Confieso para todo aquel que no lo sepa, o que no se haya enterado, que desde el año 1994 trabajé incansablemente para que Tabaré Vázquez fuera Presidente de la República. Lo hice también en 1999 y en 2004. Es público y notorio pero si alguien lo duda hay, de todo ello, una cantidad enorme de […]
Confieso para todo aquel que no lo sepa, o que no se haya enterado, que desde el año 1994 trabajé incansablemente para que Tabaré Vázquez fuera Presidente de la República. Lo hice también en 1999 y en 2004. Es público y notorio pero si alguien lo duda hay, de todo ello, una cantidad enorme de pruebas documentales (diarios nacionales y extranjeros, revistas nacionales e internacionales, emisoras radiales de todo el país y del mundo, canales de televisión por «aire» y por cable, documentos políticos internos y públicos, etcétera) y pruebas testimoniales: miles de personas pueden dar fe (incluso muchos escribanos) de que eso es así.
Junto a miles de personas logramos por fin que Tabaré llegara a la Presidencia de la República. Por lo tanto este Presidente es, en humildísima contribución (granito de arena), producto también de nuestra empeñosa militancia.
Declaro muy formalmente que lo sigue siendo.
Para hablar en términos más genéricos y hasta abstractos: formamos parte de este gobierno porque este gobierno es nuestro. De eso también hay pruebas documentales y testimoniales.
Integro la bancada del Frente Amplio porque soy del Frente Amplio. También desde hace mucho según puede comprobarse, de ser necesario, mediante irrefutables pruebas documentales y testimoniales. Incluso basta con preguntárselo a cualquier persona que habite en este país. Al azar.
Por ende (lógica elemental), soy del Encuentro Progresista y de la Nueva Mayoría. Es más: ayudé a crearlos.
Pertenezco al Espacio 609 y al Movimiento de Participación Popular del que forma parte el Movimiento de Liberación Nacional al que también pertenezco. Estas tres pertenencias también pueden demostrarse, aparte de ser públicas y notorias, por infinidad de documentos y testimonios (y en alguno de esos casos hasta por expedientes judiciales del más variado y nutrido tipo para mi desgracia… Hasta me condenaron por ello).
Esta sarta de obviedades parece ser necesaria hoy. Y cuando lo obvio es necesario, algo anda mal.
Siguiendo por este aburridísimo camino, debo declarar, lo más solemnemente posible que cuando digo que soy, soy.
Algo así como que cuando digo «digo», digo «digo».
En política, hablando en términos normales e inteligibles, estas obvias y elementales afirmaciones y confesiones tienen consecuencias.
Si el gobierno es «mío», si estoy en el gobierno y con el gobierno, no estoy en la oposición.
Si el Frente Amplio es «mío» y estoy en el Frente Amplio y con el Frente Amplio, no estoy en el Partido Colorado (pongamos por caso…) ni en ningún otro lugar. Y así sucesivamente.
Estoy en todos esos lados (que al final son uno solo) por muy profundas razones y convicciones que sería demasiado largo detallar aquí y que, por otra parte, todo el mundo conoce porque las hemos repetido hasta el hartazgo.
El hipotético día en el que también por muy profundas razones y convicciones alguna de esas fuerzas políticas, o todas ellas juntas, sean antagónicas con los dictados de mi conciencia o mi razón, lo declararía de inmediato y muy probablemente haría una de dos cosas posibles: irme para mi casa a disfrutar de un merecido descanso jubilatorio o fundaría (como ya lo hice) una nueva organización política al paladar de mis ideas. Asumiendo como siempre todas las consecuencias incluidas las peores. No hay otra.
Jamás me quedaría contra mi gusto, mi razón y mi conciencia en una organización con la que discrepara a tanto nivel. Aun cuando quedándome quietito y arropado disfrutara de alguna ventajita material: me sentiría mal, muy incómodo y si de ventajas materiales se tratara se consiguen muchas más y mejores «afuera» que «adentro». Por lo menos las consiguen los que no son inútiles del todo.
Muchísimo menos me quedaría contra mi gusto, mi razón y mi conciencia, de infiltrado, haciendo «entrismo» para llevar agua al molino de otro proyecto.
Pésimo es, por definición, todo «proyecto» que requiera tanta deslealtad para con la gente. Se ha practicado. La verdad es que se lo ha perpetrado a lo largo de la historia, con nefastas consecuencias siempre.
Es además de una extremada torpeza porque la gente, que no es boba, se percata enseguida del doble discurso y del oportunismo galopante que lo ilustra.
La lealtad interna y con los aliados siempre es un valor. Pero en Uruguay y en estos tiempos que vive el mundo ella se transforma en el principal valor.
Porque sin la construcción (aún no acabada) de un enorme Frente Amplio no quedará solucionada la más importante tarea estratégica del período.
Tarea que no es ni para un día ni para cinco años. Será larga. Tendrá largo aliento.
El proceso de acumulación que condujo a las fuerzas populares al gobierno en Uruguay fue el más largo de América Latina. El que acaba de iniciarse a partir de haber llegado al gobierno, tendrá en materia de espacio temporal, más o menos, el mismo volumen y pasará por tantas imprevisibles vicisitudes. O más.
Habrá discrepancias y discusiones, pero los aliados deberán poder tener acerca de nosotros la idea cabal y la certeza de que no somos como el papel higiénico de doble faz. Ni como el queso.
Todo lo contrario: aliados confiables. Estratégicos. De fiar.
Si no logramos eso, TODOS estamos fritos. Y eso se logra con hechos más que con palabras.
El valor de la UNIDAD, por lo tanto, ni es afectivo ni está ligado al romanticismo. No es retórico. Es vital; es de vida o muerte.
Y que nadie delire con la idea de que si fracasa este gobierno, se abrirán puertas para el paso de las «verdaderas» fuerzas de izquierda (que no existen hoy fuera del Frente Amplio y menos existirán si contribuyen a romperlo): en ese aciago caso se abrirán las compuertas para el paso torrencial, implacable y majestuoso de formidables fuerzas de la derecha. Para un derechazo con apoyo popular. A no engañarse.
En momentos como los actuales, ya lo sabemos desde hace muchísimo tiempo, el izquierdismo infantil irrumpe.
En todos los procesos importantes, hemos visto y sufrido por un lado los errores irreparables de esa enfermedad y por otro a la reacción que sin equivocarse no vacila en disfrazarse de rojo para organizar estupendas movilizaciones contra los gobiernos populares. ¿Para qué poner los ejemplos si son harto conocidos? A esta edad ya no podemos chuparnos el dedo.
(*) Senador de la República, escritor