¿Queda algún otro camino para que se resuelvan los problemas básicos de la economía uruguaya que actuar en la reactivación del mercado interno? ¿El crecimiento de dicho mercado no es la expresión más clara del mejoramiento del nivel de vida de los uruguayos? Hay economistas con diversas opiniones, incluso algunos afiliados al llamado «progresismo» que […]
¿Queda algún otro camino para que se resuelvan los problemas básicos de la economía uruguaya que actuar en la reactivación del mercado interno? ¿El crecimiento de dicho mercado no es la expresión más clara del mejoramiento del nivel de vida de los uruguayos?
Hay economistas con diversas opiniones, incluso algunos afiliados al llamado «progresismo» que tienen visiones distintas, parecidas a las de quienes estiman que el país tiene futuro siempre que se mantenga el perfil exportador aunque, como se ha demostrado, ese proceso vinculado a la comercialización de productos básicos, sin mayor incorporación de mano de obra, solo produce un crecimiento nominal y parcial, sin que sus frutos se trasladan a la gente. Por lo tanto que nos juguemos por una forma excluyendo a la otra – como expresaba el doctor Jorge Batlle – no es lo que le sirve al país.
El equipo económico que encabeza el ministro Danilo Astori no se ha expedido sobre el tema pese a que – tal como lo hemos afirmado en más de una oportunidad – con la aplicación de los Consejos de Salarios, más allá de la disparidad en el monto de los incrementos salariales, mejoraron los ingresos de los trabajadores del sector privado, beneficio que de inmediato se trasladó al consumo. Ello, obviamente, apuntaló la performance de nuestra economía, que crecerá este año más del 7 %.
Sobre el otro mecanismo, el de las ventas al exterior, está claramente demostrado que el incremento de comercialización en el exterior de los rubros básicos de la producción (carne y lana), poco le han servido al conjunto de los uruguayos. Sin desconocer la importancia de ese flujo en una visión de macroeconómica, parece que el progreso general viene por otro lado, por la mejoría del mercado interno, mecanismo complementario con el exportador.
Muy distinta sería la cosa si se exportaran bienes manufacturados, que creciera con ello la producción industrial, para lo cual se requeriría mayor cantidad de mano de obra empleada e inversión en la compra de materias primas y bienes de capital.
Así crecería el consumo en servicios, otros insumos y, por supuesto, se produciría una distribución más justa de los ingresos, afirmándose la otra pata que sostiene a la industria nacional, la que está asentada en el mercado interno.
Para ello, obviamente, se deben sortear muchos escollos, entre ellos los planteados por la inversión, teniéndose que realizar un paréntesis sobre las deficiencias del sistema financiero que sigue manejando tasas de interés totalmente alejadas de la realidad económica del país. Y ni hablar con la inversión externa que sigue sin venir, pese a los esfuerzos del gobierno. Es que ningún capitalista vendrá a invertir para crear industrias de exportación. Su interés es distinto y bien claro y está hacerse para si de la capacidad de compra de los propios uruguayos. ¿Por qué, sino, la apetencia por lograr el ingreso de capitales privados en las empresas públicas?
La experiencia chilena – para manejar un ejemplo que gusta a muchos sectores – se basa en la exportación masiva de materias primas y manufacturas, de todo tipo, que sirve para dar cuenta de un proceso ejemplar, en el cual el mercado interno es fundamental para el sostenimiento de las empresas industriales. No existen en el país trasandino industrias que trabajen esencialmente para la exportación. En general, las mismas están fuertemente asentadas en ese pujante mercado interno y, con esa base firme, se han ido extendiendo al exterior con éxito. Las experiencias meramente exportadoras han fracasado en Chile como en muchos otros países, ya que ese tipo de empresas son las que aparecen como más vulnerables a las cambiantes contingencias del comercio internacional.
Chile es exportador importante en varios rubros e incluso algunos, como el de frutas, en que demuestra como para vender en el exigente mercado externo un producto natural, es necesaria una manipulación previa que da trabajo a miles de trabajadores.
La contramano uruguaya
Uruguay, lamentablemente, ha seguido el camino contrario. Creció la venta de carne al mercado externo, ingresando muchos millones de dólares por este proceso, sin que prácticamente creciera el trabajo nacional, por lo que la redistribución de esos ingresos es prácticamente nula.
