Hay quien se atreve a pensar que, en por lo menos dos millones de años, el hombre y la mujer han progresado sin Humanidad, sin comunidad, sin diálogo, sin debate, sin acuerdos, sin alianzas, sin convergencias, y, peor aún, sin Memoria.
Que nuestro destino es estar solos, cuando la evidencia antropológica nos lanza al sentido de nuestra hermandad. O más aún, cuestionan si (¿) avanzó la Humanidad (?) sin la síntesis valiosa de artistas y poetas, sin profetas, mártires, héroes y mujeres heroínas que, de no haberlo exigido los tiempos, habrían tenido por lo menos una vida larga y digna como todos merecemos.
Y aunque para algunos sea un error recordarlo porque la amnesia obligatoria lo impone, los salvadoreños fuimos provocadores de eventos extraordinarios solamente cuando nos juntamos y nos pusimos de acuerdo; y únicamente cuando recuperamos la Memoria.
Esto de si actuar o no en comunidad está en nuestra genética, lo traemos a cuenta, dado que hay mucha confusión en torno a cómo recobrar el Estado de Derecho, si en pequeños grupos o en masa. No pretendemos aquí un decálogo o una lista de indicaciones sobre cómo habremos de recibir las inminentes noticias de las próximas semanas, o de lo que nos traerán los próximos dos años en ruta hacia las elecciones presidenciales de 2024, si ocurren.
Tampoco daremos respuesta a las siguientes preguntas: ¿habrá elecciones? ¿Habrá un árbitro imparcial, estando el Tribunal Supremo Electoral, la Corte Suprema de Justicia, la Corte de Cuentas de la República, la Fiscalía General de la República, la Asamblea Legislativa, la Policía Nacional Civil, la Fuerza Armada de El Salvador, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, las fuerzas pandilleras y todo el aparato de radio, televisión y redes sociales, copados todos -incluida una nueva y conveniente Constitución- por el hombrecillo macilento que llamamos presidente de la República? ¿Habrá candidatos que, en una sola alianza, hagan frente al fraude electoral, a la reelección y al monopolio de un pequeño dictador, con ambiciones de advenedizo aspirante a oligarca-emperador de América Central? Que se entienda aquí que nuestro adversario no es un petimetre dictador, sino el sistema decadente que representa.
Parece que aún es temprano para anticiparse al mejor o al peor escenario posible, siendo que estamos a punto de sufrir una tremenda crisis económica que nos obligará a pensar más allá de lo que ocurre en nuestras narices, oportunidad de oro para ejercer como ciudadanos algo más que un voto que prolongue la nueva dinastía de anticristos que ocupan Casa Presidencial.
Recordado en una temible sátira de cine distópico, aquellas palabras de Yeats nos arrancan la somnolencia, solo para no olvidar que en tiempos oscuros “los mejores carecen de convicción, y los peores / están llenos de apasionada intensidad.” ¿A quiénes recordarán las memorias, si nos quedamos separados unos de otros, en proyectos sectarios, personalismos que propiciaron el desastre actual?
Hay quien se niega a identificar las relaciones de causa y efecto que, como en una vertiginosa obra teatral, se suceden en escenas humillantes que no debemos borrar tan pronto de nuestra mente. Así empezamos la secuencia resumida.
Habría que preguntarse si las cosas empezaron mal mucho antes de que el Inicuo arribara a la Universidad de El Salvador a hablarle a decenas de estudiantes engañados, el mismo delincuente que agrediera con una manzana a una mujer en reunión de concejales, siendo alcalde, hasta que, cometiendo fraude electoral, se tomó los medios de comunicación días antes de las elecciones presidenciales de 2019, violando el silencio electoral y movilizando de forma clandestina a los grupos criminales, y que, para variar, el susodicho también llamara a votar por su dupla de bestias, el mismo día de la elección en un olvidado febrero de 2019. Delitos electorales, según el Código Penal.
