Los tiempos en los que uno debía considerarse afortunado por el mero hecho de tener trabajo ya es cosa del pasado. La pobreza ya no es sinónimo de desempleo. También se da en muchos trabajadores con un empleo precario, que sufren una carencia material severa (retraso en los pagos de vivienda, no tener vacaciones o […]
Los tiempos en los que uno debía considerarse afortunado por el mero hecho de tener trabajo ya es cosa del pasado. La pobreza ya no es sinónimo de desempleo. También se da en muchos trabajadores con un empleo precario, que sufren una carencia material severa (retraso en los pagos de vivienda, no tener vacaciones o teléfono) y baja intensidad en el empleo (un trabajo de menos de dos horas diarias).
La temporalidad, los contratos de un día, por obra y servicio o los sueldos precarios se pueden dar en cualquier de estas situaciones y de sobra es conocido que en el mundo «desarrollado», España, por ejemplo, se caracteriza por esta práctica.
La desatención selectiva borra de la experiencia aquellos elementos que pueden resultar inquietantes si se llegara a tomar conciencia de ellos. Este es un mecanismo común que protege al individuo contra la angustia cotidiana; «en la factura que no se encuentra», o en «la tarea desagradable que olvidamos».
Esta desatención selectiva es una respuesta de uso múltiple frente a los problemas cotidianos: no veo lo que no me agrada, parece ser la consigna, hoy ampliada al mundo político.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) organismo especialista en temas laborales advierte del cambio de tendencia mundial hacia un aumento del empleo vulnerable, que alcanza al 42,7% de los trabajadores. Se trata de labores por cuenta propia y empleos familiares no remunerados con «altos niveles de precariedad» y peor acceso a «protección social. Parece que una nueva clase social ha nacido o está en camino, la de los trabajadores en riesgo de pobreza, sobre las bases del «precariado», un término acuñado por el economista británico Guy Standing.
¿Qué es exactamente el precariado?
El precariado es un término moderno conceptualizado en el año 2011, por Guy Standing, economista y exdirector del Programa de Seguridad Socioeconómica de la OIT, cuando la crisis económica mundial se había consolidado y agudizado en el llamado Primer Mundo o economías desarrolladas como España, Francia e incluso Alemania, motor económico de Europa.
Guy Standing compone la palabra a partir de juntar «precario» (inestable, inconsistente) y proletariado (clase trabajadora). Pero esta otra clase se definen por la «inconsistencia y debilidad de los mecanismos que garantizan su subsistencia». De algún modo, el precariado se erige como una nueva clase emergente, un nuevo fenómeno de masas que requiere, según los expertos, de una atención urgente para poder resolver potenciales crisis para las siguientes décadas.
Ya no sólo es cuestión de necesidades económicas de personas individuales, sino que la complejidad vendrá dada de no poder garantizar unos mínimos de bienestar social.
Desde hace algún tiempo la OIT insiste y alerta sobre los riesgos crecientes de la precariedad. Que después de haberse estabilizado entre 2014 y 2016, la incidencia del trabajo temporal vuelve a crecer de nuevo en Europa. El porcentaje de trabajadores temporales sobre el total está aumentando especialmente en España donde en 2017 alcanzó el 26,8%, el porcentaje más alto desde 2008″, asegura el documento de la OIT, situándola en el vértice de la pirámide
La prevalencia de contratos temporales de corta duración puede exacerbar la sensación de inseguridad de los trabajadores, aumentando la volatilidad de sus ingresos y frustrando sus carreras profesionales. La evidencia sugiere que la tasa de pobreza crece cuanto menor sea la duración del contrato.
Causas que han dado lugar al fenómeno
Los más contrapuestos diagnósticos sobre la actual crisis del empleo están por lo menos de acuerdo en que se trata de un problema sumamente complejo. Quienes hacen hincapié en las distorsiones y rigideces del mercado de trabajo aconsejan aplicar la liberalización y las reformas institucionales consiguientes, como el instrumento más importante para mejorar la situación del empleo.
En cambio, los que atribuyen el problema del desempleo a una demanda efectiva insuficiente propugnan una acción macroeconómica correctiva. La dificultad es que el hecho de fiarse exclusivamente de una u otra de estas tesis «rivales» contribuye a que perdure el problema.
La globalización mundial ha hecho que esta nueva clase social se extienda por todo el globo, por sus políticas económicas asimétricas, sus condiciones laborales extremadamente penosas en algunos casos y su política de libre circulación de personas: las migraciones son otro mecanismo de perpetuación del precariado.
