Otra vez el Sr. Alfonso Lessa ha salido a la palestra como abogado del diablo de la derecha política tradicional uruguaya. El subtitulo de su nuevo opúsculo tiene -como si fuera necesario!!!- una aclaración, «la izquierda y el golpe militar de febrero de 1973». La intención es clara, sin necesidad de mayores comentarios. El «pecado […]
Otra vez el Sr. Alfonso Lessa ha salido a la palestra como abogado del diablo de la derecha política tradicional uruguaya. El subtitulo de su nuevo opúsculo tiene -como si fuera necesario!!!- una aclaración, «la izquierda y el golpe militar de febrero de 1973». La intención es clara, sin necesidad de mayores comentarios. El «pecado original» le corresponde a la izquierda como todo buen catequista de derecha que está absolutamente convencido.
Alejados están los tiempos en que este escriba señalaba el otro «pecado», haberse levantado en armas contra el régimen democrático-burgués representativo (ver La Revolución Imposible del mismo autor), que fue lo que precipitó todo (la «tesis» Sanguinetti). Ahora, en su nuevo opúsculo, reconoce abiertamente la corrupción imperante en la democracia representativa que antes defendía. Cómo de la democracia representativa colorada y batllista de Pacheco, se pasó a la corrupción generalizada de los elencos políticos es un pase misterioso del que el autor no acierta a darnos una explicación: simplemente lo reconoce y lo afirma en reiteradas ocasiones a lo largo del libro, es decir no sabe explicar cómo y por qué vías los demócratas burgueses de los elencos políticos se cavaron la fosa que los llevó a contemplar azorados los avances de los militares sobre los espacios políticos de la democracia que tanto habían maltratado. Estas falencias son las características típicas del pensamiento neo-liberal conservador.
Lo que no es casualidad es la impotencia de todo este género de razonamiento para explicar las vicisitudes de la vida política nacional en los últimos 50 años. La izquierda -particularmente la marxista- lo tenía mucho más claro: el régimen democrático burgués uruguayo y sus «representatividades» era la «forma democrática» que asumía la permanente dominación del capitalismo dependiente uruguayo, en una época de bonanza relativa que llegaba a su fin y que siempre había tenido -entre las mismas filas- burgueses rencorosos, detractores, partidarios de la dominación lisa y llana, garrote en mano y sin mayores cortapisas, al estilo general latinoamericano. En ambos partidos burgueses existían esos partidarios, ora refugiados en el catolicismo ultramontano, ora como partidarios de las «cerrilladas» militaristas, ora buscando su inspiración en el proto-fascismo español de Franco que reunía en un haz las tres vertientes: el catolicismo conservador, el militarismo y el proto-fascismo como «forma superior» de dominar la sociedad entera. Con variaciones, todos esos cultores del conservadurismo cerril, tenían cabida en las variaciones políticas que ofrecían los partidos blancos y colorados, estaban bien representados en todos ellos y aguardaban turno junto a las viejas momias del terrismo que esperaban -aún en la vejez mas abyecta- para liberarse de los silencios con buenas pensiones que la restauración democrática -el «golpe bueno» del baldomirismo y los que vinieron después– les habían impuesto (1).
Alfonso Lessa se saltea todas estas cuestiones intencionadamente, como corresponde a la visión a-historicista del neo-liberalismo, pero pretende hacer historia de la chiquita, de la miope, y deja sus huellas de contradicción por todas partes. Son las Casandras criollas que se lamentan de que se quedaron afuera, de que la gente finalmente «se avivó» y comprendió todo el curro de la «democracia uruguaya», de la «tacita» del Plata, de la «suiza» de America y de todas las paparruchas burguesas que acostumbraban a usar para aturdir y aturdirnos mientras se pavoneaban autosatisfechos. La derecha sigue aferrada a su mantra fundamental: la culpa la tiene la izquierda, es por culpa de la izquierda que nos quedamos colgados del pincel, sin escalera y, viendo con envidia como otros disfrutan de lo que antes nos servía a nosotros para el enriquecimiento personal. El golpe por consiguiente es «culpa de ellos» y hay que intentar ver si imponemos esta visión intencionada. Para eso se anota -entre otros- Lessa haciendo obra. Su destinatario principal son las nuevas generaciones que nacieron después del golpe y crecieron bajo la dictadura, ignorando lo que a fuerza de terror se silenciaba. Esas generaciones están huérfanas de referencias anteriores, son la generación perdida que nos legó la tiranía militar a través de un trabajo de lavaje celebral formidable del cual se constata dia a día sus efectos perniciosos. Ahí esta la base material generacional perseguida para el viraje que anhelan. Motivo más que suficiente para intentar contrarrestarla.
