Llamo destete al momento en que los actuales lactantes de la administración, los políticos que desde hace años están prendidos de la teta del Estado, paren de servirse de los bienes públicos. Desde hace ya largo tiempo, la República está exhausta. Sus senos, que en las estatuas que rodean al Obelisco lucen ubérrimos y majestuosos, […]
Llamo destete al momento en que los actuales lactantes de la administración, los políticos que desde hace años están prendidos de la teta del Estado, paren de servirse de los bienes públicos.
Desde hace ya largo tiempo, la República está exhausta. Sus senos, que en las estatuas que rodean al Obelisco lucen ubérrimos y majestuosos, están secos y lánguidos. Han sido vaciados por la avidez de los gobiernos y los grupos de aventajados que los rodean. Esos pechos generosos ya no dan más.
Como ya todos sabemos que eso es así, llegó la hora del destete.
Tendrán que arreglarse de otro modo. Y si para eso precisan aprender, pueden tomar clases particulares, que en el Uruguay hay muchos miles dispuestos a enseñarles a vivir con dignidad sin estar prendidos de la teta del Estado.
Entre esos uruguayos, que son mayoría, los políticos y los empresarios aprovechados a quienes ha llegado la hora del destete, encontrarán quienes en pocas clases les explicarán su sabiduría para sobrevivir sin padrinos, sin los infinitos beneficios de la eterna lactancia, en esa que han vivido las elites que mandan y explotan desde siempre al Uruguay y a su gente.
No estamos escribiendo esto de manera burlona o vengativa. No. Sabemos que la hora del destete es, para todos los mamíferos, un momento crítico. Y nos preocupa. Por sentido humanitario y porque no nos gustaría que el fastidio que les va a producir el justo destete, los lleve a imaginar cosas raras. Aventuras extravagantes que solo tendrían como lema, «teta libre y teta siempre/ para los mismos de siempre».
Es una ocurrencia insensata que les podría venir de la interrupción de la lactancia.
Los expertos de la Organización Mundial de la Salud, coinciden en que el amamantamiento puede prolongarse hasta poco más de dos años. Estudios antropológicos dan cuenta de la existencia de poblaciones no occidentales que llevan el período de lactancia hasta los tres o cuatro años.
Pero no se conoce ningún país que haya ocurrido lo que pasa en Uruguay. Sucede que en nuestro país hay algunas familias que llevan lactando no dos o cuatro años sino dos siglos, prendidos de los senos antaño opulentos del Estado.
Esta lactancia prolongada ningún pediatra la recomienda, lo hacen pensando en esos niños, necesariamente malcriados, arrebozados y gorditos a costa de su madre, pero fuera de las normas de la crianza.
En Uruguay, por el mero fluir de las generaciones en una sociedad democrática, ya hace tiempo que las familias patricias monopolizadoras del privilegio tendrían que haber pasado a alimentarse con la mamadera, o usando una taza, como los adultos.
Tampoco ningún médico generalista podría encontrar recomendable que una mujer, en este caso que simboliza a la República, se vea obligada a cargar durante tanto tiempo a niños de pecho que ya tienen más de 70 años, a los que ya le salieron y se le cayeron los dientes de leche, y los otros.
¿Qué madre podría resistir la sobre carga alimentaria que significa seguir dándole el pecho a esos hijos gandules, malcriados en los jardines del poder, que viven de espaldas a la realidad de su país y de su tiempo?
La madre ya ha hecho lo suyo. En demasía. Ahora llegó el tiempo del cambio y para los hasta hoy privilegiados será cuestión de arreglarse y habituarse a pucherear como todo el mundo.
Tiempo del destete para los directores de la Corporación para el Desarrollo y de todos los beneficiarios de su dinero irresponsablemente regalado. Destete y, en muchos casos, ir buscando un abogado defensor.
Destete para los jerarcas coimeros de los bancos oficiales, empezando por el Banco de la República y por el Banco Central.
Destete para todos esos personajes a los que, de manera delicada, eufemística, se denomina «difundidores de información asimétrica» (o sea a unos sí y a otros no), es decir los infidentes de toda laya, que cantan por anticipado cuáles serán las pautas del Banco Central para que los especuladores hagan su agosto comprando barato y vendiendo caro. O anticipando información para que los políticos tengan tiempo de retirar sus depósitos ante la inminencia del corralito.
Destete para los que confunden los intereses de las empresas públicas, que son de todos, con los intereses de los negocios privados que han montado para hacer plata fácilmente.
Destete para los empresarios a los que nunca les llega una inspección de la Impositiva, porque están asociados a las mafias que controlan el poder del Estado
Decíamos que nos preocupan los que están en la antesala del destete. Nos preocupan también los que duermen la serena siesta de la impunidad, pensando que será eterna, olvidándose de aquello de que su impunidad, como el amor, será infinita mientras dure. Luego, así como llegó para Videla, Massera y
Contreras, llegará la hora del destete, la hora que dirá basta la madre permisiva que todo les ha tolerado. Y tendrán que verse cara a cara con los fiscales y los jueces, con la Constitución, con la ley y con los tratados humanitarios aprobados por el Parlamento uruguayo, que tienen la misma fuerza que las leyes ordinarias.
Ya están todos los plazos biológicos vencidos. Todas las recomendaciones médicas y veterinarias incumplidas. Ya son grandecitos y tienen que asumir.
Tienen que ponerse a pensar de manera serena que ha llegado la hora de la transición. Solo la insensatez y la pérdida del sentido de la realidad puede impulsarlos a seguir proyectando intrigas contra los lideres populares y los candidatos progresistas.
«Ingenios» de ese calibre no hacen sino demostrar que han perdido el hilo conductor de la campaña. Los juegos mediáticos de Sanguinetti, que podrían haber funcionado con una población desmovilizada y sin unidad política, se revelan erráticos e inconsistentes. Contrarían la línea que impulsan sus propios candidatos y sus aliados posibles. Ahonda su aislamiento y el irreversible escepticismo con que la población oye, desde hace ya mucho tiempo, sus gangosas amenazas y promesas.
Es bien cierto que, con la inminencia del acceso al gobierno de las fuerzas progresistas, tenemos muchas cosas de que ocuparnos.
Lamentablemente también de las contrariedades psicológicas y hasta los berrinches de los destetados tardíos.
Un ciclo ha terminado: el de las familias que legaban a sus hijos, durante un siglo y medio, además de tierras, empresas y depósitos bancarios el acceso a la teta del Estado, a parcelas de poder político, a cargos diplomáticos, en los directorios en los entes autónomos y todo lo demás.
A partir del 1º de marzo, el hijo de un obrero sindicalista será presidente, el nieto de obrero frigorífico ocupara la primera magistratura del país.
Pronto atravesaremos el mojón histórico que separa un ciclo de otro.
El país y el mundo del trabajo podrán respirar profundo. Muy pronto la República se habrá sacudido de los parásitos y la justicia se irá abriendo paso entre nosotros.
Es de esperar que, para entonces, los lactantes seniles de grandes apellidos hayan aprendido a tomar la leche en taza, a cortarse el churrasquito y comer sus manzanitas rayadas con cuchara.