He leído, lo más atentamente que he podido, el abordaje de Fernando Moyano analizando la violencia política del Uruguay en los ’60 y ’70. Y desde ya, algo me alarmó por su incongruencia: la intención o la pretensión de un abordaje objetivo, cuantificable y consecuentemente veraz por un lado y ciertos fallos, incluso aritméticos o […]
He leído, lo más atentamente que he podido, el abordaje de Fernando Moyano analizando la violencia política del Uruguay en los ’60 y ’70.
Y desde ya, algo me alarmó por su incongruencia: la intención o la pretensión de un abordaje objetivo, cuantificable y consecuentemente veraz por un lado y ciertos fallos, incluso aritméticos o ausencias por otro.
El artículo al que me refiero es un trabajo circunstanciado y relativamente largo,1 y me limitaré a los puntos, que entiendo merecen observaciones y porque muchos pasajes del trabajo me resultan de difícil evaluación, por mi ignorancia y/o ajenidad, aunque ciertamente vivimos la misma época, el mismo país… el mismo terror.
El artículo refresca aspectos de nuestra historia reciente que conviene ventilar, como por ejemplo, que la derecha, armada, investida de los marcos institucionales aumenta su violencia de manera totalmente incomparable respecto de «los actos violentos de la izquierda revolucionaria». Clara expresión de que el sistema de poder establecido no quería sólo desembarazarse de la guerrilla sino que proyectaba una nueva forma de dominio sobre la sociedad toda.
Pero vayamos al grano, a «los granos».
Moyano hace una descripción inicial, con cierta carga irónica sobre las interpretaciones vulgares de la violencia entonces. Comenta la hipótesis de los «errores históricos», la de «gente que se equivocó» y resume ese descarte con un planteo de Daniel Bensaid (que cita Moyano sin referencia) contra la «interpretación policial de la historia«. Interpretación que está centrada, explica Moyano, «en las intrigas, los planes, las conspiraciones, las traiciones«, listado que transcribe de Bensaid.
Una vez desechada semejante interpretación histórica, por su manifiesta superficialidad y escasa envergadura para entender lo que nos pasó, tengo la impresión que Moyano entra al análisis más «objetivo», cuantificable, estrictamente cronológico de los acontecimientos y sus posibles encadenamientos. Yo diría a la historia «científicamente» analizada.
Y así, a mi modo de ver acierta cuando nos recuerda que el asesinato (probablemente ultraintencional) del docente Arbelio Ramírez y las vejaciones a Soledad Barrett2 son anteriores a la requisa de armas del Tiro Suizo y también acierta al deslindar que una, la de derecha, era violencia a las personas y lo del Tiro Suizo fue en todo caso, a las cosas.
Sin embargo, poco más abajo Moyano encara otra comparación, vinculada con «los mártires estudiantiles». Y aquí entiendo que la situación es más «vidriosa». Afirma Moyano, basándose en el análisis de Rey Tristán:3
<[…] cómo ocurren las cosas, más allá de las leyendas y la historia oficial? Rey Tristán aporta un elemento muy interesante para abordar esta interrogante, el caso de los mártires estudiantiles.
La violencia represiva provoca muertes de militantes antes de que la acción de los llamados grupos guerrilleros se hubiese planteado ese grado de violencia.>
Plantea entonces «la hipótesis del crecimiento y desarrollo de esos últimos gracias a la radicalización social y política del Uruguay, algo en cuyo inicio las organizaciones armadas no tuvieron responsabilidad directa […].>
¿Qué significa que haya habido asesinados por la represión «antes de que la acción de los llamados grupos guerrilleros se hubiese planteado ese grado de violencia«? Los primeros mártires estudiantiles acaecen en 1968 y proseguirá la sangría al menos en 1969 y 1970. Líber Arce, Susana Pintos, Hugo de los Santos, Heber Nieto…
Pero sepamos que en 1966 (claro que por un azar a partir de un procedimiento policial callejero), muere enfrentando a la policía Carlos Flores. E inmediatamente en el allanamiento consiguiente, Mario Robaina. Son los primeros muertos tupamaros a manos de la represión. 1966. Y allí también muere un policía, Silveira Regalado, aunque las versiones periodísticas dirán entonces no a manos de tupamaros sino de «fuego amigo», lo cual es factible y hasta probable.