Para que al año siguiente (2020) también en febrero, derrocara a la Asamblea Legislativa de ese momento a fuerza de militares con bozal, acto con el que arrojó a la manipulada jauría los huesos metafóricos de diputados y diputadas a quien nadie defendió, ni siquiera esos mismos diputados y diputadas con la fuerza de la Ley y la Constitución. Con la excusa (cómo olvidarlo) de obligarlos a aprobar más préstamos para el aún hoy desconocido Plan Control Territorial, cuya evidencia de fracaso, a un año de Asamblea oficialista, se delata en más treguas opacas, corrupción hasta la galaxia Andrómeda y el descubrimiento constante de fosas clandestinas donde siguen llegando y esperan a ser encontrados los negados desaparecidos y desaparecidas, hijas e hijos nuestros.
A eso añadimos que 2020 fue también un año del trauma psicosocial más severo provocado por este gobierno terrorista. Después de que por su mandato, en el Presupuesto General de la Nación se redujera fondos neurálgicos para la dignificación de las y los salvadoreños, en rubros como salud, protección civil y educación; vino la pandemia, y peor que la pandemia, fue su manejo gubernamental. Es indignante que justo ahora en la memoria del trauma, quede alojada la frase “el año en que nos encerraron”, cuando vimos cómo bajo la excusa de la emergencia sanitaria, ilegal e impunemente el clan oscurantista envió a verdaderos campos de concentración a miles de salvadoreños contra su voluntad a lugares de hacinamiento, sin garantías constitucionales, solo porque salieron a cuidar de los suyos, a buscar comida o trabajo, o incluso, porque típicamente en casos de prohibición, nuestra parte racional e irracional nos llama a desobedecer.
Al escarnio público de nuestro pueblo, más el enriquecimiento de los cuarenta ladrones, se agrega la tragedia, aun no contada de forma sistemática, de los miles de asesinados por el Estado al serles negado acceso a hospitales y centros de salud de calidad para atender no solo la pandemia, sino también otras enfermedades. Morbilidades que podrían haberse tratado, hicieron que miles de salvadoreños se negaran a asistir a hospitales devastados y desmantelados, incomunicados y lejos de sus familias, con el miedo de terminar sus vidas en verdaderos centros de exterminio como el Hospital El Salvador; lugar que deberá ser llamado “lugar de la Memoria”, como deben ser el Castillo de la Policía Nacional de San Salvador, o como es la ESMA en Argentina, por ser escenarios de crímenes contra la Humanidad. Se nos obliga de esta forma a fallecer en casa, cerca de los nuestra gente.
En vez de educación y derecho a la salud, el gobierno optó por la represión policial y militar, el fomento de la delación entre ciudadanos, el soborno populista para ocultar la corrupción galopante (simpatía y silencio a cambio de alimentos y bonos), y la negativa a informar de forma transparente sobre el uso de fondos públicos, provocaron que hoy tengamos que tratar las secuelas de este nuevo episodio de violaciones a derechos humanos, en su sentido de Holocausto.
Y cómo olvidar entonces, en otro febrero, pero de 2021, cuando después de tomarse las alcaldías con la promesa de transformar cada municipio en la nueva Ciudad Dorada, la Nueva Jerusalén, el Paraíso en la Tierra, Valhala o Cielo, por los dioses construida eliminase el FODES meses después de privarnos de esos fondos que buscaban la autonomía de la administración municipal. Sin perder tiempo, se dispuso a dirigir a sus chupamedias para arrancar de tajo lo que quedaba de Estado de Derecho, en aquella destitución ilegal de los magistrados de la Sala de lo Constitucional del 1 de mayo de ese año, y a aquellos magistrados no afines a su excrecencia de fallido monarca.
A principios de 2022, asistimos al tiro de gracia al derecho de Acceso a la Información Pública, con las consabidas medidas que iniciaron en 2019, contra la LAIP y el IAIP.
La crisis en el sector educación, reflejado en los crecientes niveles de deserción escolar y universitaria, en parte gracias a la prolongación descontextualizada de la modalidad virtual impuesta y a la evidente pobreza de un amplio sector de niñez, adolescencia y juventud. El cierre de sedes de la Universidad de El Salvador y su amordazamiento apoyado por las máximas autoridades universitarias; el atentado a la Ley de la Carrera Docente en el reciente proceso que cerró en diciembre de 2021, cuando se violó el reglamento y los derechos de docentes, padres de familia y estudiantes. Esto profundiza la baja escolaridad de generaciones que deberán hacer frente a los efectos a largo plazo que conlleva el actual proceso.
