El movimiento estudiantil en Puerto Rico, aparentemente salido de la nada infecunda de los filósofos, ha triunfado. Su pliego petitorio, concedido en buena medida. Aunque vencedores en un conflicto que se extendió por dos meses, con gracia y humildad características quieren repartirnos el triunfo como hasta ahora han repartido el pan: entre todos. Gracias a […]
El movimiento estudiantil en Puerto Rico, aparentemente salido de la nada infecunda de los filósofos, ha triunfado. Su pliego petitorio, concedido en buena medida. Aunque vencedores en un conflicto que se extendió por dos meses, con gracia y humildad características quieren repartirnos el triunfo como hasta ahora han repartido el pan: entre todos. Gracias a esta huelga, una de las más largas en la historia moderna del país, los(as) estudiantes de la Universidad de Puerto Rico mantendrán sus becas por méritos, pospusieron una duplicación en el costo de la matrícula y han detenido los castigos sumarios contra sus compañeros(as) de lucha. Queda en el tintero de los acuerdos el sencillísimo reclamo de toda la comunidad universitaria por mayor transparencia presupuestaria y mecanismos para discutir soluciones a las frágiles finanzas de la universidad. Sin embargo, el país entero sabe que la conquista de sus objetivos en la mesa de negociación es sólo el más visible de muchos logros intangibles. Esbozo apenas algunos que las generaciones que les preceden hemos acogido con particular entusiasmo, esperanzadas que nos ayuden a transformar la miasmática cultura política que envuelve al país hace medio siglo.
1. Saltarse el muro
Casi todas las imágenes de la huelga han tenido como trasfondo, como objeto o como contexto los portones de la universidad. Frente al muro, las cámaras curiosas; detrás, los estudiantes, la universidad tomada, la vida que ha resurgido entre ellos y sin testigos. Cuando en uno de los berrinches criminales al que nos tiene acostumbrados, el superintendente de la policía colonial prohibió llevarles agua y alimentos a los(as) huelguistas, por encima de los altos muros volaron los suministros. Cuando la temida Fuerza de Choque rodeó el recinto de Río Piedras, a los portones llegaron las familias acongojadas y el país solidario. No obstante, por encima, por debajo y a través de muros, verjas y portones ha salido de la universidad y de la generosidad de los(as) estudiantes huelguistas más de lo que el país les llevó a diario.
Los muros que encierran la Universidad siempre han estado allí. Representan su secuestro de la sociedad donde está anclada, el confinamiento ensimismado de sus disciplinas, las interlocuciones rentables para el capital, pauperizantes para el país, indignas para sí misma. La huelga engalanó esas murallas universitarias con consignas, las hizo visibles, relevantes al telediario, problemáticas para todos. ¿Por qué está murada la universidad? ¿Quiénes han querido contener la fuerza creadora que la habita, ese inagotable y explosivo torrente de juventud e ideas? ¿Quiénes temen que el país ensaye los modos de convivencia que en ella imperan: la asiduidad de las preguntas, la importancia suprema de la contestación honesta, el ejercicio de un poder que sólo es fecundo cuando posibilita al otro?
La huelga abrió los portones que confinan la vida universitaria a la universidad. Los(as) estudiantes en huelga transparentaron al país la dinámica del aula como una forma alternativa de interlocución y convivencia para todos. «Queremos negociar,» insistían ante una administración envilecida y díscola. El país escuchó embebido su reclamo. «Si, queremos negociar,» asentíamos todos.
2. La democracia como deporte extremo
A los que ya hemos hecho nuestras las lecciones que los estudiantes nos impartían, la consistencia de su práctica llevó nuestras propias convicciones a límites dolorosos. Al zorro viejo de Sabina la lucha estudiantil, con la que se solidarizó inmediatamente, le arrancó una sonrisa burlona por su carácter «excesivamente democrática.» Solo Sabina se rió. Todavía me conmueve hasta el borde de las lágrimas el fatigoso espectáculo de verlos, no ya conversar por horas en sus plenos, sino su insistencia en no dejar de hablarle nunca a los que fueron quedando detrás. «¡Qué importa a estas alturas!», le preguntaba yo, entrados como estábamos en negociaciones de carácter nacional y temerosa como muchos que las consultas tramposas y extemporáneas los obligaran a desandar camino. Era en vano. Volvían a reiterar que las consideraciones estratégicas y los pruritos prudenciales cedían ante la indiscutible legitimidad de toda invitación al diálogo. «No es verdad que la imagen siempre gana, profesora, podemos convencerlos.» Hablar con el corazón en la mano y la vida tras la barricada se volvió una cuestión de principios. Como argumenta Enrique Dussel, el filósofo político que los aplaudiría de pie si su amigo Silva Gotay le cuenta esta hazaña, el comité negociador nacional regeneró a diario en la discusión y en la asamblea todo el poder que le fue delegado. Los huelguistas practicaron la democracia como quien practica un deporte extremo. Nosotros, más de una vez, cerramos los ojos.
Un querido amigo le preguntó a un grupo de estudiantes qué les faltó por hacer, qué hubieran hecho distinto. Le contestó una estudiante tras un instante de reflexión. «Profesor, nos faltó ir casa por casa.» Yo, los miro incrédula. Su convicción nos demuestra el tamaño de nuestra auto-derrota.
3. «La estaca y el elefante»
«Profesora, ¿sabe ud. el cuento del elefante y la estaca?» No hace falta que conteste. A estas alturas estoy convencida que lo he olvidado todo. Me explican que trata de un pequeño elefante que creció atado a una estaca que le imposibilitaba moverse. Acostumbrado a sus límites, creció sin darse cuenta que su fuerza adulta podía superar la terquedad de la estaca. «Nosotros somos el elefantito, profesora. Hemos arrancado la estaca. «
A través de la huelga toda una generación de veinteañeros ha descubierto su potencia creadora y revolucionaria. Para muchos la huelga ha consistido en el primer espacio de participación política que descubren y que se diligencian. Tiene un encanto irresistible. Es de ellos(as). Hecha a su imagen y semejanza han nacido como agentes políticos en una sociedad agotada en sus formas institucionales. Ellos(as) en sí mismos son un happening como la huelga performática que han montado. Ya hablan de crear nuevos espacios, quizás una confederación nacional de estudiantes. Saben, como decía Saramago el grande, que la razón les asiste. Una razón elemental, «la… que asiste a quien propone que se construya un mundo mejor antes de que sea demasiado tarde.» Para Saramago, esa razón enfrentaba sólo un formidable escollo, «o no sabemos transmitir a los demás lo que es sustantivo a nuestras ideas, o chocamos con un muro de desconfianzas, de prejuicios ideológicos o de clase que, si no logran paralizarnos completamente, acaban, en el peor de los casos por suscitar en muchos de nosotros dudas, perplejidades, esas si paralizadoras.» Nuestros(as) estudiantes se han mostrado inmunes a ambas deficiencias. Esa fortaleza nos reasigna generacionalmente la tarea de defender sus sueños que también han sido nuestros. Nos toca hacer muy clara una advertencia que ya corearon ellos(as): si los estudiantes no logran soñar, aquí no dormirá nadie.
Anayra O Santory Jorge, Ph D. Es profesora de filosofía de la Universidad de Puerto Rico
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