¿Qué otra manera existe para redistribuir con equidad la riqueza que multiplicando el trabajo y haciendo también que los hoy desocupados cambien de condición? Claro, como bien dijo el doctor Tabaré Vázquez, existe en el país una situación tal que hizo necesaria una política de emergencia nacional, que sirve para paliar la situación de algunos miles de uruguayos del millón que viven por debajo de la fatídica línea de la pobreza. Hay que dar de comer a la gente, abrigo a quienes viven en el desamparo del «cantegril» o el asentamiento, bajo chapas y cartones, a los están en situación de calle.
Sin embargo, es sustancial también, para corregir la distorsión provocada por las políticas económicas, intentar modificar esa marginalidad de manera inmediata, porque el «asistencialismo», el «hambre cero», es claramente una política de corto plazo y con defectos que crean, obviamente, situaciones indeseadas.
Veamos lo que ocurre en países vecinos, donde, todavía, no se pudo cambiar el fondo de la situación pese a lo que, con la política salarial y los subsidios dados a los sectores desplazados, se ha logrado también un crecimiento que, todavía, no pasó, como aquí, de ser nominal.
En países como los nuestros, en los que la economía, en el marco de una crisis, se ha contraído, durante una crisis, de manera abrupta, produciéndose una abismal caída del Producto Bruto Interno (PBI), no existen muchos caminos para redistribuir la riqueza que obtenga el país que no sea a través del trabajo, cuya multiplicación los uruguayos podríamos impulsar a través de una paulatina mejoría del mercado interno.
Y, para ello, no existe otro método que multiplicar la capacidad de compra de quienes hoy reciben ingresos formales, de aquellos trabajadores privados que están en relación de dependencia, empleados del Estado y también jubilados y pensionistas. Sin olvidar también a esa otra masa asalariada, con una relación laboral irregular, pero que de alguna manera todavía no se ha desagregado del resto de la sociedad.
Un olvido, el perfil social
En resumen: que se haya puesto algo de dinero en los bolsillos de la gente, por la eliminación del adicional del IRP y del COFIS a las tarifas públicas, fue en su momento una medida positiva. Son millones de dólares que se movilizaron también al mercado interno, sin convertirse obviamente en una panacea. Proceso que sirvió para confirmar, además, que todas las medidas pro cíclicas que se aplicaron desde 1998 hasta las postrimerías del gobierno del doctor Jorge Batlle, fueron un error garrafal y sirvieron también para que el país se derrumbara en una de las mayores crisis de su historia.
Se dirá, que la desaparición de los impuestos a los sueldos y a las tarifas, fueron también medidas pro cíclicas, porque se adoptaron cuando la economía estaba creciendo. Cuando el país está mal – se razona – se aumentan los impuestos y cuando se comienza a mejorar, se reducen y eliminan los mismos, quedando a la espera de reiniciar un círculo vicioso.
Las contradicciones del gobierno anterior fueron muchas: estuvo afiliado a un modelo de «manual», impulsado por el FMI y el Banco Mundial, absolutamente inviable y que tuvo entre sus ingredientes las dos características señaladas anteriormente (creer posible el desarrollo del país por el camino exportador de materias primas sin industrializar y el desprecio por el mercado interno, motor incuestionable de progreso y redistribución de la riqueza) que se expresó por una salida a la crisis por el angosto camino de las exportaciones de productos primarios, sin detenerse nunca sobre la situación de la gente. El país creció de acuerdo a los cómputos del Banco Central y de la Dirección Nacional de Estadística, en guarismos considerados récord. Sin embargo a nueve meses del nuevo gobierno las cifras de desocupación siguen manteniéndose en alrededor del 12%, marcando a fuego al modelo de crecimiento elegido.
El gobierno progresista tiene planes estrictos. Ahora anunció una reforma impositiva que levantó aplausos y críticas, pues parece no afectar sustancialmente a los rentistas sino, más bien, a quienes tienen ingresos por sueldos y jubilaciones. Sin embargo establece una reducción de impuestos que, aparentemente, serviría para restarle presión a los que tendrán que pagar.
Veremos como evoluciona el tema, como se alinean las fuerzas en torno al proyecto y, sustancialmente, observaremos si se grava la renta o el trabajo, si se manejan criterios estrictos de equidad, sin los cuales ninguna reforma impositiva progresista se hace viable.
(*) Periodista. Secretario de redacción de Bitácora.