Unos cuantos desórdenes, profundos y prolongados, configuran un caos general. Existe desorden en la crisis bancaria (repleta de irregularidades y delitos; encubridora de absorciones forzadas y disputas políticas); en la inusual escasez de papel moneda y efectivo; en el intercambio de líderes, perdón, de candidatos, entre los partidos políticos, como si de futbolistas en mercado […]
Unos cuantos desórdenes, profundos y prolongados, configuran un caos general. Existe desorden en la crisis bancaria (repleta de irregularidades y delitos; encubridora de absorciones forzadas y disputas políticas); en la inusual escasez de papel moneda y efectivo; en el intercambio de líderes, perdón, de candidatos, entre los partidos políticos, como si de futbolistas en mercado de invierno se tratara: el caos de la política o la política del caos, donde resulta titánico el esfuerzo de seguimiento de las diferentes opciones, o conocer en qué formación se encuentra hoy el aspirante que ayer estaba en otra. «Los partidos buscan a los líderes, y eso es absurdo. Un líder surge del seno de un partido, no se busca. Los partidos buscan gestores, sin importar quien sea, y eso no es serio. La estructura ideológica no existe» afirma Pedro Trujillo, director del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Francisco Marroquín (Siglo XX, 5 de febrero).
Otro desorden mayúsculo: empresas privadas, guatemaltecas y extranjeras, explotan recursos naturales, pese a la oposición de las comunidades, disfrutando de beneficios fiscales fraudulentos -que corresponden a maquilas o zonas francas y no a empresas mineras o hidroeléctricas- y con obligaciones mínimas en cuanto al pago de impuestos (por ejemplo, se calcula que la minera Montana de San Marcos aporta en regalías menos del 1% de su ingreso bruto, según datos aportados por la investigadora Rossana Gómez). Además, con la agravante del supuesto desconocimiento del gobierno: «La constructora israelí Solel Boneh Internacional firmó un contrato por 94 millones de dólares o 728 millones de quetzales con una empresa intermediaria para diseñar y construir una hidroeléctrica en territorio guatemalteco (.) Según el Ministro de Energía y Minas, Luís Ortiz, el área en cuestión se ubica en las Verapaces, aunque desconoce de qué proyecto se trata» afirma el diario Siglo XXI el 5 de febrero.
Claro que no todos los desórdenes tienen la misma importancia. Enoja el caos vehicular, molestan las enormes filas para acceder al nuevo Sistema de Transporte de Superficie, Transmetro, pero ambas molestias no son comparables con los desórdenes estructurales: la injusta distribución de la tierra y la riqueza; el relajo de un país hecho a la medida de muy pocas familias, desde hace más de 500 años; la indiferencia con la que se trata a escritores y artistas, caso de Julio Fausto Aguilera o Franz Galich.
Estamos demasiado acostumbrados a vivir en medio de la incertidumbre y la confusión. El desorden mayúsculo nos conduce al pesimismo y la hipercrítica, como afirma el cinco de febrero el vespertino La Hora a propósito de la inauguración del Transmetro: «Lo más corriente, dada la idiosincrasia de los guatemaltecos, sería apostar al fracaso del Transmetro, pero creemos que en este caso lo que hace falta es que con espíritu positivo la crítica vaya orientada a mejorar los aspectos que están dando problemas». Criticamos casi todo, lo malo y lo menos malo, venga de donde venga, sin apenas proponer. Tanta decepción sólo genera mayor desorden.
Lo siguiente que les cuento no es historia, apenas una canción. Hace muchos, muchos años, en un país de cuyo nombre no quiero acordarme porque es políticamente incorrecto, existía un monumental desorden similar al nuestro, que algunas personas aprovechaban para «ganar el ciento por ciento, tragando y tragando tierra», en fin, ustedes me entienden, «jugando a la democracia, sin cuidarse ni la forma, con el robo como norma». (No sean mal pensados, repito que esto es sólo una canción de otro país, no estoy aludiendo indirectamente a las concesiones mineras o a los gobiernos de Alfonso Portillo o Berger Perdomo). Hasta que un día, siempre según la canción, llegó el Comandante y mandó a parar.
No creo en soluciones verticalistas ni comandantistas. Pero no estoy libre del pecado de la ortodoxia estatalista y el centralismo democrático, y siento una especie de nostalgia prospectiva, o nostalgia de lo que nunca ha sido, por esos lugares donde se subordinan rígida y centralizadamente las iniciativas empresariales a las sociales y se priorizan con rigor la educación, la salud, la lucha contra el hambre, la cultura, incluso a costa de parcelas de libertad personal (la disyuntiva planteada por Norberto Bobbio).
Ante decenas de desórdenes que amalgaman un gran caos, debemos oponer nuestros múltiples y cotidianos órdenes: la organización local, los proyectos de sobrevivencia o formación, los círculos de análisis, los micro créditos acompañados de fortalecimiento organizativo, la inclusión tenaz y contra viento y marea del enfoque de género en nuestras vidas. Aquellos pequeños órdenes que juntos constituyen el orden superior denominado Guatemala.