Los recientes atentados contra tres hoteles en Amman han mostrado que las intenciones del movimiento jihadista siguen apuntando en dos direcciones. Atacar a los que ellos consideran enemigos, «Estados Unidos e Israel, y los aliados de éstos», al tiempo que mantienen sus ataques contra los que consideran «regímenes traidores», los gobiernos de estados musulmanes que […]
Los recientes atentados contra tres hoteles en Amman han mostrado que las intenciones del movimiento jihadista siguen apuntando en dos direcciones. Atacar a los que ellos consideran enemigos, «Estados Unidos e Israel, y los aliados de éstos», al tiempo que mantienen sus ataques contra los que consideran «regímenes traidores», los gobiernos de estados musulmanes que colaboran con aquellos. En estos momentos, se hace evidente que la lucha entre Washington y la rama del Islam político que representa el movimiento jihadista se asemeja a un enfrentamiento de intereses más que el tantas veces señalado choque de culturas o civilizaciones.
Para muchos observadores ha supuesto una sorpresa relativa las bombas de Jordania. Si se sigue la lógica que impera dentro del jihadismo internacional no es difícil disipar las reticencias a la hora de englobar este tipo de ataques dentro de la estrategia que siguen ese tipo de grupos. En la actualidad el reino jordano se había convertido en un centro neurálgico donde operaban los servicios de inteligencia de los ocupantes en Iraq, así como una importante comunidad de personalidades de los negocios que se están generando en el país vecino.
Todo ello vendría a mostrar con toda su crudeza que el objetivo marcado en los atentados de Amman englobarían las dos tendencias anteriormente señaladas. Se buscaba desestabilizar el régimen jordano, al tiempo que se señalaba su colaboración en la ocupación de Iraq. Otros atentados recientes en Jordania ya anticipaban lo que ha ocurrido posteriormente, la reacción de la población del país, rechazando tajantemente este tipo de acciones puede diluirse con el paso del tiempo, mientras que las contradicciones internas y externas que tendrá que soportar la monarquía jordana pueden acelerar un periodo de crisis cuyo desenlace no es previsible de momento, pero que bien podría entrar en el guión diseñado por los grupos jihadistas.
Ida y vuelta
Los ataques contra los hoteles de Amman, sobre todo por la nacionalidad de sus autores, ponen sobre la mesa otra variable en el escenario internacional. Los autores materiales de estos atentados eran iraquíes, lo que vendría a reforzar las teorías que señalan que en estos momentos Iraq podría estar convirtiéndose, o podría desempeñar en un futuro a medio plazo, el papel que en su momento jugó Afganistán en el diseño de las estrategias y objetivos jihaditsas a nivel internacional.
Mientras que el porcentaje de fuerzas extranjeras en la resistencia iraquí es bastante bajo, sus acciones y la dimensión mediática que reciben éstas, les ha llegado a convertir en un referente para una nueva generación de jóvenes musulmanes del mundo, dispuestos a participar en la resistencia contra la ocupación de Iraq. Pero al igual que ocurrió en Afganistán, en estos momentos el suelo iraquí se ha convertido en el campo de entrenamiento militar de estos jihaditas, al tiempo que sirve de espacio para que intercambien experiencias y afiancen toda una nueva red de relaciones y colaboraciones.
E igual que ocurrió entonces, este laboratorio está preparándose para exportar su mortífero producto por todo el mundo. Hace unas décadas asistimos al regreso a sus países de origen de los jóvenes que lucharon en el Afganistán contra los soviéticos, lo que supuso un período de inestabilidad en muchos lugares, llegando a provocar verdaderas crisis políticas y enfrentamientos muy graves en muchos de esos países musulmanes. Ahora, se repite ese viaje de ida y vuelta, pero con Iraq de protagonista. En muchos círculos se ha empezado a utilizar el término «árabes iraquí», en referencia a los voluntarios musulmanes que luchan en Afganistán, como sustituto del término «árabe afgano» que representaba a aquellos que lucharon en Afganistán. Y sus primeras actuaciones se han visto hace meses en Kuwait y Arabia Saudí, y estos días en la capital jordana.
Si bien es cierto que importantes sectores de las poblaciones musulmanas rechazan este tipo de acciones también es evidente que algunos segmentos de las mismas están dirigiendo sus pasos hacia el jihadismo como reacción a la llamada «guerra contra el terror» que Washington ha desplegado hace algunos años.
Más especulaciones
En toda esa maraña de ideologías y acontecimientos, desde algunas fuentes del continente asiático se apuntan algunos datos que podrían presentar algunas diferencias internas en el movimiento jihadista internacional, más concretamente en torno a la nebulosa que representa al-Qaeda.
Las diferencias serían tanto ideológicas como tácticas. Por un lado estaría el sector representado por Osama bin Laden y por otro las tendencias que marcarían el jordano Abu Musab al-Zarqawi y los seguidores del egipcio Abdul Hakeem, conocido como Sheik Essa. Según esos mismos datos, en estos momentos se estaría produciendo un debate ideológico dentro del movimiento jihadista. Algunos apostarían por «recuperar bases físicas» en Iraq y Afganistán, al tiempo que buscarían diseñar una organización más centralizada estructuralmente. Con la materialización de esas bases se daría pleno sentido a la llamada jihad defensiva, lo que podría traer consigo también un apoyo de los líderes religiosos y una posterior justificación de la misma ante los ojos de buena parte de la comunidad musulmana.
Junto a ello, los seguidores de Essa y al-Zarqawi se muestran decididos a extender sus acciones contra los que se consideran como colaboradores de estados Unidos o Israel. Estos dos países, y sus aliados, se presentan como las fuerzas dajal (contrarias a Dios). Bin Ladem sería consciente que ataques de envergadura contra cualquiera de los regímenes musulmanes pondrían a estos en una difícil posición, e incluso podrían acabar con ellos, Arabia Saudí es el caso más explícito. Sin embargo al enorme coste de vidas civiles de musulmanes se añadiría un futuro incierto, en el que el caos podría empujar a Washington a mandar más tropas a la zona bajo una justificación de ayuda para solventar la crisis.
De momento el movimiento jihadista mundial ha servido como soporte ideológico para un número elevado de organizaciones esparcidas por el mundo, que al tiempo que llevan adelante sus propias agendas se sirven del eco mediático provocado por las acciones de los jihadistas. Sin embargo a tenor de todo lo anterior el desenlace de ese debate puede traer consecuencias inesperadas y probablemente una nueva coyuntura en torno al propio movimiento jihadista, que bien podría desembocar en una mayor radicalización en sus accione su en su propia ideología.
En este complejo panorama resalta que la llamada «guerra contra el terror» desplegada por Bush y sus aliados no ha logrado sus objetivos. Además, a la luz de los acontecimientos más recientes es evidente que el mundo es un lugar cada vez más inseguro. Los movimientos jihaditas han convertido todo el planeta en su tablero de operaciones, Nueva York, Bali, Madrid, Estambul, Riyadh, Londres, Kenya, Amman, son buena prueba de todo ello. Para poner fin a esta sangrienta dinámica se hace más necesario que nunca buscar las raíces del problema y en la medida de lo posible poner fin a las injusticias y opresiones que pueden empujar a cientos de jóvenes a ese tipo de organizaciones. En cambio. Si se desea seguir con una venda en los ojos y aplicar la política de tierra quemada que persiguen los ideólogos neoconservadores, desgraciadamente el llamado «efecto boomerang» nos puede afectar a cualquiera de nosotros.
GAIN