– ¿Hay solución para el conflicto permanente entre el poder y la prensa? -«Sí, y es muy sencilla. La prensa debe ser crítica del poder. Si no lo es, su existencia no tiene sentido». Carlos Pérez de Rosas (Director del diario La Vanguardia de Barcelona) La prensa y el poder es un tema de debate […]
– ¿Hay solución para el conflicto permanente entre el poder y la prensa?
-«Sí, y es muy sencilla. La prensa debe ser crítica del poder. Si no lo es, su existencia no tiene sentido».
Carlos Pérez de Rosas
(Director del diario La Vanguardia de Barcelona)
La prensa y el poder es un tema de debate que ha existido, existe y existirá siempre. A los tres poderes que Montesquieu diferenciaba se les añadió en su momento un cuarto, la prensa, cuya función debería ser la de juzgar el funcionamiento de los otros tres. Sin embargo en el mundo moderno esas determinaciones teóricas han cambiado. Actualmente el primer poder es el económico, el segundo el mediático y el tercero el político.
Por lo tanto, los mass media han ido aumentando su influencia a niveles no cuantificados y, por lo tanto no es novedad para nadie que es la hora de resolver políticas comunicacionales adecuadas a la nueva realidad. Ignacio Ramonet en un trabajo globalizador sobre el tema sostiene que a pesar de la afirmación anterior, un sondeo reciente ha develado la desconfianza de los ciudadanos hacia la televisión y la prensa, mientras que la radio conserva un tanto su credibilidad. Es justo decirlo.
Para los griegos, la democracia es la mejor manera de gobernar, pero la democracia a la que se referían era en la que sólo gobernaba parte del pueblo. Por eso tienen un concepto de igualdad diferente al nuestro: para el griego no existe el concepto de igualdad social, sino el de igualdad ante la ley. La propia ideología de los griegos se basa en la desigualdad.
Por ello, ante la preeminencia del fenómeno mediático quien no quiera ver la necesidad de trabajar de manera adecuada en el frente periodístico, se equivoca. Y más lo hace cuando ante la adversidad de las versiones encontradas, algunas con contenido intencional y otras por desinformación, se protesta de manera airada y se sostiene que no se hace «juego limpio».
La prensa y los medios de comunicación han sido, durante largos decenios, en el marco democrático, un recurso de los ciudadanos contra el abuso de los poderes. En el Uruguay, más allá del papel denigrante por la manifiesta genuflexión ante el poder de algunos medios, la prensa también ha jugado -en alguna medida- ese papel.
Si desde alguna sección del diario LA REPUBLICA, no se hubiera denunciado -por ejemplo- el tema de las órdenes verbales emitidas por el ministro de Economía Alberto Bensión, para favorecer a los bancos claudicantes, los uruguayos no estaríamos en conocimiento de un tema capital que, de alguna manera, explica por que hoy los que vivimos en este tierra tan potencialmente rica, sobrellevamos una coyuntura atroz, con una tercera parte de la población en la miseria y en el marco de un quiebre social que para ser restañado se demandarán esfuerzos inmensos que el país podría realizar si, de alguna manera, se sacudiera en rebeldía, postergando, algunos compromisos con los ricos para trasladar algo de lo rescatado a los pobres.
Hablamos de equilibrios necesarios y de márgenes posibles para lograr una distribución más equitativa. Los tres poderes tradicionales -legislativo, ejecutivo y judicial- pueden fallar, confundirse y cometer errores.
Mucho más frecuentemente ello ocurre, por supuesto, en los Estados autoritarios y dictatoriales, donde el poder político es el principal responsable de todas las violaciones a los derechos humanos y de todas las censuras contra las libertades, de lo que los uruguayos tenemos un recuerdo indeleble.
En su momento la prensa escrita tenía capacidad para revelar las disfunciones de la política, y el más claro ejemplo lo encontramos en el llamado «caso Watergate», donde dos periodistas menores consiguieron hacer caer al hombre más poderoso del planeta: el presidente de EEUU, Richard Nixon.
Por ello quienes «desprecian» a los medios de comunicación, los que se encierran entre cuatro paredes para que no trasciendan los temas que tratan -que igual se publican, porque hasta en los cotos más cerrados hay quienes informan y los temas trascienden-, se están equivocando. Y lo hacen porque en democracia la información es un bien trascendente, fundamental para el afianzamiento del sistema. Vivimos en una democracia renga, con un millón de uruguayos que tienen dificultades de todo tipo y que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza.
Una tercera parte de la población que transita la vida en una situación precaria, mientras los tecnócratas con una casi irresponsable frivolidad, estampan en una carta de intención que se firmó con un organismo multinacional de crédito, que se favorecerá con el «aporte ciudadano», una dádiva de 1.300 pesos, a solo 35 mil familias.
¿Quisiéramos saber quién acuñó esa frase, quién limitó a una cifra exigua una solución antes de conocer el número de inscriptos, solución que -en una primera instancia- debería haber abarcado a todos los necesitados que, obviamente, son muchos más que 35 mil familias?
Y, para ingresar en el tema, preguntar también, ¿por qué la prensa tiene dificultades para obtener la adecuada información de los ámbitos de decisión del gobierno, elemento -por otra parte- fundamental para que la dialéctica social no haga tan impunes a los responsables?