Un más preciso eslabonamiento cronológico sería: en 1966 enfrentamientos y muerte de tupamaros y policías; en 1967, sobrevienen también enfrentamientos a tiros, en los cuales, sin embargo, no se registran muertos ni guerrilleros ni policías. Pero sí heridos. Esto, obviamente, es producto del azar y no refleja profundización ni de la revolución ni de la represión; 1968, mártires estudiantiles a manos de la represión oficial… pero no antes, entonces, «de que la acción de los llamados grupos guerrilleros se hubiese planteado ese grado de violencia«.
LA ESPECIFICIDAD DEL PAISITO
Aquí deberíamos hacer una consideración cultural: no sabemos si por la modernización batllista, Uruguay se fue convirtiendo a lo largo del siglo XX en un país sin armas, y con violencia relativamente escasa. El militarismo se fue reduciendo y comprimiendo, aunque no desapareciendo, ciertamente, como lo prueba su «vigoroso» renacimiento con la crisis económica y el desquicio de la estructura dependiente y periférica del país, donde los privilegiados de siempre empezaban a perder sus canonjías.
Más allá de la especulación de Felipe Arocena que cita Moyano sobre una presunta «frontera temporal de no menos de cien años», que le viene justo al referido pensador para llegar con holgura de 1904 hasta el brote pos-Cuba 1959, entendemos que Uruguay, y fundamentalmente la macrocefálica Montevideo pertenecía al orden de sociedades pacificadas y/o amansadas. No mediante el palo, sino mediante la modernidad.
El MLN fue muy consciente en sus inicios de esos rasgos tan poco guevaristas o castristas del Uruguay. Esa diferencia con los países caribeños bajo la férula de dictaduras títeres madeinUSA, casi todas ellas sin taparrabos. Tan conscientes eran de esa peculiaridad que sus primeras acciones programadas son más pedagógicas que violentas, como el arrebato de las armas reglamentarias a policías que se cumplimentaban con cartas explicativas (los episodios generaron alguna violencia, e incluso alguna muerte, pero no buscadas por la guerrilla).
Tanta es nuestra ajenidad cultural a la violencia, la del paisito, que para el MLN será un gran, grandísimo esfuerzo, la forja del combatiente. Hay documentos de avanzado 1972, en rigor cuando el MLN ya se encontraba en una crisis que iba a ser irreversible, donde se señala lo difícil (¿lo imposible?) que ha sido formar verdaderos combatientes,4 que puedan lidiar no ya con policías callejeros sino con militares de cuartel.
A ver si nos entendemos: la ilación planteada por Moyano/Rey Tristán merece un ajuste: antes de los mártires estudiantiles, el MLN ya se ha entreverado con violencia y muerte (aun concediendo que fuera tácticamente indeseada).
1967, además, es un año de enrarecimiento político. La violencia revolucionaria empieza a llamar a las puertas del país, bien que en ese primer momento haya sido de modo ideológico, como con el llamado a la violencia liberadora de seis organizaciones políticas desde el cotidiano Época. Tal era la locura a que había llegado el paisito: la tradición política liberal y democrática concebía hasta diarios de circulación legal que llamaban directamente el derribamiento del sistema… legal.
En muchos países ha habido gobiernos despóticos, prensa amordazada y periodismo clandestino llamando a la resistencia incluso armada. En alguno, hay o ha habido gobiernos democráticos o tolerantes y prensa relativamente libre planteando sus pareceres y sus diferencias a veces radicales con la política oficial. Pero no es habitual que haya prensa democrática y legal que convoque a derribar el gobierno al menos formalmente constituido, elecciones mediante.
Esa esquizofrenia desquició a la sociedad uruguaya. Y las fuerzas represivas ya sabían, en 1967, con qué «bueyes» debían arar.
