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Uruguay

El malestar en la cultura progresista

Fuentes: Editorial La República

La identificación de problemas es en sentido aristotélico una potencia. Tan solo una posibilidad de pasaje al acto (en este caso resolutivo), no necesariamente su realidad. La negación, aquel mecanismo de defensa que Freud expuso en 1925, es posiblemente la primera trampa sobre la que abrigar sospechas de imposibilidad de reconocimiento problemático, no sólo cuando […]


La identificación de problemas es en sentido aristotélico una potencia. Tan solo una posibilidad de pasaje al acto (en este caso resolutivo), no necesariamente su realidad. La negación, aquel mecanismo de defensa que Freud expuso en 1925, es posiblemente la primera trampa sobre la que abrigar sospechas de imposibilidad de reconocimiento problemático, no sólo cuando se analizan conductas individuales, sino también sociales o políticas. En el Frente Amplio uruguayo (FA) resultan identificables algunos síntomas crecientemente elocuentes cuya negación conlleva evidente malestar.

Me ceñiré a sólo dos de ellos en orden creciente de importancia, la que juzgo proporcional a la ausencia de identificación o el silenciamiento de contradicciones: el rumbo económico del gobierno y la declinación político-movilizatoria del progresismo. El primero de ellos tiene un nivel más explícito de identificación y adquiere un carácter relativamente público, que necesariamente se incrementará por el trabajo de la comisión de programa, aunque su visibilidad no es independiente del segundo. Sólo en este diario opinaron al respecto en esta semana los senadores Lorier y Couriel. Lorier preocupado por la atracción y libertad de acción de capitales golondrina, de carácter exclusivamente especulativo y Couriel por aspectos más estructurales de la macroeconomía como el atraso cambiario (al que ya había dedicado varios artículos desde años atrás) con su consecuente pérdida de competitividad, aumento de las importaciones y desaliento de la producción interna, y la dependencia de las exportaciones primarias que las hacen vulnerables a las oscilaciones de la coyuntura internacional. Poco cambia la esencia del cuestionamiento la tendencia devaluacionista de los últimos días que sólo modifica algunas magnitudes del problema. Concluye señalando la inexistencia de un plan de desarrollo productivo que produzca modificaciones estructurales.

Por otro lado, el ministro Olesker elaboró en abril un documento interno (cuyo debate en Consejo de Ministros y algunas instancias partidarias tuvo alguna repercusión mediática) que con mayor extensión, aunque sin perder la habitual capacidad de síntesis y agudeza de sus contribuciones (cuya asiduidad en la prensa extrañamos), plantea un horizonte de limitaciones y declinación si no se modifican aspectos centrales del rumbo cuya estrategia sintetiza en 5 ejes de fuerte intervención estatal. Explícitamente sostiene que «el modelo de crecimiento con fuerte dosis de primarización y cuyo eje redistributivo se ubica en el gasto social, tiende a agotarse y se requiere enfocar la redistribución de la riqueza en una perspectiva integral (…) que incluye el proceso de producción, las relaciones de trabajo y la acción del estado en materia de impuestos y gastos».

No debería extrañar la naturaleza polémica y las oposiciones al interior del progresismo, no sólo por habituales en su larga historia, sino porque se constituyeron en su savia nutricia. Por eso llama la atención que por ejemplo el senador Lescano no las recoja al referirse al trabajo de la comisión de programa, o que la Presidenta del FA, Mónica Xavier, dedique su columna a polemizar con las chicanas de la derecha remitiéndose exclusivamente a exaltar los logros del gobierno en materia de crecimiento económico y redistribución del ingreso. No porque no sean reconocibles y celebrables, sino porque la propia asunción de ellos y la preocupación por el futuro, los pone en debate al interior mismo de la organización política que preside otorgándole un sustento vital cuya publicidad no debería desaprovecharse.

Sin embargo, el malestar que considero más importante se expresa en la dinámica política. Mucho más difícil de mensurar que los números de la economía, el escurrimiento participativo en los comités de base o la mengua en la convocatoria a los actos y movilizaciones (con excepciones ante amenazas o derrotas como la de la última marcha del silencio luego del ominoso fallo de la Suprema Corte) deberían tener un lugar central en el debate actual. Por un lado me lo indica mi acotada experiencia frenteamplista, aún reconociendo las limitaciones de la misma, ya que vivo y trabajo en Bs. As, donde nací. Pero desde el triunfo del 2005, paso varios meses al año en Uruguay, todos los que puedo cuando me libero de tareas presenciales en mi país y asisto a un comité de base en el que no sólo encuentro cada vez menos compañeros, sino inclusive sus puertas cerradas en más de una oportunidad. Los relatos de compañeros de otros comités tienden a confirmarme esta tendencia. A diferencia de otros compañeros que sitúan el malestar en la instalación naturalizada y pretendidamente incontrovertible de la futura candidatura del ex Presidente Tabaré Vázquez, considero que es sólo una expresión sintomática de causas más profundas y estructurales que vienen generando diáspora militante y pasividad, aunque creo también que tal candidatura las profundizará.

