En homenaje al fallecido historiador Howard Zinn rescatamos este texto del 14 de septiembre de 2006, traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Hay algo importante que aprender de la reciente experiencia de Estados Unidos e Israel en Oriente Medio: los ataques masivos, que inevitablemente son indiscriminados, no sólo son moralmente censurables, sino también inútiles para lograr los fines declarados por quienes los llevan a cabo.
En tres años de guerra, que empezaron con el bombardeo «Conmoción y pavor» [contra Iraq] y continúan con la violencia y el caos actual, Estados Unidos ha fracasado completamente en su objetivo declarado de llevar la democracia y la estabilidad a Iraq. La invasión y bombardeo de Líbano por parte de Israel no han proporcionado seguridad a Israel; de hecho, ha aumentado la cantidad de sus enemigos, ya sea en Hizbolá, en Hamás, o entre árabes que no pertenecen a ninguno de estos dos grupos.
Recuerdo la novela de John Hersey, The War Lover [El amante de la guerra] en la que un machista piloto estadounidense, al que le encanta arrojar bombas sobre la gente y que también se vanagloria de sus conquistas sexuales, resulta ser impotente. El president Bush, pavoneándose con su cazadora de aviador en un avión de guerra y anunciando la victoria sobre Iraq, ha resultado ser muy parecido a este personaje de Hersey, sus palabras igual de jactanciosas y su maquinaria militar igual de impotente.
La historia de las guerras que ha habido desde el final de la Segunda Guerra Mundial revela la inutilidad de la violencia a gran escala. A pesar de sus descomunales arsenales, Estados Unidos y la Unión Soviética fueron incapaces de derrotar a movimientos de resistencia en naciones pequeñas y débiles — Estados Unidos en Vietnam, la Unión Soviética en Afghanistan – y fueron obligados a retirarse.
Incluso las «victorias» de las grandes potencias militares resultaron ser fugaces. Era de suponer que tras atacar e invadir Afganistán el presidente era capaz de declarar que los talibán habían sido derrotados. Pero más de cuatro años después, en Afganistán reina la violencia y los talibán continúan activos en la mayor parte del país.
Las dos naciones más poderosas después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética, con todo su poderío militar no han sido capaces de controlar acontecimientos en países que ellos consideraban bajo su esfera de influencia – la Unión Soviética en la Europa del este y Estados Unidos en América Latina.
Más allá de la inutilidad de la fuerza armada, y en última instancia más importante, es el hecho de que la guerra en nuestra época provoca inevitablemente la muerte indiscriminada de gran cantidad de personas. Por decirlo más rotundamente, la guerra es terrorismo. Ésta es la razón por la que una «guerra contra el terrorismo» es una contradicción en los términos. Las guerras emprendidas por naciones, ya sea Estados Unidos o Israel, son cien veces más mortales para personas inocentes que los atentados terroristas, atroces como son.
La repetida excusa dada tanto por los portavoces del Pentágono como por los altos cargos israelíes para arrojar bombas donde viven personas ordinarias es que los terroristas se esconden entre los civiles. Por consiguiente, el asesinato de personas inocentes (en Iraq, en Líbano) se dice que es accidental, mientras que las muertes causadas por el terrorismo (el 11 de septiembre, por los cohetes de Hizbolá) es deliberado.
Ésta es una distinción falsa que se refuta rápidamente en cuanto se piensa un poco. Si se arroja deliberadamente una bomba sobre una casa o un vehículo sobre la base de que un «sospechoso terrorista» está dentro (nótese el frecuente uso de la palabra sospechoso como prueba de la incertidumbre en torno a los objetivos), las subsiguientes muertes de mujeres y niños pueden no ser intencionales. Pero tampoco son accidentales. La descripción adecuada es «inevitable».
Por lo tanto, si una acción inevitablemente matará a personas inocentes, es tan inmoral como un atentado deliberado contra civiles. Y cuando se considera que el número de personas inocentes que muere inevitablemente durante acontecimientos «accidentales» ha sido mucho, muchísimo mayor que el de todos las muertes causadas deliberadamente por los terroristas, se debe rechazar la guerra como una solución al terrorismo.
Por ejemplo, las bombas estadounidenses asesinaron a más de un millón de civiles en Vietnam, supuestamente por «accidente». Sumen ustedes todos los atentados terroristas ocurridos en todo el mundo a lo largo del siglo XX y no equivalen a esa espantosa cifra.
Si reaccionar por medio de la guerra contra los atentados terroristas es indefectiblemente immoral, entonces debemos buscar otros medios que no sean la guerra para acabar con el terrorismo, incluyendo el terrorismo de la guerra. Y si la represalias militar por el terrorismo no sólo es inmoral sino también inútil, entonces los dirigentes políticos, por más fríos que sean sus cálculos, puede que tengan que reconsiderar sus políticas.
Howard Zinn era profesor emérito de la Universidad de Boston. Sus principales obras traducidas al castellano son Nadie es neutral en un tren en marcha, Hondarribia, Hiru, 2001 (traducción de Roser Berdagué ), La otra historia de Estados Unidos, Hondarribia, Hiru, 2005 (ed. revisada y corregida por el autor, traducción de Toni Strubel) y Sobre la guerra: la paz como imperativo moral, Barcelona, Debolsillo, 2008 (traducción de Ramón Vilà Vernis)
[Artículo publicado originalmente en Palestine Chronicle, el 14 de septiembre de 2006]
Fuente: http://windowintopalestine.