Hubiera querido escribir la conferencia que voy a ofrecerles, pero la vida tuvo otros designios y, por tanto, prácticamente voy a improvisar a partir de algunas notas que he podido tomar y de muchísimas lecturas que hace años estoy haciendo, conmovido como estoy por la extraordinaria historia de Haití, país que visité en 1997, recorriendo […]
Hubiera querido escribir la conferencia que voy a ofrecerles, pero la vida tuvo otros designios y, por tanto, prácticamente voy a improvisar a partir de algunas notas que he podido tomar y de muchísimas lecturas que hace años estoy haciendo, conmovido como estoy por la extraordinaria historia de Haití, país que visité en 1997, recorriendo el camino que iluminó a Alejo Carpentier cuando en su memorable viaje de 1943 tuvo la revelación -otra palabra no es posible- de muchos secretos y realidades de nuestra América.
En rigor, como se ha dicho aquí, no vamos a conmemorar el Bicentenario de la Revolución de Haití (que comenzó en 1791, cuando el país se llamaba aún Saint-Domingue), sino su triunfo, el triunfo de esa Revolución, el cual hizo posible la independencia del país, proclamada el primero de enero de 1804, cuando sus libertadores, de la noche a la mañana, en un relámpago, le devolvieron su nombre aborigen. Creo que hasta ahora no se sabe de quién fue esta feliz idea, que se propuso borrar incluso verbalmente el atroz pasado colonial. Tales libertadores no eran aborígenes, pero tampoco europeos.
Eran de procedencia africana, y decidieron, calibanescamente, hermanarse con la herencia de los primeros habitantes de su isla, los primeros humillados y ofendidos, los primeros oprimidos (hasta el exterminio), tras la segunda llegada a nuestras tierras de europeos: llegada que, absurdamente, fue llamada descubrimiento. En 1492, las dos ciudades más pobladas del mundo se llamaban Tenochtitlan y Pekín, y según lo que sé ninguna de ellas se encontraba en Europa. De manera que llamarle descubrimiento a la llegada de un grupo de europeos a un continente donde había millones de habitantes es una aberración. En realidad, merece ser llamada un cubrimiento de la historia verdadera. Sin embargo, aquella llegada tuvo, sin duda, trascendencia, ya que hizo posible lo que el gran historiador francés Fernand Braudel llamaría la mundialización, palabra que se hizo después muy conocida; hizo posible el nacimiento de la modernidad. Y esa llegada -aunque no se suele subrayar bastante- ocurrió en el Caribe, que devendría una de las grandes encrucijadas geográfico-históricas de la humanidad.
La Revolución que condujo a la independencia de Haití, hará pronto doscientos años, fue el primer y magno acontecimiento en que el Caribe apareció del todo como actor en el planeta. Y fue el pórtico de la independencia de nuestra América.
En un notable libro que publicó en 1961 sobre Toussaint Louverture. La Revolución Francesa y el problema colonial, el poeta martiniqueño Aimé Césaire dijo con mucha razón que estudiar la historia de Saint-Domingue es estudiar uno de los orígenes, una de las fuentes de la actual civilización occidental. Es decir, la historia del capitalismo. Y ya en 1944, el trinitario Eric Williams, en otro libro inolvidable, Capitalismo y esclavitud, había señalado el vínculo entre ambas entidades. Sin esclavitud en las Antillas, no hubiera habido capitalismo. También Marx habló de cómo era menester, incluso a fin de proceder a una explotación rentable para la burguesía del proletariado europeo, lo que él llamó la esclavitud sans phrase, la esclavitud sin ambages en sitios como el Caribe. Y es que este Caribe en que estamos es imprescindible para la construcción del llamado mundo occidental. Es un mar singular el Caribe.
He mencionado en varias ocasiones cómo, siendo niño, me entusiasmaba viendo las películas sobre los piratas, y cómo tardé muchos años en darme cuenta de que esos piratas, en gran medida, realizaban sus fechorías en este mar. Eran, unos, conquistadores; otros, piratas, corsarios, filibusteros, bucaneros: esclavistas todos. Criaturas de este jaez fueron los hacedores de la encantadora civilización occidental. Y sus hazañas se realizaban en las aguas en que vivimos. De ahí, entre otras cosas, la extraordinaria relevancia del Caribe. Recordaré solo dos ejemplos curiosos para subrayar esa relevancia. Cuando Luis XV tuvo que escoger entre dos posesiones suyas, Martinica y Canadá, escogió Martinica. Esa isla diminuta era mucho más rentable para Francia que el inmenso Canadá. Cuando los ingleses tomaron La Habana en 1762, la cambiaron en 1763 por la Florida entera; es decir, esta ciudad valía a sus ojos tanto como el extenso territorio de la Florida.