Por eso, entiendo, sobreviene el endurecimiento. Las infames muertes estudiantiles, de gente desarmada forman parte -como en una tragedia griega− del resquebrajamiento de la reja, de la frágil reja que separaba a las fuerzas represivas de la sociedad. La reja se iba resquebrajando con «acciones» como la declaración conjunta de las seis organizaciones revolucionarias (diciembre 1967).
No sirve entonces el recuento contable del lado en que van apareciendo los muertos. Parece objetivo, aritméticamente impecable, pero carece del sentido de la política, de las crisis… del factor humano.
VOLUNTARISMO
Porque ése es el otro gran ausente del análisis de Moyano y/o Rey Tristán: la voluntad revolucionaria, el papel de la subjetividad humana en la historia. Con tantos numeritos, nos pasamos por alto el entusiasmo que disparó la Revolución Cubana prácticamente en toda América Lapobre, tal vez por mejor decir en toda la militancia de izquierda de nuestra América.
EL VENDAVAL CUBANO
En Montevideo, reestructuró todo el cuadro político. Desde el PC (no tanto) hasta el PS (mucho más); hasta la forja de agrupamientos que se irán escindiendo de «los partidos tradicionales», hasta el movimiento sindical, el estudiantil.
El movimiento sindical dominado hasta entonces por el PC (y sus contracaras amarillas, por los servicios de EE.UU.), tendrán un verdadero tercero en discordia, surgiendo tendencias no reformistas al lado de la coexistencia pacífica más o menos característica de los comunistas, o directamente sindicatos nuevos y combativos. Allí Raúl Sendic fue figura clave con su papel inicial de «asesor legal» de remolacheros, arroceros en el este uruguayo y por último en el norte, con los cañeros y la UTAA.
El movimiento estudiantil universitario, con el antiimperialismo primero areliano, con Carlos Quijano y los encuentros latinoamericanos de universitarios antiimperialistas de 1928, con la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay, la FEUU, y su participación del lado antifranquista en la Revolución Española, adoptando el tercerismo durante la 2GM, contra El Eje, pero también contra Los Aliados, con el papel protagónico para acabar con 93 años de gobierno colorado, a fines de 1958, tenía un perfil, o mejor dicho, una dirección anarquista. La FEUU es la organización que invita al flamante Fidel Castro triunfante, en abril de 1959, organizando un «acto de masas» en la Explanada Municipal de Montevideo. La llegada de Fidel Castro al poder en Cuba significará el ascenso de una nueva corriente político-gremial, «los unitarios» en la FEUU, y los anarquistas entrarán en un cono de sombra.
La lucha revolucionaria no sólo modificó direcciones sindicales o gremiales. En todo el arco de la izquierda, fundamentalmente capitalina, la influencia de la revolución cubana liquida lo que se llamaba «revolucionarios de café» que discutían durante décadas cómo hacerla. Y la nueva corriente, de clara inspiración en la nueva Cuba hará un aporte, un aparente enriquecimiento que será un empobrecimiento político y sobre todo intelectual o ideológico. Los flamantes tupamaros dirán: las palabras sobran, ya está todo dicho. Ahora se trata de actuar. ‘Las palabras nos separan. Los hechos nos unen.’
Se entiende el hartazgo ante la noria militante y sobre todo el palabrerío. Pero sin querer o queriendo, esta actitud iba a ir desplazando la cuestión política, que era realmente la que teníamos entre manos, o teníamos que tener, hacia lo militar. Algo que, además, la misma dinámica represiva también se iba a encargar de estimular, incrementar.
Debilitando todavía más la apuesta «de la izquierda» por lo que ahora llamamos «otro mundo posible».
Se trata de integrar estos factores cualitativos en el complejo estado de situación al que queremos reaproximarnos. No nos alcanzan los elementos cuantitativos.
