«[…] en este acontecimiento trascendental en mi vida… deseo hablar como científico, pero también como humano. Desde muy joven sentí una pasión por la ciencia. Pero la ciencia, el supremo ejercicio del intelecto humano, quedó ligada siempre en mi mente como un beneficio para la humanidad. Vi a la ciencia como una forma de estar […]
Joseph Rotblat, discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz, 1995.
El comienzo de la falsariamente llamada «guerra fría» suele situarse en el célebre discurso de Churchill, en marzo de 1946, en la Universidad norteamericana de Fulton. No es seguro que sea esa la verdadera fecha de despegue de una guerra que, sin exageración, ocasionó millones de muertos: Vietnam, entre otras numerosas atrocidades, sigue y seguirá viva en la memoria de los pueblos [1]. ¿Qué otra fecha pudo estar entonces en los orígenes de esta barbarie cuyas reales dimensiones no son fáciles de acotar?
Situémonos un año antes, en julio de 1945, vencida ya la Alemania nazi. El primer ensayo atómico exitoso se logró en el desierto de Alamogordo, en Nuevo México. Llamaron Trinity al artefacto. Era una bomba-A de plutonio (Pu-239) del tipo Fat Man, la bomba que sería lanzada sobre Nagasaki pocos días después [1]. La bomba de Hiroshima, Little Boy, estaba basada en el isótopo de uranio U-235.
¿Qué sentido tuvo aquel experimento científico-militar? ¿Para qué proseguir con un proyecto que en sus orígenes se había diseñado ante la posibilidad, real, no ficticia, de que la Alemania nazi pudiera fabricar armamento nuclear? ¿No había sido ya vencida gracias a la decisiva intervención del Ejército rojo? No es imposible que un vértice no marginal del, digamos, experimento no apuntara a Alemania, claro está, ni siquiera a un Japón a punto de claudicar sino directamente a la Unión Soviética y a su decisivo papel en la guerra contra el fascismo y nazismo europeos, el franquismo incluido. Un toque de atención, un «aquí estoy yo y aquí están mis contundentes credenciales», el primer movimiento de una guerra caliente que tuvo a las sociedades socialistas, a los partidos comunistas y grupos afines y a los movimientos de emancipación como adversarios declarados.
Sea como fuere, independientemente del valor de esta conjetura historiográfica, vale la pena recordar un aspecto de los alrededores del Proyecto Manhattan que suele ser olvidado.
Como es sabido, Albert Einstein firmó una carta redacta por Leo Szilard, un científico de origen judío refugiado en EE.UU., para convencer al presidente Roosevelt de la necesidad de establecer un programa de construcción de la bomba atómica. Al margen de esta carta, Einstein nunca trabajó en el desarrollo de bombas nucleares. Algunos de los grandes científicos que participaron en el proyecto están entre lo más destacado de la ciencia de todos los tiempos: Robert Oppenheimer, su director científico; Enrico Fermi, huido del fascismo italiano, creador de la primera pila atómica en la Universidad de Chicago; Edward Teller, uno de los más fervientes y tenaces defensores del programa armamentístico nuclear estadounidense; Hans Bethe, el director de la división técnica; Richard Feynman, responsable de la división teórica; John von Neumann, encargado, entre otras tareas, de calcular a qué altura debían explotar las bombas para que su efecto fuera más devastador y de seleccionar las ciudades, los «objetivos potenciales japoneses», donde hacer caer los artefactos atómicos. La lista de grandes científicos podría proseguirse línea tras línea.
Pero cuando se comprobó a finales de 1944 que la Alemania nazi no podía tener éxito en desarrollar la bomba, ¿cuántos científicos abandonaron el Proyecto cuya finalidad había sido precisamente esa? Sólo uno, el único científico nuclear que abandonó el Proyecto Manhattan fue Joseph Rotblat.
David Krieger, Presidente de la Nuclear Age Peace Foundation (www.wagingpeace.org) y Director de la International Network of Engineers and Scientists for Global Responsibility (www.inesglobal.org), ha dibujado este retrato de este gran científico y pacifista [3]:
Joseph Rotblat (4 de noviembre de 1908 – 31 de agosto de 2005) nació en Varsovia en 1908. Trabajó como científico para la creación de una arma atómica, primero en el Reino Unido, en la universidad de Liverpool y luego en Los Álamos. Para él, como para inicialmente para tantos otros, había solamente una razón para crear una arma atómica: disuadir a Alemania el usar tal arma. Si el nazismo no iban a tener una arma así, entonces no había razón para que los aliados la tuvieran.
Fue el último sobreviviente de los firmantes en 1955 del Manifiesto Russell- Einstein, uno de los grandes documentos del siglo XX. Rotblat citaba con frecuencia sus párrafos finales «apelamos, como seres humanos, a los seres humanos: Recuerde su humanidad y olvídese del resto. Si usted puede hacerlo, el camino se abre para un nuevo paraíso; si no puede hacerlo, entonces está el riesgo de la muerte universal.»
