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El modelo forestal en el banquillo una industria en explosión y un modelo cuestionado

Fuentes: L ESPECTADOR - COMCOSUR

Entrevista en el programa En Perspectiva de radio El Espectador al ingeniero agrónomo Carlos Perez Arrarte, investigador del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo, Uruguay (Ciedur) y profesor de Economía Ecológica en la Maestría de Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. Hay zonas que no se pueden […]

Entrevista en el programa En Perspectiva de radio El Espectador al ingeniero agrónomo Carlos Perez Arrarte, investigador del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo, Uruguay (Ciedur) y profesor de Economía Ecológica en la Maestría de Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.

Hay zonas que no se pueden forestar porque son muy sensibles por razones naturales, económicas o sociales, dijo el ingeniero agrónomo Carlos Pérez Arrarte. Según el investigador del Ciedur, con el modelo actual se reduce entre 50% y 70% el rendimiento hídrico de las cuencas. Además, para la gente que tiene forestación cerca, ‘el problema es concreto y vigente’, afirmó.

Concluida la primera instancia del juicio en La Haya, con la planta de celulosa de Botnia en plena construcción, con la de Ence que prepara sus obras y con la confirmación de que también se instalará una fábrica de celulosa de Stora Enso pero en el centro del país. Con ese cuadro se reaviva el debate acerca de cuán sostenible resulta el actual modelo de desarrollo forestal.

Por ejemplo, grupos de productores de los departamentos de Soriano y de Rocha aseguran que las plantaciones masivas de eucaliptos los han golpeado duro y que su peor efecto es la sequía de los pozos de sus establecimientos. ¿Cuáles son las principales críticas al modelo forestal en curso? ¿Cuál es la relación de los monocultivos con la sequía? Vamos a ocuparnos de estas cuestiones.

EMILIANO COTELO: Para contestar estas preguntas estamos en diálogo con el ingeniero agrónomo Carlos Pérez Arrarte, investigador del Ciedur (Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo, Uruguay), profesor de Economía Ecológica en la Maestría de Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias. Uruguay tiene al día de hoy 700.000 hectáreas forestadas.

CARLOS PEREZ ARRARTE: Correcto.

EC – .sobre un total de 18 millones de hectáreas.

CPA – Agrícolas, 16 millones de hectáreas.

EC – La ley 15.939, la ley de forestación que reguló la actividad del sector a partir de 1987, dio un fuerte impulso a las plantaciones para una industria que desde entonces no para de crecer. Pero acompañando este ritmo acelerado de los últimos 18 años, se han ido consolidando ciertos cuestionamientos al modelo forestal. Usted participa de esas críticas.

CPA – Sí. Desde que salió la ley, en Ciedur hemos tenido una línea de trabajo que se llama ‘Desarrollo y medio ambiente’. Hemos realizado una secuencia de investigaciones a lo largo de esos años y fuimos bosquejando un planteo, en este caso relativamente crítico del modelo forestal uruguayo.

EC – En titulares para después entrar en el desarrollo, ¿cuáles son las principales objeciones?

CPA – Como el tema es muy amplio le iba a proponer centrarnos en el tema del agua, que es muy importante y sobre el cual en este momento hay planteos de productores. Este es un caso paradigmático y ya a principios del año 90 teníamos los datos y la información de que iba a ser así. Entonces parece un elemento estratégico para mostrar las debilidades del modelo.

EC – Esta cuestión del consumo de agua por las plantaciones de eucaliptos no termina de quedar clara. He escuchado versiones muy diferentes y las dos posturas principales están sustentadas en estudios técnicos. Me gustaría conocer qué es lo que ustedes en particular han podido detectar, qué es lo que han podido comprobar.