En el caso específico de Saint-Domingue, voy a presentar una cronología sumaria para hacernos idea de cómo se llegó a lo que fue después Haití. Alrededor de 1630, comenzaron los primeros establecimientos franceses en la parte occidental de la isla, colonia española, llamada Santo Domingo, como se llama todavía la parte oriental de tal isla. No hay que decir que se trataba de esos caballeros a los que ya he aludido: piratas, corsarios, filibusteros, bucaneros, esclavistas, bandidos de diversa naturaleza. En 1697, por el Tratado de Ryswick, España cedió aquella parte de la isla a Francia y, a partir de ese momento, esa parte occidental fue nombrada Saint-Domingue, que en menos de un siglo se convirtió en la colonia más rica del mundo, es decir, que produjo extraordinarias ganancias a Francia.
Los acontecimientos memorables ocurridos en ese país a finales del siglo xviii y principios del xix tendrían una notable repercusión en el Caribe en general, y en Saint-Domingue en particular. Nosotros los cubanos tenemos la dicha, el honor de que un gran escritor nuestro nos ha dado versiones imaginativas e intensas de los sucesos ocurridos en Saint-Domingue (luego Haití), a raíz de la Revolución Francesa: Revolución que, como sabemos, es casi la Revolución por excelencia. Antes y después ha habido grandes revoluciones: antes, en los Países Bajos, en Inglaterra, en las Trece Colonias; después, muchísimas otras, como las de independencia en Hispanoamérica, las de Europa en 1848 y 1871, la Mexicana, la Rusa, la China, la Cubana, la Vietnamita, la Argelina, etcétera. Pero la Revolución por excelencia sigue siendo la Francesa. Y esa Revolución no podía dejar de tener grandes repercusiones en las colonias francesas en el Caribe, no sólo pero particularmente en Saint-Domingue. Y decía que nosotros los cubanos tenemos el honor de que uno de nuestros mayores escritores nos ha trasladado experiencias de esas trepidaciones. Pienso, naturalmente, en Alejo Carpentier, cuyas novelas El reino de este mundo, publicada en 1949, y El Siglo de las Luces, publicada en 1962, son versiones dramáticas, que nos permiten conocer desde dentro, como sólo el arte puede hacerlo, lo que fueron esas trepidaciones. Otro de nuestros grandes escritores, Nicolás Guillén, publicó en 1948 su fuerte y delicada Elegía a Jacques Roumain en el cielo de Haití, sobre esa admirable figura de la intelectualidad y de la política haitianas, quien le decía a Nicolás en el poema: «Haití es una esponja empapada en sangre».
Pues bien, es imprescindible recordar los sucesos principales de la Revolución Francesa en sus dos vertientes: lo que pudiéramos llamar la vertiente ascendente o progresista y la vertiente descendente u opresora. El 14 de julio de 1789, como sabemos de sobra, se produjo la Toma de la Bastilla, y se ha considerado esa como la fecha inicial de aquella Revolución. El 20 de agosto de ese año se emitió la Declaración de los Derechos del Hombre y de los Ciudadanos. En 1791, la Asamblea francesa extendió los derechos de representación a todos los colonos. Ese año, en medida considerable provocadas por situaciones internas, por el horror de la esclavitud, que había sido naturalmente impugnada por los esclavos desde el primer momento (de la misma manera que los amerindios impugnaron desde el primer momento las distintas formas de esclavitud a que se les sometió), y además, en el caso de Saint-Domingue, por los vientos renovadores que llegaban de Francia, ese año, 1791, se producen grandes insurrecciones de esclavos en el norte de Saint-Domingue, y esto se considera el inicio de lo que iba a ser la Revolución de Saint-Domingue o, como decimos ahora, la Revolución haitiana. La ciudad Cap Français fue incendiada hasta las raíces por los esclavos, quienes habían acometido un nuevo rechazo de la opresión, rechazo que esta vez iba a convertirse en una revolución de independencia nacional. En América ha habido muchísimas revueltas de esclavos. Cuando se inauguró un monumento en homenaje a una de esas revueltas en Triunvirato, en la provincia cubana de Matanzas, recuerdo la emoción con que escuché a Fidel hablar de nosotros, los descendientes de esclavos. Es decir, una de las raíces del movimiento social en nuestro continente está dado por esas revueltas de esclavos, como otra de las raíces está dada por las revueltas indígenas.
