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El papel de Trump en la desestabilización regional

Entre el descaro aplaudido y el terrorismo ungido

Fuentes: Rebelión

El viernes 10 de julio, los hospitales de Florida tenían escasa disponibilidad de camas y las unidades de cuidados intensivos estaban ocupadas en más del 90 por ciento. Pero la visita de Donald Trump no fue motivada por la incidencia del coronavirus sino por la disputa electoral (electorera es la calificación precisa).

Donald Trump visitó la sede del Comando Sur y el templo de la iglesia “apostólica y profética” El Rey Jesús, desde cuyos salones un grupo de autodenominados apóstoles y profetas emiten con frecuencia (reciben por ello dinero y prebendas) pronunciamientos contra Cuba, contra Venezuela y contra todo proyecto de avance político a nivel global.

Donald Trump y Joe Biden, los dos candidatos con mayores posibilidades de triunfo en las elecciones pautadas para noviembre, están comprometidos con el atraso político. La disputa entre ambos por el voto y el apoyo financiero de los grupos anticubanos se manifestó con la visita a Miami de Donald Trump y la consiguiente declaración de Biden sobre la necesidad de “recuperar la democracia en Venezuela”.

La ventaja de entre 5 y 10 puntos porcentuales que, en intención de voto, atribuyen las encuestas al candidato del Partido Demócrata, motivó a Trump a protagonizar un grosero espectáculo junto a los jefes de la iglesia Jesus Worship Center y a contrarrevolucionarios cubanos y venezolanos.

¿Acaso el terrorismo contra Cuba forma parte de esa violencia tolerada y hasta bendecida?

El “apóstol” Frank López, cubano de procedencia, ligado a Marco Rubio y a otras figuras de la contrarrevolución, no ha dejado de incitar al odio, y habría que saber hasta dónde llega su responsabilidad en el ataque a tiros de que fue objeto la sede de la embajada de Cuba en Washington el 30 de abril pasado.

Tras este hecho, López declaró que el atacante (Alexander Alazo Baró) había asistido a la iglesia durante algunos meses en el año 2018. Otras personas han definido a Alazo como un congregado. Si las autoridades estadounidenses no han indagado sobre este vínculo, algún detalle habrá que no quieren descubrir.

Donald Trump tiene estrecha relación con los dirigentes de esta iglesia, quienes predican el odio y el apego al dinero. Ellos crearon Evangélicos para Trump, una organización que ahora impulsa la reelección y es responsable de recaudar dinero y conquistar partidarios.

El terrorismo contra Cuba tiene, pues, sus patrocinadores.

MANIPULACIÓN E INDOLENCIA

El “apóstol” Guillermo Maldonado, hondureño de nacimiento y fundador de la iglesia El Rey Jesús, anima a sus feligreses a apoyar a Trump con frases como: “No pongas tu nacionalidad sobre ser cristiano. Sé maduro. Apoya a Trump, hazlo por tu pastor”.

Sería motivo de risa este llamado si no estuviera dirigido a potenciales víctimas de la política antiinmigrantes, del racismo y hasta de la brutalidad policial en Estados Unidos.

Tan ridícula y alienante es la frase como las numerosas estupideces que ha dicho Donald Trump sobre la pandemia. Horas antes de la visita, en un ejercicio politiquero, atribuyó a Anthony Fauci, epidemiólogo al servicio de la Casa Blanca, el haber cometido errores. El doctor Fauci ha declarado que la falta de coordinación política ha restado eficacia a la lucha por controlar el mal. 

En indolencia y falta de criterio, el “apóstol” Maldonado y Trump son competidores cercanos. Por eso Maldonado ha manifestado apoyo a medidas como el traslado de la sede diplomática de Estados Unidos a Jerusalén.

En la iglesia que sirvió de sede a la mesa redonda de Trump y los contrarrevolucionarios (sin observar, por cierto, la recomendación de distanciamiento social y la debida protección) tiene protagonismo otro personaje ligado al ataque a la embajada de Cuba: Leandro Pérez, conocido por proclamar que es necesario el magnicidio. 

Si es cierto el diagnóstico de esquizofrenia para Alexander Alazo, no menos cierto es que, como atacante, no surgió por generación espontánea.

LA AGRESIÓN NO PUEDE QUEDAR IMPUNE

Donald Trump visitó el Comando Sur con el pretexto de recibir informes sobre la lucha contra el narcotráfico.

Esta visita, como la publicación de una carta en la cual un exmilitar (José Antonio Colina) y ahora contrarrevolucionario solicita invadir Venezuela, hay que interpretarla como una manifestación de prepotencia imperialista.

“Algo sucederá con Venezuela y Estados Unidos estará muy involucrado”, proclamó Trump el pasado viernes.

En un orden mundial que no castiga la imposición unilateral de sanciones y tolera el saqueo (la retención por un banco británico de 31 toneladas de oro venezolano, por ejemplo), la declaración de Trump no tiene consecuencia alguna.

Otro orden mundial es necesario.

La esperanza está en la organización y en el aumento de la capacidad de presión de las mayorías. Si Biden y Trump se evidencian como derechistas recalcitrantes, es porque buscan el favor de los grupos ultraconservadores.

Trump busca la reelección tras el pésimo manejo de su gestión a la situación creada por la pandemia (que al 12 de julio había matado a poco menos de 135 mil personas en Estados Unidos), y tras la condenable represión contra los manifestantes que, en las calles de Minnesota y en otras ciudades, repudiaron la brutalidad policial y el racismo tras el asesinato de un afroamericano por varios agentes policiales.

Biden intenta llegar a la Casa Blanca tras convertirse en la opción escogida por los conservadores para impedir que se articulen de manera efectiva los sectores que propugnan por el cambio, entre los cuales tuvo gran apoyo Bernie Sanders.

En el espectáculo montado por Trump el pasado viernes, no hubo elementos nuevos. Es viejo el entreguismo de los contrarrevolucionarios cubanos y venezolanos y hasta el escenario utilizado para la mesa redonda, el mismo templo desde el cual el vicepresidente Mike Pence se pronunció contra Cuba en febrero del año pasado.

Lo nuevo ha de ser construido por los hombres y mujeres conscientes que luchan por la instauración de un orden mundial en el cual no sea posible que algún apóstol, profeta, pastor o títere manejado por los halcones imperialistas, se arrogue el derecho de conspirar contra un proceso de avance político.