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El recurso de la fuerza

Fuentes: Tomdispatch.com

Traducido para Znet por Miguel Alvarado

Tal como explicó Colin Powell ante el público hostil del Foro Económico Mundial en septiembre de 2002, según su Estrategia de Seguridad Nacional (ESN), Washington se adjudica la «soberana potestad de utilizar la fuerza para defenderse» de aquellas naciones que poseen armas de destrucción masiva (ADM) y que cooperan con terroristas: pretextos oficiales para invadir Irak. La falsedad de tales pretextos es bien conocida, pero hubo poca reacción ante su secuela más importante: la manera en que se amplió el concepto de «agresión» en la ESN. La urgencia de establecer vínculos con el terrorismo fue discretamente soslayada. Más aún, Bush y sus colegas manifestaron su derecho de recurrir a la fuerza incluso si el país de marras no posee ADM o planes para fabricarlas. Basta con que revele «la intención y capacidad» para lograrlo. Casi todos los países cuentan con la capacidad, y la intención depende según quién la juzgue. La doctrina oficial, entonces, es que cualquier país está en posibilidad de lanzar un ataque devastador. Colin Powell amplió los conceptos todavía más al decir que la razón asistía al Presidente en su ataque a Irak debido a que Saddam no sólo tenía «la intención y capacidad», sino que ya antes había «utilizado esas terribles armas contra sus enemigos en Irán y contra su propio pueblo»; olvidando mencionar que aquél lo logró, como de costumbre, con el apoyo y la subvención del propio Powell y sus socios. Condoleezza Rice aportó una versión similar. Con tales razonamientos, ¿quién está exento de la agresión? No sorprende que, según Reuters, «si los iraquíes vieran a Saddam Hussein encadenado, quisieran asimismo ver a sus aliados estadounidenses a su lado».

En su desesperado afán por fabricar justificaciones a medida que cada pretexto iba cayendo por tierra, la administración y sus comentaristas evadieron el verdadero motivo de la invasión: establecer las primeras bases militares fijas en un país socio, ubicado en el eje de los principales recursos energéticos del mundo y señalado desde la Segunda Guerra Mundial como una «generosa fuente de energía estratégica», cuya importancia, según pronósticos, sería mayor en el futuro. No es novedad que la administración planeaba atacar Irak antes del 11 de Septiembre y que menguó su «guerra contra el terror» en favor de este objetivo. En el diálogo interno, las evasivas son innecesarias. Mucho antes de llegar al poder, el club privado de estadistas reaccionarios había decidido que «la necesidad de una fuerte presencia militar estadounidense en el golfo antecede la oposición al régimen de Saddam Hussein». A través de los vaivenes en materia política desde que los actuales dirigentes tomaron el poder en 1981, una noción común se mantiene inmutable: el pueblo iraquí no debe gobernar Irak.

La Estrategia de Seguridad Nacional de 2002 y su puesta en práctica en Irak se considera sin lugar a dudas un parteaguas en asuntos internacionales. «El nuevo método es revolucionario», escribe Henry Kissinger, aprobando la doctrina, aunque con cierta reserva táctica y una aseveración cardinal: no puede ser «un principio universal disponible para toda nación.» El derecho de agresión debe reservarse para los Estados Unidos y quizás sus socios elegidos. Debemos rechazar el más elemental de los axiomas morales, el principio de la universalidad, una postura generalmente soterrada en discursos de intenciones altruistas y tortuosa legalidad.

Arthur Schlesinger admite que la doctrina y la puesta en práctica son «revolucionarias», pero desde una posición diametralmente opuesta. Cuando las primeras bombas cayeron sobre Bagdad, recordó las palabras de F. D. Roosevelt después del ataque a Pearl Harbor, «una fecha que vivirá en la infamia». Ahora son los estadounidenses quienes viven en la infamia, escribe Schlesinger, ya que su gobierno ha adoptado la estrategia del imperio japonés. Agregó que George Bush había convertido un «alud global de condolencia» para Estados Unidos en un «alud global de odio a la arrogancia y el militarismo estadounidense». Un año más tarde, el «descontento hacia Estados Unidos y su política, lejos de declinar, se ha intensificado». Incluso en Inglaterra el apoyo a la guerra ha decrecido una tercera parte.

