“No hay secreto mejor guardado que aquel que todos conocen.” una frase que se la atribuyen a varios autores y que calza perfecto en la realidad que vive Uruguay hoy.
Si comparamos a Uruguay con otros países de la región, es un país tranquilo, sin tanta violencia espectacular y cruda como en otras latitudes. El tiempo, muchas veces porfiado, parece querer retrasar algunos fenómenos que ya han ocurrido en otros territorios. Mas el tiempo es inexorable y las violencias no saben de fronteras.
Cuando hablamos de inseguridad y de violencia, generalmente se hace en singular como si existiera un solo tipo. Por eso, una de las primeras barreras a saltar es la del lenguaje y su representación, ya que opera sobre la realidad y construye realidad, si entendemos que el lenguaje es la forma por la que conocemos o por lo menos que codificamos. Ante esto tenemos que hablar entonces de inseguridades y violencias, en plural.
Varios hechos de esta semana han conmovido y sacudido a la opinión pública uruguaya. La violación “en manada” a una joven por parte de cuatro hombres en la zona céntrica de Montevideo, que devino en una catarata de indignación y que el viernes 28 de enero tuvo movilizaciones y marchas por distintos puntos del país.
La atleta Deborah Rodriguez, antes del clásico de fútbol disputado por Peñarol y Nacional, fue agredida con objetos e insultos racistas por parciales de dichos equipos. El mismo día, y en la previa del encuentro, se le incautó al jugador profesional de fútbol de Peñarol, Nicolas Schiapacasse, un arma de 9 milímetros. Según informan fuentes, él debía entregar el arma a componentes de la barra brava de Peñarol.
La anterior semana un hincha de Nacional mató a un joven hincha de Peñarol de 17 años, porque parece que el ajusticiado había formado parte del asesinato de otro hincha de Nacional.
Y podemos ampliar la lista. Tenemos el caso de Andrés en la Ciudad Vieja montevideana, donde una persona sin hogar que fue prendido fuego mientras dormía, por jóvenes que bajaban de autos de alta gama con bates de beisbol a golpear gente sin techo.
El caso de Parque Posadas, un conjunto habitacional de clase media en el norte de la ciudad, tiene similares características como los de Ciudad Vieja. Un hombre de 40 años denunció haber sido golpeado por un grupo de jóvenes con un bate de beisbol e insultos racistas.
El asesinato del artista callejero Plef, impune desde hace casi tres años, demuestra el odio latente en la sociedad y cómo surge por un simple hecho. Plef se encontraba retocando una de sus obras en un chalet abandonado en uno de los barrios más selectos de la costa montevideana y recibió sin mediación alguna un balazo en su cabeza.
La violencia no está solo en las calles. También está dentro de los hogares. Uruguay tiene actualmente una tasa de suicidio de 20,6 cada 100.000 habitantes, una de las más elevadas de América junto con las que registran Cuba y la Guyana. Este valor lo ubica por encima de Argentina, Chile, Colombia, Estados Unidos y Canadá.
La tasa general de suicidios en Europa es de 15,4 cada 100.000 habitantes, pero en las Américas ronda los 10 cada 100.000 (Chile tiene una tasa aproximada de 11,5 suicidios cada 100.000 habitantes, Argentina 9,6, Estados Unidos 15 y Canadá 7). La tasa de suicidios en Uruguay viene creciendo desde hace 20 años.
En 2020 el país registraba dos suicidios por día y la mayor parte de estos los llevaban a cabo personas de la tercera edad, de más de 65 años. S viene dando también un leve crecimiento de la tasa de suicidios en los hombres de 35 a 50 años de edad, además de un leve incremento de esta tasa en la juventud (de los 19 a 24 años).
Cuando una persona denuncia que la robaron, no suele suceder que se instale una discusión poniendo en duda su palabra. Cuando alguien presenta lesiones y denuncia una agresión, tampoco es frecuente que mucha gente sospeche que miente. Ante la denuncia de violación por parte de una mujer, las reacciones sociales son distintas y eso es parte de un grave problema, llama la atención el matutino ladiaria.