En 1792, la monarquía francesa, Luis XVI, cae, y se proclama la República Francesa. Los jacobinos, el ala izquierda (esta división entre izquierda y derecha, que se convirtió después en clásica, procede de la Revolución francesa, de dónde se sentaban radicales en un lado y moderados en otro); los jacobinos, digo, la izquierda de la Revolución francesa, decretan derechos políticos iguales para todos los negros libres y los mulatos; lo cual, desde luego, provoca repercusiones enormes en Saint-Domingue, donde la mayoría de la población era negra; donde existían los grandes blancos -los grandes propietarios-, los pequeños blancos -que no tenían propiedades tan vastas-, los mulatos, los negros libres y, sobre todo, los esclavos negros.
Entre 1792 y 1793, Francia entra en guerra con Austria, Prusia, Gran Bretaña y Holanda, y se siente amenazada por España. Es un momento dramático. La Asamblea francesa envía tres representantes a Saint-Domingue: el más señalado de ellos, Sonthonax.
Saint-Domingue, como se ha dicho, era una colonia riquísima, y muchos otros países querían robar esa riqueza. Sonthonax, arrinconado entre la espada y la pared, toma el 29 de agosto de 1793 una medida que la humanidad tendrá que celebrar como celebra otras fechas extraordinarias: publica el decreto de emancipación general de los esclavos en el norte de Saint-Domingue. Un hecho de esa naturaleza y de esa magnitud no había ocurrido en el mundo hasta ese momento. El 29 de agosto de 1793, repito, tendrá que ser celebrado por la humanidad como una de sus grandes fechas. No olvidemos que la guerra de independencia, por otra parte notable, de las Trece Colonias, que se inicia en 1775, que produce al año siguiente, en 1776, su magnífica Declaración de Independencia, escrita por Thomas Jefferson, y que culmina en 1783 con el Tratado de Versalles cuando Inglaterra acepta la independencia de las Trece Colonias, que pasarían a llamarse los Estados Unidos de América; esta importante guerra revolucionaria que logra la independencia del primer país en América en obtenerla, deja, sin embargo, intocada la esclavitud. O sea, que aquellas hermosas palabras de la Declaración según las cuales todos los hombres habían sido creados iguales por Dios, en realidad sólo se aplicaban a los blancos, y de preferencia, si no con exclusividad, a los blancos ricos y varones. En cambio, en Saint-Domingue se produjo la emancipación de los esclavos negros. Recuerden que en aquella época las comunicaciones eran muy lentas: no había manera de comunicarse con Francia; de manera que en un momento sumamente difícil, Sonthonax, sin consultar a nadie, toma la decisión, el 29 de agosto, de decretar la emancipación de los esclavos negros en Haití. Aunque voy a hablar de esto después, no quiero dejar de mencionar aquí una comparación muy curiosa, hecha por un escritor notable, sobre todo un escritor de ficción pero que escribió también ensayos históricos: Juan Bosch. Hablando del Caribe, al que llama «frontera imperial», dijo Bosch que Sonthonax, el 29 de agosto de 1793, se encontraba en la misma situación en que se iba a encontrar, el 16 de abril de 1961, otro caribeño famoso, Fidel Castro. Sabiendo entonces que dentro de unas horas su país iba a ser invadido por el imperio más poderoso del momento, Fidel proclamó el carácter socialista de la Revolución cubana. Para Bosch, si Sonthonax no hubiera decretado la emancipación de los esclavos negros y Fidel no hubiera decretado el carácter socialista de la Revolución cubana, ambos hubieran sido derrotados y deshonrados. Los guió, dijo Bosch, la lógica del Caribe.
Ese año, 1793, en Francia es muy duro; es conocido como el Año del Terror. Se produce la purga y la ejecución de muchos girondinos, pero todavía no se produce la aceptación por la Asamblea francesa de la medida que Sonthonax había tomado. Habrá que esperar hasta el 4 de febrero de 1794 para que la Asamblea francesa decrete la abolición de la esclavitud, una gran medida de esa gran Revolución. Entonces la Asamblea está dominada por los jacobinos, pero no va a estarlo por mucho tiempo más. El 28 de julio de ese año 1794 son guillotinados Robespierre, Saint Just y otros jacobinos.
