El ajetreado desnudo de Pepe y Lucía en el Edén nos enseña que una obra de arte no está realizada de una vez y para siempre, sino que muta en función de sus circunstancias y nos informa que la verdad recurre a mecanismos harto extraños para manifestarse. Además, nos advierte que no somos conscientes del […]
El ajetreado desnudo de Pepe y Lucía en el Edén nos enseña que una obra de arte no está realizada de una vez y para siempre, sino que muta en función de sus circunstancias y nos informa que la verdad recurre a mecanismos harto extraños para manifestarse. Además, nos advierte que no somos conscientes del equilibrio inestable de ciertos principios que caracterizan nuestra «civilización superior».
Al igual que Oscar Larroca, cuyo artículo recomiendo (1) no me dedicaré a analizar esta pintura de Julio de Sosa por sus virtudes o defectos plásticos, habida cuenta que me interesa más, y debería interesarnos sobremanera a todos, sus efectos sociales. Alguien podrá argumentar que técnicamente la obra no fue censurada, de igual forma que alguien podrá argumentar que la jueza Mota no fue sancionada en su momento. Cada uno interpreta los hechos como le conviene. A mí me parece que sancionaron a Mota y que esta obra fue censurada, en caso contrario seguiría en exposición y Mota seguiría investigando ciertas cosillas feas del pasado. Es evidente que la galerista Diana Saravia teme las plausibles represalias y a mí me hubiera encantado que no diera el brazo a torcer. No sé si teme las represalias económicas o, en un medio como el uruguayo, que para este caso, así como para todos los demás, se comporta como una provincia, en este medio tan pobre, decía, donde los vínculos son esenciales, no sé si no teme represalias más graves que las inmediatas represalias económicas resultantes de un juicio que muy dudosamente perdería.
Así que aquí ya tenemos un primer punto que afecta a nuestra libertad, o a la libertad de los artistas plásticos. Hace quinientos años los pintores precisaban un duque, príncipe u obispo que los protegiera. El nacimiento del arte moderno significó más que nada la libertad del artista para pintar lo que le plazca, sin atender a los requerimientos de ningún personaje con poder. Esto acaso ocurra en otros países, es decir, en países, pero esto no ocurre en las provincias, o al menos, puede no ocurrir con todos los pintores de las provincias. Conviene hacer tal cosa, no hacer tal otra, no enemistarse con tal y cual y ser cuidadoso, caso contrario pueden hundirte por más que seas un genio.
Increíblemente, o más bien, como era evidente, la censura le vino fenómeno a la obra, de igual manera que en su momento la censura a Larroca y Legrand les vino fenómeno. Si Lucía y el Pepe querían que no los expusieran en cueros, lo mejor que podían haber hecho es quedarse en el molde, pero no, a pesar de su experiencia, pisaron el palito. El sábado, en un bar, veo en la puerta del baño masculino en vez del cartel de «Hombres», una impresión del cuadro con el Pepe en cueros con esa mata cubriendo sus partes. Ídem con Lucía y el baño de mujeres. Debe haber unos cuantos bares en la provincia con estos símbolos divertidos ¡Me parece genial! ¿Recorrerá la policía los bares prohibiendo esas imágenes? ¿Prohibirán la exposición en internet de este cuadro? ¿Qué sentido tiene prohibir una representación en una galería para que ipso facto esa imagen, a partir de ese hecho, se reproduzca por millones en todo el orbe?
Esta obra hubiera pasado desapercibida si no fuera por la necedad de los censores. Ahora la obra tiene otro valor para nosotros, pues arroja luz sobre la realidad que nos rodea. No sabemos, o yo no sé, si el pintor quiso homenajear a la pareja o burlarse de ella. Sea como sea, ahora resulta evidente que se ha convertido en una burla gracias a Mujica. El cuadro pasa a ingresar esa hermosa lista de obras que desnudan los mecanismos del poder, por más que no fuera la intención consciente del artista. Eso es lo interesante. Sabemos, por conversar con extranjeros, que Mujica es considerado allá afuera como una especie de nuevo Thoreau, o en su defecto, como un nuevo David Carradine que camina por la arena disfrazado de Kung Fu. Mujica en el Edén es el culto a la pobreza espartana del Pepe. Esa es la imagen que tiene el extranjero que de ninguna manera acepta, es decir, no da crédito a lo que escucha si uno le cuenta que Mujica, no el Pepe, propuso vender todas esas playas a los ricos para que el pobrerío trabaje de mucama y de jardinero. Y la gente no cree en esto pues la gente necesita creer, tal el caso de toda religión. Acaso el pintor comulgara con este dogma, con esta idea disparatada y por eso pintó al Pepe en el Edén para de inmediato enterarse de cómo era Mujica en la realidad del mundo.
