas en los embates para la reforma o por la superación del capitalismo.
Ojalá nunca más las ONGs hablen en nombre del Foro, y que los movimientos sociales asuman no sólo la dirección formal sino la real del Foro Social Mundial para poder seguir trabajando por otro mundo posible. En Belém quedó en claro que los movimientos populares que reivindican su autonomía, consideran que la lucha de clases no se mueve por calendarios electorales, y que la única solución para el cambio social es que las clases populares acumulen fuerzas y se genere un ascenso en el movimiento de masas.