En 1795, por el Tratado de Basilea, España cede Santo Domingo a Francia. El 22 de agosto, en Francia se decreta la Constitución Thermidoriana. La Revolución francesa comienza a cambiar de signo. Ya no es una revolución generosa, capaz de proclamar la abolición de la esclavitud; pasa a ser la revolución cautelosa primero, francamente conservadora después, que trabaja en beneficio no de la humanidad, no de los derechos del hombre, sino de una clase emergente y rapaz: la burguesía. Y la Constitución Thermidoriana es testimonio evidente de esto. El 26 de octubre se disuelve la Asamblea Nacional y en noviembre se crea el Directorio. Ese mismo año, 1795, impulsadas sobre todo por el aliento de las luchas revolucionarias que tienen lugar en Saint-Domingue, ocurren grandes rebeliones de esclavos en otros lugares del Caribe, como Cuba, como Venezuela, como varias islas de las Antillas Menores.
En 1797, el 2 de mayo, es nombrado Gobernador General la extraordinaria figura que fue Toussaint Louverture, un hombre que había sido esclavo y llegó a ser General y a organizar un gran ejército. En 1799, Louverture ocupa el Santo Domingo que había pertenecido a España. Pero ese mismo año, Napoleón disuelve el Directorio y se convierte en el hombre fuerte de Francia. A Napoleón se le atribuye haber dicho a propósito de su presencia en la Revolución Francesa que había terminado la novela y había comenzado la historia; es decir, terminaban los sueños generosos que hacen que la Revolución francesa siga siendo para nosotros un momento señero de la humanidad, y comenzaba la historia bajo el puño férreo de Napoleón, a quien volveré a referirme. El 8 de julio de 1801, Toussaint Louverture proclama una nueva Constitución para Saint-Domingue. En esa Constitución, por supuesto, la esclavitud no tiene lugar. Pero ese mismo año, Napoleón envía a Saint-Domingue, con vistas a aplastar a los revolucionarios de allí, encabezados por Toussaint Louverture, a su cuñado Leclerc. Es un ejército poderosísimo el que Napoleón envía a Saint-Domingue, con el intento de aplastar a los que habían sido negros esclavos y eran en esos momentos, paradójicamente, los portadores por excelencia de los criterios de libertad, igualdad y fraternidad que habían nacido en Francia y allí habían sido traicionados. Leclerc era cuñado de Napoleón, porque estaba casado con Paulina Bonaparte, y precisamente en El reino de este mundo Alejo Carpentier nos ha presentado escenas muy interesantes de Paulina Bonaparte, desnuda, recibiendo masajes de un esclavo negro, en condiciones que no pueden menos que entusiasmar.
El ejército de Leclerc, repito, era poderosísimo. ¿Por qué Napoleón envía tal ejército a Saint-Domingue? Es que Napoleón tiene el proyecto de establecer un gran imperio colonial francés en América, que fuera desde la Luisiana -que en esos momentos se encontraba en manos francesas- hasta Saint-Domingue, riquísima, y hasta las islas colonias francesas del Caribe que eran también riquísimas. Y era menester aplastar la Revolución en Saint-Domingue para hacer realidad ese proyecto suyo. En 1802, el 27 de abril, Napoleón emite el decreto que restablece la esclavitud y la trata de negros en las Antillas francesas. Solo si se conoce esto, el papel que desempeñó Napoleón en el Caribe, se comprende lo que nosotros los caribeños pensamos de Napoleón. Cuando leemos a figuras progresistas, muy progresistas, de Europa haciendo el elogio de Napoleón, no podemos acompañarlos en ese elogio; y, en cambio, entendemos perfectamente que José Martí haya escrito en uno de sus Versos libres, hablando de Los Inválidos, donde están los restos de Napoleón, este verso memorable: «El corso vil, el Bonaparte infame». No podemos menos que pensar eso del hombre que volvió a establecer la esclavitud en el Caribe y la trata de negros. Es una perspectiva caribeña, la misma desde la cual Alejo Carpentier escribió El Siglo de las Luces. He tenido discusiones con algunos amigos franceses que me han preguntado por qué Alejo presenta en El Siglo de las Luces de tal manera las acciones de Napoleón. ¿Y cómo las va a presentar? ¿Cómo podemos presentar nosotros los caribeños a una figura que restablece la esclavitud, abolida por la Revolución francesa en ascenso y restablecida por la Revolución francesa en su etapa conservadora? Desgraciadamente, el 6 de mayo de ese año 1802, Toussaint Louverture, engañado, acepta las propuestas de Leclerc -en cierta forma se rinde ante él- y es enviado el 7 de junio a Francia, donde es encarcelado en el Fuerte de Joux. En 1803, el 7 de abril, en ese Fuerte morirá Toussaint Louverture, ignorando lo que estaba ocurriendo y por supuesto lo que iba a ocurrir como consecuencia de sus hazañas. Ese año 1803, en cumplimiento del decreto napoleónico, la esclavitud es restablecida en las colonias francesas, lo que hace que muchos dirigentes político-militares de Saint-Domingue que habían vacilado pensando que Leclerc llevaba proyectos de independencia a Saint-Domingue, comprenden que ello era completamente falso, que lo que llevaba eran proyectos para restablecer la esclavitud.