La adopción obligatoria de la moneda digital llamada Bitcoin a través de una billetera estatal que promueve el lavado de dinero, la fuga de capitales y la venta de los recursos nacionales, instaurando las bases de la más perfecta crisis económica en ciernes.
La eliminación de la pensión del adulto mayor; la invisibilización de la violencia de género; el aumento de las y los desaparecidos; el montaje de espectáculos legislativos para fingir justicia; en el caso ONGs; la persecución política a ex funcionarios y miembros de partidos políticos; y los ataques a la prensa alternativa crean una atmósfera tan parecida al pasado autoritario, y más real que las distopías orwellianas.
Son preocupantes, pues, la proscripción de los valores democráticos y los derechos humanos, y la imposición de la ley de la selva en un país donde los sectores vulnerables (niñez, adolescencia, adulto mayor, juventud, mujeres, pueblos originarios, población LGTBIQ) siguen siendo la inmensa mayoría.
Sumemos, mientras tanto, cómo el régimen reescribe la historia para anémicas, reprimidas y negadoras memorias. Esto no impide, sin embargo, que algunos no reconozcamos al falso niño dios como el constitucional y democráticamente electo presidente de una República olvidada de sí misma; sino como un narcisista mitómano, babeante de poder, que representa un sistema de valores podridos, fascistas e inhumanos.
Para nosotros él no es una autoridad, ni moral ni política. No es un aristócrata -“el mejor de nosotros”, destinado por Dios para reinar sobre los hombres, como lo enarbolan sus seguidores; no es el enviado de Cristo, ni de Alá, sino, en todo caso un falso profeta que ha creado junto a igualmente deleznables cómplices la presente tribulación. Somos ese pueblo que conoce su historia porque la hemos vivido, y no solo porque nos la contaron. De ahí nuestra necesidad de no doblegarnos, en cada espacio, en cada trinchera.
“Y la oscuridad cae de nuevo”, haciéndonos preguntar a quienes hasta hace poco fuimos jóvenes y hermosos, si un panorama tan opaco se pudo evitar leyendo un poco más de historia, filosofía, política o economía, que al final también son historia de las dictaduras y liberaciones, de pueblos enteros arrancándose la soga del cuello, una y otra vez para volver luego a colocar las cabezas bajo ardientes guillotinas y los pies sobre instaladas hogueras. Y que, si esto no fuese atrayente para el cerebro de este milenio, también es posible algún acto de conciencia después de apreciar toda la cinematografía disponible sobre el tema, que mucho han hecho ya el arte y la literatura en su papel profético de miles de años para que aun nos obstinemos en hacer ojos ciegos y oídos sordos. Tal parece que estamos casi condenados a aprender con el propio cuero cuánto cuestan los derechos y cómo duele obtener y conservar la libertad. Parece, pero no estamos condenados.
Con un poco de Memoria, Verdad, Justicia, Reparación y Garantía de No Repetición, con el fin de iniciar el proceso de reconciliación nacional, los salvadoreños habríamos empezado la construcción de una sociedad más justa y más humana. Con buena lectura, arte, música, buen cine, educación, habríamos llegado al mismo sitio.
Que sigan, para 2022 o para 2024, creyendo los ilusos que conseguiremos algo separados y olvidadizos, creyéndonos la única botella de miel en la alacena, que afuera está el mundo real donde sangramos, lejos de metaversos absurdos donde el rey bestia dice construir ciudades futuras, trenes, aeropuertos o teleféricos de megabytes. El hambre ya nos muerde con toda su crueldad, y llegarán los nuevos días donde tendremos que admitir que el poeta tenía razón al afirmar:
Cae la oscuridad de nuevo, mas ahora sé
que a veinte siglos de obstinado sueño
los meció una pesadilla en su cuna,
¿Y qué escabrosa bestia, llegada al fin su hora,
se arrastra hasta Belén para nacer?.
Contra el olvido bestial, nuestra Memoria.
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