CPA – Si le parece, inicio un cierto razonamiento y vemos en qué medida me aproximo a sus expectativas. Básicamente un ecosistema, un campo, produce por una parte bienes materiales, tangibles, como carne, lana, madera, hortalizas…Y por otro lado produce lo que se llaman servicios ambientales determinados. Por ejemplo, en determinados campos, el agua de la lluvia penetra y recarga los acuíferos -para hablar de uno de los servicios ambientales-, que son napas subterráneas que después son utilizadas por múltiples productores e incluso por centros urbanos determinados que están en la vecindad de esos campos. Esos servicios ambientales, en su mayoría, son bienes públicos. Cuando modificamos radicalmente el uso de un ecosistema, cambian las dos cosas: cambia la producción de los bienes materiales tangibles y cambian los servicios ambientales que ese ecosistema provee. Si se tala la Amazonia, dejamos de producir madera. Y si se incorpora la ganadería, como se hace habitualmente, se alteran todos los servicios ambientales que produce la Amazonia y eso provoca una gran preocupación mundial. Cuando aramos y cultivamos un campo natural o le plantamos árboles, de la misma forma cambia la producción de bienes. En lugar de carnes o granos producimos madera. Y cambian radicalmente los servicios ambientales que estaba dando ese ecosistema.

En el caso concreto del agua, en el año 92 publicamos un libro acá en Uruguay con la editorial Peri, que se llamaba ‘Desarrollo forestal y medio ambiente’; fruto de un trabajo que hicimos asociados con la Facultad de Ciencias en aquel momento durante un par de años. Allí se mostraba que las plantaciones reducen el rendimiento hídrico de las cuencas. El rendimiento hídrico de las cuencas es el agua que sale del sistema en dos vertientes. Por un lado, alimenta los arroyos y los cauces superficiales, la correntía. Y por otro alimenta las napas subterráneas, es el agua que entra al suelo, las plantas no la utilizan, sigue hacia abajo y alimenta las napas. Los trabajos hoy muestran que el rendimiento hídrico de las cuencas con pasturas del tipo de las que tiene Uruguay, al forestarlas con plantaciones, se reduce entre 50% y 70%.

EC – Supongo que eso depende de cuál sea la superficie plantada.

CPA – Eso es por unidad de superficie. Si tenemos 100 hectáreas de campo natural y las forestamos, tenemos que esperar que el volumen de agua que sale de esas 100 hectáreas (tanto la que va a ir a las cañadas como la que va a ir a alimentar las napas subterráneas) baje entre 50% y 70%. Sobre eso hay múltiples datos internacionales desde ya 15 o 20 años. En el año 1996, la Dirección Forestal, a raíz de que había bastante presión de las organizaciones ambientales, trajo un consultor brasileño, el ingeniero Lima, que coincidió en que eso iba a ser lo que iba a pasar. Recomendó hacer ensayos para medir en las condiciones de Uruguay, con recursos del Prenader se hicieron algunos proyectos muy interesantes en la Facultad de Agronomía y en la Facultad de Ingeniería, con microcuencas apareadas y un trabajo en una macrocuenca muy importante que es la del río Tacuarembó. Y ya esos resultados iniciales -lamentablemente estos trabajos después se discontinuaron, como suele pasar en nuestro país- mostraron inmediatamente esa misma tendencia y daban que la correntía se iba a reducir alrededor de 50%. Ahora se han sumado muchos más trabajos. Hay trabajos de un grupo de investigadores argentinos para el Instituto de Cambio Climático Global Mundial que muestran esos datos con mucha más consistencia.

EC – ¿Cuán importante es este problema, siendo que en nuestro país existen 700.000 hectáreas forestadas sobre una superficie total de 18 millones de hectáreas, algo menos si consideramos las hectáreas destinadas pasibles de ser cultivadas?