El proceso de militarización uruguaya que culmina en el golpe de estado, tiene como hilo conductor del fenómeno la caducidad absoluta de la democracia liberal, parlamentaria y representativa de aquel momento. Implica una burguesía que había perdido hacía mucho tiempo el rumbo (y era incapaz de recuperar su tasa de ganancia habitual sin modificar plenamente su conducta económica) y una clase política que decía representarlos: los políticos profesionales de ambos partidos burgueses, los blancos y los colorados. Unos y otros recurrieron a los militares porque sabían perfectamente bien que era el último reaseguro que les quedaba para mantener su dominación.
Fueron en consecuencia a golpear a las puertas de los cuarteles, alentaron a los militares que sabían golpista, desplazaron a los que dentro del mismo cuerpo tenían pruritos legalistas, se aprovecharon de todas las coyunturas que permitían ese fortalecimiento, particularmente la de los cambios que hacia el papel de las fuerzas armadas alentaba la política exterior de los Estados Unidos de Norteamerica, via el Departamento de Estado o via los enviados del Pentágono en el Plata. La «escuelita del crimen» en Panamá era otro apéndice necesario para la obra, miles de oficiales se graduaron en la misma. Todos estos vaivenes que acabamos de enumerar necesitaban de timoneles hábiles, atentos, mancomunados, persiguiendo un mismo fin a través de las peripecias, los cambios y las variaciones que imponían las circunstancias y los tiempos. No poco trabajo tuvieron para llegar a buen puerto con su siniestro proyectito!!!
Esas son las grandes líneas, lo demás es historia pequeña o anedóctica. Si el golpe fue en febrero, como lo señalaron aquellas personalidades que conocían de primera fuente como llegamos al 31 de marzo de 1933, o si fue la disolución del Parlamento varios meses después de los acuerdos fallidos del Boiso Lanza importa poco. Para las grandes multitudes uruguayas estaba claro que el proceso de liquidación de la democracia política venia de mucho antes, se dilató todo lo que se pudo para disfrazarlo, pero las grandes líneas estaban tendidas y los actores no cesaban en sus afanes de concretarlo. Que hubo actores lúcidos, que por conocimiento de la dictadura anterior, podían señalarlo como lo hizo Vasconcellos o Quijano, no agrega a estas grandes líneas ninguna posibilidad de evitarlo o conjurarlo. La Historia al fin y al cabo no es la historia que podía haber sido, como se solazan ahora ciertos pensadores neoliberales que a falta de historicidad han decidido refugiarse en los posibilismos como último refugio fútil ante las realidades del fracaso del capitalismo como sistema a escala mundial.
Y no ha de ser el Sr. Alfonso Lessa el que subiéndose al camión de esas modernísimas argumentaciones neoliberales, intente explicarnos interesadamente, porque el bi-partidismo tradicional se fue en el Uruguay al tacho de la basura y pretenda alzarse con el santo y la limosna de que la culpa fue de la izquierda por más acopios de testimonios que realice.
¿Quiere decir esto que la izquierda -esa generalidad que en Uruguay se denomina izquierda- no tenga nada que ver con el asunto? Decididamente no, los yerros de la izquierda y particularmente de los que fueron sus timoneles en aquel entonces, sus miopías y atolondramientos, que llegan hasta ahora encarnados en el «progresismo» gobernante, continúan. Son parte de la larga marcha de la formación de una conciencia colectiva crítica y lúcida más que nunca necesaria para enfrentar los desafíos del futuro. Futuro -señalémoslo precisamente- que nada tiene que esperar del capitalismo. Futuro que será -o no será- socialista. En eso estemos claros.
