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Hablemos del racismo

Fuentes: Rebelión

El racismo es un mal sufrido por los pueblos y ejercido por los poderosos. En Europa proviene de la edad antigua y se ha transformado, según el país donde se manifieste: en unos significa el rechazo a una minoría nacional, en otros le adjudican costumbres nocivas para la sociedad privilegiada. Hay Estados donde lo confunden […]

El racismo es un mal sufrido por los pueblos y ejercido por los poderosos. En Europa proviene de la edad antigua y se ha transformado, según el país donde se manifieste: en unos significa el rechazo a una minoría nacional, en otros le adjudican costumbres nocivas para la sociedad privilegiada. Hay Estados donde lo confunden con la incapacidad intelectual o con el culto de una religión ajena al entorno. Constituye una vieja doctrina que justifica la desigualdad social, la explotación y las guerras. Sus defensores olvidan que el hombre de Neardenthal, diseminado por el continente europeo, provino de África.

Los juristas definen al RACISMO como terrorismo étnico, porque expresa violencia para atemorizar a los discriminados. Etnólogos, antropólogos y otros científicos lo consideran una ignorancia sobre el origen del hombre y en algunos países prohíben los libros de Charles Darwin. Artistas e intelectuales mitifican un estereotipo de la belleza, en detrimento de los restantes. Contrastan con las modelos exóticas, africanas, caribeñas o del sureste asiático exhibidas en las pasarelas parisinas.

Ideólogos del siglo XX magnificaron el racismo retomando viejas teorías de filósofos mediterráneos. Esas ideas proliferaron en Francia en el siglo XVIII e influyeron sobre el comportamiento del Ku Kux Klan estadounidense. [1] Los nazis abarcaron en sus tesis conceptos biológicos y componentes bioquímicos para estimular la nefasta propaganda sobre la superioridad aria. Más reciente la xenofobia extendió el racismo y añadió nuevos repudios, esta vez contra los extranjeros.

Aquellos que siempre cuestionan a los países subdesarrollados, agrandan la magnitud de los conflictos tribales, otean cuántos negros o indígenas ejercen funciones gubernamentales en América Latina, cuántos graduados universitarios o científicos hay en los países progresistas, mientras contratan a deportistas de tez más oscura -más fuertes-. Ellos rememoran las actitudes de quienes exterminaron a los taínos y los cambiaron por esclavos africanos, más resistentes a la explotación. Escasean quienes reconocen en la conquista uno de los crímenes étnicos más deleznables de la historia.

Y esa reciente historia europea llama a la reflexión sobre las diferencias entre franceses y corsos; ingleses y escoceses o irlandeses; prusianos y sajones; madrileños y andaluces; romanos y sicilianos; checos, húngaros, eslovacos y gitanos; estonios y rusohablantes… Les abrumaría la relación.

Las convenciones suscritas por la Unión Europea contra la xenofobia y el racismo; su Carta de los Derechos Fundamentales; la proclamación de la igualdad racial y de las minorías en el proyecto de Tratado de Lisboa; su pertenencia a la ONU, la UNESCO y la UNICEF propagan la igualdad de nacionalidades y de religiones. Sin embargo el RACISMO rige la actuación de los xenófobos, de los antislámicos -quienes también rechazan a todos los árabes-; de quienes devuelven a los inmigrantes negros, maghrebinos y latinoamericanos desde sus opulentas fronteras.

Cuando el Consejo de Derechos Humanos modificó el hábito malsano de la Comisión homónima, donde los países desarrollados cuestionaban a los restantes del planeta, los dirigentes de la Unión Europea y de Estados Unidos rechazaron el cambio. El examen periódico universal al que deben someterse los 192 países miembros de la ONU constata en los tres últimos semestres que Alemania, la República Checa e Italia han sido situadas entre los países más racistas y xenófobos.

La Conferencia de Revisión sobre el Racismo, la Xenofobia y otras formas de Intolerancia, convocada por la ONU en Ginebra del 20 al 25 de abril de 2009 fue presidida por el Secretario General de la Organización. Allí pretendían constatar los avances y deficiencias discutidos en la Conferencia de Durban I, en 2001. No todos los 2 500 representantes de organizaciones no gubernamentales pudieron acceder a la reunión. Los antecedentes de la UE ambientaron las álgidas discusiones de este año: la Resolución 3379 de la AGNU [2] en 1975 ya había sido rechazada por la Unión y sus aliados porque «equiparaba al sionismo con el racismo». Durban I fue abandonada hace ocho años por los representantes de EE.UU, Israel y Canadá. Hoy también salieron en tropel varios insultados representantes de la UE.

Nadie se llame a engaño. En marzo reciente un alto funcionario alemán había anticipado que «su país podría ausentarse de Ginebra». Un sueco había «deslizado» que rechazarían cualquier alusión a Israel; el Ministro de Exteriores francés avisó que «no tolerarían ninguna provocación»; redujeron el nivel de representatividad a Ministros o Embajadores. Alemania, Italia, Suecia, Países Bajos, Italia, Polonia, Estados Unidos, Israel, Canadá, Australia y Nueva Zelanda adelantaron que boicotearían el evento. Y Ban Ki-Moon lamentó la ausencia de «ciertos países».