CPA – Primero hay grandes problemas locales. Si usted está en Tacuarembó o Rivera y está rodeado de eucaliptos, tiene inmediatamente los problemas. Las que primero sufren son las pequeñas napas subterráneas que están a una profundidad de 3 a 10 metros. Son las que habitualmente se utilizan en los establecimientos rurales para darle agua al ganado, para los molinos y los pozos que abastecen el ganado y las casas, por ejemplo. Esas napas tienen poca capacidad de almacenamiento y están muy vinculadas con las lluvias. Entonces suenan inmediatamente cuando hay plantaciones de eucaliptos en su área de influencia, donde están sus recargas. Y hay zonas del país en las que el área forestada es de 30% o 40%, en los departamentos donde se concentra la aptitud forestal. Entonces todas las zonas inmediatas están sintiendo esos problemas. En Soriano, Cerro Alegre, Paraje Pence, Tres Bocas; Gorgoroso en Paysandú; en Rocha…En las zonas donde la forestación está avanzando, a los productores no los conforma la idea de que el país es muy grande. Ellos tienen un problema local y en muchos casos están recibiendo agua de camiones municipales que los abastecen durante todo el verano.

EC – Este grupo de chacareros de Soriano ha denunciado hace tiempo que las plantaciones de eucaliptos provocaron la seca de sus pozos de agua y agregan que la situación viene agravándose con el paso de los años. La atribuyen directamente a los monocultivos. Entonces, que la seca de esos pozos de agua está ocurriendo es indudable. Usted mencionó al pasar que la Intendencia de Soriano ha tenido que construir un sistema de distribución de agua con camiones cisterna, pero ¿se puede sostener científicamente que es consecuencia directa de las plantaciones de eucaliptos cercanas?

CPA – En ese caso no, habría que hacer una trazabilidad, sería un experimento extraordinariamente complejo. Pero está en el marco de la interpretación más aceptada por la teoría.

EC – Porque desde la Sociedad de Productores Forestales se argumenta que es falso que el eucalipto provoque este problema de la seca de pozos. Se sostiene que el eucalipto es muy eficiente en absorber el agua de lluvia, hasta en un 80%, pero que eso no es lo mismo que decir que absorbe el agua de las cuencas.

CPA – Hay trabajos científicos que están midiendo eso incluso en Uruguay, que el rendimiento hídrico de las cuencas se reduce entre 50% y 70%. En un trabajo realizado por la Facultad de Ingeniería en la macrocuenca del río Tacuarembó, que son 200.000 kilómetros cuadrados (de los cuales la cuarta parte está forestada) a pesar de que el trabajo es relativamente inicial todavía, inmediatamente se detectó que había una reducción del caudal más importante en los meses de verano. Para nosotros es un tema totalmente laudado, que hay una reducción importantísima del régimen hídrico, además hay evidencia mundial sobre el tema. En el caso concreto de esos productores nadie lo puede afirmar, pero uno diría que se sabía desde hace 10 años que iba a pasar.

Aún más grave que eso, esto va a provocar impactos mucho más significativos. Porque afecta a otros usuarios del agua muy importantes: los productores de arroz del norte del país, de la cuenca de Tacuarembó y otras regiones también son tributarios del uso del agua. Y aun más, en la cuenca del Río Negro, que es una de las columnas vertebrales del abastecimiento hidroeléctrico del país con sus tres represas…Si esto es como pensamos, el agua que va a ser turbinada se va a reducir dramáticamente. Para empezar, el Río Tacuarembó es el principal afluente del Río Negro y ya hay datos iniciales de que eso va a pasar. En la medida que la forestación crezca esos impactos van a ser cada vez más evidentes.

EC – Usted está hablando de consecuencias casi catastróficas.

CPA – El agua además se reduce estacionalmente de forma diferente, como muestra el trabajo de la Facultad de Ingeniería, de octubre a marzo el impacto es mucho mayor. Entonces suponga que el agua turbinada baja 10% con relación a la situación de campo natural. Eso tiene un impacto económico formidable en un momento en que la energía se ha vuelto un bien preciado. Hay elementos hoy y hay elementos experimentales que están mostrando eso. Es un tema central.

EC – ¿Esto tiene que ver con el hecho de que los monocultivos de los que estamos hablando son de eucaliptos o tienen una alta proporción de eucaliptos? ¿O es un problema que se daría en general cualquier monocultivo?