Bordaberry fue, en aquel pasado reciente, el triunfo del Pachequismo que no podía imponer la re-elección, conviene no olvidarlo, ni saltárselo a la torera. Demuestra que las grandes mayorías nacionales estaban omnibuladas, erraban y andaban bien confundidas. Todavía eran receptivas al canto de sirenas de las formaciones políticas «fundacionales» como se dice ahora desde el «progresismo». Y la izquierda -entonces- no tenía los caudales de conciencia elemental, electoral, que tuvo después del 85. No era tampoco el partido comunista uruguayo el que tenía la mano alta al seno de la Convención Nacional de Trabajadores, que nunca fue la «central» única que pretendían en su propaganda de masas.
Intentaban imponerla con la combinación de las maniobras tradicionales, la propaganda masiva y los grupos de choques que se encargaban de los trabajos menores de amedrantamiento, pero ni con eso lograban paliar una conciencia crítica sindical que crecía en las bases, se extendía a los cuerpos de delegados fabriles, a los activistas y a los dirigentes que cada vez tenían más caudal de voceros críticos a la línea que orientaba la mayoría ficticia y amañada del partido al seno del movimiento sindical uruguayo. Cuando señalamos esto no estamos para afiliarnos a la tesis del «obrerismo». Toda conciencia crítica sindical, aún la más alta, no logra superar «la clase en sí» o sea la conciencia laborista, clase «para si» es cuando esa conciencia obrera y asalariada da un salto de calidad que necesariamente es político.
Eso es lo que explica las zozobras de la cúpula sindical y política comunista, así como la de las cúpulas de los partidos burgueses (que no tenían mas apoyo que el electoral cada cuatro años) por el parlamenteo con los nuevos actores y la búsqueda de posibles acuerdos y compromisos.
Si todos esos «héroes» políticos y sindicales buscaban en las antesalas -despues de largas amansadoras- calma para sus inquietudes y aspiraciones, aún para sus ambiciones políticas de sacarse «una revolución barata», en lás cárceles, otros -los del Florida, que ya no estaban más allí- también las habían buscado antes, ante la derrota indudable que les habían propinado. Don Eleuterio en primera fila (y con él Marenales, el Pepe, la Tronca y otros como está debidamente probado). Todos ellos creían «que veian» pero estaban –y algunos lo siguen estando hasta ahora– ciegos completamente. Se creían los actores principales porque ignoraban lo que nunca debían haber olvidado: que son las condiciones sociales, la conciencia colectiva, la que forja y promueve a los grandes hombres que las circunstancias alumbran.
Todos ellos eran figuras de segunda que desfilaban por el escenario, sin darse cuenta que eran meras comparsas. Solo Carlos Quijano, Guillermo Chifflet, Amilcar Vasconcellos -por diferentes motivos- se diferenciaban del conjunto y, particularmente el primero, sembraba desde «MARCHA» rumbos y derroteros ante tanto tilingo político que había perdido el rumbo sea por reformismo inveterado, o por novelería política irresponsable. Del lado burgués tradicional la cosa era aún peor, no solo en el partido colorado, también en el blanco acaudillado por la figura de Ferreira Aldunate que nunca fue un demócrata consecuente como algunos -ahora- intentan disfrazarlo.
También ellos estaban en los cabildeos, en las antesalas, en los intentos de mariscaléos que era la manifestación más clara -en su desarrollo- de que estaban absolutamente huérfanos de rumbos (2) y, lo que es peor de fuerza política para intentar frenar el malón en curso. Quijano en cambio, mantenía una posición consecuente que adelantó cuando en la otra orilla del Plata, se produjo el ascenso de Onganía y hubo argentinos que saludaban aquel golpe como la mejor solución posible, la de que «se pudriera todo», después del desquiciamiento que había significado el Frondizismo(3). Quijano ya entonces -hombre del Plata, consecuente- marcó entonces que por ese camino no había soluciones. Sino los viejos males y la prolongación de los mismos. Veterano del 33, compañero del único caudillo blanco dispuesto a enfrentar la dictadura con las armas en la mano, Basilio Muñoz, sabía muy bien de lo que hablaba. Lo hizo entonces como revolucionario y después vió la mala salida uruguaya que era el baldomirismo, solución de compromiso del «cuicaje» de siempre, los antecesores de Sanguinetti, de los cuales aquel aprendió todas las malas mañas de la politiquería criolla.