Leclerc murió de resultas de una enfermedad tropical, y la versión oficial de Occidente, es decir, del capitalismo, es que fueron las enfermedades tropicales las que vencieron a las tropas francesas, pero la realidad monda y lironda es que fueron los ex esclavos los que las derrotaron en 1803. De manera que cuando no queda más remedio que aceptar por la historia oficial europea que las tropas napoleónicas fueron vencidas en España y en Rusia -como se sabe de sobra-, se suele callar que antes que en España y Rusia las tropas napoleónicas fueron vencidas en el Caribe; fueron vencidas en Saint-Domingue, y no por los mosquitos, sino por los ex esclavos. Los mosquitos hicieron su parte -bienvenida sea-, pero fueron los ex esclavos, los generales que habían sido esclavos y habían crecido hasta ser generales, los que vencieron a las tropas de Leclerc. O sea, que esa forma extrema que representaba Napoleón del Occidente tuvo que morder el polvo de la derrota antes que en España y Rusia, en el Caribe. De resultas de esa derrota de las tropas francesas, el primero de enero de 1804 se proclama la independencia de lo que ya no se iba a llamar más Saint-Domingue, sino que, como dije hace poco, de la noche a la mañana, en un relámpago, volvió a llamarse Haití, como se llamaba originalmente el país.
Jean Jacques Dessalines, quien tras la muerte de Louverture llega a ser el General en Jefe de las tropas independentistas, tenía un secretario muy singular, llamado Boisrond Tonnerre. Parece que al nacer, se produjo una tormenta, quizá un ciclón gigantesco -«tonnerre» es un trueno-, y el padre decidió incluir ese trueno en su nombre. Fue una figura interesantísima y muy discutida. A mí me apasiona mucho. Él fue secretario de Dessalines y escribió la proclama de la independencia de Haití y también el discurso que a continuación de la proclama dio a conocer, como General en Jefe, Dessalines. He traducido del francés en que se escribieron ambos textos. Helos aquí:
EJÉRCITO INDÍGENA
Proclamación de la independencia de Haití
Libertad o muerte
AÑO PRIMERO DE LA INDEPENDENCIA
Hoy, primero de enero de mil ochocientos cuatro, el general en jefe del ejército indígena, acompañado de los generales, jefes del ejército, convocados al efecto de tomar las medidas que deben tender a la felicidad del país.
Después de haber hecho conocer a los generales reunidos sus verdaderas intenciones de asegurar para siempre a los indígenas de Haití un gobierno estable, objeto de su más viva solicitud; lo que él ha hecho por medio de un discurso que tiende a hacer conocer a las potencias extranjeras la resolución de hacer al país independiente, y de disfrutar de una libertad consagrada por la sangre del pueblo de esta isla; y después de haber recogido los pareceres, ha pedido que cada uno de los generales reunidos pronunciara el juramento de renunciar para siempre a Francia, de morir antes que vivir bajo su dominación, y de combatir hasta el último suspiro por la independencia.
Los generales, penetrados de estos principios sagrados, después de haber dado con una voz unánime su adhesión al proyecto bien manifiesto de la independencia, han jurado todos ante la posteridad, ante el universo entero, renunciar para siempre a Francia y morir antes que vivir bajo su dominación.
Hecho en Gonaïves, este 1ro. de enero de 1804, y el primer día de la Independencia de Haití.
Firman: Dessalines, general en jefe; Christophe, Petion, Clervaux, Geffrard, Vernet, Gabart, generales de división; P.Romain, E. Gerin, F. Capoix, Daut, Jean-Louis Frrançois, Ferou, Cange, L. Bazelais, Magloire Ambroise, J. J. Herne, Toussaint Brave, Yayou, generales de brigada; Bonnet, F. Papalier, Morelly, Chevalier, Marion, ayudantes-generales; Magny, Roux, jefes-de-brigada; Charairon, B. Loret, Quene, Markajoux, Dupuy Carbonne, Diaquoi el mayor, J. Raphael, Malet, Derenon-Court, oficiales del ejército; y Boisrond-Tonerre, secretario.