CPA – Eso está establecido para las plantaciones forestales. En general, se considera que los eucaliptos son los más importantes. Pero en Sudáfrica hay muchos trabajos sobre plantaciones de álamos, que son muy importantes y tienen también un gran consumo de agua. Pero también hay experiencias acá en Uruguay y en Brasil y otras partes del mundo con pinos. Los pinos producen un efecto similar, un poco menos intenso que los eucaliptos. Está asociado con las plantaciones forestales, el gran cambio es pasturas por plantaciones forestales, así como en la Amazonia es sacar el monte tropical y poner pasturas para producir ganado.

EC – Desde la audiencia viene una pregunta que ya habíamos planteado. Dice Ana, del Cordón: ‘Según tengo entendido, las áreas forestadas del país son el 7% del territorio nacional, y el ingeniero habla como si estuviéramos ante la forestación de todo el país’. Si entiendo bien, su preocupación o la de los técnicos que han trabajado en estas cuestiones, se concentra en lo que ocurre en determinadas cuencas.

CPA – Exactamente. Para la gente que está en un determinado lugar, si tiene forestación cerca, el problema es concreto y vigente. Para el país hay problemas del tipo que hablábamos hoy. Si la cuenca del Tacuarembó en el año 2000 tenía el 25% forestado, ahora tiene el 35% y rápidamente va a ir al 50%, este efecto va a ser cada vez más notorio.

EC – Si se avanza con los proyectos de Stora Enso, por allí podría estar este tipo de consecuencias en esa zona de la cuenca del Tacuarembó.

CPA – Y a eso se suman Wayerhouser y Colombade en Tacuarembó. En este momento hay enormes inversiones de fondos de inversión estadounidenses que están comprando tierras por miles de hectáreas. El fondo de pensión de los bomberos de Nueva York está comprando miles de hectáreas en Tacuarembó y Rivera para forestar. Lo que estamos queriendo decir es que debemos adelantarnos a los problemas. Ahora que ya sabemos que esos problemas están en la línea, deberíamos tomar medidas precautorias para ordenarlos antes de tener las cosas ya en forma irreversible.

EC – Le planteo otro punto que llega desde la audiencia. Ingre, del Centro, dice que ‘acá está faltando un elemento, el mal uso que se hizo del Indice CONEAT. Si las plantaciones se hacen en áreas aptas para forestación no ocurre nada, pero si se utilizan tierras agrícolas sí’. ¿Cómo es esto?

CPA – Tenemos una ligera discrepancia con eso. Porque la clasificación de suelos CONEAT es una maravilla que tiene el país, pero fue realizada sobre la base de nuestros conocimientos en los años 60 y la definición de los suelos de aptitud forestal. Eso hoy es muy limitado como elemento único de ordenación, porque sólo toma en cuenta el suelo. Para darle una idea, no toma en cuenta para nada esto que estamos hablando del ciclo hidrológico ni una cantidad de factores sociales que son muy importantes para ordenar el territorio de un país. Entonces, aunque es una gran base, como siempre hacemos en muchos aspectos, no lo seguimos mejorando, no continuamos perfeccionando nuestras herramientas. Eso quedó estacionado durante 50 años y hoy es completamente insuficiente. Esa es la base de los planteos del movimiento ambiental. No alcanza con los suelos de aptitud forestal.

EC – Pero la forestación no está desarrollándose solamente en suelos de aptitud forestal.

CPA – Eso agrega otro perfil de desorden. Pero permítame darle un ejemplo que me parece gráfico y que tal vez sea interesante para la gente de la zona metropolitana. A raíz de que la forestación tiene ese efecto sobre el ciclo hidrológico es muy importante no forestar -desde nuestra perspectiva, y es muy aceptado entre los agrónomos- lo que se conoce como las cuencas altas de los ríos: el origen de cualquier río. En esas cuencas generalmente hay una serie de vertientes que son muy importantes porque son las que aseguran que el río fluya todo el año, aun en las épocas de sequía cuando no hay agua de lluvia. Por ejemplo, el río Santa Lucía es enormemente estratégico porque abastece el 70% de la población del país de agua potable. Ese río debería ser sagrado para nosotros, tanto porque buscar otras soluciones implicaría enormes inversiones como porque es un bien. Y requeriríamos tener una alta calidad y seguridad de abastecimiento. Sin embargo, desde hace años estamos forestando toda la cuenca alta del río Santa Lucía, que se encuentra en una parte de los cerros de Minas muy importante. El país está forestando suelos de aptitud forestal, pero que están sobre la naciente del río Santa Lucía, que son las que en verano aseguran que el río produzca el agua que requerimos para el consumo de la población. Desde nuestra perspectiva, debería haber áreas donde estuviera prohibido forestar por ser de gran sensibilidad natural y social para el país.

