Los resultados electorales en Irán, tras la sorpresa inicial, han dado paso a una sucesión de excesos verbales por parte de algunos gobiernos occidentales. La «talibanización» de Irán, el control de los militares de todo el proceso, «fundamentalismo», etc. han sido algunos de los epítetos destinados para describir el triunfo de Mahmoud Ahmadinejad. Sin embargo, […]
Los resultados electorales en Irán, tras la sorpresa inicial, han dado paso a una sucesión de excesos verbales por parte de algunos gobiernos occidentales. La «talibanización» de Irán, el control de los militares de todo el proceso, «fundamentalismo», etc. han sido algunos de los epítetos destinados para describir el triunfo de Mahmoud Ahmadinejad. Sin embargo, tras esas salidas de tono se elude hacer frente a otro tipo de análisis que sí guardan una relación más directa y fiable con la actual realidad del país.
Por un lado estas elecciones cierran un ciclo, o un círculo, ya que han permitido que las diferentes facciones conservadores pasen a controlar todos los resortes del sistema político iraní. Y fruto de todo ello se puede afirmar que el gran vencedor de las mismas ha sido el líder espiritual de Irán, Ayatollah Ali Khamenei. Y si esa ha podido ser la cara, la cruz la representan las corrientes reformistas, que probablemente se enfrenten a unos años difíciles.
Tanto los que llamaron a cerrar filas en torno a la candidatura de Rafsanjani («el mal menor»), como los que señalaron el boicot electoral como vía para expresar su rechazo, han salido fuertemente derrotados. Desde algunos medios occidentales, a pesar de la realidad electoral manifestada en las urnas por la población iraní, siguen obstinándose en presentar el país dividido entre conservadores y reformistas. Algo alejado de la realidad, pues las corrientes y divisiones en cada campo son más que visibles para cualquier observador de aquel estado.
Es la escenificación de una ruptura, de las élites y clases medias, bastiones de las actuales organizaciones reformistas y del propio Rafsanjani, con la mayoría de la población iraní. Ésta ha apostado por un alejamiento de aquellas, por un rechazo a lo que se manifiesta como la bandera de la corrupción. Y es tal vez en este contexto donde cabría encajar los ataques de Ahmadinejad hacia el otro contendiente. El nuevo presidente iraní señaló en la campaña electoral el enriquecimiento de la familia de Rafsanjani, a costa de los bienes de todo el pueblo iraní, y puso el ejemplo del control que un hijo de aquél ejercía dentro del Ministerio de Petróleo.
Los retos
A partir de ahora el nuevo presidente iraní deberá poner en marcha su maquinaria para poder llevar a delante los retos que le aguardan. En política exterior, el país permanece atento a las maniobras que desde Estados Unidos se llevan a cabo en la región, principalmente la intervención militar en el vecino Iraq. Esta situación crea temor entre la población que se decanta por un candidato que puede asegurar mejor su situación. En cuanto a las relaciones con Washington, Ahmadinejad ya ha dejado claro su posición en las semanas anteriores. Irán no se va a humillar ante las demandas norteamericanas.
La controversia en torno al programa nuclear iraní también estará sobre la mesa en el futuro, pero tal vez sean las palabras de un político estadounidense las que mejor definan el futuro en este ámbito, «es hora de aceptar lo inevitable, que Irán desarrollará su programa nuclear, y que en menos de una década se unirá al club de otros países, como EEUU, Israel o Corea del Norte».
En materia doméstica, el nuevo presidente abordará una economía dirigida y planeada desde el estado, cerrando la puerta a las continuas privatizaciones que se venían sucediendo en los últimos tiempos. Los movimientos económicos que emprenderá irán dirigidos a combatir las tasas de desempleo y pobreza, así como la corrupción. Para ello busca una «mayor redistribución de la riqueza y la creación de puestos de trabajo».
Varapalo
Los deseos de la Casa Blanca también han sufrido un severo varapalo tras conocerse los resultados definitivos. Si hace cuatro años, tras el triunfo del reformista Mohammad Khatami, se sucedieron titulares y consignas como «a Khatami le ha elegido el pueblo», no es de recibo que tras estas elecciones se hable de fraude, y mucho menos lo hagan desde Washington, quien nos tiene acostumbrados a pucherazos internos (Florida) y apoyos muy poco democráticos (Arabia Saudita o Pakistán).
Además los movimientos de los grupos exiliados, apoyados por EEUU, se van a encontrar con importantes obstáculos para llevar adelante sus agendas de cambio de régimen. Aquellos que esperaban que la marea de las «revoluciones coloristas» que sacudieron Serbia, Ucrania o Georgia, se repitiera en Irán han visto cómo su planificación, de momento, se hacía añicos. Y el mismo camino lleva la posibilidad barajada desde los círculos neo-conservadores de EEUU de un posible ataque militar contra Teherán.
De todas formas conviene huir de simplicidades a la hora de analizar la actualidad iraní. A pesar del triunfo de Mahmoud Ahmadinejad, las diferencias entre las distintas corrientes conservadoras que se dan cita en las distintas instituciones u organismos del país no se van a terminar. Como señalaba un analista local, «estos resultados no significan el final del fraccionalismo».
Por su parte el campo reformista ha demostrado que todavía es una suma de fuerzas muy dispares, con intereses diferentes y que en ocasiones el único nexo común es su oposición a los grupos conservadores. Por todo ello, el llamado campo reformista deberá limar sus diferencias y buscar un candidato que pueda recuperar la ilusión que se vivió hace casi una década, si pretende llevar adelante alguno de sus proyectos. Algunas fuentes señalan que la campaña por un cambio constitucional puede ganar peso en los próximos meses, pero siempre hay que partir de la premisa de que este debate está anclado entre las élites intelectuales y que a la vista de los recientes resultados, la mayoría de la población se muestra en otra línea.
Si el gobierno iraní es capaz de llevar a cabo sus predicciones económicas, su posición en el tablero mundial le puede conferir mayor peso en la región, y a partir de ahí, desarrollar sus capacidades económicas y políticas en la dirección señalada recientemente por el nuevo presidente. Probablemente en este camino las reformas y cambios experimentados en el país en los últimos años sufran también un revés, en cuanto se los presenta como algo impulsado por el campo reformista, y contrario a las teorías que ahora han triunfado en las elecciones.
Tras esta fotografía, llena de contradicciones para algunos, y de esperanzas para otros, parece que la sentencia de un analista iraní cobra fuerza, «a pesar de todo, en estos momentos, el espíritu de la Revolución Islámica en Irán está vivo».