Y, de inmediato, el discurso de Dessalines:
El General en jefe al pueblo de Haití
Ciudadanos:
No basta con haber expulsado de nuestro país a los bárbaros que lo han ensangrentado durante dos siglos; no basta con haber puesto freno a las facciones siempre renacientes que se burlaban, unas tras otra, del fantasma de libertad que Francia colocaba ante vuestros ojos; es necesario, por medio de un acto último de autoridad nacional, asegurar para siempre el imperio de la libertad en el país que nos vio nacer; es necesario arrancar al gobierno inhumano que mantiene desde hace tanto tiempo a nuestros espíritus en el letargo más humillante, toda esperanza de dominarnos; es necesario, en fin, vivir independientes o morir.
Independencia o muerte… Que estas palabras sagradas nos vinculen, y sean señal de combates y de nuestra reunión.
(De manera que nuestra expresión Patria o Muerte tiene antecedentes muy evidentes en el caso haitiano.)
Ciudadanos, mis compatriotas, he reunido en este día solemne a estos valientes militares, que, a punto de recoger los últimos suspiros de la libertad, prodigaron su sangre para salvarla; estos generales que han guiado vuestros esfuerzos contra la tiranía, no han hecho aún bastante por vuestra felicidad. El nombre francés lugubra todavía nuestra tierra.
(Boisrond Tonnerre inventó la palabra lugubrar: en francés, lugubrer. Él era no solo un revolucionario de ideas, sino un revolucionario verbal, y he dejado así la expresión: «el nombre francés lugubra todavía nuestra tierra». Otras traducciones dicen oscurece. Hay que dejar lugubrar.)
Aquí todo trae el recuerdo de ese pueblo bárbaro: nuestras leyes, nuestras costumbres, nuestras ciudades, todo lleva aún el sello francés; ¿qué digo? hay aún franceses en nuestra isla, y vosotros os creéis libres e independientes de esa república que ha combatido a todas las naciones, es cierto, pero que jamás ha vencido a los que han querido ser libres.
¡Y bien!, víctimas durante catorce años de nuestra credulidad y nuestra indulgencia, vencidos, no por ejércitos franceses sino por la triste elocuencia de las proclamas de sus agentes; ¿cuándo dejaremos de respirar su mismo aire? ¿Qué tenemos de común con ese pueblo verdugo? Su crueldad comparada con nuestra patente moderación; su color con el nuestro; la extensión de los mares que nos separan, nuestro clima vengador, nos dicen suficientemente que ellos no son nuestros hermanos, que no lo devendrán jamás, y que si encuentran asilo entre nosotros, seguirán siendo los maquinadores de nuestros problemas y de nuestras divisiones.
Ciudadanos indígenas, hombres, mujeres, niños, pasead la mirada sobre todas las partes de esta isla; buscad en ella vosotros a vuestras esposas, vosotras a vuestros maridos, vosotras a vuestros hermanos, vosotros a vuestras hermanas, ¿qué digo?, ¡buscad allí a vuestros niños, vuestros niños de pecho! ¿En qué se han transformado?… Me estremezco al decirlo… En presa de esos cuervos. En lugar de estas víctimas dignas de atención, vuestro ojo consternado no percibe más que a sus asesinos, más que a los tigres todavía ahítos de sangre, y vuestra culpable lentitud para vengarlos. ¿Qué esperáis para apaciguar sus manes?; pensad que habéis querido que vuestros restos reposaran junto a los de vuestros padres, en el momento en que abatisteis la tiranía; ¿bajaréis a la tumba sin haberlos vengado? No, sus osamentas rechazarían a las vuestras.
Y vosotros, hombres invalorables, generales intrépidos que, insensibles a las propias desgracias, habéis resucitado la libertad prodigándole toda vuestra sangre, sabed que nada habéis hecho si no dais a las naciones un ejemplo terrible, pero justo, de la venganza que debe ejercer un pueblo orgulloso de haber recobrado su libertad, y celoso de mantenerla…
Que tiemblen al abordar los franceses nuestras costas, si no por el recuerdo de las crueldades que en ellas han ejercido, al menos por nuestra terrible resolución, que tomaremos, de condenar a muerte a quien, nacido francés, ose hollar con su planta sacrílega el territorio de la libertad.