La salida atropellada de los delegados checo, británico e irlandés -unidos a sus aliados- cuando el Presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad acusó de genocidas a los «bienamados» israelitas, predestinó lo que ocurriría: demonizar al gobierno de Teherán y acusarlo de antisemita. De inmediato, el Presidente estadounidense, Barack Obama sentenció que «no podían permitir que el sentimiento antisemita se multiplicara» y el delegado checo (país que preside la UE) se sumó al rechazo de los ricos: «los ataques son inaceptables y exigimos que la Conferencia se rija por el respeto y dignidad de todas las partes».

Los religiosos y politólogos conocen que sionismo y semitismo no son idénticos. Sin haber finalizado la Conferencia en Ginebra, el presidente de la fracción del Partido Popular del Parlamento Europeo, Joseph Daul, se apresuró a apoyar que cuatro países miembros de la UE, representados  en Suiza abandonasen en bloque la conferencia, debido a la habitual provocación de llamar racista al gobierno israelí». Y es que el RACISMO trasciende al comentario escuchado en una Cumbre de: «¿por qué no te callas?»; a la selectividad migratoria; al único guardia negro en el Palacio de Buckingham; al ómnibus segregado para los niños gitanos en Italia y a los centenares de folios inoperantes destinados cada año al tema por el Parlamento Europeo, el Consejo de Europa, las actas de la Comisión y las consignas del Consejo.

En Ginebra, varios países de la UE y sus aliados sutilizaron la campaña para hablar de religiones, no de razas. Olvidaron que en la mayoría de los Estados miembros convirtieron en práctica cotidiana el antislamismo, que discrimina a todos los árabes, sin importar la religión que profesen. La Unión Europea y Estados Unidos coinciden en varias tácticas: reivindicarse del antisemitismo fascista y diluir las consecuencias de los ataques sionistas contra libaneses y palestinos. Contradictoriamente, el antisemitismo no ha podido ser erradicado de la mentalidad, ni de las golpizas por ciudadanos de alemanes, holandeses, daneses, italianos ni franceses que agraden a las minorías menospreciadas. En Chequia los «Diarios de Turner» (obra favorita de antisemitas y neonazis) circulan en las librerías de Praga.

La Declaración de Ginebra sobre el Racismo fue descafeinada, para lograr un consenso inoperante. El documento de 143 artículos «no satisface a nadie», solo esbozó algunos males: la desigualdad social, las crisis actuales, proteger a las minorías vulnerables… De forma más sutil, la denominada Durban II, recién concluida, diluyó varias realidades: la intolerancia racial y religiosa [3] ; la esclavitud y el tráfico de seres humanos [4] y sugirió a los Estados que «en la aplicación de las nuevas disposiciones migratorias impidan las manifestaciones de racismo, discriminación racial e intolerancia asociadas a sus zonas fronterizas». El Presidente de la Asamblea General, Miguel d’Escoto lamentó «la reducción en el texto de revisión sobre las víctimas del racismo y la intolerancia», aprobados en Durban, 2001. Adivinemos quiénes votaron en contra: Alemania, Italia, Países Bajos, Polonia, Chequia, Israel, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelandia.

Hablar del racismo tampoco resuelve milenarios flagelos de la humanidad. La actitud orquestada por la UE y sus poderosos aliados en la recién concluida reunión de Ginebra, es sintomática de los acuerdos de inicios de abril en la Cumbre de Praga, cuando EE.UU y la UE trazaron -entre sus nuevos objetivos de la Agenda Trasatlántica- acosar al principal «enemigo» de Israel en el Medio Oriente. La agresividad premeditada contra el Presidente iraní, al que acusaron de «antisemita» recuerda la operación silenciosa lanzada por los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos contra Irán en 1953, para derrocar al régimen que les estorbaba. Una Resolución de 2007 emitida por el Parlamento Europeo sobre «el deterioro de los derechos humanos en Irán, al que instaba a frenar la ola de ejecuciones» anticipó las acusaciones actuales.

¿Será una casualidad? Invitemos a un ejercicio sobre la geopolítica: el creciente acoso contra Irán para impedir la producción de armas y combustible nuclear, con amenazas ante la Agencia de Energía Nuclear y el Consejo de Seguridad; las presiones sobre los derechos humanos. Por último, la reciente acusación ante el plenario de Ginebra sobre el antisemitismo, parece un espectáculo teatral ensayado.

¡Hablemos del racismo! Nosotros, los herederos de Hatuey, Cuauhtémoc y Louverture no sentimos sonrojo en Ginebra ni escenificamos actuaciones teatrales premeditadas, porque sufrimos durante siglos interminables la discriminación, las comparaciones antropológicas, la expoliación y los condicionamientos. Pero hablemos, en serio, del RACISMO.



[1] El Conde Boulainvilliers en el siglo XVIII «redescubrió» las tesis y en 1853 el «Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas» perfeccionó las teorías racistas en Francia.

[2] Asamblea General de Naciones Unidas

[3] Islamofobia, antisemitismo, cristianofobia y hostilidad antiárabe.

[4] Trasatlántico, apartheid, colonialismo y genocidio.

Leyla Carrillo Ramírez. Centro de Estudios Europeo. La Habana