El río Mekong (conocido como Dza-chu en Tibet, Lancang Jiang en China o Mae Nam Khong en Tailanda), es el mayor río del sudeste asiático. Desde la meseta del Tibet, este gigante hasta de desembocar en el mar del Sur de China, atraviesa la provincia china de Yunnan, se convierte en la frontera entre Myanmar […]
El río Mekong (conocido como Dza-chu en Tibet, Lancang Jiang en China o Mae Nam Khong en Tailanda), es el mayor río del sudeste asiático. Desde la meseta del Tibet, este gigante hasta de desembocar en el mar del Sur de China, atraviesa la provincia china de Yunnan, se convierte en la frontera entre Myanmar y Laos, y buena parte de la de éste con Tailandia, para entrar posteriormente en Camboya y en el sur de Vietnam, donde su delta se considera una de las tierras más productivas del mundo.
Este complejo sistema tiene efectos directos sobre más de sesenta millones de personas, muchas de ellas consideradas «entre las más pobres del mundo», y por ello también confluyen diferentes intereses y proyectos, que en muchos casos pueden convertirse en antagónicos. La capacidad del río permite que la gente lo utilice como un sistema clave de irrigación de sus tierras, como reserva pesquera (buena parte de la misma además destinada al consumo local y de subsistencia diaria), como fuente de energía, como vía de transporte, como suministro industrial y doméstico… y evidentemente todo ello además sujeto a las alianzas y estrategias de los estados que atraviesa, por lo que no se hace complejo anticipar que el choque de intereses y las maniobras de los estados sobrevuelen ese escenario.
A la vista de todo ello los gobiernos locales intentan coordinar sus esfuerzos para preservar las condiciones de esa fuente de vida. Así, en 1995, Tailandia, Camboya, Laos y Vietnam firmaron el Acuerdo de Cooperación para un Desarrollo Sostenible de la cuenca del río Mekong. Posteriormente esos mismos estados formaron la institución Comisión del río Mekong (MRC por sus siglas en inglés). Sin embargo la ausencia de China en el mismo y las alianzas y presiones que pueda ejercer el gigante asiático sobre sus vecinos condiciona en buena medida las actuaciones de este tipo de organizaciones.
Desde hace varios años se viene produciendo un intenso pulso entre los que quieren implantar plantas hidroeléctricas, defendiéndolas como fuente de energía y desarrollo, frente a quienes alertas de las peligrosas consecuencias que esos planes conllevan para el medio ambiente, la seguridad alimenticia y la forma de vida de millones de personas. Y todo ello, además, se ve acompañado de las distintas presiones de los más poderosos, en este caso de China y de los intereses comerciales de importantes empresas de Occidente o de Japón.
La construcción por parte de Beijing de grandes presas en la parte alta del río ya ha tenido sus efectos sobre el medio ambiente, y los problemas se han sucedido en el curso del río en Myanmar, y en el norte de Tailandia y Laos. El declive de las reservas pesqueras así como la imprevisión en torno a los niveles de agua del río (hasta ahora era la naturaleza, con sus dos estaciones de lluvias y secano, la que lo regulaba) ha empezado a condicionar de forma acusada el quehacer diario de muchas poblaciones locales.
Los defensores de este supuesto «desarrollo modernizador» sostienen que los costes se ven compensados por la energía que se obtiene, motor de un proceso que mejoraría las condiciones de vida de la gente. Si bien es cierto que en Laos, la llegada de la electricidad a la mayor parte de pueblos y aldeas aisladas en las cuencas de los ríos se ha recibido con entusiasmo, también es cierto que a medio y largo plazo las consecuencias negativas de esos proyectos pueden acabar con la forma de vida de esos mismos pueblos.
El abanico de impactos negativos debería hacer recapacitar a más de no de los defensores de esos megaproyectos. La construcción de esas presas supone el desplazamiento de miles de personas que son sacadas de su hábitat para ser dejadas en un nuevo lugar extraño a su forma de vida y costumbres, u obligados a emigrar a zonas urbanas para convertirse en mano de obra barata; inunda grandes zonas de bosques; altera permanentemente los niveles de agua del río; bloquea o acaba con las migraciones de los peces, afectando de forma directa a la pesca tradicional, soporte básico de la subsistencia de la mayor parte de la población local; y sobre todo supone una drástica variación del ecosistema que protege a los bosques y las especies que viven junto al río.
Además, son muchos los que denuncian que la mayor parte de la energía que se logra en estas presas hidroeléctricas sirve para dotar de iluminación a las grandes ciudades en Vietnam y Tailandia, que llevan años inmersos en una alocada y descontrolada carrera de crecimiento que para nada obedece a las necesidades de su población.
Otra de las propuestas que está sobre la mesa es le intento chino de hacer navegable el río para grandes barcos. A día de hoy, sujeto a las condiciones que impone la naturaleza, la presencia de rápidos y grandes rocas en el río hace inviable esa opción. Por ello para sacra adelante el proyecto chino sería necesario alterar sustancialmente el curso del río, eliminando la presencia de rocas y con ello alterando el ecosistema que a día de hoy caracteriza al Mekong y que sostiene la vida diaria de millones de personas.
En este contexto las alianzas y juegos de las relaciones internacionales también asoman. De momento el que mejor situado está en esta coyuntura es China, su poder en la región le puede permitir contar con el apoyo de Myanmar y Camboya, a pesar de que las consecuencias para las poblaciones de esos países de llevarse a cabo los panes chinos serían desastrosas. Laos por su parte no quiere dejar pasar la oportunidad de desarrollar una fuente de ingresos considerable, aunque los daños puedan pasar factura a medio o largo plazo, y sobre todo sabedor como es el gobierno de Vientiane de las necesidades tailandesa y vietnamitas de energía. Tailandia por su parte se encuentra entra la espada y la pared, recelosa del protagonismo chino, se encuentra atada de manos ante la demanda de energía para sus ciudades, y por su parte Vietnam, necesitado de energía, teme por el futuro del delta del Mekong (reserva clave en el desarrollo agrícola y pesquero del país) y sobre todo por el nuevo equilibrio de alianzas que pueda darse en la región, ya que la posición de Laos pondría en peligro la histórica relación entre ambos estados.
Como señalaba un analista local, «Tailandia necesita agua y energía; Laos busca dinero y poder desarrollar su capacidad hidroeléctrica para exportarla a sus vecinos; Camboya sigue buscando apoyo financiero para su desarrollo (y éste a día de hoy proviene de China), por lo que estaría dispuesta a sacrificar su capacidad pesquera (la importancia del lago Tonle Sap se vería seriamente dañada); Vietnam por su parte necesita energía pero es receloso ante las consecuencias que traerían esos proyectos para el delta y sobre todo ante un nuevo escenario de alianzas regional; Myanmar parace que continuaría mirando hacia Beijing; y sería por tanto el gigante chino el que mejor podría impulsar sus intereses en la región».
Tal vez, los defensores del desarrollo «a cualquier precio», aunque lo intenten maquillar con referencias al medio ambiente y a la sostenibilidad (el negocio-dinero no entiende de esos términos) sigan apostando por esa alocada carrera, sin embargo también convendría recordar que el Mekong es el «corazón y alma del sudeste asiático, una reserva de vida y una arteria vital de transporte», y cualquier alteración sustancial del mismo tendrá penosas consecuencias para la población que durante siglos ha convivido con él.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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