CRÍTICA A LA DIRECCIÓN
Observo un acierto en la crítica que Moyano ensaya contra la tesis, que atribuye a Eleuterio Fernández Huidobro, que por lo visto ya entonces tenía una relación muy pragmática e instru-mental, casi como militares incursionando en tierra ajena, con lo que se llama «el pueblo»:
<[…] sostiene que el accionar armado de la organización "guerrillera" cambiaría el panorama político del país "obligando al gobierno a reprimir al pueblo" y poniendo a las organizaciones políticas reformistas ante la disyuntiva de pasar a ser irrelevantes o quedar a la cola de la organización armada. […]
Porque el resultado fue exactamente al revés. El fracaso del MLN, que ya se veía, sumado al nivel creciente de represión, dio nueva vida al reformismo, y fue la organización armada la que terminó marchando a la cola de la táctica electoral de la que no mucho antes se mofaba.>
[subrayados del original].
Con estos estrategos sí que estábamos «al horno»: porque fueron los generales de la derrota. Pero qué habría sido del pueblo, de la población, si hubieran ganado.5
SITUACIÓN ACTUAL
Ahora han ganado aparentemente con los votos lo que no alcanzaran con las armas. Pero la situación es radicalmente diferente. Porque el FAEPNM encarna cierto colegialismo, porque han cambiado hasta lo irreconocible lo que los mismos dirigentes frentistas sostenían como oposición y lo que sostienen como gobierno (pasteras, Haití); porque incluso han teorizado sobre semejantes vueltas de tortilla, como lo hizo EFH; algunos planteos ya no se sostienen ni con la habitual coartada de la coyuntura histórica (−ahora eso está mal, pero en aquel momento, ¿ehhhh?).
La verdad es revolucionaria; sólo que es también como el búho de Minerva…
Me parece ver esto respecto de la claudicación que con tan contadas excepciones tuvimos que arrostrar en febrero de 1973.
Por ejemplo, con el elogio del actual presidente Mujica al almirante Zorrilla. Algo que a ningún integrante del MLN se le ocurrió hacer entonces. Incluso más; muchos estaban empeñados en una acción conjunta «antioligárquica» con presuntos militares «peruanistas». A Mujica eso último se le olvidó decirlo, qué cosa, pero la verdad «histórica» es tozuda. Y en ese sentido, revolucionaria.
Notas:
1 «La violencia política en el Uruguay de los ’60 y ’70», que he leído en postaportenia, 5/2/2013.
2 Es preciso señalar que, como Barrett, fueron secuestrados otros militantes que Moyano no menciona pero que pueden otorgar otro sentido al estado de situación de entonces, para tipificar si estábamos en la antesala del fascismo: entre la media docena de «marcados» con las esvásticas del invierno de 1962 había no sólo militantes de izquierda -comunista, como Soledad entonces- sino también militantes de franca derecha, que revelaba el carácter artesanal e intestino de las «medidas» (probablemente entre «porongas» de Chicotazo y de Eduardo V. Haedo, y seguramente con intervención de miembros del FEDAN, Frente Estudiantil de Acción Nacionalista, un grupúsculo nazi-franquista).
3 Es un historiador español que comenta y sobre el que se apoya Moyano: A la vuelta de la esquina. La izquierda revolucionaria uruguaya. 1955-1973, 2005.
4 ‘Balance del año 1972’, setiembre de ese año, que citamos con medias comillas puesto que proviene de Subversión. Paz. Las Fuerzas Armadas al pueblo oriental, p. 585. una edición de la Junta de Comandantes en Jefe, de 1976, de pésima calidad bibliográfica (para no hablar de sus otras calidades…)
5 Me vuelve a la memoria el libro de Jorge Masseti (h), editado en castellano como El furor y el delirio (Tusquets, Barcelona,1999), pero por su título en la traducción al sueco: Fue una suerte que no ganáramos. Las memorias del hijo del lugarteniente del Che fueron desechadas genéricamente entre izquierdistas e izquierdosos con el fácil y recurrido dictamen de que era «un agente de la CIA». Conexión cierta a veces y a veces, mera calumnia.
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