A los tres poderes que Montesquieu diferenciaba se le añadió en su momento un cuarto, la prensa, cuya función debería ser la de juzgar el funcionamiento de los otros tres. Pero -más allá de esas definiciones- nos encontramos quienes estamos en esta función informativa con teléfonos que no contestan, con un secretismo absurdo e infrecuente, que no tiene sentido. ¿Es posible que organismos de gobierno de primera importancia carezcan de oficinas especializadas para el contacto con los medios, que permitan hacer transparentes todas las acciones que se emprenden? ¿Es justo que los periodistas deban recurrir a informantes «extraoficiales» para reconstruir reuniones y conocer cómo un grupo de personas, con el poder que le hemos otorgado todos, deciden sobre temas que afectan a los uruguayos en su conjunto? ¿No se convierte en indigno que cuando se menciona el nombre de un órgano de prensa ante los secretarios o funcionarios de alguna repartición estatal, se cometa la inaudita acción de cortarse la comunicación?
Para los griegos, la democracia era la mejor manera de gobernar, pero la democracia a la que se referían era en la que sólo gobernaban los representantes de parte del pueblo. Por eso el concepto que nos viene de la antigüedad es el que muestra una igualdad diferente. Para el griego no existía el concepto de igualdad social, sino ante la ley. La propia ideología de los griegos se basa en la desigualdad, por lo que -al igual que en el Uruguay- vivían en una democracia renga.
En el correr del tiempo algunos han mantenido en pie, por la vía de los hechos, ese concepto que en el fondo se convierte en negativo. La prensa y los medios de comunicación han sido, durante largos decenios, en el marco democrático, un recurso de los ciudadanos contra el abuso de los poderes.
Y ello más allá de que cada uno de los medios representen intereses distintos y que algunos de ellos -subidos a un fantástico carro alegórico- hablen de un periodismo empírico, químicamente puro, de hombres y mujeres que tienen solo el compromiso de informar, para los que no debe existir el multiempleo, la militancia política o confesional. Claro, un periodismo de «extraterrestres», con el que se trata de encubrir la verdadera realidad, que es la de un medio (o más de uno), cuyo objetivo es la apariencia de imparcialidad política cuando, en realidad, no hace otra cosa que «operar» siempre a favor de los mismos intereses.
El «éxito» de esa expresión periodística se basa en la trasgresión, en abrir las siete llaves del secretismo que intenta el gobierno, y que solo tiene el resultado de una información torcida, interesada y muchas veces mendaz.
Es bien claro que los tres poderes tradicionales -legislativo, ejecutivo y judicial- pueden fallar, confundirse y cometer errores. Mucho más frecuentemente, por supuesto, en los Estados autoritarios y dictatoriales, donde el poder político es el principal responsable de todas las violaciones a los derechos humanos y de todas las censuras contra las libertades.
Pero la situación se ha ido transformando con la revolución tecnológica, económica y retórica -afirma Ramonet-. El nuevo concepto de información plantea la verdad ligada a la emoción: todo lo que emociona es verdad, existiendo una confusión entre ambos términos.
Esta circunstancia ha estado liderada por la influencia de la televisión, y el resto de los medios se encuentran inevitablemente un paso por detrás. Como resultado, la actualidad la marca la televisión (no así plantea la agenda), que nos ofrece imágenes de las que no tenemos constancia de que sean verdaderas, pero que buscan provocarnos un determinado sentimiento.
El problema es cuando surge la idea de que un acontecimiento siempre se puede mostrar a través de unas imágenes. La información televisada funciona según unos principios que dificultan la ejecución de la igualdad entre información, libertad y democracia.
Para Ramonet existe un nuevo tipo de censura, mucho menos visible, que funciona apoyada en la enorme abundancia de información que se ofrece, y que realmente lo que consigue es que no podamos percibir aquello que falta. Estos grandes flujos de información son mucho más difíciles de controlar, a diferencia de cuando la información es mucho más escasa y está siempre bajo el férreo control del poder.
Por ello decimos -basándonos en estos conceptos de Ramonet- que es sorprendente el secretismo que se practica en Uruguay en donde los sectores especializados -como la propia Sepredi- no son más que oficinas retrasmisoras de hechos sin sustancia, de fotos y textos informativos que dan cuenta de la superficie anodina de la noticia.
¿Por qué no se explican las dificultades? ¿No es hora de que los cientos de miles de uruguayos que seguimos apoyando la opción triunfadora en octubre del año pasado, tengamos elementos para redoblar nuestro esfuerzo y así apuntalar en andamiaje que, por el bien de todos, no se puede derrumbar?
Los periodistas estamos abiertos a informar, porque esa es nuestra obligación, e intentar también transformar nuestra visión con el valor agregado que es el análisis, sin duda el elemento sustancial que hace ingresar al manejo transparente de la información, en un luego de confrontación dialéctica que nos haga crecer a todos y, además, le permita al país encontrar sin mayores traumas los caminos más adecuados.
¿Por qué -por ejemplo- cuando se habla de cientos de miles de inscriptos en el Plan de Emergencia, debemos releer la carta de intención firmada con el FMI para enterarnos que el salario ciudadano llegará -de acuerdo a ese acuerdo- a 35 mil familias? ¿Dónde están los vales de comida -que también se estipulan en el documento- para el resto de los desamparados?
Son respuestas que debemos darles a los uruguayos, como otras provenientes de otros ministerios. En nuestra obligación.
Y por ello es necesario que se atiendan los teléfonos y que no ocurra más -cuando un Consejo de Ministros considera temas trascendentes para todos- que se ordene el más absoluto silencio.
Es una lástima.
(*) Periodista