La pregunta que se formula la Presidenta del FA en una columna anterior en respuesta a editoriales críticos acerca de si alguien puede sostener que el FA es caudillista, o que priorice candidaturas sobre el programa, corre el riesgo de soslayar las propensiones al caudillismo que anidan en la estructura política liberal fiduciaria vigente -y aparentemente legitimada- y que se proyectan también a las organizaciones, aún de izquierda, que acceden al poder político y se sostienen luego con éxito. Sobre todo si no logran identificarla, teorizarla y problematizarla, creyendo por el contrario que porque en sus orígenes se logró mitigar el caudillismo, se mantendría por siempre de forma automática. La arquitectura política es caudillista, videopoliticista y separatista en la relación entre dirigentes y dirigidos. Predispone mucho más a la seducción del slogan y a la sensibilidad publicitaria en general que al fundamento programático. Resalta el personalismo e induce a interrogar por el quién antes que por el qué y el cómo. Estas consecuencias son el producto de una construcción institucional -que por el momento el FA no se propone cuestionar en términos prácticos- cuya morigeración requieren contrainstitutos y firmes posiciones de principio. El caudillismo y también la burocratización de las organizaciones políticas y sindicales no son una consecuencia de las personalidades de líderes o burócratas sino fenómenos estructuralmente adheridos a las arquitecturas organizativas y en cierta medida inevitables a las que determinadas personalidades les podrán dar mayor o menor encarnadura concreta. No son variables binarias que se afirman o se niegan, sino graduaciones que pueden potenciarse o contenerse.

Hipotetizo que en el FA viene imponiéndose un pragmatismo electoralista que no niego que haya que contemplar, pero que no puede anteponerse a cualquier valor o posición ideológica. Precisamente ese pragmatismo tan caro a los partidos del establishment, traspasó la porosidad frenteamplista reforzando el interés excluyente por la captación electoral de la mayor masa posible de electores. Se tiende con ello a homogeneizar la oferta a fin de satisfacer a la mayor parte del mercado electoral, lo que compele a una progresiva desideologización. El politólogo y constitucionalista Gerhard Leibholz caracteriza esta transformación del sistema representativo denominándola democracia plebiscitaria por el predominio del elemento simbólico-personal del líder.

Este pragmatismo no es nuevo. No surge de los rumores actuales. Ya en el verano del 2012 fui invitado a un asado al que concurrieron legisladores, autoridades partidarias y miembros del ejecutivo que sostenían que a pesar de la confidencia del pedido de ayuda a Bush, el ex Presidente debía ser el candidato porque «se ganaba». Expuse algunas objeciones y me preguntaron si aún con ellas lo apoyaría. Respondí afirmativamente y lo reitero aquí. Si bien no voto, ya que no soy residente y mucho menos ciudadano, apoyaré a quien el FA decida, independientemente de su nombre. No hace más que una semana, en otra cena con personalidades frentistas, se me señaló el peligro de criticar a Vázquez por la posible capitalización que haría la derecha. No comparto el criterio de censurar reparos y críticas que expuse en estas páginas a lo largo de años o que haré en un futuro. No creo, por ejemplo, que la derecha se sume a la crítica por haber apelado al instituto monárquico del veto porque lo utilizaría cada vez que la ocasión se lo requiera, menos aún por oponerse al aborto seguro ya que, salvo excepciones, está organizando una acción política para su derogación. Y en varios otros ejemplos y actitudes.

Se argumenta que de este modo se garantiza el acceso a un tercer gobierno y que esa es la prioridad. La comparto. ¿Pero se garantiza? ¿No hay suficientes pruebas de desobediencia electoral ya en el gobierno como las derrotas en los plebiscitos por la anulación de la ley de caducidad o el otorgamiento de los derechos ciudadanos a la diáspora o en la enorme magnitud de votos en blanco y anulados para los municipios? ¿No es una peligrosa operación de pinzas que el FA se vacíe de bases y se electoralice mientras la derecha apela a la democracia directa, la iniciativa y cierta movilización?

Supongamos que el argumento de que Váquez compensaría una posible fuga electoral frentista con la atracción de votantes de derecha tenga asidero empírico. ¿No será hora de preguntarse por qué?

Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.