Se suponía que alguien acusado del delito de «sedición» no podía ser excarcelado, y que para que los cuatro presos de la ciudad vieja salieran en libertad era necesario el cambio de carátula de su proceso. Sin embargo, el pasado viernes 9, el «Juez Inquisidor» Juan Carlos Fernández Lecchini dictó la libertad para Fiorella González, […]
Se suponía que alguien acusado del delito de «sedición» no podía ser excarcelado, y que para que los cuatro presos de la ciudad vieja salieran en libertad era necesario el cambio de carátula de su proceso. Sin embargo, el pasado viernes 9, el «Juez Inquisidor» Juan Carlos Fernández Lecchini dictó la libertad para Fiorella González, Lilián Bogado, Ignacio Corrales y Claudio Piñeiro. La resolución provoca alivio ya que pone fin a una situación vergonzante y enmienda una clara injusticia, pero los argumentos en los que se basó el Inquisidor para fundamentarla son tan rebuscados que llamarían a la risa si este no fuera un asunto tan serio.
En el fallo de tres carillas, Fernández Lecchini -intentando salir lo más airoso posible del despropósito jurídico en el que había enredado- argumentó en favor de la libertad de los detenidos fundándose en la cuestión de la «alarma». Según detalla el diario «El País», el juez explica: «Que existió alarma pública por los hechos sucedidos el 4 de noviembre es un tema claro para este despacho. Si bien la alarma pública no se mide por algún medio electrónico o estadístico sí que se puede percibir y hasta la defensa lo percibe cuando trae a colación espontáneamente este tema». Al respecto, agrega que «el foro ha sostenido que la alarma social es un motivo legal para procesar con prisión. Pero añade que la alarma social cesa luego de un tiempo y no puede ser causa para denegar la excarcelación».
El citado matutino relata que Fernández Lecchini, citó fallos del Tribunal de Apelaciones penal de segundo turno que establecen que la alarma social dice relación con el procesamiento con o sin prisión, que la liberación provisional dice relación con la pena a recaer, obstaculización del proceso, que en la decisión excarcelatoria no puede jugar la alarma social; pero luego volvió a sostener que la alarma social permanece en virtud de la gravedad de los hechos acaecidos y lo inusual de ellos, y que de acuerdo con ello «correspondería fallar con una denegatoria» (e hizo lo contrario).
Por su parte, el diario «El Observador» informa que en su decisión, el juez consideró como algo muy claro que en los incidentes del 4 de noviembre existió alarma pública, la que se mantiene hasta hoy «en virtud de la gravedad de los hechos acaecidos y lo inusual de ellos», «por la mediatización del asunto» y «las distintas manifestaciones que reclaman por la libertad de los procesados y reivindican su lucha». Pero para conceder las libertades, Fernández Lecchini consideró determinante que la fiscal entienda que no existe alarma pública, ya que ello podría llevar el tema hacia el «in dubio pro reo» (ante la duda, decidir a favor del reo) y que la propia fiscal anunció que solicitará una pena de prisión (menor a dos años), por lo que «corresponde disponer la libertad provisional».
La liberación se produjo en el mismo momento en el que en la Plaza Cagancha estaba comenzando una nueva concentración pidiendo por la libertad de los detenidos, como había venido sucediendo todos los viernes a la hora 19:00 desde el pasado 11 de noviembre. Así relató los acontecimientos el diario «El País»:
«Fue todo muy lento, los días no pasaban más», dijo Ignacio Corrales con la voz entrecortada por el llanto apenas traspuso la puerta de Cárcel Central. Eran las 18.45, unos minutos antes la novia de Claudio Piñeiro y otros tres amigos de los detenidos habían llegado con la noticia fresca, que apenas podían creer: el juez Juan Fernández Lecchini había firmado la libertad de los cuatro remitidos por los incidentes de Ciudad Vieja. Un mes y una cumbre presidencial después Ignacio, Claudio, Fiorella y Liliana volvieron a reunirse con sus compañeros en la Plaza Libertad. Esta vez en clima de fiesta.
Cuatro personas esperaban frente a la puerta de Cárcel Central en la calle San José, y con ellas se fundieron en un abrazo Ignacio y Claudio apenas colocaron un pie en la vereda. «Los muchachos del piso se portaron bárbaro con nosotros, la verdad unos monstruos», comentó Ignacio cuando se le preguntó sobre las condiciones de su estadía en Cárcel Central. En las dos cuadras que los separaban de la Plaza Cagancha los saludos y los abrazos se sucedían a cada paso. Muchos de los que llegaban a la plaza para la concentración se enteraban allí de lo que estaba ocurriendo».