El precariado es un grupo socioeconómico que se caracteriza por rasgos distintivos: la inestabilidad laboral (no consiguen tener contratos fijos), la remuneración por su trabajo carece de garantías sociales (se les paga por debajo de lo legal en la mayoría de los casos) y también están privados de algunos privilegios civiles como son las vacaciones pagadas o días de permiso de los que sí disfruta el resto de la sociedad.
A diferencia de la clase trabajadora típica de la época de la revolución industrial, el precariado tiene aún menos seguridad de encontrar trabajo, y los ámbitos en los que pueden llegar a trabajar son tan inestables que en cuestión de pocos años sus aptitudes pueden ser insuficientes para el puesto que han estado ocupando.
En distintas reuniones de círculos económicos, foros mundiales de desarrollo y demás eventos de carácter sociopolítico, todos los gobiernos nacionales admiten de una forma u otra no saber cómo afrontar este desafío. Algunos expertos, economistas y analistas políticos apuntan directamente al sistema capitalista en general, y al sistema de globalización en particular.
Está claro que la población mundial va en aumento, la fuerza humana se está volviendo prescindible y los recursos escasean. Y es en este punto donde los políticos se encuentran con un muro a menudo infranqueable a la hora de abordar la problemática, y es la de convencer a las entidades financieras y empresariales de la necesidad de hacer un cambio de modelo en los sistemas de producción: Eso sí, cambios «lampedusiano» al interior del propio sistema económico que nos gobierna.
No se debe olvidar que la globalización responde al capitalismo, que al mismo tiempo se nutre de una ideología neoliberal que fomenta la competitividad feroz a nivel nacional, en todos los ámbitos, sean estos profesionales o personales, lo que reunda en disminución de salarios, mayor durabilidad en la jornada de trabajo y una transformación constante del mercado laboral, lo que supone la actualización constante, -no siempre posible-, por parte del trabajador.
En este sentido, la OIT advierte de que estas formas emergentes de empleo, a la vez que ofrecen una mayor flexibilidad y autonomía, también están relacionadas con el empeoramiento de las condiciones generales de trabajo. Estos empleos (de trabajadores autónomos y de familiares no remunerados) suelen estar sujetos a altos niveles de precariedad y es menos probable que sus protagonistas accedan a «ingresos regulares» y a una «protección social», recuerda la organización.
El sector servicios también está vinculado a estas «nuevas formas de empleo», entre las que figura el «empleo por cuenta propia económicamente dependiente» muy común en las plataformas digitales, como podrían ser los repartidores de Deliveroo, o Uber, por ejemplo. Entre sus posibles riesgos señala una mayor intensidad de trabajo, horas de trabajo excesivas y un acceso limitado o nulo a la protección social.
Lo cierto es que muchos deben verse reflejados en esa definición de precariado. Una nueva clase que se enfrenta a una inseguridad laboral sin precedentes, a una volatilidad del mercado laboral y a una indefinición y clasificación de una identidad concreta como clase trabajadora. O en la que Marx definía como «lumpenproletariado» que significa otra clase por debajo del proletariado y que generalmente se puede referir a personas con muy pocos medios y no organizadas, que se ven relegadas a tener que subsistir como puedan.
Pero independientemente que llamemos las cosas como queramos, es innegable que estas clases existen. A pesar de que la producción crezca de forma gigantesca, ésta no puede dirigirse con éxito. Es imposible en el marco del capitalismo llevar el destino de la humanidad a buen puerto ya que en él reina la propiedad privada, la competencia, la rivalidad económica sin piedad entre capitalistas, y empresas etc.
Toda esta falta de planificación conduce a la anarquía de la producción, al desorden permanente en la vida económica, a sus guerras comerciales y como consecuencia a las crisis periódicas de superproducción. Aumenta el desempleo y los trabajadores no tienen posibilidad de comprar sus mercancías.
En semejantes condiciones las contradicciones que desgarran la sociedad capitalista la conducen a su muerte inexorable. Y, a la espera de que cambien las cosas, sospechamos que estas han llegado para quedarse un tiempo… Tal vez, por esa desatención selectiva de no ver lo que no me agrada.
Eduardo Camín. Analista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
http://estrategia.la/2019/08/10/la-alternativa-laboral-se-consolida-en-el-precariado/
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