Según lo previsto, la guerra aumentó la amenaza del terrorismo. Fawaz Gerges, experto en asuntos del Medio Oriente, opina que resulta «sencillamente inusitado cómo, la guerra renovó el clamor por un Islam combativo, lo cual estaba en verdadero declive después del 11 de Septiembre». El reclutamiento para las redes de Al Qaeda aumentó e Irak se convirtió en «refugio de terroristas» por vez primera. Los ataques suicidas en 2003 alcanzaron el nivel más alto de la época moderna; Irak sufrió su primer caso desde el siglo XIII. La opinión competente en general concluye que la guerra también condujo a la proliferación de armas de destrucción masiva.

Durante la víspera del aniversario a la invasión de Irak, la estación central de trenes en Nueva York estuvo vigilada por policías armados con metralletas, quizá como respuesta a los bombardeos del 11 de marzo en Madrid, el peor crimen terrorista en Europa, donde murieron 200 personas. Días después, el electorado español destituyó al gobierno que optó por la guerra a pesar de una abrumadora oposición popular. A los españoles se les reprochó por ceder al terrorismo al votar por el retiro de sus tropas sin previa autorización de la ONU; o sea, por asumir una posición similar al 70 por ciento de la población estadounidense, que exigió que la ONU tomara cartas en el asunto de Irak.

Bush aseguró a los estadounidenses que «hoy el mundo está más seguro porque en Irak nuestra coalición terminó con un régimen que cultivaba vínculos terroristas y construía armas de destrucción masiva». Los asesores del presidente saben que cada palabra es falsa, pero también saben que las mentiras pueden convertirse en verdad, si se repiten con la frecuencia adecuada.

Existe amplio consenso entre los expertos acerca de cómo reducir la amenaza del terrorismo (y me refiero a la subcategoría genérica políticamente aceptada, o sea el terrorismo contra Estados Unidos), pero también existe acuerdo acerca de cómo provocar ciertas atrocidades terroristas, que pueden llegar a ser realmente espantosas. Jason Burke ha explicado bien dicho consenso en su estudio sobre el fenómeno de Al Qaeda, y nos brinda la investigación más detallada y mejor informada sobre ese desperdigado revoltijo de musulmanes radicales de quienes Bin Laden es apenas un símbolo (quizá más peligroso después de muerto, al convertirse en mártir que inspire a otros a unirse a su causa). El papel de los actuales inquilinos de Washington, en su fase reaganoide, que consiste en forjar redes islámicas radicales, es un lugar común. Menos divulgada ha sido su tolerancia a la inclinación de Pakistán hacia el extremismo radical de Islam y su desarrollo de armas nucleares.

Como señala Burke, los bombardeos de Clinton en 1998 sobre Sudán y Afganistán erigieron a bin Laden como un símbolo y propiciaron nexos filiales entre éste y el Talibán, provocando un aumento tangible en la ayuda, el reclutamiento, y el subsidio de Al Qaeda, organización que hasta entonces era virtualmente desconocida. Otra contribución importante al auge de Al Qaeda en beneficio de Bin Laden fue el bombardeo de Bush sobre Afganistán después del 11 de Septiembre, emprendido sin un pretexto factible como más adelante fue morosamente reconocido. Por tanto, el mensaje de Bin Laden «se pregonó alrededor del mundo, entre decenas de millones de gentes, sobre todo, entre la juventud y los desesperados», escribe Burke, examinando el aumento en el terrorismo global y la creación «de un nuevo tropel de terroristas» afiliados a lo que consideran una «lucha entre el bien y el mal», visión que comparten Bin Laden y Bush. Según lo observado, la invasión de Irak ha tenido el mismo efecto.

Tras citar numerosos ejemplos, Burke concluye que «cada vez que se hace uso de la fuerza se otorga otra pequeña victoria a Bin Laden», quien «está ganando», ya sea vivo o muerto. Muchos analistas comparten el criterio de Burke, incluyendo a varios previos jefes de los Servicios Generales de Seguridad y de la inteligencia militar israelí.

Existe también amplio consenso sobre la acción indicada frente al terrorismo. Debe tener dos frentes: dirigida tanto a los terroristas en sí como a las reservas de posible apoyo. La respuesta adecuada a los embates terroristas es la el trabajo policíaco que ha demostrado su eficacia en el mundo entero. Más importante aún es el amplio electorado que los terroristas, quiénes se consideran vanguardia, procuran movilizar, ya que no obstante que muchos de ellos odian y temen a los terroristas, piensan que éstos luchan por una causa justa. Podemos ayudar a que esta vanguardia movilice esta reserva de apoyo por medio de la violencia, o podemos reconocer los «innumerables agravios», muchos de ellos legítimos, que son «las causas medulares de la militancia islámica moderna». Eso pudiera reducir de manera perceptible la amenaza del terrorismo, y se debiera emprender al margen de dicho objetivo.