Joseph Rotblat estaba convencido de que los países necesitaban suprimir las armas nucleares y dedicó su vida a alcanzar esta meta y a poner fin a la guerra como «institución humana». Poco antes de cumplir sus 90 años, declaró que todavía tenía dos grandes metas en su vida, a corto y a medio plazo: «mi meta a corto plazo es la abolición de armas nucleares, y mi meta a largo plazo es la abolición de la guerra.»
Rotblat fue Secretario General de las Conferencias de Pugwash Sobre Asuntos de la Ciencia y del Mundo, y más adelante fue Presidente de las conferencias. Su trabajo fue crucial para reunir a científicos del este y del oeste, de modo que pudieran encontrar una base común para terminar la guerra fría y su suicida carrera armamentista. En 1995, Joseph Rotblat y las conferencias de Pugwash recibieron en forma conjunta el premio Nobel de la Paz.
El 6 de julio de 2005, The Atomic Mirror escribió una carta al profesor Rotblat, preguntando si quería enviar un mensaje al laboratorio de Los Álamos para la conmemoración del nacimiento de la era nuclear. Diez días después, el 16 de julio de 2005, Sir Joseph Rotblat respondió con el siguiente mensaje [4]:
«A los Herederos del Proyecto Manhattan
En laboratorios nacionales de investigación, tales como Los Álamos o Livermore en los E.E.U.U., Chelyabinsk o Arzamas en Rusia, y Aldermaston en el Reino Unido, se emplean a millares de científicos que hacen la investigación pura aplicada para propósitos específicos. Estas investigaciones están envueltas en el secreto, propósitos que veo como la negación de la búsqueda científica: el desarrollo de nuevas, o el mejoramiento de viejas armas de destrucción total. Entre estos científicos puede haber algunos que han sido motivados por consideraciones sobre la seguridad nacional. La mayoría, sin embargo, no tiene tal motivación; en el pasado fueron atraídos a este trabajo con la idea de grandes invenciones y de la oportunidad ilimitada. Lo que está ocurriendo en estos laboratorios es no solamente una pérdida terrible del esfuerzo científico sino de la noble misión de la ciencia.
Hans Bethe, distinguido físico laureado con el premio Nobel, y en cierto momento líder del Proyecto Manhattan, dijo: «Hoy estamos afortunadamente en una era del desarme y desmantelamiento de armas nucleares. Pero en algunos países el desarrollo de armas nucleares todavía continúa. Es incierto cuándo las naciones nucleares pueden acordar detener esto. Pero los científicos, individualmente, pueden todavía influenciar este proceso negándose a prestar sus servicios. Por consiguiente, invito a todos los científicos en todos los países a cesar y a renunciar al trabajo que esté creando, desarrollando, mejorando y fabricando armas nucleares -y por extensión, otras armas de destrucción total tales como químicas y biológicas.»
Quiero ver, prosigue Rotblat, que la comunidad científica apoye esta llamada. «Iré más lejos y sugeriré que la comunidad científica debe exigir la eliminación de armas nucleares y, en el primer caso, solicitar que las naciones nucleares honren sus obligaciones bajo el Tratado de la no Proliferación. Permítanme, en conclusión, recordarles que el valor humano básico es la vida misma; el más importante de los derechos humanos es el derecho a vivir. Es el deber de los científicos ver que, a través de su trabajo, la vida no será puesta en peligro sino asegurada y su calidad realzada».
Ciencia con consciencia: es el deber de los científicos ver que «la vida no será puesta en peligro sino asegurada y su calidad realzada».
En consistencia con ello, así finalizaba Joseph Rotblet su discurso de aceptación del Nobel: «[la guerra debe ser suprimida] «la búsqueda por un mundo libre de guerras tiene un propósito básico: la supervivencia. Pero si en el proceso aprendemos cómo alcanzarla por amor más bien que por miedo, por convicción más bien que por obligación; si en el proceso aprendemos a combinar lo esencial con lo agradable, lo práctico con lo hermoso, éste será un incentivo adicional para emprender esta gran tarea.»
Notas:
[1] Aquella guerra imperial e inhumana sigue teniendo letales efectos entre la ciudadanía vietnamita 35 años más tarde. El vicepresidente de la Asamblea Nacional de Vietnam hablaba recientemente de que más de 4 millones de personas que siguen contaminadas, ellas o sus descendientes, por el NAPALM y el agente naranja.
[2] El lugar está marcado actualmente por un monolito negro de silicio, con forma de cono. El silicio sería resultado de la fusión de la arena bajo el efecto del enorme calor provocado por la explosión.
[3] http://www.wagingpeace.org/articles/2005/09/01_krieger_sir-joseph-rotblat_espanol.htm
[4] La traducción castellana es de Rubén Arvizu, director para América Latina de la NAPF.
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