Una mujer de 30 años declaró que había sido violada y el examen médico halló lesiones que así lo indicaban. Dijo que había ido a un apartamento con un hombre y mantenido relaciones sexuales con él, y que varios hombres más irrumpieron en el dormitorio y la violaron. Apenas se conoció la noticia, relata el diario, comenzaron comentarios que se han vuelto habitual en estos casos, para poner en duda la existencia de un delito muy grave y, aun entre quienes aceptan que se cometió, para responsabilizar a la víctima.
Para las mujeres violadas las cosas no están cambiando. Están muy mal desde hace demasiado tiempo, y la resistencia a que cambien es parte de la violación.
Dentro del hogar la violencia doméstica sigue en aumento. En el año 2021 se registraron 27 femicidios, es decir un caso cada dos semanas. Con respecto a los delitos sexuales, se constata un crecimiento del 7,7% con respecto a 2020, la mayoría a manos de su pareja o expareja. Se realizaron 104 denuncias diarias, una cifra más elevada que años anteriores.
Cada ocho días una mujer fue asesinada o intentaron asesinarla durante 2021, de acuerdo con los datos del Ministerio del Interior. Violencias en las calles, violencias en el hogar. Pero las cárceles tampoco están libradas de ello y son el espejo en donde no nos queremos ver.
Según el periodista Gabriel Pereyra, Uruguay tiene una tasa de nuve homicidios cada 100 mil habitantes; Colombia una de 27. Pero Colombia tiene una tasa de 190 presos cada 100 mil habitantes y Uruguay una de 415. La tasa de homicidios en cárceles en Venezuela es de 103 cada 100 mil privados de libertad. En Argentina 43,6, Perú 51,1 y Uruguay 140.
Cuando se habla de inseguridad(es) se apela a sentimientos primarios: angustia, dolor, rabia. A situaciones donde se hayan tenido experiencias traumáticas. Las soluciones a las que se acude rápidamente son cárceles, policías, penas más duras. Todo desde una óptica meramente punitiva. Se empieza a desplegar todo un mecanismo jurídico-policial para dar “solución” a un tema policausal y que se debiera de intervenir desde distintas perspectivas.
Las soluciones que se plantean ante este fenómeno, son de tipo “mágico”, efectista, instantáneo e inmediato. Se pretende que ante penas más duras los delincuentes desistan de cometer delitos o que ante una policía efectiva en tema de arrestos y una justicia que condene con celeridad, los delincuentes opten por no delinquir más.
Lo interesante de esta situación es que las cárceles están superpobladas, entonces se podría afirmar que la policía es efectiva y que la justicia actúa. El otro punto interesante es que parece que el tema de la inseguridad acaba cuando el delincuente es encarcelado y todo se redujera a la captura de éste.
Desde el retorno a la democracia (1985) los delitos han mantenido su tendencia al aumento, así como también las medidas que apelan a la mano dura. Incluso antes de la dictadura de 1973 ya existieron proyectos que pretendían bajar la edad de imputabilidad.
En el año 1994 según la encuestadora Vox, el principal tema de los uruguayos era la inseguridad. Según Cifra, el 80% de los uruguayos creía que el país era más violento que hace 10 años atrás. En el año 1997, la Empresa Datos constataba que el 93% de los montevideanos evaluaba que la delincuencia había aumentado y el 80% que la delincuencia de los menores había aumentado con respecto a la de los adultos. Además el 54% se posicionaba a favor de bajar la edad de imputabilidad.
La modernización neoliberal de los noventa profundizó las pautas de desigualdad social lo que habilitó el aumento de la exclusión, el debilitamiento del tejido social y la obstrucción de los canales de movilidad social y la infantilización de la pobreza se instaló a como diera lugar. Fue la antesala a la crisis del 2002, con un espiral de baja educación, desempleo y pobreza.
“La hegemonía conservadora en el campo de la seguridad no es un mero hecho lingüístico, sino un acontecimiento socio político” según el sociólogo Rafael Paternain. Se basa en el axioma de que “todo tiempo pasado fue mejor”, donde se evoca al pasado prácticamente idílico y un presente que reviste un cariz apocalíptico y de no retorno al punto al que se llegó.
Lo paradójico de esto es que el presente que hoy se presenta como el cenit de la violencia y la inseguridad delictiva. Quizá mañana será evocado como un pasado idílico que fue mejor.
Nicolás Centurión. Licenciado en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)