Todo hace suponer que el juez anticorrupción, Jorge Cortez, dictará un fallo prohibiendo a la primera dama del Perú abandonar el país. La medida, si se resuelve, obedece a que Eliane Karp carga con una montaña de imputaciones relacionadas con el tráfico de influencias y el enriquecimiento ilícito, dos prácticas que vendría ejerciendo desde que […]
Todo hace suponer que el juez anticorrupción, Jorge Cortez, dictará un fallo prohibiendo a la primera dama del Perú abandonar el país. La medida, si se resuelve, obedece a que Eliane Karp carga con una montaña de imputaciones relacionadas con el tráfico de influencias y el enriquecimiento ilícito, dos prácticas que vendría ejerciendo desde que su esposo, Alejandro Toledo, asumió el poder en julio de 2001.
El Cholo, como le llaman, no se había ceñido la banda presidencial cuando la primera dama se autodesignó directora de la Comisión Nacional de Pueblos Indígenas, Amazónicos y Afroperuanos (CONAPA).De acuerdo con el expediente que instruye la fiscal Julia Trujillo, Karp destituyó de su cargo al tesorero Julián Acevedo para administrar personalmente el presupuesto del organismo, que ascendió de 12 a 28 millones de dólares.
Las espaciadas visitas que la antropóloga de 49 años realizaba a las comunidades de la sierra y de la Amazonia y los exiguos salarios que pagaba al personal no calzan con la nómina de gastos, que entre septiembre de 2001 y enero de 2003 promediaba dos millones de dólares al mes.
La fiscal Trujillo sostiene que la parte del león fue desviada a las cuentas secretas que el matrimonio presidencial abrió en bancos de Luxemburgo y de Panamá. Unos meses antes de las elecciones generales, la impetuosa indigenista fundó la ONG Pacha para el Cambio, dedicada, igual que CONAPA, a promover la cultura y el bienestar de los pueblos andinos.
Capacidad de persuasión
Gracias a su capacidad de persuasión y a su privilegiado intelecto, Karp consiguió que el Banco Mundial aportara 45 millones de dólares y recaudó otra suma importante (cuyo monto y procedencia se desconoce) para los 23 proyectos que tenía en mente. De ellos únicamente puso en práctica una campaña, muy festejada en las columnas satíricas de la prensa, para convencer a las comunidades quechuas y aymaras, de no ver televisión; ni escuchar música moderna -ni siquiera los populares huaynos- ni beber Inca Cola (una imitación de la gaseosa norteamericana) por ser elementos «intrusivos de la cultura occidental».
Esta iniciativa sólo sirvió para que ella misma fuese considerada como una intrusa por los comuneros que veían a la pelirroja descender del helicóptero presidencial, con una vestimenta extravagante que pretendía imitar sus humildes ropajes.
Si hay algo que no se puede cuestionar es el genuino y hasta obsesivo interés que desarrolló Eliane Karp por las culturas del antiguo Perú, tras su primera visita al país en 1975. Impregnada de este sentimiento, la ciudadana belga se enamoró de Alejandro Toledo en 1976, cuando ambos estudiaban en Stanford. El brillante economista y ex lustrabotas encarnaba un espíritu visionario no contaminado por los artificios de la sociedad moderna y la joven investigadora sucumbió a esos hechizos.
Mucho antes de derrotar a Alberto Fujimori en las urnas, la pareja se ganó la simpatía de los círculos intelectuales y más tarde el mismo sentimiento filtraría en los sectores humildes, que se creyeron a pie juntillas la versión de que, mal o bien, Karp trabajaba las 24 horas del día, sin remuneración, a favor de los pobres del Perú.
La leyenda se hizo añicos en agosto de 2002, cuando se descubrió que Eliane cobraba 10.000 dólares al mes por asesorar (secretamente) al banco Sudameris Weise, la entidad que sacó al extranjero la fortuna que amasaron Fujimori y su factótum Montesinos gracias al narcotráfico. A partir de entonces ella se hizo indeseable y la popularidad de su marido cayó en picado.
La pena que le espera Eliane podría agravarse al extremo de ser condenada a varios años de prisión. Quizá le sirva de consuelo comparar su suerte con la de las vírgenes del sol: las jóvenes que la nobleza inca encerraba en un monasterio, para que consagraran sus vidas a la adoración de Inti (divinidad solar).