En un artículo titulado «Uruguay: Orwell, Badiou y los monstruos que engendra el progresismo» publicado recientemente en Rebelión, Agustín Cano, sumándose a una buena causa, denuncia los casos de represión y de control social que viene protagonizando, con más saña y con menos discreción que de costumbre, el Ministerio del Interior. En particular, Agustín Cano […]
En un artículo titulado «Uruguay: Orwell, Badiou y los monstruos que engendra el progresismo» publicado recientemente en Rebelión, Agustín Cano, sumándose a una buena causa, denuncia los casos de represión y de control social que viene protagonizando, con más saña y con menos discreción que de costumbre, el Ministerio del Interior.
En particular, Agustín Cano se pregunta si es «la Plenaria (y sus aliados los anarquistas) un enemigo tan poderoso» como para justificar la «atención a todas luces desmesurada» que las fuerzas represoras le dedican. Para responderse tal cuestión, Agustín Cano recurre a una serie de autores, llamados a actuar como autoridades intelectuales, con los que pretende sostener su explicación acerca del sentido de esa «atención a todas luces desmesurada» dispensada a la Plenaria. Entre las autoridades que Agustín Cano convoca para sostener su razonamiento se encuentran George Orwell, Alain Badiou, Constanza Moreira y Álvaro Rico. De diferente manera y con diferentes enfoques, estos autores se han referido al «miedo».
Por más que el eclecticismo sea de recibo (y por más que nadie es imposible, como gustaba decir Jorge Luis Borges), la selección de autoridades intelectuales convocadas a pensar sobre la «atención a todas luces desmesurada» que el Ministerio del Interior dedica a «la Plenaria (y sus aliados anarquistas)» es bastante problemática, por no decir extravagante.
En efecto, es extravagante reunir a figuras claramente identificadas en Uruguay con la lucha electoral -al punto de que una de ellas ocupa una banca en el Senado y se presenta en estos mismos días como candidata alternativa en el FA para las próximas elecciones presidenciales-, con una figura como Alain Badiou, que desde hace más de cuarenta años mantiene una prédica densa e incesante contra el sistema electoral (cualquiera de ellos, todos ellos), contra las democracias parlamentarias y contra las democracias electorales: una figura que no ha cejado en su radical prédica abstencionista desde hace más de cuarenta años.
Claro, como se decía antes: nadie es imposible. Por lo tanto, uno puede apoyarse en Badiou y, al mismo tiempo, ser defensor de «candidaturas alternativas»: aunque tirado de los pelos, aunque saturado de eclecticismo, podría ser solo eso, afán ecléctico.
El problema es que Agustín Cano cita un Badiou muy particular, el Badiou que ha denunciado y sigue denunciando «el miedo» como mecanismo que propicia el voto «útil», el voto primero a Chirac (para impedir la supuesta victoria de Le Pen en la segunda vuelta del balotaje), y luego a Hollande, para impedir que de nuevo ganara Sarkozy. (Porque Badiou no detuvo su prédica denunciatoria del miedo en 2007, sino que prosigue hasta hoy.)
Dicho de otro modo, para Badiou, hace muchos años que «la izquierda» no tiene ninguna razón propia para hacerse votar, y solo puede esgrimir el miedo como razón electoral. Infundir el miedo a que si ella no gana, ganan los malos malísimos. Badiou denuncia esto hace añares, Badiou denuncia esta práctica extorsiva y apolítica de los partidos electorales, reducidos a hacerse votar con el miserable argumento de «los otros son peores». En Uruguay, llegado el momento ¿acaso las candidaturas alternativas a nuestro pésimo candidato ganador llamarán a no votarlo? (Y de recurrirse a razones tales como «acumulación de fuerzas», tampoco será muy oportuno invocar a Badiou, vistos sus demoledores análisis al respecto.)
Entonces, Agustín Cano, por un lado, establece el elenco de las autoridades intelectuales con las que desarrolla su reflexión (Orwell, Badiou, Moreira, Rico) y, por otro lado, ubica los dos objetos a analizar: las fuerzas represivas estatales y la «Plenaria (y sus aliados los anarquistas)».
De estos últimos, Agustín Cano dice que se trata de una «organización contraria al gobierno, fuertemente deslegitimada y aislada, irreversiblemente enemistada con todo el entorno de la izquierda sindical y política, y cuyas posibilidades (y capacidades) de comunicación política con el conjunto de la sociedad son prácticamente nulas […] una víctima por la que casi nadie está dispuesto a dar un pelo por salvar».
Esta distribución de virtudes (Badiou, Orwell, Moreira, Rico) y de vicios («la Plenaria y sus aliados los anarquistas») encierra una perfecta ilusión óptica. En efecto, si bien hoy en día Alain Badiou es una figura reconocida en algunos ámbitos (algunos de sus libros se venden bien y son traducidos, por ejemplo, en Buenos Aires, ciudad a la que viene a menudo), la inmensa mayoría de su larga vida política, Badiou la desplegó bajo el signo de la intransigencia y del radicalismo, lo que lo llevó a estar «irreversiblemente enemistado con todo el entorno de la izquierda sindical y política». De hecho, la caracterización que Agustín Cano realiza de la «Plenaria (y sus aliados los anarquistas)» calza perfectamente con otras tantas que ha recibido Badiou, figura absolutamente impresentable de la política francesa, en donde fue siempre tildado de «gauchiste», «prochino», «sectario», «soberbio», «intransigente», «intratable», etc.
Su actual «legitimidad» es muy reciente y pasa, sobre todo, por los cambios en la situación política que se viven en Europa, y en la brutal deslegitimación del sistema que Badiou, justamente, critica desde hace cuarenta años. Hoy, Badiou suena más presentable, inclusive ha sido invitado a un programa de televisión: esto revela un saludable estado de ebullición del pensamiento en Francia, estado que vuelve más audible a Badiou, que se ha mantenido sin renunciar ni acomodar sus creencias.
Por otra parte, la causa política con la que Badiou más se ha comprometido es la lucha de los «sin papeles», de los trabajadores africanos que, emigrados en Francia, se encuentran privados de cualquier derecho, salvo el de ser sobre explotados. Esta causa, la causa de los «sans papiers», en Francia, dista de ser una causa popular, dista de contar con el apoyo de los partidos políticos o de la población. Muy por el contrario: la izquierda y la derecha, en el gobierno, coincidieron en que para adular a la opinión pública convenía expulsar 25 mil trabajadores por año. Atraparlos y expulsarlos. Pocos se oponen a esta política. Pocos, salvo Badiou, cuyo radicalismo y «cuyas capacidades de comunicación con la población» seguro que no son de las que llevan a que se ganen elecciones ni se ocupen bancas.
En ese sentido, Alain Badiou (que es francés a secas y no es, por mucho que haya nacido en Casablanca, «franco-marroquí», como pretende santificarlo Agustín Cano) comparte con la estigmatizada «Plenaria (y sus aliados los anarquistas)» más de un rasgo en común.
En consecuencia, invocarlo para que participe en ese módico linchamiento a la Plenaria es, en el mejor de los casos, una equivocación.
Por su parte, quien esto suscribe no integra la Plenaria y, aun menos, forma parte de «sus aliados los anarquistas»; esto nunca impidió que participara en muchas de sus marchas, como participará en la del 26 de setiembre próximo.
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