La violencia puede tener éxito, tal como los estadounidenses han demostrado con la conquista del territorio nacional. Pero a qué precio. Puede también provocar violencia en respuesta, y mucha. Enardecer el terrorismo no es el único recurso. Existen otros aún más peligrosos.

En febrero de 2004, Rusia efectuó los ejercicios militares más prominentes en dos decenios, luciendo flamantes ADM bastante avanzadas. Los militares rusos y el ministro de la Defensa Sergei Ivanov anunciaron que respondían a la estrategia de Washington de «fabricar armas nucleares como instrumentos para resolver tareas militares», incluyendo el desarrollo de novedosas armas nucleares de «bajo rendimiento», a su juicio «una empresa peligrosa en demasía, que está vulnerando la estabilidad global y regional…, aumentando la posibilidad de su implementación en la práctica». El analista estratégico Bruce Blair escribe que Rusia sabe de sobra que los nuevos «rompebúnkers» estadounidenses están diseñados para penetrar los «refugios antinucleares de comandos de alto nivel» que controlan su arsenal nuclear. Ivanov y los generales rusos han divulgado que, en respuesta a la escalada de los Estados Unidos, Rusia está desplegando «el misil más avanzado del mundo», virtualmente imposible de destruir, algo que «alarma mucho al Pentágono», dice el ex subsecretario de la Defensa estadounidense Phil Coyle. Los analistas de los Estados Unidos sospechan que Rusia está duplicando su proyecto de un vehículo hipersónico que puede reentrar en la atmósfera desde el espacio y lanzar ataques devastadores sin previo aviso; dicho vehículo forma parte de sus planes para reducir la dependencia en bases de ultramar y para evitar las enfadosas negociaciones de rutas aéreas.

Los analistas en Estados Unidos estiman que los gastos militares rusos se han triplicado durante la gestión de Putin, en gran medida como reacción a la militancia y a la agresividad de la administración Bush. Putin e Ivanov citaron la doctrina de Bush del «ataque preventivo» (la nueva doctrina «revolucionaria» de la Estrategia de Seguridad Nacional) pero «agregaron un detalle decisivo, al mencionar que la fuerza militar puede ser utilizada si existe una tentativa de restringir el acceso de Rusia a las regiones que son esenciales para su supervivencia», adaptando así para Rusia la doctrina de Clinton que los Estados Unidos tienen derecho a recurrir al «uso unilateral de la fuerza militar» para asegurarse «acceso ilimitado a los mercados vitales, a las fuentes de energía, y a los recursos estratégicos». El mundo «es un lugar mucho más inseguro» ahora que Rusia ha decidido seguir el ejemplo de los Estados Unidos, dijo Fiona Hill, de Brookings Institution, agregando que otros países «quizá seguirán el ejemplo».

Se ha dado ya el caso en los sistemas automáticos de emergencia rusos que han estado a minutos de lanzar un ataque nuclear: se evitaron sólo por intervención humana. Dichos sistemas se han deteriorado; y si bien los sistemas estadounidenses son mucho más eficaces, también resultan más peligrosos, ya que dan un plazo de tres minutos para el juicio humano después de que las computadoras advierten sobre un ataque de misiles, como lo hacen con frecuencia. El Pentágono también ha encontrado defectos graves en sus sistemas de seguridad computacional que pueden permitir que algún hacker terrorista tome control y simule un ataque; «un accidente que sólo aguarda el momento para suceder», escribe Bruce Blair. Estos peligros siguen aumentando debido a las amenazas y el uso de la violencia.

Y la preocupación sólo aumenta ante el reciente descubrimiento de que los presidentes de los Estados Unidos han estado «sistemáticamente» mal informados acerca de los efectos de una guerra nuclear. El nivel de destrucción «se ha subestimado de manera grave» debido a la carencia de investigación científica por parte de las «burocracias aisladas» que proporcionan análisis «sobre una guerra nuclear limitada y con posibilidades de triunfo, la miopía institucional que predomina puede resultar catastrófica», mucho más que la manipulación de datos sobre Irak.