El pueblo liso y llano en cambio, las verdaderas grandes mayorías concientes, acumulaban experiencia y la misma cristalizaría durante la Huelga General. Esas mayorías concientes no se hacían las ilusiones de los «políticos», sabían que el golpe estaba en curso y que en determinado momento habría que enfrentarlo. La discusión llegaba a las alturas y a pesar de todos los intentos de Alfonso Lessa, cuanto tiene que citar documentos, no puede evitar que se manifiesten las trazas bien claras, testimoniales y escritas, de esa voluntad colectiva de enfrentar el golpe con la Huelga General. Ni los documentos reformistas se escapan de esa constatación que demuestran la falsedad básica de la afirmación principal del libro de que «el pecado original le corresponde a la izquierda». ¿Pero en cambio dónde puede demostrar la voluntad de los blancos -por ejemplo- de irse «para las cuchillas para defender el orden o la legalidad? Ese discurso se había acabado y será desde el mismo directorio (el Honorable Directorio, lo llaman ellos) de ese partido de donde vendrá -despues- un Aparicio Mendez. De los colorados ni hablamos fueron todos golpistas, porque tanto Michelini como Alba Roballo se habían retirado de aquel partido político para contribuir a la formación del Frente Amplio original.
Ni siquiera el «seregnismo» era una corriente hegemónica al seno de los grupos de militares afiliados al Frente Amplio primigenio, aquel en el que todavía no habían entrado «los progresistas» todos ellos desprendidos después de los partidos burgueses tradicionales que vinieron al Frente, rebajaron su programa y nos trajeron todos los vicios que habían practicado en los partidos burgueses «fundacionales» donde aprendieron todas sus malas artes actuales, que practican todos los días.
Dijimos al comienzo de esta reseña que Alfonso Lessa es una moderna Casandra oriental. Entona loas por la democracia burguesa que fue, subido en el pedestalito de que la «democracia» es una verdad atemporal e histórica, manía que pregonan todos los voceros prominentes del «progresismo» que nos gobierna y que les sirve a los viejos partidos burgueses en el llano para justificarse como un relevo político y deseable. La Historia, sin embargo, camina por otros caminos que la pequeña historia de los «pecados originales» y sin preocuparse mayormente por ellos. Todos ellos, inclusive la pequeña tormentita en un vaso de agua que pretende hacer con los comunicados 4 y 7 que era un mero jueguito de la oficina de Inteligencia de Trabal que pronto, muy pronto, comprobó que su protagonismo de entonces era más aparente que real y al final los mismos que se sirvieron de él, lo ajusticiaron en Paris, y para cubrirse ocasionaron un crimen adicional: el de de los prisioneros ajusticiados en Soca con la intención de ocultar su crimen inicial.
Otros- hoy día- son los vientos que soplan en América Latina y aún en el Río de la Plata. Los proyectos del «progresismo» -con todas sus limitaciones, de las cuales se ven ya los primeros síntomas- no alientan las vueltas al pasado. Ni en Uruguay ni en Argentina para no hablar del Brasil después de Lula. Ante esa dimensión de la problemática la pobre clase política tradicional no tiene fuerzas ni dientes. Las cosas caminan al lado de ellos y no los necesitan ni los buscan. Son meras rémoras del pasado, historias que no pudieron ser y que ellos ni siquiera pueden explicar porqué. En resumen una bancarrota total de «los intelectuales orgánicos» de la podrida oligarquía uruguaya. Alfonso Lessa esta en ese pelotón, junto a Sanguinetti y otros rezagados. Los mató la Historia.