Hemos osado ser libres, osemos serlo por nosotros mismos y para nosotros mismos; imitemos al niño que crece: su propio peso rompe los andadores que se tornan inútiles y traban su marcha. ¿Qué pueblo ha combatido por nosotros? ¿Qué pueblo quisiera recoger los frutos de nuestros trabajos? ¿Y qué absurdo deshonroso es el de vencer para ser esclavos? ¡Esclavos!… Dejemos a los franceses este epíteto calificativo: han vencido para dejar de ser libres.
Marchemos sobre otras huellas, imitemos a los pueblos que, llevando su celo hasta el porvenir, y temiendo dejar a la posteridad el ejemplo de la cobardía, han preferido ser exterminados antes que borrados del concierto de las naciones libres.
Y tú, pueblo demasiado tiempo infortunado, testigo del juramento que pronunciamos, recuerda que conté con tu constancia y tu coraje cuando me lancé a la carrera de la libertad para combatir el despotismo y la tiranía contra los cuales tú luchaste desde hace catorce años; recuerda que todo lo sacrifiqué para correr en tu defensa: padres, hijos, fortuna, y que ahora mi única riqueza es tu libertad; mi nombre llena de horror a todos los pueblos que desean la esclavitud, y los déspotas y los tiranos no lo pronuncian sin maldecir el día que me vio nacer; y si alguna vez rehusaras o murmuraras de las leyes que el genio que vela por tus destinos me dictará para tu bienestar, merecerías la suerte de los pueblos ingratos.
Pero lejos de mí esta horrible idea; tú serás el sostén de la libertad que amas, el apoyo del jefe que te conduce.
Presta pues el juramento de vivir libre e independiente, y de preferir la muerte a todo lo que tendería a volverte al yugo. Jura en fin perseguir para siempre a los traidores y a los enemigos de la independencia.
Jean-Jacques Dessalines
Después de la derrota de Leclerc, Napoleón vio hecho trizas su proyecto de imperio colonial francés en América, y decidió, contrariando lo que había acordado con España -cuando España cedió a Francia la Luisiana-, vender la Luisiana, que era un territorio enorme, a los Estados Unidos, con una condición, una pequeña condición: que el Gobierno de los EE. UU. se sumara al Gobierno francés en el terrible bloqueo que Napoleón iba a imponer a Haití. No tengo que decirles que el Gobierno de los EE. UU. aceptó jubiloso la propuesta -parece que los bloqueos son muy atractivos para los gobiernos de ese país-, y se sumaron al bloqueo que Napoleón le hizo a Haití. Sobre este punto hay unas páginas que les recomiendo vivamente en el libro de un gran historiador cubano, Ramiro Guerra -un historiador conservador, no es un historiador radical, no es un historiador de izquierda, no es un historiador jacobino. El libro se llama La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos. Ese libro se publicó en Madrid en 1935, porque Ramiro Guerra estaba en el destierro. Había sido ministro de la Presidencia de Machado, un presidente tiránico de Cuba, y tuvo que abandonar Cuba, a la caída de Machado, en 1933, en el mismo avión en que el tirano se fue para las Bahamas. Paradójicamente, este hombre que tenía ese cargo tan poco honorable era, sin embargo, un hombre honrado. Era un hombre que no robaba y, desde luego, no mataba. Y, además, era un nacionalista y, por tanto, enemigo de la expansión imperialista de los EE. UU. Y ese libro que tuvo que escribir en el destierro es un libro que fue fundamental para muchísimos revolucionarios cubanos, como lo había sido ya otro que escribió y publicó siendo ministro de Machado; un libro excelente publicado en 1927, sin el cual no es dable entender a Cuba, que se llama Azúcar y población en las Antillas. Se daba la paradoja de que este libro era una obra de cabecera de los revolucionarios cubanos más radicales que luchaban contra Machado. Es un libro que muestra cómo el latifundio hizo un daño fatal a países de las pequeñas Antillas, y Cuba estaba condenada a un destino similar.
Terminaré mencionando otros libros esenciales sobre el Caribe, en los cuales Haití desempeña un papel fundamental. Uno es de un autor cubano que conocí y quise mucho. Llegó a ser colaborador nuestro en la Casa de las Américas, y se llamó José Luciano Franco. José Luciano publicó tres tomos sobre el tema La batalla por el dominio del Caribe y el Golfo de México. El tomo III de esa obra se llama Historia de la Revolución de Haití, y se publicó en 1966. Y otros dos libros que quiero mencionar son un caso singular en la historia intelectual, pues se publicaron el mismo año (1970), sobre el mismo tema y prácticamente con igual título. Uno es de Juan Bosch, ilustre dominicano, gran conocedor de Cuba, donde había vivido exiliado muchísimo tiempo, al punto de que se casó con una cubana, y los cubanos, la realidad, lo consideramos bastante cubano: los dominicanos tienen todo el derecho del mundo a sentirse orgullosos de Juan, pero por lo menos un pedacito suyo se quedó con nosotros. Y el autor del otro libro fue el destacado intelectual de Trinidad y Tobago Eric Williams, de quien ya mencioné su obra Capitalismo y esclavitud. Lo curioso, lo extraordinario es que ambos libros son las primeras historias orgánicas del Caribe, y se llaman, uno, De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial; y otro, De Colón a Castro. La historia del Caribe 1492-1969.