La administración de Bush programó el despliegue inicial de un sistema de defensa a base de misiles para el verano de 2004, un acto criticado como «totalmente político», ya que emplea tecnología aún no probada, a un alto costo. Una crítica más a fondo revela que el sistema pudiera parecer confiable, pero en la lógica de la guerra nuclear, lo que cuenta es la opinión. Tanto los estrategas en Estados Unidos como sus objetivos potenciales consideran la defensa con misiles como la primera línea de ataque, ya que pudiera proporcionar mayor libertad para la agresión, incluyendo un ataque nuclear. Y todos saben cómo Estados Unidos respondió ante el despliegue ruso de un sistema muy elemental de misiles antibalísticos (MAB) en 1968: apuntando al sistema con la mirilla de armas nucleares para asegurarse de eliminarlo en un instante. Los expertos advierten que los planes actuales de los Estados Unidos también provocarían una reacción de China. La historia y la lógica de la disuasión «nos recuerdan que los sistemas de defensa a base de misiles conducen a la elaboración de programas de ofensiva nuclear»: la iniciativa de Bush despertará otra vez la amenaza contra su país y el resto del mundo.

La reacción de China puede ocasionar respuestas similares en India, Pakistán, y aun más allá. En Asia Occidental, Washington está incrementando la amenaza que suponen las armas nucleares de Israel y otras ADM, al dar a Israel más de cien aviones bombarderos, anunciando que éstos pueden llegar a Irán y regresar, ya que son una versión avanzada de los que Israel utilizó para destruir un reactor iraquí en 1981. La prensa israelí agrega que Estados Unidos está proveyendo de armamento «especial» para la fuerza aérea israelí. No hay razones para dudar que Irán y otros servicios de inteligencia estén observando muy de cerca y quizás estén llegando a la peor conclusión: que se trata de armas nucleares. Los subterfugios y el envío de aviones se pudieran considerar un cebo para confundir a la dirigencia iraní y quizás provocar una maniobra que pudiera utilizarse como pretexto para un ataque.

En septiembre de 2002, inmediatamente después de que se diera a conocer la ESN, Estados Unidos se aprestó a cerrar negociaciones de un acuerdo ejecutivo sobre armas biológicas y bloqueó esfuerzos internacionales para prohibir ataques biológicos y la militarización del espacio. Un año más tarde, en la Asamblea General de la ONU, los Estados Unidos votó, sin apoyo alguno, contra la implantación del Tratado para la Prohibición Completa de Ensayos Nucleares (TPCEN) y sólo con su nuevo aliado, la India, votó contra los planes para la eliminación de armas nucleares. Los Estados Unidos también fue el único en votar en contra del «establecimiento de normas ambientales», en acuerdos de desarme y del control de armamentos, y sólo con el apoyo de Israel y Micronesia en contra de propuestas para evitar la proliferación nuclear en el Oriente Medio: el pretexto para invadir Irak. La resolución para evitar la militarización del espacio se aprobó con 174 votos contra 0, con cuatro abstenciones: Estados Unidos, Israel, Micronesia, y las islas Marshall. Como ya se ha dicho antes, un voto negativo o una abstención de los Estados Unidos constituyen un doble veto: la resolución se bloquea y se elimina de la agenda y de la historia.

Los estrategas de Bush saben tan bien como cualquiera que al recurrir a la fuerza se aumenta la amenaza terrorista, y que su postura y actos bélicos provocan reacciones que aumentan el riesgo de una catástrofe. No aspiran a tales resultados, sino que les asignan poca prioridad en comparación con los intereses domésticos e internacionales que hacen tan poco esfuerzo en ocultar.

Noam Chomsky es profesor de Lingüística y Filosofía en MIT. El presente artículo es una versión abreviada y ligeramente adaptada del epílogo para la recién publicada edición en rústica de su Hegemony or Survival, America’s Quest for Global Dominance (parte de The American Empire Project series, Metropolitan Books). Las notas al pié de página para el «Epílogo» con referencias han sido eliminadas en esta versión. La version completa del epílogo se puede encontrar en an expanded e-book version of Hegemony or Survival.

Copyright (c)2004 Aviva Chomsky, Diane Chomsky y Harry Chomsky. Reimpreso por acuerdo con Metropolitan Books, una empresa de Henry Holt and Company, LLC .

[El presente artículo apareció en Tomdispatch.com, una bitácora electrónica del Nation Institute, el cual ofrece una continua fuente de recursos, noticias y opiniones alternativas por parte de Tom Engelhardt, veterano editor y autor de The End of Victory Culture y de The Last Days of Publishing.]