¿Es ésta la mejor sátira que se ha hecho sobre el personaje más notable de la provincia? De ninguna manera. El propio Larroca hizo un dibujo de factura impecable, llamado Corte anatómico de un presidente. Es una obra de humor exquisito. Es una sátira virulenta. Irrespetuosa. Subversiva. En suma, es la obra de un artista moderno que arremete contra el poder y sus apariencias, pero como Mujica no aparece al desnudo, o aparece al desnudo de una manera que no advierte el censor, la burla ha pasado desapercibida. El problema de Julio de Sosa fue mostrar un par de tetas. ¿Larroca no ha mostrado tetas? A montones, pero son tetas desconocidas. ¿Es la primera vez que se satiriza a alguien? Todos sabemos que no. Se lo hace de variadas maneras. De Sosa fue bastante respetuoso, mucho más que Larroca, que de respetuoso no tuvo nada. ¿Los retratados con poder inician acciones penales contra los artistas? Normalmente no, pues en ciertos países de occidente muy pocos trogloditas se animan a enfrentar la libertad de expresión, no por convicción, sino, precisamente, por cuidar su imagen.
Así que aquí tenemos al Pepe y Lucía en el paraíso progresista. Ahora bien, hasta prueba en contrario, no existe ningún paraíso ni infierno ni nada parecido. Existe sí gente dual o más que dual. Es imposible encontrar a uno que no sea útil a la humanidad en algún sentido, así como es imposible encontrar a otro que sea absolutamente benéfico. Mujica no escapa a esta ley, sólo que por su exposición pública y por otros motivos de índole psicológica, su dualidad se hace más evidente. Cuando el Pepe discursea contra una vida basada en el consumo, contra una vida vacua que pretende ser llenada con objetos, hace bien. Cuando el Pepe dice que México no es un estado de derecho, así como cuando dice que los peronistas actúan como patoteros, llama a las cosas por su nombre. Dice cosas. Estimula el debate. Apuesta a convencer con ideas, con su programa radial, con sus discursos. Inclusive, la forma de actuar del Pepe en sus años de gobierno le ha complicado la vida a Vázquez, que gobierna casi sin hablar. No digo que un gobernante deba parlotear todo el tiempo, pero es fácil advertir cuándo un gobernante pretende convencer y cuándo un gobernante actúa como administrador. Por otro lado, y en esto no hay diferencias entre los dos hombres fuertes del progresismo, por más que uno despotrique contra el consumo y el otro contra el consumo de tabaco, los dos apuestan a abrirle las puertas del país al capital extranjero y ahí tenemos a los chinos que ahora vendrán a estragar los pocos recursos pesqueros que nos quedan. Ese es el paraíso progresista, un paraíso para las pasteras que plantan más de un millón de hectáreas de eucaliptus pagando menguados impuestos y desplazando otras producciones más benéficas; un paraíso para la banca que apenas concrete la inclusión financiera ganará cuatrocientos millones de dólares anuales por ese sólo concepto. En este paraíso Adán discursea de lo lindo a los gorriones, los corderos y las mojarras, pero le abre la puerta a los buitres, los tigres y los tiburones y además, si le dan la oportunidad de poner en tela de juicio las virtudes de la lucha de ideas que pregona, censura una obra de arte basado en consideraciones pudorosas.
Aquí llegamos al quid del asunto. Al hacer algo, al pintar un cuadro, de Sosa, la galerista, todos nosotros advertimos ciertas leyes que rigen nuestro paraíso progresista. Pero hay algo todavía más importante, si el cuadro es bueno o malo, elogioso o burlesco, todo eso es algo menor comparado con el punto crucial: no debemos aceptar que se censure una obra. Esto es elemental. No verlo es detenerse en el árbol para no ver el bosque. La libertad de expresión no conoce otro límite que la difamación, que no es el caso. Si conociera límites no sería libertad de expresión, sería la libertad de decir cosas convenientes. Déjese a los pintores pintar lo que les plazca y más aún ante la pobreza del arte actual, y déjese a los escritores escribir lo que imaginen y a la gente hablar, aunque digan cosas disparatadas, erróneas. ¿Quién, en todo caso, decidiría qué cosas sería aceptable decir? ¿Un consejo de notables? ¿El poder? Más sabio es dejar a la gente expresarse para que las ideas sean analizadas con libertad. No aceptar este principio inclaudicable es un retroceso y que no veamos esto como el punto crucial ya pone en tela de juicio la idea de progreso. Creemos que la libertad de expresión es una conquista alcanzada de una vez y para siempre. Nada más falso. Se nos quiere imponer desde el poder un vocabulario lleno de eufemismos hipócritas. Se premian obras que atienden a las exigencias de una agenda de derechos impuesta por los organismos internacionales. Se emprende una conspiración del silencio contra los historiadores que no comulgan en el altar de la patria ¡Jugamos con fuego! Hoy nos acostumbramos a esto, mañana nos acostumbraremos a otra cosa y así, a medida que entregamos nuestros recursos para que unos pocos sean todavía más ricos, ley inexorable del progreso, iremos enterrando, junto a otras libertades, la libertad de decir, que significa la libertad de pensar.
Si esto es el paraíso, a uno le dan ganas de comer la fruta del árbol del conocimiento, aunque luego venga un ángel que te expulse y se mantenga vigilante con su espada flamígera. Como se ve, no hemos progresado mucho. Aún parimos con dolor y nos ganamos el pan con el sudor de nuestra frente. Acaso eso no cambie nunca, pero al menos no deberíamos atender las amenazas de ningún ángel, por más que porte una espada flamígera.
Nota
(1) El rey desnudo. Oscar Larroca http://brecha.com.uy/el-rey-
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