Y vuelvo a decir: no se entiende el Caribe, no se entiende Haití, no se entiende Cuba sin la lectura de libros de esta naturaleza. (1) Añado que ninguno de estos autores era comunista, o sea, tales libros pueden ser leídos sin temor de ser contagiados por el virus del comunismo.
La Revolución cubana tiene la desdicha de que es juzgada por una cantidad enorme de analfabetos funcionales que emiten juicios precipitados sobre nosotros. No han leído a José Martí, por supuesto, ni a Ramiro Guerra, ni a Juan Bosch, ni a Eric Williams, ni a José Luciano Franco. Han leído los periódicos donde se dicen vergonzosas mentiras y, naturalmente, así no se puede entender ni la Revolución haitiana ni la Revolución cubana ni nada. Y termino recordando que un gran autor, también de Trinidad, que por cierto fue maestro de Eric Williams -como Aimé Césaire fue maestro de Édouard Glissant y de Frantz Fanon-, C.L.R. James, había publicado en 1938 un libro fundamental, que se llama Los jacobinos negros. Él entendía que Toussaint Louverture era un jacobino negro que tomó en serio lo que los jacobinos franceses habían dicho y lo que Napoleón iba a traicionar; tomó en serio libertad, igualdad y fraternidad, y peleó y murió fiel a esos criterios. Curiosamente, cuando el libro de James se republicó en EE. UU., en 1963, le añadió un epílogo, y ese epílogo estoy seguro de que dio la idea a Bosch y a Williams del título de sus libros, porque el epílogo se llama «De Toussaint Louverture a Fidel Castro»; (2) es decir, es James el primero que muestra orgánicamente esa unidad del Caribe que en lo más antiguo se remite a la llegada de Colón, cuya importancia no se puede negar aunque no es dable regalarle que sea un descubrimiento; y en lo revolucionario, en lo germinativo, en lo que el Caribe tiene de actor y no simplemente de testigo o de criatura que padece, comienza con la Revolución de Saint-Domingue y llega hasta nuestros días. Tenemos, por tanto, el deber moral, el deber histórico, el deber elemental de reconocer la inmensa trascendencia de la Revolución de Saint-Domingue y de la independencia de Haití que vamos a celebrar jubilosamente el próximo primero de enero, el mismo día en que vamos a celebrar un aniversario de la Revolución cubana. ¡Qué hecho tan curioso! El primero de enero de 1804 y el primero de enero de 1959 se inauguran dos independencias esenciales.
Esto es lo que quería decirles como forma de demostrar por qué tenemos tal simpatía, tal gratitud y tal deuda con el pueblo fundador de Haití.
Notas:
1. Hay ediciones cubanas de varias de estas obras ya clásicas, a saber: Aimé Césaire: Toussaint Louverture. La Revolución Francesa y el problema colonial. Prefacio de Charles André Julien. La Habana, Instituto del Libro, 1967. Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial. La Habana, Casa de las Américas, 1981. Ramiro Guerra: Azúcar y población en las Antillas. Pról. de Manuel Moreno Fraginals. Cuarta edición. La Habana, Ciencias Sociales, 1970. Ramiro Guerra: La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos, La Habana, Consejo Nacional de Universidades, 1964. Eric Williams: Capitalismo y esclavitud. Tr. de Daniel Rey Díaz y Francisco Ángel Gómez. La Habana, Ciencias Sociales, 1975.
2. El epílogo, traducido por Adelaida de Juan y por mí al español, se publicó casi completo en Casa de las Américas, No. 91, julio-agosto de 1975.
[*]Versión de la conferencia magistral pronunciada en la Sala Che Guevara de la Casa de las Américas el viernes 26 de septiembre de 2003, al constituirse, en acto oficial, la Comisión Nacional, que preside el Dr. Armando Hart, encargada de organizar el programa de celebraciones para conmemorar esta efemérides.
Fuente:http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/01/18/haiti-una-esponja-empapada-en-sangre/