Notas
(1) La historia del pensamiento conservador nacional no se diferencia a grandes rasgos de la historia del pensamiento conservador argentino. Ambos tenían su origen en el unitarismo de la línea Mitre-Sarmiento que fue la primera vez que tomó forma escrita bajo la formulación » civilización-barbarie». Esa línea -en Uruguay- hacia el culto de «la Defensa» de Montevideo, la Troya de America (durante la denominada Guerra Grande) y después fueron acólitos de segunda en la campaña final contra Rosas. Siguieron luego en el culto de Flores, y no pararon hasta la «alianza» que los llevó a destruir totalmente el Paraguay, el crimen de mayores proporciones pendiente en el legajo de sus tristes hazañas. Fueron militaristas con Latorre y mucho más con Santos (que era colorado), continuaron después con Herrera y Obes, el «primer caudillo civil» (y colorado también) y después fueron adversarios del «coloradismo popular» que acaudillaba Batlle y Ordoñez. Cuando aquella corriente finalmente se impuso, se mantuvieron a media rienda y mascando rabia contemplando las reformas liberales que se les imponían y a las cuales resistían en todas las instancias posibles. Nuestra derecha nunca comprendió los tiempos nuevos, fue siempre hostil a todo cambio, pero encontró en la satisfación material una panacea para tranquilizar sus almitas levantiscas. Levantaron cabeza con Viera (el famoso «alto») pero tuvieron que esperar hasta la crisis del 29 para alinearse detrás de Terra, en su breve interregno golpista del 31 de marzo de 1933. Baldomir, el yerno de Terra y su «machete mayor» durante aquel golpe, recibió para su golpe el nombre de «golpe bueno», con el cual hicieron nuevamente salida, más o menos disimulada por el foro, en espera de los tiempos nuevos que tardarían 30 años en llegar. La izquierda ha cometido siempre el error de menospreciarles, sin comprender cabalmente todo su poder e influencia que cuando llegó lo ha padecido particularmente las clases y capas laboriosas, los intelectuales críticos y los partidos y corrientes de la izquierda. La otra vertiente burguesa, el Partido «nacional» o blanco, acompaño todo este proceso que en parte fue de coaptación. La burguesía agraria blanca, y sus abogados y leguleyos capitalinos comprendieron perfectamente que alzar peonadas en intentos revolucionarios iba contra sus intereses. Entonces la antigua consigna «de Defensores de las Leyes» con que habían nacido a la vida política dejó lugar a los intereses materiales concretos. En consecuencia cerraron la bolsa ante los intentos saravistas y «solucionaron» el problema social haciendo que se mataran bárbaramente el pobrerío rural y los inmigrantes urbanos reclutados a la fuerza para servir «al cuicaje» gubernamental. 1904 y el tiro de Masoller, fue la culminación de toda aquella infamia: el pobrerío se había matado entre ellos y de esta manera habían «solucionado» la cuestión social por un tiempo largo. Ya en en el golpe del 33 Luis Alberto de Herrera se había declarado «soldado tranquilo» y para calmar inquietudes entro en el «pacto del chinchulín» con el cual pasaron ambos a churrasquear abierto de la hacienda pública, hasta su decadencia final que se desarrolla en sus últimas fases, en estos tiempos de «progresismo gobernante».
(2) En el libro de Lessa (como en los anteriores) desfilan en sus crónicas oficiales de todas las armas que iban a consultar a los políticos en los momentos de crisis. Que todos esos oficiales y los políticos no pudieran ponerse de acuerdo en un plan elemental de defensa y resistencia (aunque mas no fuera de la legalidad elemental) es la manifestación más clara de que nadie, ni los oficiales ni los políticos tenían un plan cabal y concreto del que hacer ante el desbarranque de las instituciones. Luego, las crónicas de Lessa, sus entrevistas, lo que allí expresan, es la confirmación de lo mismo. Eran en general, todos ellos balconeadores irresponsables, sin fuerza ni voluntad para defender una democracia en la que ya no creían.
(3) Señalamos el antecedente argentino, muy anterior a los sucesos de febrero, porque la consecuencia y en ciertos momentos la clarividencia de Don Carlos Quijano, es proverbial. Lessa menciona al Quijano de febrero, porque en la historiografía política nacional, Frondizi es un estadista (Sanguinetti dixit, en el mismo libro). Frondizi no hizo otra cosa que repetir el neo-batllismo de Luis Batlle Berres 15 años más tarde, su «desarrollismo» fue nada más que eso. Dejo también una secuencia de frustración nacional que finalmente lo arrastró al golpe militar cuando las condiciones maduraron. Así escribe la historia Lessa y los que lo apoyan, promueven y realzan!!!!
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