EC – Las tierras de aptitud forestal en teoría son las que pueden utilizarse poco para otros usos en la agricultura, son tierras más pobres.

CPA – Esa también es una perspectiva de los años 60. Por ejemplo, los suelos arenosos hoy son enormemente aptos para plantar soja, que es el cultivo estrella, o los suelos livianos. Es un juicio de valor que está de acuerdo con cómo pensábamos en los años 60, y estaba bien. Pero hoy muchos de esos conceptos son relativos. Ha habido un enorme desarrollo de la tecnología. La soja es uno de los fenómenos más formidables de este siglo y por lo tanto las cosas cambian radicalmente con respecto a lo que pensábamos hace 40 años.

EC – La ley de forestación había previsto que los subsidios que incluía fueran válidos para las plantaciones desarrolladas en ese tipo de suelos.

CPA – Correcto.

EC – De hecho, de todos modos después las plantaciones también abarcaron tierras de otro tipo. O sea que, sin importar el subsidio, se avanzó igual hacia otras áreas.

CPA – Eso es correcto. Porque la política forestal aseguraba ciertos beneficios a los plantadores. Pero puede haber otras conveniencias económicas. Por ejemplo, la distancia al mercado. En la madera hoy los fletes pueden ser un componente del costo del 40% de la producción total. Entonces, si la distancia es un factor tan importante para definir la rentabilidad del rubro, muchos empresarios podían optar -y lo hicieron en el pasado muchas veces- por plantar en suelos que no son de prioridad forestal y por lo tanto no recibir los beneficios. Pero su negocio igual era más rentable porque estaba muy cerca del mercado y pagaban muy poco flete. En este caso, el ordenamiento sólo por la calidad del suelo era muy limitado, porque otros factores naturales como el agua, u otros factores económicos como la distancia y los fletes, cambian radicalmente la determinación de dónde plantar.

EC – Para redondear por hoy, ¿qué es lo que ustedes entienden que hay que hacer? ¿De qué manera hay que regular? Ya no es una cuestión de tierras de aptitud forestal o no.

CPA – Deberíamos hacer un ordenamiento territorial mucho más rico. Hay elementos de sobra para hacerlo. Hay zonas que no se pueden forestar porque son áreas muy sensibles por razones naturales, económicas o sociales. Y en otras áreas se podría hacer lo que se hizo, por ejemplo, en Sudáfrica a principios de los 90: se definió para cada microcuenca del país porcentajes máximos de forestación, de forma de permitir que hubiera áreas en las que el ecosistema pudiera funcionar de acuerdo con su vocación ecológica. Por ejemplo, en determinada microcuenca sólo se podía forestar hasta el 50% de su superficie total. En Uruguay, se requiere afinar trabajos, los técnicos están en capacidad de hacerlo, para definir en todo el país esos coeficientes máximos de forestación que permitan la sustentabilidad de toda la sociedad. Algunas organizaciones ambientales, por ejemplo el movimiento Guayubira, están planteando que deberíamos hacer una moratoria de las plantaciones, parar las plantaciones en este momento, antes de que el problema se siga agravando. Si hay empresas que van a plantar 100.000 hectáreas en los próximos dos años y otras que van a plantar cantidades variables, al ritmo actual deberíamos tomar una medida precautoria de decir: ‘Vamos a mirar qué estamos haciendo y después que tengamos la cabeza clara y hayamos acordado en el país un esquema de desarrollo para el sector, abrimos de vuelta la compuerta’.