Qué José Díaz siga al frente del Ministerio del Interior, manejando al instituto policial es, evidentemente, una muy pesada obligación para una persona intachable que quiere lo mejor para la sociedad uruguaya y, que desde su punto de vista, busca humanizar a una institución que no abandona – por más esfuerzos que se han hecho […]
Qué José Díaz siga al frente del Ministerio del Interior, manejando al instituto policial es, evidentemente, una muy pesada obligación para una persona intachable que quiere lo mejor para la sociedad uruguaya y, que desde su punto de vista, busca humanizar a una institución que no abandona – por más esfuerzos que se han hecho – los mecanismos autoritarios que le son inherentes y que provienen de toda una cultura vinculada con una formación en que el pachequismo tuvo mucho que ver.
La represión que se desencadenó contra el grupo «Alcarajo», que el pasado viernes asoló la Ciudad Vieja, en un afán imitativo y de connotación globalizadora de las acciones violentistas de otros grupos que, por diversos motivos, han vuelto en varios países a la violencia y a la depredación como método de protesta, fue en algunos casos desmedida cuando no brutal.
Viendo las filmaciones de Canal 12 los uruguayos nos pudimos asombrar de que un agente policial, de campera clara, tomara a puntadepies a una persona detenida , luego se alejara, volviendo un momento después a la carga para seguir con la golpiza del manifestante que estaba en el suelo, reducido, por otros agentes. Fue cuando recordamos el asesinado de abril de ´72, con la rotura del hígado, del pintor Luis Batalla, detenido en el cuartel de Treinta y tres.
Lo insólito de la actual situación es que este represor, que aparece en el video de Canal 12, es uno de los felicitados por el jefe de Policía por la manera en que los uniformados lograron terminar con la acción del grupo de los revoltosos. Como también lo fue otro agente, que aparece en una fotografía tomada por la reportera de la agencia AP, apuntando con un revolver, hecho que motivara una grave gafe del ministro que afirmó que podía tratarse de una fotografía de archivo.
Son algunos hechos que muestran como no se ha podido desterrar de la práctica policial la violencia inaudita e ilegal que, desgraciadamente, se convierte, al estar respaldadazos los agentes por el Estado, en un hecho de una gravedad indiscutible. Un funcionario público que actúa armado, porque es integrante de la Policía, debe ser sancionado de manera ejemplar cuando comete un delito de esta enormidad.
Por supuesto que una de las funciones de la Policía es guardar el orden y no permitir que se vulneren los derechos de los demás. La agresión de los integrantes de «Alcarajo» en contra todo lo que se le cruzaba a su paso, cristales de comercios, automóviles, exigía una oportuna acción policial, pero de ninguna manera, autorizaba a que esta fuera desmedida.
Sabemos que en ocasiones hay que utilizar la fuerza, lo que está establecido en los manuales de procedimiento policiales. Por algo los agentes portan armas y machetes. Pero ningún procedimiento establece que a un detenido se le de puntadepies cuando se encuentra reducido contra el suelo. Esa es una aberrante acción que debe ser sancionada.
Claros y oscuros de nuestra sociedad Las encuestas lo dicen. Los uruguayos tenemos una mentalidad autoritaria y queremos resolver los problemas que se producen en el seno de nuestra sociedad, castigando y encarcelando a los responsables más allá de los que permiten las leyes. Un ejemplo de ello es que no reparemos en que las cárceles son lugares de mortificación de las personas y que, en ningún caso, sirven para reeducar a los procesados.
José Díaz denunció ello en reiteradas oportunidades, dando una batalla contra esa cultura autoritaria que es inherente a los uruguayos y que aparece estampada en cada una de las encuestas de opinión. Las cárceles violan los derechos humanos y no es posible que los presos sigan viviendo en una situación tan tremenda. Por eso el ministro impulsó la Ley de Humanización de las Cárceles, instrumento claramente imperfecto, pero necesario. Sin embargo los uruguayos mayoritariamente nos alarmamos por la aprobación de esa norma que determinó que algunos cientos de personas hayan salido de ese infierno.
Claro, esa ley debería haber estado complementada con recursos para otorgar salidas laborales a los liberados, que es la mejor forma de evitar la reincidencia. Pero, lamentablemente, vivimos en un país en el cual las prioridades son otras y los caminos que se emprenden muchas veces tienen obstáculos que en ocasiones se convierten en insalvables.
Sin embargo lo poco que se ha logrado se debe al ministro Díaz, que trata por todos los medios de lanzar ondas de humanismo dentro de un marco cultural que, pareciera, no conmoverse afirmado en un pétreo autoritarismo.
La violencia de los desclasados Sería adecuado contar con un perfil social de los integrantes del grupo «Alcarajo», de los cuatro procesados por el juez Fernández Lecchini. Ello es necesario, porque desde esos datos podríamos comenzar a construir una versión real de lo que ocurrió el viernes en la Ciudad Vieja, que fuerzas se pusieron en movimiento y que motivaciones profundas detonaron esas acciones de barbarie, esa actitud de «romper todo», de agredir al resto de la sociedad sin medir las consecuencias de esa acción demencial.
Un hecho que ocurre cuando los uruguayos estamos viviendo una situación nueva, esperanzadora, con un gobierno de corte progresista que está estableciendo nuevas pautas, abriéndose paso en un marco de mil dificultades, para tratar de mejorar las condiciones del país y de la gente. Por ello, la existencia, de sectores fuera del sistema, como «Alcarajo» u otros de similares características, son fenómenos a estudiar. Es evidente que su existencia muestra una disconformidad latente y toda una problemática a enfrentar porque estos fenómenos – miremos lo que está ocurriendo hoy por hoy en Francia – no pueden resolverse con la represión que muchas veces es contraproducente cuando no desencadenante de convulsiones más violentas.
Claro, en Francia, existe un ministro del Interior, Nicolás Sarkozy, un reaccionario hijo de un refugiado húngaro anticomunista, admirador de Bush, que es en parte responsable por su intolerancia, su rigidez, su coerción sistemática, de este agotamiento de la paciencia de los inmigrantes a quienes califica de chusma en sus declaraciones públicas.
Nada que ver con José Díaz, abogado laboralista. Miembro del Partido Socialista. Co -fundador del FA que junto al doctor José Pedro Cardoso firmó por el PS los documentos constitutivos del Frente Amplio el 5 de febrero de 1971. Un hombre progresista, probadamente un humanista. Un lujo para un cargo tan difícil.
Dos perfiles distintos. Y cuidado, que no destruyamos a los hombres que desde sus cargos, pueden guiarnos para construir una sociedad mejor.
Por eso – repetimos – no nos gustaron algunos aspectos, desmedidos de la acción policial del pasado viernes. Sería bueno desear que el instituto policial no se convierta en una pesada carga para un ministro democrático que, más allá de sus errores, es un lujo en esta etapa del país.
(*) Periodista, secretario de redacción de Bitácora